Día 27
Un ex preso político logró escamotear documentos secretos de la represión tucumana
En uno de ellos figuran con el añadido “Destino Final” los desaparecidos santiagueños Guillermo Miguel y Santiago Díaz
El empresario Rodolfo Lindow señaló al militar Jorge Alberto D`Amico como uno de los que interrogaba en la SIDE.
[16 de agosto de 2012 - Hora: 17:30] La de hoy se recordará sin duda como una de las jornadas más importantes en este juicio. Dado que en su transcurso se presentó documentación valiosísima, por su carácter probatorio e irrefutable. Se trata de páginas de los registros de la Jefatura de Policía de Tucumán. Así como memorandums cruzados entre jefes militares y policiales. Uno de los cuales, por ejemplo, versa sobre el Destino Final (como llamaban a las ejecuciones), del desaparecido Santiago Augusto Díaz. Estos papeles fueron extraídos subrepticiamente por el ex detenido político Juan Carlos Clemente. Militante de la JP Montoneros, Clemente narró su extraordinaria saga así:
“El 23 de julio de 1976 como a las tres de la mañana, fuimos capturados, junto a mi amigo Juan Miño, en inmediaciones de la ruta 38, cerca del Ingenio La Providencia (Tucumán)
“Una semana estuvimos en un campo de concentración clandestino, que denominaban Nueva Baviera. Cuando se enteran quién era yo, me trasladan a la Jefatura de Policía. (Más tarde el testigo explicaría que en la subdivisión represiva las fuerzas policiales se hacían cargo de los presos montoneros, mientras que el ejército se quedaba con los del PRT-ERP.)
“Allí estuve un tiempo largo, pasando por diferentes etapas. A veces encerrado en salones con veinte o treinta compañeros, a veces en celdas de a cinco, otras veces en celdas individuales.
“Dos años más tarde, hacia el año 78, aún permanecía allí. Fue entonces que un jefe militar, el coronel Cattaneo, le ordena al jefe de la policía, Albornoz, la destrucción de todos los archivos secretos de la represión.
“Me mandan a mí junto a otros presos a recoger esas carpetas de las estanterías, en una oficina, para ser quemada. Entonces comenzamos a sacar los biblioratos y amontonarlos en un solo lugar.
“Es allí que, cuando sentía que nadie me vigilaba, comencé a mirar los contenidos. Y vi que tenía listas de personas, donde se consignaban una serie de datos sobre los operativos realizados o a realizarse con ellas.
“Por ejemplo, decía el nombre completo, nombre de guerra, lugar de trabajo o estudios, organización política a la que pertenecía. Y al final, qué procedimiento se utilizaría con aquella persona. Por ejemplo: si decía PEN era que se lo pondría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Así con otras siglas si se lo llevaba a la cárcel, se le iniciaba Consejo de Guerra, etcétera. Pero si decía DF era que se lo iba a ejecutar.
“Así ocurrió con Diana Oesterheld, la hija del famoso escritor Héctor J. Oesterheld. Ella fue sacada una madrugada, yo la vi, la llevaban arrastrando, con su cuerpo completamente ensangrentado”.
“El 23 de julio de 1976 como a las tres de la mañana, fuimos capturados, junto a mi amigo Juan Miño, en inmediaciones de la ruta 38, cerca del Ingenio La Providencia (Tucumán)
“Una semana estuvimos en un campo de concentración clandestino, que denominaban Nueva Baviera. Cuando se enteran quién era yo, me trasladan a la Jefatura de Policía. (Más tarde el testigo explicaría que en la subdivisión represiva las fuerzas policiales se hacían cargo de los presos montoneros, mientras que el ejército se quedaba con los del PRT-ERP.)
“Allí estuve un tiempo largo, pasando por diferentes etapas. A veces encerrado en salones con veinte o treinta compañeros, a veces en celdas de a cinco, otras veces en celdas individuales.
“Dos años más tarde, hacia el año 78, aún permanecía allí. Fue entonces que un jefe militar, el coronel Cattaneo, le ordena al jefe de la policía, Albornoz, la destrucción de todos los archivos secretos de la represión.
“Me mandan a mí junto a otros presos a recoger esas carpetas de las estanterías, en una oficina, para ser quemada. Entonces comenzamos a sacar los biblioratos y amontonarlos en un solo lugar.
“Es allí que, cuando sentía que nadie me vigilaba, comencé a mirar los contenidos. Y vi que tenía listas de personas, donde se consignaban una serie de datos sobre los operativos realizados o a realizarse con ellas.
“Por ejemplo, decía el nombre completo, nombre de guerra, lugar de trabajo o estudios, organización política a la que pertenecía. Y al final, qué procedimiento se utilizaría con aquella persona. Por ejemplo: si decía PEN era que se lo pondría a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Así con otras siglas si se lo llevaba a la cárcel, se le iniciaba Consejo de Guerra, etcétera. Pero si decía DF era que se lo iba a ejecutar.
“Así ocurrió con Diana Oesterheld, la hija del famoso escritor Héctor J. Oesterheld. Ella fue sacada una madrugada, yo la vi, la llevaban arrastrando, con su cuerpo completamente ensangrentado”.
Diana tenía 23 años. Era la hija del famoso escritor Héctor G. Oesterheld. Tenía un hijo de un año, Fernando, y estaba embarazada de cuatro meses cuando desapareció. Militaba en Montoneros.
Diana fue secuestrada por la policía de Tucumán, junto con su hijo Fernando. Fernando fue abandonado como “NN” por la patota policial en la Casa Cuna de la capital tucumana. Después de varios intentos fue recuperado por sus abuelos paternos. La casa donde vivían fue ocupada por Albornoz, el jefe de la policía tucumana, y su mujer.
“Entonces decidí llevarme todo lo que pudiera de aquellos papeles” prosigue Juan Carlos Clemente. “Con sumo cuidado, comencé a arrancar las hojas que me parecía que tenían más datos. Los puse bajo mi pantalón y los introduje bajo mis medias elásticas para que los retuvieran. De tal modo, armaba especies de canilleras (como las de los deportistas) bajo de mi pantalón.
“Tenía tanto miedo cuando logré sacarlas definitivamente de la policía, que fabriqué un escondite casi imposible de detectar, en mi casa. En una habitación, hice una cama de ladrillos, bajo la cual, una de las baldosas se abría. Con una cavidad donde iba depositando todo el material que tenía.
“Durante décadas no hablé con nadie de esto… incluso ni yo mismo las sacaba para leerlas… hasta el punto que muchos de esos papeles no sé bien lo que dicen. Hasta que con un amigo encontramos un fiscal confiable, hace poco, y comenzamos a aportarlas como pruebas para los juicios de lesa humanidad”.
“Tenía tanto miedo cuando logré sacarlas definitivamente de la policía, que fabriqué un escondite casi imposible de detectar, en mi casa. En una habitación, hice una cama de ladrillos, bajo la cual, una de las baldosas se abría. Con una cavidad donde iba depositando todo el material que tenía.
“Durante décadas no hablé con nadie de esto… incluso ni yo mismo las sacaba para leerlas… hasta el punto que muchos de esos papeles no sé bien lo que dicen. Hasta que con un amigo encontramos un fiscal confiable, hace poco, y comenzamos a aportarlas como pruebas para los juicios de lesa humanidad”.
Dos desaparecidos santiagueños
Es en esos documentos donde figuran los nombres de los desaparecidos santiagueños Guillermo Augusto Miguel y Santiago Augusto Díaz.
La sobreviviente Teresita H. de Martínez recuerda haber estado con Santiago Díaz en el centro clandestino de detención “La Escuelita” de Famaillá, en Tucumán, por alrededor de una semana en diciembre de 1976. Y el cabo primero de la delegación de la Policía Federal en Tucumán, Juan Carlos Ortiz, que estuvo destinado a “La Escuelita” entre fines de 1976 y principios de 1977 declaró que “El detenido Santiago Díaz, hijo del abogado Manuel Alberto Díaz, permaneció solamente tres días en este CCD, encontrándose desvendado debido a que se le habían asignado tareas de anotaciones, etc. Supone que dicho detenido fue asesinado pues recuerda que en la segunda tarde de la detención del anterior, el capitán Rubén Bessiere, que entonces era segundo Jefe del Regimiento V de Comunicaciones de Tucumán, le ordenó que fuera hasta Monteros a buscar Nafta para los vehículos, al mismo tiempo que le ordenó que regresara rápido pues tenían que «pasar» a algunos detenidos. Obviamente ello quería decir que se les iba a matar. Cuando retornó al campo, el capitán Bessiere salía del lugar acompañado de otro capitán, manifestando: «volvete porque ya está todo hecho»“.
Sobre el abogado y dirigente peronista Guillermo Miguel, en tanto, algunos detenidos políticos dijeron haberlo visto en la Jefatura de Policía de Tucumán. Pues bien, en los papeles sustraídos por Carlos Clemente, figura junto a su nombre la sigla DF (Destino Final).
La sobreviviente Teresita H. de Martínez recuerda haber estado con Santiago Díaz en el centro clandestino de detención “La Escuelita” de Famaillá, en Tucumán, por alrededor de una semana en diciembre de 1976. Y el cabo primero de la delegación de la Policía Federal en Tucumán, Juan Carlos Ortiz, que estuvo destinado a “La Escuelita” entre fines de 1976 y principios de 1977 declaró que “El detenido Santiago Díaz, hijo del abogado Manuel Alberto Díaz, permaneció solamente tres días en este CCD, encontrándose desvendado debido a que se le habían asignado tareas de anotaciones, etc. Supone que dicho detenido fue asesinado pues recuerda que en la segunda tarde de la detención del anterior, el capitán Rubén Bessiere, que entonces era segundo Jefe del Regimiento V de Comunicaciones de Tucumán, le ordenó que fuera hasta Monteros a buscar Nafta para los vehículos, al mismo tiempo que le ordenó que regresara rápido pues tenían que «pasar» a algunos detenidos. Obviamente ello quería decir que se les iba a matar. Cuando retornó al campo, el capitán Bessiere salía del lugar acompañado de otro capitán, manifestando: «volvete porque ya está todo hecho»“.
Sobre el abogado y dirigente peronista Guillermo Miguel, en tanto, algunos detenidos políticos dijeron haberlo visto en la Jefatura de Policía de Tucumán. Pues bien, en los papeles sustraídos por Carlos Clemente, figura junto a su nombre la sigla DF (Destino Final).
Más sobre Rudy Miguel
La esposa del desaparecido Guillermo Augusto Miguel, Ana María Tonellier, declaró con sentida conmoción los pormenores del secuestro de su joven marido. Así como su Via Crucis para tratar de conocer aunque más no fuera el más mínimo indicio de la suerte de su compañero. Y al mismo tiempo trabajar para el mantenimiento, educación y salvación psicológica de su hijito y su hijita. Muy pequeños cuando fue secuestrado su padre.
En líneas generales su testimonio concidió plenamente con los de otras personas que habían declarado ayer y quienes lo hicieron hoy, sobre este caso.
Guillermo Miguel fue advertido por el parapolicial Marino, un fin de semana, de que había una lista “encabezada por Rudy” de jóvenes de la JP (TR) que iban a ser capturados “por subversivos”.
Fue cuando Rudy irrumpió en la casa del matrimonio Habra-Morales, para avisarles de que deberían tener cuidado. (Ver testimonios de ayer, 15 de agosto.)
Paralelamente, como funcionario judicial del Municipio de Termas de Río Hondo, Rudy había comandado el cierre de varios prostíbulos en el radio urbano. Entre numerosos delitos, los prostíbulos ostentaban el uso de niñas menores de edad para su explotación siniestra. Una mujer que se hacía llamar “Madame Yolá”, había visitado reiteradamente la casa del joven abogado, en Santiago. Al principio tratando de seducirlo con ofertas, luego amenazándolo abiertamente. “No sabes con quién te estás metiendo, la SIDE es mi socia en este negocio”, habrían sido aproximadamente algunas de las palabras pronunciadas.
Ello sería parcialmente confirmado cuando, al presentarse un día a trabajar, Rudy fue avisado por el intendente Bagliatti de estar “recibiendo presiones, del coronel Desimone, ministro de Gobierno del general Ochoa”, para expulsar al joven abogado del municipio. Según esta advertencia, Desimone afirmaba tener un informe de la SIDE santiagueña, en el sentido de que Guillermo sería “miembro de una organización subversiva”.
Decidiendo tomar el toro por las astas, Guillermo solicitó audiencia y fue recibido por el ministro de gobierno de la dictadura, coronel Mario A. Desimone. Quien cortésmente pero con firmeza le comunicó lo mismo que le había dicho el intendente. A lo cual el abogado de la JP contestó que siempre habían trabajado en paz, e incluso ofreciéndose a ser investigado en todas sus actividades políticas y sociales. Luego de una larga conversación -unas tres horas, según su esposa-, Desimone se declaró convencido de la inoncencia de Rudy Miguel. Y lo despidió diciéndole que fuera “tranquilo, que ya no debía temer nada” y que le avisara a sus compañeros, que tampoco ellos iban a ser molestados.
Exultante, Rudy regresó a su casa para jugar con sus hijitos y fue avisando a sus amigos más cercanos de que el peligro parecía haber sido conjurado.
Esto ocurrió el 22 de noviembre de 1976. Al día siguiente, el 23 de noviembre de 1976, Guillermo Adolfo Miguel sería secuestrado. Y permanece desaparecido hasta el día de hoy.
El Via Crucis de la familia Miguel-Tonellier fue semejante al de muchas otras. Conmovida, Ana María narró su creciente empatía con las Madres de Plaza de Mayo, a quien desde entonces comenzó a admirar.
En líneas generales su testimonio concidió plenamente con los de otras personas que habían declarado ayer y quienes lo hicieron hoy, sobre este caso.
Guillermo Miguel fue advertido por el parapolicial Marino, un fin de semana, de que había una lista “encabezada por Rudy” de jóvenes de la JP (TR) que iban a ser capturados “por subversivos”.
Fue cuando Rudy irrumpió en la casa del matrimonio Habra-Morales, para avisarles de que deberían tener cuidado. (Ver testimonios de ayer, 15 de agosto.)
Paralelamente, como funcionario judicial del Municipio de Termas de Río Hondo, Rudy había comandado el cierre de varios prostíbulos en el radio urbano. Entre numerosos delitos, los prostíbulos ostentaban el uso de niñas menores de edad para su explotación siniestra. Una mujer que se hacía llamar “Madame Yolá”, había visitado reiteradamente la casa del joven abogado, en Santiago. Al principio tratando de seducirlo con ofertas, luego amenazándolo abiertamente. “No sabes con quién te estás metiendo, la SIDE es mi socia en este negocio”, habrían sido aproximadamente algunas de las palabras pronunciadas.
Ello sería parcialmente confirmado cuando, al presentarse un día a trabajar, Rudy fue avisado por el intendente Bagliatti de estar “recibiendo presiones, del coronel Desimone, ministro de Gobierno del general Ochoa”, para expulsar al joven abogado del municipio. Según esta advertencia, Desimone afirmaba tener un informe de la SIDE santiagueña, en el sentido de que Guillermo sería “miembro de una organización subversiva”.
Decidiendo tomar el toro por las astas, Guillermo solicitó audiencia y fue recibido por el ministro de gobierno de la dictadura, coronel Mario A. Desimone. Quien cortésmente pero con firmeza le comunicó lo mismo que le había dicho el intendente. A lo cual el abogado de la JP contestó que siempre habían trabajado en paz, e incluso ofreciéndose a ser investigado en todas sus actividades políticas y sociales. Luego de una larga conversación -unas tres horas, según su esposa-, Desimone se declaró convencido de la inoncencia de Rudy Miguel. Y lo despidió diciéndole que fuera “tranquilo, que ya no debía temer nada” y que le avisara a sus compañeros, que tampoco ellos iban a ser molestados.
Exultante, Rudy regresó a su casa para jugar con sus hijitos y fue avisando a sus amigos más cercanos de que el peligro parecía haber sido conjurado.
Esto ocurrió el 22 de noviembre de 1976. Al día siguiente, el 23 de noviembre de 1976, Guillermo Adolfo Miguel sería secuestrado. Y permanece desaparecido hasta el día de hoy.
El Via Crucis de la familia Miguel-Tonellier fue semejante al de muchas otras. Conmovida, Ana María narró su creciente empatía con las Madres de Plaza de Mayo, a quien desde entonces comenzó a admirar.
“Mi modelo de vida es la Virgen María…”, dijo la esposa de Rudy Miguel “pero aún ella, con el inmenso calvario que le tocó vivir, pudo hacer su duelo, cerrar el ciclo entre la vida y la muerte, teniendo en sus brazos el cuerpo de su hijo amado luego de la crucifixión”…
En un estremecedor epílogo de su testimonio, Ana María Tonellier pidió a los acusados que tengan un acto de humanidad: “rompan ese espantoso pacto de silencio y digan dónde están los restos de nuestros seres queridos”. Transitando dificultosamente al borde de las lágrimas, culminó: “En el cementerio de La Piedad tenemos un panteón de la familia Miguel… está mi suegro, don Eduardo, están mis cuñados… pero falta Rudy… no tengo un lugar donde venerarlo, un lugar donde rendirle mi homenaje de esposa amante”.
Los siguientes testigos, Eduardo José Habra y Mario Jorge Habra -profesor de Inglés el primero, abogado el segundo-, en lo referido al secuestro de Guillermo Augusto Miguel, salvo en detalles insignificantes, coincidieron plenamente con todos los testimonios anteriores.
Mario Habra, colaborador estrecho del desaparecido y su amigo íntimo, se mostró estremecedoramente conmovido a lo largo de todo su relato. El cual, por momentos, sería interrumpido por accesos de llanto.
Mario Habra, colaborador estrecho del desaparecido y su amigo íntimo, se mostró estremecedoramente conmovido a lo largo de todo su relato. El cual, por momentos, sería interrumpido por accesos de llanto.
Funcionarios del Estado durante el gobierno del general César Fermín Ochoa:
Ministro de Gobierno: Cnel. Mario A. Desimone. Ministro de Economía, Cnel. Raúl Raffo. Ministro de Obras Públicas, Cnel. José L. Tobal Torres , Ministro de Bienestar Social, Cnel. Carlos A. Canudas, Secretario de Educación y Cultura, Prof. Rolando Giménez Mosca, directora de Cultura, Beatriz Barbieri de Prados. Fiscal de Estado: Horacio G. Rava. Presidentes del Banco de la Provincia: Durval Palomo, Alberto Lladhón y Dante J. Rozze. Intendente municipal: Coronel Alcides Muñiz Duhalde. Jefe de Policía: Tte. Coronel Ramón Warfi Herrera. Juez Federal: Arturo Liendo Roca.
Lindow compromete a D’ Amico
El prestigioso empresario santiagueño Rodolfo Lindow señaló al militar Jorge Alberto D`Amico como uno de los que interrogaba en la SIDE.
Dijo que conocía a Tomás Garbi y le sorprendió que una tarde se presentara en su despacho, de la Galería Lindow, para ordenarle que saliera inmediatamente pues en la SIDE “quieren hablar con vos”. Una vez fuera, fue trasladado por Ramiro López en un auto, hasta la lúgubre casona de torturas en la Belgrano.
“Allí me hacen sentar en una silla, dentro de una sala tenebrosa sin decirme nada…”, narra Lindow con renovados escalofríos por el momento vivido.
“Como media hora en una pieza cuando aparecieron dos sujetos con caras de facinerosos. Dos negros grandotes con tonada tucumana, que comenzaron a interrogarme…
“Me hablaban de una correspondencia de la guerrilla, que supuestamente yo recibía, acusándome de ser correo de la guerrilla…
“Parece que habían interceptado una correspondencia que según después me enteré iba para la Librería Nuevo Norte, de unos chicos que militaban en la Juventud Peronista.
“Como en ese tiempo no permitían que el cartero distribuyera las cartas local por local, yo solía recibir todo en mi despacho, y luego cada locatario venía a buscar su correspondencia”, explicó Lindow. “Allí me tuvieron largamente, y me decían que me convenía decir todo lo que sabía, pues si me llevaba a Tucumán, no iba a volver” (y hacía señas con un dedo, pasándolo rápidamente por su cuello a la altura de la nuez).
En ese interrogatorio, junto a los “negros tucumanos”, estaba presente el capitán Jorge Alberto D`Amico. Quien, según Lindow, vestía de uniforme militar. Y si bien no lo golpeó en ningún momento, sí lo presionaba para que hablase de su supuesto vínculo con la guerrilla.
“Me interrogaban sobre si yo hacía vuelos al Paraguay en busca de armas. Yo les dije que viajaba porque soy aficionado, hacia Pampa de los Guanacos, porque llevaba gente para la construcción de la ruta nacional 16″, dijo.
En cierto moemnto apareció en la DIP quien era el jefe de Policía de la, teniente coronel Ramón Warfi Herrera. Solamente lo miró, con actitud despectiva y preguntó:
“¿Éste es Lindow”?
Algunas semanas después cuando estuvo en libertad, ese mismo militar lo hizo llamar por teléfono ordenándole que se presente en su despacho de la Jefatura de Policía. Allí volvió a interrogarlo y amenazarlo, reiterándole que debía colaborar con las “fuerzas del orden”, diciendo todo lo que sabía. Pues de otro modo sería enviado a Tucumán y “de allí no volvería”. Lindow -conocido popularmente como “Rody”-, pudo comenzar respirar en paz recién hacia 2005 o 2005 (treinta años después de su detención). Pues aunque en la Argentina regresó la democracia, durante un largo periodo conservaron su poder quienes secuestraban y segaban vidas desde los años 70 en Santiago del Estero.
“Allí me hacen sentar en una silla, dentro de una sala tenebrosa sin decirme nada…”, narra Lindow con renovados escalofríos por el momento vivido.
“Como media hora en una pieza cuando aparecieron dos sujetos con caras de facinerosos. Dos negros grandotes con tonada tucumana, que comenzaron a interrogarme…
“Me hablaban de una correspondencia de la guerrilla, que supuestamente yo recibía, acusándome de ser correo de la guerrilla…
“Parece que habían interceptado una correspondencia que según después me enteré iba para la Librería Nuevo Norte, de unos chicos que militaban en la Juventud Peronista.
“Como en ese tiempo no permitían que el cartero distribuyera las cartas local por local, yo solía recibir todo en mi despacho, y luego cada locatario venía a buscar su correspondencia”, explicó Lindow. “Allí me tuvieron largamente, y me decían que me convenía decir todo lo que sabía, pues si me llevaba a Tucumán, no iba a volver” (y hacía señas con un dedo, pasándolo rápidamente por su cuello a la altura de la nuez).
En ese interrogatorio, junto a los “negros tucumanos”, estaba presente el capitán Jorge Alberto D`Amico. Quien, según Lindow, vestía de uniforme militar. Y si bien no lo golpeó en ningún momento, sí lo presionaba para que hablase de su supuesto vínculo con la guerrilla.
“Me interrogaban sobre si yo hacía vuelos al Paraguay en busca de armas. Yo les dije que viajaba porque soy aficionado, hacia Pampa de los Guanacos, porque llevaba gente para la construcción de la ruta nacional 16″, dijo.
En cierto moemnto apareció en la DIP quien era el jefe de Policía de la, teniente coronel Ramón Warfi Herrera. Solamente lo miró, con actitud despectiva y preguntó:
“¿Éste es Lindow”?
Algunas semanas después cuando estuvo en libertad, ese mismo militar lo hizo llamar por teléfono ordenándole que se presente en su despacho de la Jefatura de Policía. Allí volvió a interrogarlo y amenazarlo, reiterándole que debía colaborar con las “fuerzas del orden”, diciendo todo lo que sabía. Pues de otro modo sería enviado a Tucumán y “de allí no volvería”. Lindow -conocido popularmente como “Rody”-, pudo comenzar respirar en paz recién hacia 2005 o 2005 (treinta años después de su detención). Pues aunque en la Argentina regresó la democracia, durante un largo periodo conservaron su poder quienes secuestraban y segaban vidas desde los años 70 en Santiago del Estero.
Fuente:DiariodelJuicio
Envío:CecilioM.Salguero
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