19 de agosto de 2012

TRELEW: LA ANTESALA DEL TERRORISMO DE ESTADO.

La antesala del terrorismo de Estado 
Año 5. Edición número 222. Domingo 19 de agosto de 2012 
Por Eduardo Anguita 
eanguita@miradasalsur.com
Afiches. De la colección del artista Juan Carlos Romero, que se exhiben en la ESMA 
El miércoles se cumplen 40 años de la Masacre de Trelew. Tres testimonios rememoran en primera persona los pormenores de la fuga y los posteriores fusilamientos. 
Jorge Luis Colorado Marcos estaba en el sur de la Argentina con muchos militantes de la FAR y del ERP que participaron de lo que era el apoyo a la fuga que se había planificado y que, finalmente el 15 de agosto de 1972, permitió salir a seis de los máximos dirigentes de las organizaciones argentinas del que consideraba la dictadura el penal de máxima seguridad de Rawson. Otros llegaron hasta el aeropuerto de Trelew, se entregaron y, días después, se produjo lo que se conoce como la Masacre de Trelew, el fusilamiento de 19 militantes, tres de los cuales sobrevivieron.

–En ese momento, agosto de 1972, teniendo en cuenta la cantidad de bajas, sobre todo presos y muchos compañeros caídos, vos tenías una gran responsabilidad dentro del ERP y te tocó estar al frente de lo que era la parte externa de esta fuga en combinación con algunos cuadros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. ¿Cuáles son hoy tus recuerdos pasados 40 años? 
–Para mí la responsabilidad que yo asumí libremente fue en función de reemplazar a los compañeros de nuestro partido y nuestra organización. Aunque ellos estaban presos, ejercían la dirección política y nos orientaban. Teníamos un camino revolucionario trazado y que fue fruto de la lucha de nuestro pueblo expresado en el Cordobazo y el Rosariazo. Fuimos con mucho optimismo y temor porque en esa zona de Rawson no existía nuestro movimiento. Era muy embrionario. Había, además, una zona de seguridad de las Fuerzas Armadas. En aquellos tiempos los revolucionarios no teníamos otra opción porque no había legalidad, así que todos los juicios eran parodias, las famosas camaronas que había creado la dictadura.

–No había otra opción que la fuga. 
–Claro. Nuestros compañeros no tenían más opción que fugarse. Ellos estaban en una zona inhóspita, en una cárcel de máxima, habían concentrado grandes tropas antiguerrilla. Estaban esperando la liberación de nuestros compañeros desde el exterior. A través de un trabajo extraordinario realizaron la epopeya que fue la toma del penal. Lamentablemente, nosotros no pudimos garantizar el traslado de todos los compañeros en tiempo. Y como los responsables del traslado se alejaron, habíamos dispuesto cuatro vehículos, pero se tuvieron que retirar de forma prematura porque entendieron mal una señal como que la operación había fracasado. Cuando llegaron los compañeros al aeropuerto, yo, que era el responsable de la operación externa, ordené que volviéramos al penal. Había contradicciones en las versiones de los compañeros. Estaba todo bien. Si bien había ocurrido un pequeño tiroteo en la puerta, había pasado inadvertido porque eran habituales los escapes de tiros.

–¿Qué pasó después? 
–Volvimos pero la distancia de Rawson a Trelew eran casi 30 kilómetros de un camino bastante en mal estado. Nos cruzamos con los compañeros fugados, los de la dirección, y no nos vimos. Fuimos hasta la cárcel y ya estaban las fuerzas represivas apostándose. No tuvimos más remedio que volver. En el aeropuerto estaba la misma situación. Entonces nos retiramos con un compañero de las FAR hacia la cordillera. En la parte práctica yo estaba a cargo del aeropuerto. Ahí estaban una compañera y un compañero. Cuando decidí ir al penal le dejé las instrucciones a la compañera que demorara el vuelo lo máximo posible. Había tres vuelos por semana que cubrían de Comodoro Rivadavía a Buenos Aires. En aquella época era muy común esperar si alguien pedía que lo aguardaran por algún motivo. En la montaña volcamos y yo fui detenido. El compañero que venía conmigo fue a buscar ayuda se encontró con una pinza y hubo un intercambio de disparos. Él se metió en Donovan, un pueblo cercano a Trelew, y una pobladora, que tenía una unidad básica, lo protegió. Estuvo ahí durante un mes. Esa familia le cavó un pozo en un gallinero. Al mes salió, a través de los compañeros de solidaridad de Bahía Blanca, en el techo de una camioneta. Cuento esto porque el apoyo de la población nosotros los sentimos. Y el repudio que causó en Trelew y Rawson la masacre de nuestros compañeros.

–El riesgo que significaba una operación en un momento en lel que la dictadura de Lanusse estaba dispuesta a todo. Esto se sabía antes del fusilamiento de los compañeros. Y se materializó de una forma tremenda de tenerlos una semana en la base Almirante Zar y torturarlos moralmente hasta fraguar una fuga imposible de justificar. Cuando a vos te detienen, ¿cómo te enteraste de que se habían producido los fusilamientos? ¿Cuáles fueron tus sentimientos en esos momentos? 
–A mí me detiene la Policía Provincial de Chubut. Eso me salvó porque si me llegaba a detener las fuerzas militares me hubiesen llevado a la base. Había contradicciones entre las fuerzas represivas. Entre la Gendarmería, la Marina, el Ejército y las fuerzas policiales provinciales. A mí me llevan a la comisaría tercera y me aíslan. Los presos comunes me hicieron escuchar la radio. Y así me enteré.

Homenajes y actos contra el olvido 

Los actos para recordar los 40 años de la Masacre de Trelew, perpetrada al 22 de agosto de 1972, comenzaron el miércoles en Chubut y se extenderán hasta el próximo miércoles, día en que se realizará el acto central en el Centro Cultural por la Memoria en el ex Aeropuerto de Trelew, donde se iniciaron los hechos.

Hoy, a las 13, en el Centro Cultural por la Memoria, se realizará un acto central en reivindicacion de la fuga y en homenaje a los militantes asesinados. Mañana lunes a las 9 habrá una charla taller, Memoria y derechos humanos, a cargo de Patricio Torne, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.

Luego, a las 17, se inaugurará la muestra de trabajos editados por el Colectivos de HIJOS, en el Centro Cultural por la Memoria que funciona en el ex Aeropuerto de Trelew. En el mismo lugar, pero a las 18, se presentará el libro Humor y resistencia, de ex presas.

El martes a las 9, en la escuela Padre Juan de Trelew se presentará el mural 22 de Agosto, en el marco del programa provincial Futuro con memoria.

Una hora más tarde, en el Ministerio de Educación de Rawson, se inaugurará una placa con poemas de Eduardo Galeano, con la presencia de Vicente Zito Lema. A las 10.30, en el Espacio Incaa de Rawson, se proyectará el documental Fotos de familia-la historia de los Pujadas, con presencia de la familia Pujadas, evento que se repetirá 15.30 y a las 21.

A las 18, en el sindicato Sitravich de Rawson, habrá una charla debate Unidos y organizados, a cargo de los diputados nacionales Andrés Larroque y Leonardo Grosso, y Emilio Pérsico.

A las 20, en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco se realizará la presentación del libro de Marcela Santucho. Los actos del martes finalizarán con una peña popular en el Gimnasio Municipal II de Trelew.

Finalmente, el miércoles 22, a las 12, se inaugurará un mural popular en la Laguna Chiquichano y a las 16 se realizará el acto central en el Centro Cultural por la Memoria-ex aeropuerto de Trelew.

“La memoria de Trelew está aún muy fresca”

Año 5. Edición número 222. Domingo 19 de agosto de 2012 
Por Eduardo Anguita 
eanguita@miradasalsur.com

Entrevista a Luis Lea Place. 

Luis Lea Place es hermano de Clarisa Lea Place, fusilada el 22 de agosto de 1972 en la base Almirante Zar. “Hace unos meses estuve en Trelew, con el inicio del juicio, y la verdad es que los mejores recuerdos los tuve en ese momento. Fui invitado a una peña de compañeros de nuevas generaciones políticas: estuve con casi 200 compañeros jóvenes, que levantaban a los compañeros de Trelew. Es muy impresionante ver que después de 40 años jóvenes de la misma edad de los compañeros de Trelew tuvieran ese tipo de participación. La memoria histórica de Trelew está muy fresca a través de las nuevas generaciones”, dijo, entrevistada en el programa Hoy más que nunca, que se emite por Radio Nacional.

–¿Cómo era Clarisa? 
–Desde muy chica era muy aplicada: tenía todo 10 en la primaria, en la secundaria, en la universidad. Una vez incluso sacó un 9 en Geografía cuando estaba en la secundaria, y yo la cargaba que ya estaba aflojando un poco en los estudios, y ella se reía. Una persona que a los 13 años era profesora de inglés. Entonces, con esa misma constancia, cuando entró a militar estando en la universidad, siempre la mantuvo en su vida. Hasta que fue fusilada.

–¿Dónde estabas en el momento en el que fusilan a Clarisa y al resto de los compañeros? 
–Estaba preso en Resistencia. Yo y otros dos o tres compañeros más, como teníamos familiares en Rawson, pedimos el cambio a Rawson, porque estábamos al tanto de la fuga. En mi caso, quedé a mitad de camino, en la cárcel de Devoto. Me enteré de la fuga y luego de la masacre por radio, estando en Devoto.

–El otro día entrevistaba a Celedonio Carrizo. Se escaparon seis ese 15 de agosto, 19 quedaron en la base y un pelotón como de ciento y pico quedó ahí en la salida. Contó Celedonio que él vivió una situación muy extraña: llegó a entrar a los autos donde estaban los 19 y un compañero le dijo: “No, salí que viene fulano en tu lugar”. Había un orden de importancia por el compromiso que tenían los compañeros. Quería preguntarte: quizás, a lo mejor, vos hubieras estado en la lista de los 19 junto a tu hermana, o en lugar de tu hermana. ¿Alguna vez se te cruzó por la cabeza eso? 
–Sí. Casualmente estando en el Chaco, por vía interna, nos enteramos de la fuga, entonces por eso pedimos allá. El orden de salida tenía dos criterios: uno era el de importancia política y el otro criterio era si uno tenía una causa demasiado grande. El segundo criterio me tocaba a mí, porque yo tenía una causa bastante grande, entonces quizás estaba dentro de los 19, si hubiera llegado.

–Estabas en la cárcel de Rawson cuando vos te enteraste de la bomba que pusieron en tu casa familiar de Tucumán. 
–Sí, en el año 75. Todos los familiares de Trelew, en una u otra oportunidad, fueron asesinados. Como mi papá, que fue asesinado. También está el caso de la familia Pujadas. No solamente hubo una masacre de los compañeros en Trelew, sino que posteriormente nuestros familiares fueron perseguidos y asesinados. 

–Pasaron 40 años. Mucho antes te habían detenido y tenés una anécdota en un traslado en tren. Tenías 18 o 19 años. Me gustaría que la contaras, porque muchos jóvenes por ahí no saben lo que era el compromiso revolucionario. 
–Es importante lo que remarcás. Estamos hablando de la dictadura de 1966. No había libertades, estaban todas cercenadas. En esa época éramos todos muy jóvenes. No solamente yo, sino la generación que resiste al golpe del 66. Yo caí preso en Buenos Aires, tenía 18 años. Me buscaban desde Tucumán, una causa anterior que tenía, a los 17, por “actividades políticas”. Cuando me trasladaron en un tren, los que me llevaban se durmieron. Aproveché para zafarme de las esposas que tenía y salté del tren en Rosario. Así fue que me escapé.

De Rawson a Dársena Norte: recuerdos de los calabozos de Lanusse 
Año 5. Edición número 222. Domingo 19 de agosto de 2012 
Por Lucrecia Cuesta 
Abogada. Ex presa en el penal de Rawson 
lesahumanidad@miradasalsur.com 
Cuarenta años son muchos como para no pensar en la intensa vida que se va, la vida que viví y que con gusto volvería a vivir si se me diera la oportunidad. A mediados de agosto de aquel 72 de Lanusse me fui del penal de Rawson. 

Como se van los delincuentes. Como se van los que quieren –además de una repartija distinta del dinero y de la riqueza social– unos valores distintos, otra moral, otra estética y un yo que encuentre siempre en el otro una extensión del amor y la fraternidad para transitarla en libertad. Hice mi petate en aquella celda de Rawson, no sin antes ponerme un poco de color en los labios y en los cachetes, costumbre que hasta hoy conservo. 

Y me subieron al avión, encadenada, esto es, esposada todo el viaje a un caño que corría todo a lo largo del interior de la nave, de popa a proa, si cabe la terminología. Me tocaba –en ese momento no lo sabía– el legítimo orgullo y jamás empequeñecido honor de inaugurar por segunda vez el buque Granadero. 

No voy a abundar en el horror que significa instalarse en el rol de prisionera política en un barco bajo la dictadura militar como la de entonces. Si muere alguno de los nuestros, este barco queda al garete, fue lo más suave que escuché en aquellos días. 

El bajel rolaba, sin saber que era una cárcel, amarrado a la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires. Por segunda vez, digo, pues, esto lo saben pocos en este país, una de las más crueles y homicidas dictaduras que padecimos antes de marzo de 1976. 

Pergeñó un “régimen de máxima peligrosidad”, orientado a reducir a la catatonia al prisionero político mediante una suerte de electroshock psíquico al que se lo sometía antes y después de la picana. Se amenazaba, en esa época, al detenido –es mi caso– con quitarle para siempre a sus hijos. Rumbos ciertos marcó en esta perversión el degenerado fascista Hugo Norberto D’Aquila, jefe de psiquiatría de la cárcel de Villa Devoto y pariente de un conocido basquetbolista. 

Lo cierto es que no hay que seguir creyendo que el de Lanusse fue un gobierno de facto pero más blando que los anteriores y que, al fin y al cabo, entregó el poder a la civilidad. La dictadura de Lanusse, por dentro, fue más sanguinaria que la de Onganía. Lo podemos asegurar quienes la sufrimos, y si no fue más allá, ello se debió a que ya la movilización popular era incontenible y Perón les marcaba la cancha a los militares. 

Yo estaba presa en Rawson ya que el de 1972 fue un año duro para los milicos. Les hicimos la guerra, ese año, con lo que teníamos, y la hubiéramos hecho hasta “en pelotas” como decía aquella famosa orden de batalla de San Martín. Mordieron el polvo de la derrota, ese año, en el terreno para el cual los educan y los entrenan. 

Los educaban en la locura colectiva de que los partisanos son seres humanos, pero que apenas se acercan a lo humano. Los entrenan para vencer al enemigo que ataca a la patria y resulta que los vencíamos nosotros, que éramos más argentinos que ellos y nacíamos, en lo militar, de la nada, de nuestras propias, pequeñas e incipientes fuerzas. 

En abril del 72, las garras de DIPA (así se llamaban los servicios de la época) cayeron sobre nosotros. Calle Moreno, piso 9. Allí se torturaba en aquella época con el conocimiento y la aquiescencia del presidente de la Nación y demás funcionarios de la escala jerárquica, y con el silencio cómplice de los diarios La Nación y Clarín entre otros. 

Sólo con ese odio alimentado por doble vía se puede enfrentar a un combatiente desarmado e inerme y hacer con él lo que hicieron. El sabor de la corriente eléctrica es dulzón. Amargo para otros, insípido para los más. Pero no es cuestión de sabores en trances como ése. Es cuestión de sobrevivir. Un calabozo de un metro de ancho, un techo de un metro y medio y un reflector con lámpara chica pero intensa sobre la cara del prisionero acostado. Escasamente se puede torcer la cabeza hacia los lados, pues, en ese caso, el vigía entra y la golpiza continúa. 

Así estuve durante un mes; me desentumecía un poco y el cerebro descansaba cuando me tiraban algo de comer. Luego, vuelta lo mismo. Un mes así. Habité las alcantarillas del gran acuerdo nacional de Lanusse. Calle Moreno, noveno piso. Ciudad de Buenos Aires. Atravesé ese límite entre la solidez del ente como lo concebía Parménides y la evanescencia intangible como quiere Hermann Broch que fue la muerte de Virgilio. 

Allí, en ese tiempo, viví el límite. Supe cómo era el límite. Salí, si no indemne, entera. Me esperaban en Devoto las sonrisas y el calor de mis compañeros, que eran de los dos colores ideológicos que entonces se batían por otros valores: marxistas y peronistas.

Sólo después visité Rawson. Por un acaso del siempre caprichoso azar no solté nada de lo que me preguntaban. Me preguntaban sobre el padre de mis hijos. Pero, ¿quién puede entregar al hombre que le ayudó a parir a sus hijos? No. Inaudible: ¡Hijos de puta! Sí gritaba. Gritaba con una voz que nunca supuse atributo mío y que también nunca pensé que me permitiría alguna vez gritar así. El grito desahoga el dolor. El intensísimo dolor. No escribo sobre un grito pintado. 

Escribo sobre un grito que exorciza el dolor. Y el miedo. Es la única defensa con que cuenta el torturador. La resistencia ante lo humano desbocado y pervertido en saña y crueldad alucinan –esto lo pienso ahora–; es del orden de lo inconsciente, del artificio y del ritual. Es inconsciente porque uno no sabe que posee ese objeto, esto es, la posibilidad de resistir; es lo segundo porque uno actúa, con la pizca de la conciencia que le funciona, para confundir y morigerar, así, el sufrimiento. 

A veces da resultado. En Rawson, ahora lo recuerdo, algunos compañeros simulaban vahídos o estados mentales fronterizos para lograr el pase a la enfermería, un descanso al fin y al cabo. Mi propio compañero apeló a esa artimaña. Me llevan a Devoto incomunicada y de allí, por primera vez, al buque Granadero, prisión para detenidos de “máxima peligrosidad” aprobada por Lanusse, el “político”, el de la “dictablanda”. Eramos ocho –ya lo dije– las mujeres que conocimos, aquella vez, el buque Granadero, apostado en la Dársena Norte. 

Para describir el horror se requieren dos cosas: tiempo y talento literario. Yo no presumo contar con éste y mis ocupaciones cotidianas golpean a mi puerta. De manera que, sin entrar en detalles macabros, sólo diré que les hicimos varias huelgas de hambre y que les escupíamos en la cara los sones de nuestras marchas, las marchas de la militancia de aquella época. 

En julio de 1972 nos trasladan a Rawson. Traslado significaba, entonces, sólo eso, ir de un lugar a otro. Mi pabellón era el 5; el de mi compañero (recién traído desde el Chaco) el 3. Enfrente estaban los presos de Sitrac-Sitram, los sindicatos combativos de Fiat Córdoba. Allí, en esa cárcel de “máxima peligrosidad”, conocí a Agustín Tosco. Su sindicato no le hacía faltar nada. Y, por ende, nada nos faltaba a nosotros. 

Tosco nunca dejó de repartir hasta la última manzana que recibía. Compartió todo. Como el Che, digamos. En ese momento, tres días antes de la fuga, me requieren los “jueces” de Buenos Aires. Me requiere Jaime Lamont Smart, partidario de la pena de muerte y cuyo secretario, Frola, cuando me vio con mi hijo en brazos, insinuó quitármelo para dárselo a su esposa. Frola creo que fue hace poco defensor de Videla. 

Son los tiempos, diría Rulfo. Es lo que hay, digo yo. Falta, pero la brújula K está indicando el Norte y no nos perderemos. El Camarón, es decir, el fuero antisubversivo o Cámara Federal en lo Penal ad hoc (porque había sido creada para ese único objeto: juzgar a los guerrilleros) nos condenó a muerte. 

El Código Penal había sido reformado por las Fuerzas Armadas (las que después se rendirían en Malvinas) y la muerte era una sanción expresamente contemplada en el texto. 

La muerte por fusilamiento, como fue la muerte de Dorrego y la de Severino Di Giovanni y la de tantos otros. Los que querían nuestra muerte se llamaban: Munilla Lacasa, Lamont Smart y César Black y otros “jueces” más que la memoria me escamotea. No es fácil, que se sepa, escribir sobre estas cosas. Pero es obligatorio. 

Pienso, en esta hora en que me ha sido dado memorar la masacre de nuestros queridos hermanos de Trelew que, en vez de matarnos, nos mandaron a sufrir a Rawson en clima y geografía inhóspitos. Nos mandaron allí los que después se rendirían ante los extranjeros y los que nos negaban estatus de beligerantes conforme los acuerdos de Ginebra porque –decían– no éramos más que un hato de delincuentes a los que había a exterminar sin reparar métodos. 

Y hoy, sentados en el banquillo que entre Alfonsín y Kirchner crearon, claman atenuantes para su cobardía porque “aquello fue una guerra”, arguyen los miserables. Y seguimos. El caprichoso azar me ató a ese avión y me depositó en un barco. 

Tres días antes de la fuga. Mi compañero quedó en Rawson. No alcanzó a irse a Chile. Hoy vivo de mi profesión pero no dejo de sufrir a mi país. Lo quiero y, por sobre todas las cosas, siento alegría, por el hecho de que, por vez primera, un gobierno enfrenta a las corporaciones y ha sabido restituir a la clase trabajadora, destruida en los 90, como actor social y político en el contencioso de clases que se libra en este país. Mi educación ideológica incluyó algunas columnas sólidas, siempre con los trabajadores. 

Y siempre con la mirada puesta más allá del horizonte, en una patria mas igualitaria y solidaria. Es el módico homenaje que puedo rendir a mis compañeros masacrados en Trelew.
Fuente:MiradasalSur

No hay comentarios: