18 de agosto de 2013

ENTREVISTA A PILAR CALVEIRO.

18.08.2013
PILAR CALVEIRO, AUTORA DE POLÍTICA Y/O VIOLENCIA, UNA APROXIMACIÓN A LA GUERRILLA DE LOS AÑOS SETENTA
"La desaparición forzada sigue operando, pero con redes privadas" 
La reconocida politóloga analiza los vínculos entre el poder y la violencia y sostiene que algunas prácticas del terrorismo de Estado de los años '70 hoy se expresan a través de la trata de personas, el narcotráfico y las mafias. "La política no implica sólo un acto de violencia", asegura. 
Por: María Victoria Dentice
El filósofo contemporáneo italiano Giorgio Agamben ya expresó en la tercera entrega de su libro, Homo Sacer: Lo que queda de Auschwitz, la importancia de volver al testimonio de las víctimas de los campos de concentración para escuchar qué tenían para decir, a pesar de que la mayoría de las veces era algo que no podía ser puesto en palabras. Retrotraerse a la importancia que tiene el testimonio es vital para entender desde dónde habla en sus libros Pilar Calveiro, militante y sobreviviente de dos centros clandestinos de detención de la dictadura. 

Calveiro fue secuestrada un sábado de 1977 en la calle San Antonio de Padua y liberada el 23 de octubre del año siguiente. Permaneció un año y medio desaparecida en Mansión Seré y en la ESMA. Fue un período que incluyó la desesperación de arrojarse al vacío desde una ventana, con varios huesos, un brazo y unas cuantas costillas fracturadas. Fueron años de horror que la llevaron a escribir de manera objetiva, rigurosa, para entender la lógica que rigió el aparato del poder de aquel momento y su vínculo estrecho con la política y la violencia. Y por qué no, de un poder que no puede prescindir de la violencia.
Calveiro recibió a Tiempo Argentino en la pequeña terraza de la editorial Siglo Veintiuno, donde habló de su último libro Polìtica y/o violencia, de sus trabajos anteriores, de las formas actualizadas del poder represivo de los '70 y de su visión de la política actual.
 
–¿Qué valor tiene para usted el testimonio?
–Nadie puede tomar la voz de los otros, en todo caso se habla con los otros, y de alguna manera la memoria tiene que ver con volver a traer a los otros, hacerlos presentes sin hablar por ellos. En ese sentido el testimonio es muy importante porque trae distintas voces de aquellos que vivieron desde distintos lugares una misma experiencia. Todo testimonio implica un procesamiento de esa experiencia y son extraordinariamente enriquecedores porque hablan de cosas que no son visibles de manera inmediata. Lo que permitió saber qué había ocurrido en los centros clandestinos fueron los testimonios, por eso se siguen utilizando en los juicios. Es un material privilegiado para acceder a fenómenos que se intenta esconder, o directamente, con el paso del tiempo, se obturan. 

–¿Sus libros apelan a él?
–Sí, armé mi libro anterior, Poder y desaparición a partir del testimonio de otras personas, y luego Política y violencia a partir de documentos de la época. Los dos tienen el mismo sustrato: haber vivido una historia personal, que al mismo tiempo fue colectiva.

–En el titulo de su último libro, Violencia y/o política, hay una tensión marcada por los signos de conjunción y disyunción…
–Para explicarlo podríamos decir que hay dos grandes posiciones históricas sobre la política y la violencia. La mirada que tiene que ver con la corriente del realismo político y también del marxismo, que plantea que la violencia es el núcleo de la política. Pero hay otra corriente –pienso en Hannah Arendt– que plantea que donde empieza la violencia acaba la política. Yo pienso que entre la violencia y la política existe sí, una tensión, que la violencia está en el núcleo de la política, pero que la política es mucho más que la violencia, es decir, no implica sólo un acto de violencia. El hecho de que el titulo sea Política y/o violencia intenta hablar de esta conjunción, pero también de una disyunción.

–¿Cómo se reactualiza el poder desaparecedor en la sociedad actual?
–El fenómeno de desaparición es un fenómeno diferente al del poder asesino; si bien desde tiempos inmemoriales el poder tiene esta capacidad de matar, este último tiene que ver con esfumar a un grupo de la vida política. Creo que esta forma de la desaparición radical del otro tiene antecedentes en la Segunda Guerra, en el antisemitismo. Pero lo más inquietante de todo es que esta práctica de la desaparición que vivimos en los '70 no ha finalizado. Tenemos formas de la desaparición forzada que siguen operando en países donde está siendo practicada por redes particulares como las mafias, el narcotráfico o la trata de personas. De manera que lo que sucede ahora son prácticas de desaparición forzada de personas, no a nivel estatal sino en redes privadas, y esto me parece que es uno de los signos de la nueva forma de organización del poder…

–¿Qué rol juega el Estado?
–En la fase global, en este momento histórico, se cree que hay un debilitamiento del Estado. Yo creo que no hay tal, sino un escalamiento, que no es lo mismo. Lo que se debilita hasta cierto punto es el Estado/Nación, pero hay un escalamiento de instancias estatales que se volvieron supra nacionales: las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad, el FMI, la OTAN, etc. Son instancias que se encargan de establecer nuevas formas de la legislación que se homologan a nivel internacional y que establecen nuevas formas de lo represivo y de la violencia mediante políticas de carácter económico y poblacional. Hay un cambio de lo que llamaríamos "la estructura del estado nacional". Las instancias estatales, a nivel mundial, están cada vez más atravesadas por lo corporativo/privado.

–Usted menciona que no alcanza sólo con hacer un análisis entre violencia y política sin incluir esa tercera pata que es la ética..
 –Sí, yo creo que la política es tensada por un lado por la violencia, que es inseparable de ella, y por otro lado por la ética. La ética le trae a la política la demanda de justicia,  y eso es fundamental. Cuando hablamos de política hay que hablar ya de la presencia de la violencia y de esta demanda de la ética. Si desconocemos una, se sustrae la otra. Cuando se desconoce la dimensión violenta de la política y se habla de una democracia transparente, sin violencia, es algo falso, todo se reduce a no matar, que es importante, pero hay más que eso. Cuando hablamos de justicia lo que se está demandando es la atención del otro, es dar una respuesta a otro, entendiendo al otro como el que está en una posición de desventaja, el desprotegido. La política reclama un doble reconocimiento de la dimensión ética y violenta, si no se seca, es como una caricatura de si misma, no es política. Si no atendés a la justicia la política es pura dominación (risas).
–Es fuerte decir que la violencia es intrínseca, inseparable del Estado…
–Esto ya lo trabajó Walter Benjamin, que definió una violencia conservadora y otra revolucionaria, fundante. La violencia conservadora es la del Estado y opera a través del derecho que establece qué se puede y que no, y cuando uno hace lo que no se puede, te castiga. Ahí aparece la violencia del Estado. Pero cuando se habla de la violencia fundadora, es ya una violencia que si resulta exitosa se convierte o funda un Estado.

–Eso sucedió en los '70 con la dictadura…
–Claro, en el núcleo del Estado, una vez más, residió la violencia. En la Argentina se practicaron todas las formas de la violencia política, no fueron hechos aislados.

–¿Es casual que sociedades tan dísimiles compartan la misma raíz violenta?
–Las sociedades cambian por acá, por allá, pero sólo en apariencia, siempre hay un núcleo que se reproduce. Se hablaba del mundo bipolar, donde había una colocación de las realidades nacionales dentro de una organización global. Con el comienzo de la globalización lo que hay es un gran modelo que tiende a la homologación a nivel planetario de distintas políticas, si bien hay resistencias que se salen de ese ordenamiento global, algo que estamos viviendo en América Latina y en Argentina en particular. Hay que encontrar alternativas, desvíos para impedir la penetración de los organismos transnacionales. Sin embargo, lo que predomina en el mundo son estas políticas que tienden a la homogenización en el ámbito del derecho, la economía, y lo político…

–¿Cómo analiza hoy la política en la Argentina?
–Argentina hizo un proceso muy interesante en los últimos diez años. Ha logrado buscar y encontrar algunas formas de eludir este gran control global que viene arrasando. Lo ha hecho con mucho éxito en algunos rubros, con éxito menor en otros, pero los logros no son irrelevantes. Así como decíamos que el Estado/Nación está siendo rebasado por instancias supra nacionales, eso no quiere decir de ninguna manera que quien esté a cargo del gobierno de un Estado sea irrelevante, todo lo contrario. En Argentina en la última década ha ocurrido un fenómeno de dignificación de la política, que va en contramano de las tendencias globales, que tienden al ninguneo de la política. Aquí hubo un proceso inverso, de participación de las generaciones jóvenes, etc. Me parece importante esta experiencia y me parece importante, de nuevo, abordarla de una manera crítica.Yo creo que la política requiere de la crítica, que cuando no se puede incorporar la crítica, lo que se hace es dogma. Lo heroico, los dogmático, son los verdaderos enemigos de la política.
 
Poder, memoria y violencia
–¿Cuál es para usted la importancia de reconstruir la memoria?
–La memoria es una práctica social principalmente, no es un concepto y permite tomar la experiencia que vive una sociedad, resignificarla y hacer una transmisión de sentido de ella. Quiero decir, no es una transmisión literal, sino que toma los sentidos de lo vivido y los hace jugar en el presente. 

–En su libro Poder y Desaparición dice que todos los poderes son asesinos ¿por qué llega a esta reflexión?
–Todos los poderes tienen en su núcleo la capacidad de ejercer violencia y en este sentido todos los estados aún desde el núcleo aparentemente menos letal, que es el derecho, conservan la capacidad de ejercer esa violencia. Me refiero a una violencia de carácter represivo. No hay Estado que de una u otra manera, no se atribuya el derecho de tomar la vida de determinados grupos, de determinados sectores. En ese sentido creo que todos los poderes son asesinos. Sin embargo, lo que muchos de nosotros vivimos en los '70 era una violencia muy específica que no sólo era asesina, sino aterrorizante y que dio lugar al terrorismo de Estado.

–¿Cree que hay que volver a revisitar esa época?
–Lo importante es hacer el proceso de lo que fue esa experiencia para tratar de entenderla, de explicar qué nos pasó como sociedad en ese entonces y cuáles son las responsabilidades que les caben a los distintos sectores y que nos caben a cada uno de nosotros. Comprender y criticar lo vivido, para lograr, a partir de eso, construir otra cosa. Fijate lo que sucede en el país en este momento, se pudo construir otra cosa a partir de la mirada crítica sobre los '70.
–Usted afirma que no hubo sector o partido político que no participó de la dictadura…
–Creo que la intervención de las Fuerzas Armadas en la vida política no se puede pensar al margen de la participación de los partidos políticos. Una vez más aparece en la historia argentina esa relación entre violencia y política, porque lo autoritario se disemina y penetra en la sociedad, en los partidos políticos, en la escuela, en la Iglesia… se ramifica en todos y cada uno de los órdenes sociales.
 
Un ensayo fundamental
En Política y/o violencia, Pilar Calveiro explora las circunstancias que llevaron al momento de máxima violencia en el país en los años setenta. Más allá de la innegable responsabilidad de los militares, analiza el papel de la insurgencia armada.
Fuente:TiempoArgentino               

No hay comentarios: