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Santiago 2815
Rosario
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Che: el Pensador, la Teoría, la Crítica y el
Legado
Fernando Martinez Heredia – CubaDebate
La obra de Ernesto Che Guevara es una
de las cumbres de la historia del pensamiento político cubano; al mismo tiempo,
él fue uno de los más prominentes entre los pensadores que participaron en el
proceso de universalización del socialismo y el marxismo que sucedió en el
siglo XX.
Su actuación y su concepción constituyen una de esas expresiones supremas del
radicalismo que existen siempre dentro de la compleja diversidad de componentes
que contiene el campo de cada revolución. Fue un caso análogo al que constituyó
José Martí respecto a la Revolución del 95, que pudiéramos sintetizar
mencionando cinco rasgos principales de las ideas y la actuación martianas: el
tipo de política insurreccional que promovió –que era a la vez el arma
indispensable y la escuela para transformar a los participantes–, y la práctica
que hizo de ella; su propuesta de convertir la independencia en una liberación
nacional y de forjar una república nueva; el extraordinario y singular cuerpo
de ideas que desarrolló, que entre otros aspectos contiene una interpretación
pionera de comprensión y crítica del mundo moderno, y postula la necesidad de
revolucionarlo desde la perspectiva de los que fueron colonizados; la
consecuencia absoluta entre sus ideas y su conducta; y el alcance de los cuatro
rasgos citados, que trascendió mucho a un mero enfrentamiento de las
circunstancias en que actuó.
Expondré
algunos aspectos seleccionados de la actuación y la concepción del Che que dan
cuenta de ese papel descollante que tuvo en el pensamiento cubano, en la
universalización del socialismo y el marxismo y en el radicalismo
revolucionario. Su examen también puede sintetizarse en cinco rasgos, referidos
al tipo de política que promovió y practicó, la propuesta que hizo, el
extraordinario y singular cuerpo de ideas que desarrolló, la consecuencia
absoluta entre sus ideas y su conducta, y el alcance superior de su actuación y
su concepción respecto a sus circunstancias. Lo haré en forma más bien
telegráfica y destinada a estimular el diálogo.
En
el proceso de la insurrección y hasta su muerte durante la primera etapa de la
Revolución en el poder –la que va de 1959 a inicios de los años setenta–, el
Che compartió con Fidel la colosal aventura de la Revolución y lo siguió
siempre, como el líder supremo del proceso y como un pensador radical
excepcional. En el transcurso de aquellos años, Fidel debió asumir sobre todo
las funciones de dirigente máximo y de educador popular, y el Che, que desempeñó un cúmulo de responsabilidades
prácticas en numerosos terrenos, elaboró al mismo tiempo una obra teórica que
es el más importante monumento intelectual de la Revolución, obra que ha
resultado muy trascendente para la estrategia y el proyecto cubanos hasta el
día de hoy, y que lo será en el futuro que alcanzo a pensar.
Las
revoluciones son procesos complejos, que para triunfar deben subvertir y negar
el orden vigente, demoler sus instituciones y desvalorizar sus símbolos;
promover el carácter libertario e implantar disciplinas férreas, hacer de la
unidad un valor superior, ser muy desafiantes y llegar a ser respetables, y
construir un nuevo orden que reúne creaciones, adaptaciones, nuevas relaciones,
instituciones, valores y costumbres, permanencias; en suma, un orden que
combina promesa y administración, defensa y autocrítica, novedades y rutina. Si
se estudia, se puede historiar el proceso, periodizarlo y hacer valoraciones
sobre su curso. Alguna vez se ha propuesto el símil de un péndulo para mostrar
el ciclo que suele caracterizar el curso y el mundo ideal de las revoluciones:
primero, avances hasta un punto de máximo radicalismo; después, detenciones,
retrocesos y estabilización. El péndulo, que había oscilado hasta un punto máximo
hacia delante, hace giros cada vez menores y se va deteniendo al centro de la
escena, pero el eje que lo sostiene se ha trasladado ya a un punto mucho más
adelantado que el que ocupaba al inicio del ciclo. Martí y el Che habrían
llevado el péndulo a su máximo punto de avance.
Aunque
fueron hombres de acción que con ella colmaron sus vidas y llenaron sus épocas,
y esa actuación y sus virtudes constituyen un tesoro moral y un ejemplo
imperecederos, cuando volvemos –como hacemos hoy– sobre aquellos líderes radicales,
lo principal que atendemos es a sus ideas y sus propuestas, porque en ellas
reside lo fundamental de su trascendencia y de la utilidad que podemos obtener
de ellos. Por cierto, el hecho de haber sido muy superiores a sus
circunstancias les suele acarrear una posteridad inmediata sumamente difícil,
precisamente porque resultan irreductibles a las concesiones y retrocesos que
forman parte, junto a los avances, de la estabilización que se produce durante
las posrevoluciones, mientras que su peso simbólico es enorme y se les
identifica con la revolución.
La
mundialización de su sistema ha sido un destino inevitable para el capitalismo,
un tipo de dominación que es singular en la historia humana. Desde que ella
comenzaba, el joven pensador alemán Carlos Marx les planteó a los
anticapitalistas el requisito de la mundialización de la revolución para que
esta pudiera tener posibilidades de vencer. La consigna final del Manifiesto
Comunista no es una frase feliz: es una tesis. Pero el modo fundamental de ser de
la mundialización capitalista ha consistido en las colonizaciones de la mayor
parte del planeta, y, por otra parte, el ámbito de todas y cada una de las
revoluciones sucedidas contra la dominación capitalista ha sido el nacional.
Esas dos realidades han sido una gran fuente de tensiones, contradicciones y
retos para las concepciones y las prácticas revolucionarias opuestas al dominio
capitalista, y más de una vez han tenido inclusive consecuencias trágicas. El socialismo marxista ha vivido desde hace más de un
siglo esos desafíos entre las ideas, los movimientos y las luchas que se han
representado como prioritarios –o que han asumido en política– los antagonismos
de clases sociales o la necesidad de liberar las naciones, o han hecho intentos
diversos de combinar esos dos polos.
Otros
dos condicionamientos que han marcado la historia del socialismo marxista han
sido más graves. El primero y más general es el de la renuncia en muchas
situaciones y casos a la pretensión de derrocar al capitalismo e implantar
poderes socialistas, y la consecuente adecuación práctica a constituir
solamente formas de oposición muy limitadas al sistema de dominación, que le
resultan funcionales a este, o incluso a colaboraciones con ese sistema. El
segundo, el curso de la experiencia que se inició con el triunfo de la
Revolución de Octubre en Rusia y terminó en 1991, llena de eventos y procesos
que no puedo tratar aquí. Apunto al menos que entre la segunda posguerra
mundial y los años sesenta su impacto general era muy contradictorio. Por un
lado, el inmenso prestigio ganado en aquella guerra, el ser para muchos la
antítesis del capitalismo imperialista, genocida, guerrerista y sujeto de una
crisis prolongada, y la conversión de la URSS en una enorme potencia, rival de
Estados Unidos, el nuevo campeón único del campo capitalista. Por otro, la
dictadura del grupo que en los años treinta liquidó la Revolución bolchevique,
hasta mediados de los años cincuenta, y, desde entonces, tímidas y muy
parciales reformas desde arriba. Y una política mundial creciente, pero sujeta
al convenio de esferas de influencia de 1945 con el imperialismo, por lo que
manipulaba a los movimientos y la ideología de su campo y se guiaba por la
razón de Estado en vez de por el internacionalismo.
Ernesto
Guevara se crió en un ambiente en que eran muy fuertes la contradicción entre
las perspectivas nacional y social, los condicionamientos prácticos de origen
internacional y los conflictos que todo esto generaba. El paso decisivo que dio
junto a Fidel y sus compañeros hizo que su vida política transcurriera en un
medio en que se logró una victoria extraordinaria frente a los grandes
obstáculos de la mundialización de las revoluciones: la insurrección y el
triunfo de la Revolución cubana, su plasmación como una revolución socialista
de liberación nacional y el predominio dentro de ella del socialismo cubano.
El Che fue hijo de la ruptura y la
destrucción del orden dominante en Cuba, que permitió movilizar y concientizar
a escala permanente y profunda al pueblo, y que unidos poder revolucionario y
pueblo se apoderaran del país, lo reorganizaran y repartieran la dignidad
humana, las riquezas y las oportunidades a partir de los principios de la
justicia social y la igualdad de derechos, base social del edificio político de
la Revolución desde entonces hasta hoy. Un proceso que
aprendió de inmediato a defenderse, derrotó a sus enemigos y se enfrentó
victoriosamente a los intentos de Estados Unidos de acabar con la Revolución,
que obtuvo la soberanía nacional plena y tuvo un pensamiento propio, y que se
vio obligado a ser crítico y contradecir al tipo de socialismo establecido por
el sistema de la URSS, el campo de países y organizaciones que lideraba y el
llamado movimiento comunista internacional y la ideología teorizada que
llamaban marxismo-leninismo.
Al
mismo tiempo, la segunda gran ola revolucionaria del siglo XX se había
extendido por el llamado Tercer Mundo y obtenido algunas grandes victorias,
combatía en Viet Nam y en otros lugares; y transcurría en el marco de numerosos
intentos de consolidar las independencias, lograr desarrollos económicos
nacionales y coordinar posiciones en esos tres continentes, y en el de un
rechazo virulento a las políticas imperialistas que fue compartido por sectores
internos en varios de esos mismos países, los cuales aportaron, además de sus
críticas y resistencias, novedades importantes en el campo de la vida social y
las relaciones interpersonales. Esa ola también pretendió liberar al
pensamiento revolucionario de sus ataduras, por lo que tuvo que incluir la
crítica de gran parte de las posiciones y los instrumentos del socialismo
existente.
Desde aquella coyuntura actuó y pensó
Ernesto Che Guevara. Dadas la sólida argumentación y la densidad teóricas con
que elaboró y presentó su concepción, elaboró la base de un cuerpo de
pensamiento muy rico que todavía necesita, quizás, la mayor parte de su
desarrollo, y, sin duda, la mayor parte de su experimentación práctica. La
violentación de sus circunstancias en su teoría y en sus prácticas, el comunismo
y el internacionalismo en su proyecto, y el socialismo de liberación nacional
como vehículo de su actuación, son tres aspectos esenciales para comprender al
Che.
DESCOLLANTE EN LA ACCIÓN Y EL
PENSAMIENTO
Entre
muchas cuestiones que podrían abordarse, quisiera destacar que Che comprende y
expone que el radicalismo en la concepción teórica, la posición política y las
nuevas creaciones de las personas y las relaciones sociales que él defiende y
promueve, pertenecen a una nueva época. En ella les resulta factible a los
revolucionarios irse por encima de las insuficiencias del despliegue del
capitalismo en sus países, pero ya las revoluciones no pueden proponerse menos
que el socialismo y la liberación nacional, conquistarlos en un único proceso,
profundizar de manera sistemática en ambas direcciones, y ser
internacionalistas. Esta no es una opción entre las adoptables, sino que es la
opción, la única forma de evitar el retorno y la reproducción de la dominación
capitalista sobre las personas y las sociedades, un destino inexorable que de
no asumirse esa alternativa esperaría a la experiencia socialista al final de
su camino. A la vez, Che plantea que esa concepción y esa posición práctica
deben proveer la escuela imprescindible, el complejo y gigantesco proceso
educacional permanente que irá forjando las liberaciones de las personas y las
sociedades. Esto es lo que explica su urgencia, su tenacidad sin límites y su
descomunal batalla intelectual.
El Che es uno de esos raros casos de
una persona que es muy descollante al mismo tiempo en la acción y en el
pensamiento.
Es bueno recordar que Ernesto comenzó sintiéndose marxista cuando todavía no
tenía experiencias políticas, en un ambiente en el que entre los que estaban en
su caso predominaba la admiración por la URSS que había vencido a los nazis y
por el socialismo y el marxismo de orientación soviética. Pero, ¿por qué este
joven no se sumó a los seguidores ni se sujetó a aquella “línea”? Opino que
varios factores lo ayudaron. Primero, la vastísima información y la
contrastación de tendencias intelectuales y teorías que adquirió, mediante la
lectura de una multitud de obras y el ejercicio de escribir sus comentarios a
ellas, es decir, una posición activa de pensamiento y de preguntas pertrechada
de copiosos estudios. Mientras
que la mera asunción de la llamada cultura universal por estudiosos de nuestros
países puede hacerlos desembocar en la condición de colonizados mentales, que
en buena medida son extranjeros en su propia tierra, una actitud intelectual
como la que asumió Ernesto suele ser una vacuna eficaz contra los dogmatismos y
la dependencia.
Por
otra parte, el joven Ernesto asumió un antimperialismo beligerante que nunca lo
abandonará, y lo asoció acertadamente al anticapitalismo, un paso que puede
parecer lógico, pero que era en realidad difícil en aquel tiempo, y aún hoy
sigue siéndolo. Antes de ser capaz de compartir o enunciar tesis sobre esa
cuestión, la resolvió con su praxis: se puso de parte de los humildes. Por el
largo camino que recorrió entre Buenos Aires y Guatemala, a través de sus
vivencias y sus reflexiones, fue transitando desde el ansia altruista de
prestarles servicios a los desposeídos y desvalidos hasta el arduo
reconocimiento de que era necesario asumir una posición política. De esa manera pudo identificar al imperialismo y las variantes del
colonialismo como enemigos de los pueblos, y al capitalismo como la fuente de
aquel sistema y de sus consecuencias de opresión, explotación y enajenación. Conocer ese
desarrollo de Ernesto puede ser útil hoy, cuando muchas veces la preocupación
por el mejoramiento humano –que es tan valiosa– no quiere o no ve la necesidad
de pasar a la actuación política.
Esa posición de Ernesto lo apartó del
eurocentrismo que caracterizaba al marxismo-leninismo, y de las formulaciones
abstractas que priorizaban al llamado sistema socialista y a la “clase obrera”
de los países industrializados como palancas de hipotéticos cambios que
sucederían en un futuro indeterminado. Lo hizo inmune
también al doloroso proceso de esterilización de su voluntad de entrega y
sacrificio de por vida y sus abnegadas prácticas y resistencias, que sufrían
tantos militantes. La revolución anticapitalista y antimperialista no estaba en
el plan de aquel movimiento político, ni en el de su ideología teorizada. Por
eso, lo decisivo fue que Ernesto buscó por el continente una causa
revolucionaria a la cual entregarle todo su ser, no solo el pensamiento, hasta
que la encontró.
En
la etapa que siguió desde que se incorporó a la organización fidelista en
México hasta el triunfo de la Revolución, lo fundamental fue la experiencia
práctica. Cuando un periodista le pregunta en la Sierra, en febrero de 1958, si
él era marxista desde antes de venir a Cuba, el Che le responde que en la
guerra él ha tenido que olvidar todo lo que aprendió antes. Es decir, ha sabido
desaprender, como un instrumento más de su desarrollo personal. Pero no ha
abominado de la teoría, ni la abandonará nunca.
Como
otras grandes personalidades, Che comparte diferentes inclinaciones. La vida y
las prioridades asumidas le acotan sus campos de labor, pero sus propensiones
más fuertes permanecen, reaparecen cada vez que pueden o marcan con su impronta
los modos de aproximarse a los problemas y tratarlos. Su vocación teórica es
muy poderosa. Ella le ayudará a exigirle su sentido a los hechos, las conductas
y los problemas, a ser analítico y problematizar; es decir, a utilizar el único
modo de buscar lo cierto, lo esencial y los caminos. Le dará contenidos más
trascendentes a su decisión de entregarse a la actuación social y política
revolucionaria, le brindará instrumentos para evaluar y para inscribir lo
contingente y los eventos en una totalidad de los procesos de liberación social
y humana, y trabajar con ellos en el taller de los conceptos y las teorías. El
ejercicio permanente de esa vocación le aportará al Che una mayor capacidad
para prever y hacer proyectos, para exponer sus ideas y para conducir a sus
compañeros. Y por último, pero no menos importante, formará una mente capaz de inquirir,
dudar, preguntar, desconfiar, derribar las prisiones de los lugares comunes, lo
establecido, la reproducción de lo existente y lo que se considera posible, y
atreverse a crear y ser original. En una palabra, ejercer la ciencia más difícil: la de la revolución.
PENSAMIENTO ABIERTO Y PODEROSO
Su elocuencia sencilla y ajena a la
estridencia, su lenguaje claro, son los vehículos del pensamiento abierto y
poderoso de este hombre que jamás olvida los fosos profundos mediante los que
las sociedades de dominación han separado a los que cultivan el intelecto de la
masa enorme de la gente común, la gente de abajo. Él siempre
es uno con ellos, y ellos lo premian con su devoción, pero al mismo tiempo
advierten la densidad de pensamiento que está siempre detrás de la calma
decidida con que el Che aborda las cuestiones cotidianas y los grandes
desafíos. La huella de la teoría, unas veces expresa y otras no, lo acompañó a
lo largo de su vida.
El
Che estuvo produciendo teoría marxista a partir del triunfo de 1959, desde
puntos de partida que son los naturales para un revolucionario: el análisis de
la política, la economía, las ideologías y las teorías, sus contenidos, sus
métodos e instrumentos, sus condicionamientos y los conflictos en que
participan. Eso hace conveniente aclarar que buena parte de sus proposiciones y
su posición teóricas se encuentran precisamente en el conjunto de sus productos
escritos y orales, y allí hay que buscarlos. A la vez, el Che estudiaba textos
teóricos y los comentaba, y hacía exposiciones propias directamente teóricas.
Estudiando unas y otras fuentes podremos encontrar al Che pensador y al
filósofo.
Este hombre que se sabía histórico y
estuvo tan consciente del papel que desempeñaba y de lo que debía hacer, se
puso un límite en cuanto pensador: su entrega a las tareas prácticas y a la
causa; y otro en cuanto a la libre exposición de su ideas: sus compromisos como
dirigente revolucionario. Pero supo comprender –y este es un
aspecto más de su grandeza– que a la Revolución cubana le era indispensable
elaborar un pensamiento creador y eficaz, y que esa debía ser una de sus
dimensiones importantes, y logró desplegar una actividad intelectual ejemplar
al servicio de esa tarea. Che fue elaborando una concepción suya dentro del
marxismo, cumplió los requisitos de ese tipo de trabajo y avanzó en el
desarrollo de ella hasta donde la vida se lo permitió.
No
emplearé tiempo en referirme al contenido de su concepción teórica, que desde
hace más de veinticinco años he tratado de exponer en extenso; estoy seguro de
que será manejada y debatida en el curso de este coloquio. Solo quiero afirmar
que esa concepción, que hoy puede parecerles improcedente a muchos, nos muestra
precisamente su carácter trascendente con su capacidad de servir como
instrumento para comprender las circunstancias actuales y plantearse conductas
y estrategias ante ellas, y para enfrentar el formidable desarme ideológico al
que han sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
Por
entender que es uno de los aspectos de su legado que puede ser muy útil para
Cuba y para la América Latina en la actualidad, voy a referirme a su crítica al socialismo que llamaban “realmente existente”,
crítica que evolucionó y se hizo cada vez más dura y fundamentada. Al hacerla,
el Che no olvidó en ningún momento su responsabilidad como dirigente cubano. Para situarnos
mejor ante su crítica, es preciso tener en cuenta la existencia de dos formas
de socialismo en Cuba, que se iniciaron desde la tercera década del siglo XX y
han tenido una historia de contradicciones y conflictos, y también de
coexistencias y colaboraciones. Esas dos formas son el socialismo proveniente
del movimiento comunista internacional y el socialismo cubano.
El
movimiento revolucionario insurreccional contra la dictadura dirigido por Fidel
–en el cual el Che se incorpora desde los días de México– tuvo que abocarse en
la práctica a la victoria para que el socialismo seguidor del movimiento
comunista internacional lo admitiera como una opción política decisiva. El
carácter de la revolución –una noción que entonces era muy manejada por la
izquierda– estuvo determinado por la praxis organizada y consciente de los
revolucionarios, y no fue consecuencia de características de la estructura
económica del país. Por eso pudo ser una revolución socialista de liberación
nacional la que triunfó en 1959. Esos dos choques con los principios de la
teoría-ideología del socialismo guiado por la Unión Soviética y el movimiento
comunista de su campo pronto fueron seguidos por otros. Se fue haciendo obvio que
este evento trascendental por haber sido inconcebible y por su increíble
alcance, que conquistó la liberación nacional y social del país, estableció un
poder popular fortísimo, enfrentó con éxito a sus enemigos y sus obstáculos y
produjo colosales transformaciones de las personas, las relaciones y las
instituciones, constituía, además, una herejía dentro del campo de las
experiencias y las ideas socialistas.
En
octubre de 1963, al planear un seminario de profundización sobre el Sistema
Presupuestario de Financiamiento para los cuadros del Ministerio de Industrias,
Che orienta relacionar y comparar los sistemas de dirección con la estimulación
al trabajo y con la centralización. Comenta que hay que estudiar las relaciones
entre el sistema de dirección y los problemas económicos y las concepciones de
los países socialistas. Encerrarse en una “falsa concepción de la ley del
valor”, dice, les hizo perder contacto con el mundo exterior. La productividad
mundial dejó atrás a los países socialistas que, a diferencia de la USSS,
dependían del comercio exterior.
En
una reunión posterior analizan la norma soviética de premiar o castigar a las
empresas si cumplen o no el plan. Se produce una lucha continua entre los
aparatos centrales y las empresas, dice el Che, porque estas buscan tener metas
menores para sobrecumplir fácilmente o arriesgar menos un incumplimiento; su
éxito consiste en obtener mayores premios. “Se está estableciendo entre el
aparato central y la empresa una contradicción que no es socialista, una contradicción
que atenta contra el desarrollo de la conciencia”. Los dirigentes de empresas
socialistas se van convirtiendo así en expertos en engañar al Estado,
deformándose como individuos, y ante el obrero, la imagen del buen dirigente es
la del que “sabe” organizar para “sobrecumplir” siempre. De ese modo, el
sistema se va apartando de sus objetivos y la gente se va separando de aquellos
que debían ser capaces de dirigirlos. El Che aprovecha para exponer con vigor
las cualidades que debe tener un director de empresa.
En
julio de 1964, Che comenta con sus compañeros: “cuando el cálculo económico
llega, como debe llegar, a un callejón sin salida, conduce por la lógica de los
hechos a tratar de resolverlo por el mismo sistema, aumentar el estímulo
material, la dedicación de la gente específicamente a su interés material y por
ahí al libre fuero de la Ley del Valor. Y por ahí al surgimiento en cierta
manera de categorías estrictamente capitalistas”. Denuncia de manera categórica
la apelación a tomar “como arma para luchar contra el capitalismo, las armas
del capitalismo”. La autogestión intenta valorar al hombre por lo que rinde,
dice, pero el capitalismo es el que sabe hacer eso perfectamente. Las
motivaciones de “la sociedad donde la filosofía es la lucha del hombre contra
el hombre, de los grupos contra los grupos y la anarquía de la producción” no
podrán ser despertadas y utilizadas eficazmente para servir a una sociedad cuya
base era el poder socialista. Esta exige control riguroso, control conciente,
“la colaboración entre todos los participantes como miembros de una gran
empresa (el conjunto de la economía), en vez de ser lobitos entre sí dentro de
la construcción del socialismo”.
Opina que en vez de ir al fondo de
los problemas, la práctica y el pensamiento de estos socialistas se deja llevar
a la seguridad aparente de acudir a lo ya probado, reforzar el mercado, sus
mecanismos y el estímulo material individual. Las reformas pueden relucir como
“descubrimientos” que remediarían la falta de motivaciones suficientes en los
actores económicos y lograrían la subordinación de la producción para el
consumo a las demandas de sus consumidores, relacionar la rentabilidad con la
venta del producto, etcétera. Esos experimentos y ensayos de
política económica son, sin embargo, remedos de lo que el capitalismo hace
eficazmente, porque lo universaliza y porque corresponde a las relaciones
fundamentales de su sistema. Che cree firmemente que el socialismo no puede
emplear los métodos capitalistas para resolver hipotéticamente sus problemas
económicos a nivel de base, y mucho menos extrapolarlos a escala de la
sociedad, porque todo eso contradice lo esencial de su sistema. “El único
problema que hay es que cuando eso se traslada de una fábrica a todo el
conjunto de la sociedad, se crea la anarquía de la producción y viene la
crisis, y después tiene que venir el socialismo de nuevo”.
La
última frase retrata al Che teórico revolucionario: existe una lógica de las
sociedades, cuyo conocimiento debemos al propio marxismo; si la olvidamos,
pagaremos un precio muy caro. Pero el socialismo no es un régimen determinado
por el libre juego de las fuerzas económicas: después, tiene que venir el
socialismo de nuevo. Es decir, tendrá que imponerse la acción consciente y
organizada de los revolucionarios para recuperar el socialismo.
ESPÍRITU CRÍTICO Y EJERCICIO DEL
CRITERIO
El
Che insiste en desbaratar la imputación que se hace a sus ideas de mantener un
desprecio “idealista” por el interés material, un simplismo que busca
devaluarlas y rehuir la discusión. Nadie en sus cabales desconoce la fuerza y
el arraigo del interés material, instalado a lo largo de la historia de las
sociedades de dominación y multiplicado y refuncionalizado por el capitalismo.
La elección está entre utilizarlo llana y acríticamente –aunque se pueda
declarar o lamentar que sea nocivo–, o utilizarlo como un mal necesario, sin
depender de él. Ser creativo desde la situación concreta e inevitable, y
organizar un proceso de erradicación paulatina de los comportamientos económicos
egoístas e individualistas. Ir forjando otro mundo de actuaciones y valores
mediante una red de instrumentos diversos, económicos, sociales, políticos,
legales, administrativos.
El Che aprendió –al mismo tiempo– a
reflexionar sobre los problemas, la circunstancia en curso, las decisiones y la
actuación inmediata; sobre los métodos, la organización y los fines mediatos; y
a teorizar acerca de los asuntos fundamentales. La formidable
experiencia práctica que realizó al frente de más de doscientos mil
trabajadores industriales en esos primeros años sesenta ha sido sometida al
olvido. Recuperar el conocimiento de su extraordinaria riqueza contribuiría a
aumentar nuestras capacidades actuales. Y permitiría conocer al Che de los
cómo, que es tan grande como el Che de los hechos históricos y las ideas
expresadas en frases rotundas.
En
aquel ámbito que tuvo como centro a Ernesto Che Guevara regía el principio de
que la creación de otra realidad desde la existente, sin la cual no hay
revolución socialista, tiene que incluir el espíritu crítico y el ejercicio del
criterio, el fomento de la independencia y la capacidad de pensar y valorar con
cabeza propia. Che estimulaba estas cualidades de manera sistemática. En el
aspecto que estoy abordando, es impresionante la profundidad y el alcance del
análisis teórico logrado, en medio de la tormenta de la Revolución, un avance
que permitía una verdadera autonomía del pensamiento, salvado de no ver los
graves peligros de la copia y el seguidismo, y no apto para conocer las
deficiencias del socialismo existente y evitar o enfrentar la colonización
mental, la apologética y la rutina.
El
despliegue simultáneo de su concepción y de la profundización de la Revolución
cubana lo llevan a hacer más general y más adversa su crítica del socialismo
existente. Rechaza la noción tan repetida de que existe un sistema socialista
mundial, porque los países del campo del socialismo también tienen desarrollos
desiguales, como los del mundo capitalista: “…la práctica ha planteado el
problema de contradicciones insalvables; de índole ideológica a veces, tienen
siempre una base material, económica. De allí las posiciones que toman la URSS,
China, Rumanía o Cuba, en problemas aparentemente desligados de la economía.”
Al examinar conflictos bilaterales entre países del campo socialista, afirma
que en la realidad “se dan fenómenos de expansión, de cambio no equivalente, de
competencia, hasta cierto punto de explotación y ciertamente de sojuzgamiento
de los Estados débiles por los fuertes”. Tacha al CAME de “olla de grillos” y
plantea que los precios y la calidad de muchos artículos que venden los
socialistas de Europa a los demás serían inaceptables en el mercado
internacional capitalista. Reconoce que en este campo y en el de los créditos,
la política de la URSS y China es más consecuente con el internacionalismo. Pero aclara que los precios fijos sostenidos a productos
de países socialistas menos desarrollados, en el mejor caso, mitigan el
intercambio desigual, pero no lo anulan.
No
existe una confrontación planetaria principal entre el capitalismo y las
supuestas tres fuerzas revolucionarias, como repiten las declaraciones del
socialismo “realmente existente”, que las relacionan por orden de importancia:
primera, el llamado sistema socialista mundial; segunda, la “clase obrera” de
los países capitalistas desarrollados; y tercera, las luchas por la
independencia y la democracia nacional en las “jóvenes” naciones del Tercer
Mundo. La razón de Estado y los intereses económicos de cada país socialista, las
esferas de influencia pactadas, la estrategia de potencias son la regla y la
conducta usual. De la unión entre proletarios a escala mundial que preconizan
las declaraciones dice el Che: “Falso de toda falsedad. No hay punto de
contacto entre las masas proletarias de los países imperialistas y los
dependientes; todo contribuye a separarlos y crear antagonismos entre ellos (…)
el oportunismo ha ganado una inmensa capa de la clase obrera de los países
imperialistas…” Sobre las revoluciones: “También es falso que el proletariado
(…) sea el que cumpla el papel dirigente en la lucha de liberación, en la
mayoría de los países semicoloniales”. Ya no se puede admitir la idea de que la
burguesía nacional sea un factor progresivo en las luchas revolucionarias: “La lucha
contra la burguesía es condición indispensable de la lucha de liberación, si se
quiere arribar a un final irreversiblemente exitoso.”
También rechaza la consigna de la
“crisis general del capitalismo”, supuesta teoría que deben acatar los
partidarios del socialismo. No estamos en la “tercera etapa”; en
realidad, dice, el imperialismo no agoniza: “ni siquiera ha aprovechado al
máximo sus posibilidades en el momento actual y tiene una gran vitalidad (…) La
tendencia es a invertir capitales propios en el aprovechamiento de las materias
primas o en la industria ligera de los países dependientes”. La aguda
competencia “provoca una incesante marea de innovaciones técnicas…”
Los
jóvenes de hoy no han escuchado nada del “sistema socialista mundial”, “las
tres fuerzas revolucionarias” o la “crisis general del capitalismo”, y
seguramente sonríen al escuchar su explicación. Pero en aquel tiempo estaban
entre los principales dogmas que debían admitirse como artículos de fe y
esgrimirse para entender las cosas más importantes, acallar todo criterio
diferente y “vencer en la lucha ideológica”. El Che y los que como él escogían
actuar como revolucionarios en aquella época debían salir de esas prisiones y
pensar con cabeza propia. Recordar hoy la falta total de asideros en la
realidad que tenían aquellas consignas seudocientíficas es una lección contra
la tendencia a admitir ser gobernados por frases vacías.
MADUREZ DE LA CONCEPCIÓN TEÓRICA DEL
CHE
En los primeros meses de 1965 la
madurez de la concepción teórica de Ernesto Che Guevara se hace evidente en El
socialismo y el hombre en Cuba, uno de los textos fundamentales de la historia
del socialismo en América Latina. Pero enseguida comenzará la última
fase de su vida, en la que vuelve a dedicarse a la acción armada, ahora como
dirigente internacionalista cubano que intenta contribuir al desarrollo de las
revoluciones de liberación. Y ahora emprende también una tarea intelectual que
considera indispensable: la necesidad de llegar a conclusiones sobre el
socialismo realmente existente, asunto crucial para todos en el mundo, y la de
ofrecer una alternativa revolucionaria desde las ideas de los pensadores de los
países que han sufrido o sufren el colonialismo y el neocolonialismo, que
quieren pelear por la liberación total de las naciones y de las personas, y por
el avance de la revolución mundial.
“Es
un grito dado desde el subdesarrollo”, escribe en “La Necesidad de este libro”,
breve introducción a los Apuntes críticos a la Economía Política, un texto que
contiene planteamientos trascendentales. Se refiere a El capital, de Carlos
Marx, a las nuevas situaciones de la época imperialista, los aportes
extraordinarios de Lenin y la detención ulterior del desarrollo de la teoría
marxista. Enseguida expone las razones por las cuales hace la crítica de la
Economía Política:
Creemos
importante la tarea porque la investigación marxista en el campo de la economía
está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la
época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente. Y, lo que es trágico,
esto no se refiere sólo a un campo determinado de la ciencia; sucede en todos
los aspectos de la vida de los pueblos socialistas, creando perturbaciones ya
enormemente dañinas, pero cuyos resultados finales son incalculables (…)
Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la NEP han calado tan
hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa. Y sus
resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando
cada vez en forma más marcada las relaciones de producción, y los conflictos
provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a
favor de la superestructura. Se está regresando al capitalismo.
Che
confía en que muchos podrán sentirse atraídos por este “intento de retomar la
buena senda”. A ellos se dirige el libro, “y también a la multitud de
estudiantes cubanos que tienen que pasar por el doloroso proceso de aprender
‘verdades eternas’ en las publicaciones que vienen, sobre todo, de la URSS, y observar
como nuestra actitud y los repetidos planteamientos de nuestros dirigentes se
dan de patadas con lo que leen en los textos”.
Un largo camino había recorrido
Ernesto Guevara en una década. La revolución había sido su maestra. En la
guerra y desde el poder revolucionario se desarrolló su estatura como
combatiente, dirigente y pensador, y ahora él –como reclamara Lenin sesenta
años antes– debía, en justo pago, enseñarle algo a la revolución. Y lo logró.
La aventura socialista de un pequeño país aislado producía un pensamiento capaz
de continuar el trabajo excepcional mediante el cual Marx había encontrado
ideas capaces de subvertir el control de las ideas de la sociedad por la clase
dominante. Che escribió: “nosotros aportamos nuestro modesto granito de arena”.
Y a los compañeros cercanos más estudiosos les pidió componer un “manual”
cubano. Pensó seguramente que los que compartían su posición continuarían la
campaña de difusión de las actitudes y las ideas más revolucionarias que con
tanto ardor y sistematicidad él llevó a cabo en su última etapa en Cuba.
El
acierto y el alcance de los planteamientos del Che acerca de la esencia y el
destino del socialismo realmente existente solo se comprobaron veinticinco años
después. Pero cuando hacia el final del siglo XX pareció que todo lo logrado
por la humanidad se perdería, incluso la esperanza, el Che regresó. Celebramos
ese regreso, que evidencia la resistencia de los pueblos y el valor permanente
de las ideas y del ejemplo. Sin embargo, el pensamiento del Che ha seguido
encontrando escollos y ha tenido que ir ganando espacios paulatinamente. Ese
pensamiento es uno de los lugares principales de los combates actuales.
Che: el Pensador, la Teoría, la Crítica y el
Legado
Fernando Martinez Heredia – CubaDebate
La obra de Ernesto Che Guevara es una
de las cumbres de la historia del pensamiento político cubano; al mismo tiempo,
él fue uno de los más prominentes entre los pensadores que participaron en el
proceso de universalización del socialismo y el marxismo que sucedió en el
siglo XX.
Su actuación y su concepción constituyen una de esas expresiones supremas del
radicalismo que existen siempre dentro de la compleja diversidad de componentes
que contiene el campo de cada revolución. Fue un caso análogo al que constituyó
José Martí respecto a la Revolución del 95, que pudiéramos sintetizar
mencionando cinco rasgos principales de las ideas y la actuación martianas: el
tipo de política insurreccional que promovió –que era a la vez el arma
indispensable y la escuela para transformar a los participantes–, y la práctica
que hizo de ella; su propuesta de convertir la independencia en una liberación
nacional y de forjar una república nueva; el extraordinario y singular cuerpo
de ideas que desarrolló, que entre otros aspectos contiene una interpretación
pionera de comprensión y crítica del mundo moderno, y postula la necesidad de
revolucionarlo desde la perspectiva de los que fueron colonizados; la
consecuencia absoluta entre sus ideas y su conducta; y el alcance de los cuatro
rasgos citados, que trascendió mucho a un mero enfrentamiento de las
circunstancias en que actuó.
Expondré
algunos aspectos seleccionados de la actuación y la concepción del Che que dan
cuenta de ese papel descollante que tuvo en el pensamiento cubano, en la
universalización del socialismo y el marxismo y en el radicalismo
revolucionario. Su examen también puede sintetizarse en cinco rasgos, referidos
al tipo de política que promovió y practicó, la propuesta que hizo, el
extraordinario y singular cuerpo de ideas que desarrolló, la consecuencia
absoluta entre sus ideas y su conducta, y el alcance superior de su actuación y
su concepción respecto a sus circunstancias. Lo haré en forma más bien
telegráfica y destinada a estimular el diálogo.
En
el proceso de la insurrección y hasta su muerte durante la primera etapa de la
Revolución en el poder –la que va de 1959 a inicios de los años setenta–, el
Che compartió con Fidel la colosal aventura de la Revolución y lo siguió
siempre, como el líder supremo del proceso y como un pensador radical
excepcional. En el transcurso de aquellos años, Fidel debió asumir sobre todo
las funciones de dirigente máximo y de educador popular, y el Che, que desempeñó un cúmulo de responsabilidades
prácticas en numerosos terrenos, elaboró al mismo tiempo una obra teórica que
es el más importante monumento intelectual de la Revolución, obra que ha
resultado muy trascendente para la estrategia y el proyecto cubanos hasta el
día de hoy, y que lo será en el futuro que alcanzo a pensar.
Las
revoluciones son procesos complejos, que para triunfar deben subvertir y negar
el orden vigente, demoler sus instituciones y desvalorizar sus símbolos;
promover el carácter libertario e implantar disciplinas férreas, hacer de la
unidad un valor superior, ser muy desafiantes y llegar a ser respetables, y
construir un nuevo orden que reúne creaciones, adaptaciones, nuevas relaciones,
instituciones, valores y costumbres, permanencias; en suma, un orden que
combina promesa y administración, defensa y autocrítica, novedades y rutina. Si
se estudia, se puede historiar el proceso, periodizarlo y hacer valoraciones
sobre su curso. Alguna vez se ha propuesto el símil de un péndulo para mostrar
el ciclo que suele caracterizar el curso y el mundo ideal de las revoluciones:
primero, avances hasta un punto de máximo radicalismo; después, detenciones,
retrocesos y estabilización. El péndulo, que había oscilado hasta un punto máximo
hacia delante, hace giros cada vez menores y se va deteniendo al centro de la
escena, pero el eje que lo sostiene se ha trasladado ya a un punto mucho más
adelantado que el que ocupaba al inicio del ciclo. Martí y el Che habrían
llevado el péndulo a su máximo punto de avance.
Aunque
fueron hombres de acción que con ella colmaron sus vidas y llenaron sus épocas,
y esa actuación y sus virtudes constituyen un tesoro moral y un ejemplo
imperecederos, cuando volvemos –como hacemos hoy– sobre aquellos líderes radicales,
lo principal que atendemos es a sus ideas y sus propuestas, porque en ellas
reside lo fundamental de su trascendencia y de la utilidad que podemos obtener
de ellos. Por cierto, el hecho de haber sido muy superiores a sus
circunstancias les suele acarrear una posteridad inmediata sumamente difícil,
precisamente porque resultan irreductibles a las concesiones y retrocesos que
forman parte, junto a los avances, de la estabilización que se produce durante
las posrevoluciones, mientras que su peso simbólico es enorme y se les
identifica con la revolución.
La
mundialización de su sistema ha sido un destino inevitable para el capitalismo,
un tipo de dominación que es singular en la historia humana. Desde que ella
comenzaba, el joven pensador alemán Carlos Marx les planteó a los
anticapitalistas el requisito de la mundialización de la revolución para que
esta pudiera tener posibilidades de vencer. La consigna final del Manifiesto
Comunista no es una frase feliz: es una tesis. Pero el modo fundamental de ser de
la mundialización capitalista ha consistido en las colonizaciones de la mayor
parte del planeta, y, por otra parte, el ámbito de todas y cada una de las
revoluciones sucedidas contra la dominación capitalista ha sido el nacional.
Esas dos realidades han sido una gran fuente de tensiones, contradicciones y
retos para las concepciones y las prácticas revolucionarias opuestas al dominio
capitalista, y más de una vez han tenido inclusive consecuencias trágicas. El socialismo marxista ha vivido desde hace más de un
siglo esos desafíos entre las ideas, los movimientos y las luchas que se han
representado como prioritarios –o que han asumido en política– los antagonismos
de clases sociales o la necesidad de liberar las naciones, o han hecho intentos
diversos de combinar esos dos polos.
Otros
dos condicionamientos que han marcado la historia del socialismo marxista han
sido más graves. El primero y más general es el de la renuncia en muchas
situaciones y casos a la pretensión de derrocar al capitalismo e implantar
poderes socialistas, y la consecuente adecuación práctica a constituir
solamente formas de oposición muy limitadas al sistema de dominación, que le
resultan funcionales a este, o incluso a colaboraciones con ese sistema. El
segundo, el curso de la experiencia que se inició con el triunfo de la
Revolución de Octubre en Rusia y terminó en 1991, llena de eventos y procesos
que no puedo tratar aquí. Apunto al menos que entre la segunda posguerra
mundial y los años sesenta su impacto general era muy contradictorio. Por un
lado, el inmenso prestigio ganado en aquella guerra, el ser para muchos la
antítesis del capitalismo imperialista, genocida, guerrerista y sujeto de una
crisis prolongada, y la conversión de la URSS en una enorme potencia, rival de
Estados Unidos, el nuevo campeón único del campo capitalista. Por otro, la
dictadura del grupo que en los años treinta liquidó la Revolución bolchevique,
hasta mediados de los años cincuenta, y, desde entonces, tímidas y muy
parciales reformas desde arriba. Y una política mundial creciente, pero sujeta
al convenio de esferas de influencia de 1945 con el imperialismo, por lo que
manipulaba a los movimientos y la ideología de su campo y se guiaba por la
razón de Estado en vez de por el internacionalismo.
Ernesto
Guevara se crió en un ambiente en que eran muy fuertes la contradicción entre
las perspectivas nacional y social, los condicionamientos prácticos de origen
internacional y los conflictos que todo esto generaba. El paso decisivo que dio
junto a Fidel y sus compañeros hizo que su vida política transcurriera en un
medio en que se logró una victoria extraordinaria frente a los grandes
obstáculos de la mundialización de las revoluciones: la insurrección y el
triunfo de la Revolución cubana, su plasmación como una revolución socialista
de liberación nacional y el predominio dentro de ella del socialismo cubano.
El Che fue hijo de la ruptura y la
destrucción del orden dominante en Cuba, que permitió movilizar y concientizar
a escala permanente y profunda al pueblo, y que unidos poder revolucionario y
pueblo se apoderaran del país, lo reorganizaran y repartieran la dignidad
humana, las riquezas y las oportunidades a partir de los principios de la
justicia social y la igualdad de derechos, base social del edificio político de
la Revolución desde entonces hasta hoy. Un proceso que
aprendió de inmediato a defenderse, derrotó a sus enemigos y se enfrentó
victoriosamente a los intentos de Estados Unidos de acabar con la Revolución,
que obtuvo la soberanía nacional plena y tuvo un pensamiento propio, y que se
vio obligado a ser crítico y contradecir al tipo de socialismo establecido por
el sistema de la URSS, el campo de países y organizaciones que lideraba y el
llamado movimiento comunista internacional y la ideología teorizada que
llamaban marxismo-leninismo.
Al
mismo tiempo, la segunda gran ola revolucionaria del siglo XX se había
extendido por el llamado Tercer Mundo y obtenido algunas grandes victorias,
combatía en Viet Nam y en otros lugares; y transcurría en el marco de numerosos
intentos de consolidar las independencias, lograr desarrollos económicos
nacionales y coordinar posiciones en esos tres continentes, y en el de un
rechazo virulento a las políticas imperialistas que fue compartido por sectores
internos en varios de esos mismos países, los cuales aportaron, además de sus
críticas y resistencias, novedades importantes en el campo de la vida social y
las relaciones interpersonales. Esa ola también pretendió liberar al
pensamiento revolucionario de sus ataduras, por lo que tuvo que incluir la
crítica de gran parte de las posiciones y los instrumentos del socialismo
existente.
Desde aquella coyuntura actuó y pensó
Ernesto Che Guevara. Dadas la sólida argumentación y la densidad teóricas con
que elaboró y presentó su concepción, elaboró la base de un cuerpo de
pensamiento muy rico que todavía necesita, quizás, la mayor parte de su
desarrollo, y, sin duda, la mayor parte de su experimentación práctica. La
violentación de sus circunstancias en su teoría y en sus prácticas, el comunismo
y el internacionalismo en su proyecto, y el socialismo de liberación nacional
como vehículo de su actuación, son tres aspectos esenciales para comprender al
Che.
DESCOLLANTE EN LA ACCIÓN Y EL
PENSAMIENTO
Entre
muchas cuestiones que podrían abordarse, quisiera destacar que Che comprende y
expone que el radicalismo en la concepción teórica, la posición política y las
nuevas creaciones de las personas y las relaciones sociales que él defiende y
promueve, pertenecen a una nueva época. En ella les resulta factible a los
revolucionarios irse por encima de las insuficiencias del despliegue del
capitalismo en sus países, pero ya las revoluciones no pueden proponerse menos
que el socialismo y la liberación nacional, conquistarlos en un único proceso,
profundizar de manera sistemática en ambas direcciones, y ser
internacionalistas. Esta no es una opción entre las adoptables, sino que es la
opción, la única forma de evitar el retorno y la reproducción de la dominación
capitalista sobre las personas y las sociedades, un destino inexorable que de
no asumirse esa alternativa esperaría a la experiencia socialista al final de
su camino. A la vez, Che plantea que esa concepción y esa posición práctica
deben proveer la escuela imprescindible, el complejo y gigantesco proceso
educacional permanente que irá forjando las liberaciones de las personas y las
sociedades. Esto es lo que explica su urgencia, su tenacidad sin límites y su
descomunal batalla intelectual.
El Che es uno de esos raros casos de
una persona que es muy descollante al mismo tiempo en la acción y en el
pensamiento.
Es bueno recordar que Ernesto comenzó sintiéndose marxista cuando todavía no
tenía experiencias políticas, en un ambiente en el que entre los que estaban en
su caso predominaba la admiración por la URSS que había vencido a los nazis y
por el socialismo y el marxismo de orientación soviética. Pero, ¿por qué este
joven no se sumó a los seguidores ni se sujetó a aquella “línea”? Opino que
varios factores lo ayudaron. Primero, la vastísima información y la
contrastación de tendencias intelectuales y teorías que adquirió, mediante la
lectura de una multitud de obras y el ejercicio de escribir sus comentarios a
ellas, es decir, una posición activa de pensamiento y de preguntas pertrechada
de copiosos estudios. Mientras
que la mera asunción de la llamada cultura universal por estudiosos de nuestros
países puede hacerlos desembocar en la condición de colonizados mentales, que
en buena medida son extranjeros en su propia tierra, una actitud intelectual
como la que asumió Ernesto suele ser una vacuna eficaz contra los dogmatismos y
la dependencia.
Por
otra parte, el joven Ernesto asumió un antimperialismo beligerante que nunca lo
abandonará, y lo asoció acertadamente al anticapitalismo, un paso que puede
parecer lógico, pero que era en realidad difícil en aquel tiempo, y aún hoy
sigue siéndolo. Antes de ser capaz de compartir o enunciar tesis sobre esa
cuestión, la resolvió con su praxis: se puso de parte de los humildes. Por el
largo camino que recorrió entre Buenos Aires y Guatemala, a través de sus
vivencias y sus reflexiones, fue transitando desde el ansia altruista de
prestarles servicios a los desposeídos y desvalidos hasta el arduo
reconocimiento de que era necesario asumir una posición política. De esa manera pudo identificar al imperialismo y las variantes del
colonialismo como enemigos de los pueblos, y al capitalismo como la fuente de
aquel sistema y de sus consecuencias de opresión, explotación y enajenación. Conocer ese
desarrollo de Ernesto puede ser útil hoy, cuando muchas veces la preocupación
por el mejoramiento humano –que es tan valiosa– no quiere o no ve la necesidad
de pasar a la actuación política.
Esa posición de Ernesto lo apartó del
eurocentrismo que caracterizaba al marxismo-leninismo, y de las formulaciones
abstractas que priorizaban al llamado sistema socialista y a la “clase obrera”
de los países industrializados como palancas de hipotéticos cambios que
sucederían en un futuro indeterminado. Lo hizo inmune
también al doloroso proceso de esterilización de su voluntad de entrega y
sacrificio de por vida y sus abnegadas prácticas y resistencias, que sufrían
tantos militantes. La revolución anticapitalista y antimperialista no estaba en
el plan de aquel movimiento político, ni en el de su ideología teorizada. Por
eso, lo decisivo fue que Ernesto buscó por el continente una causa
revolucionaria a la cual entregarle todo su ser, no solo el pensamiento, hasta
que la encontró.
En
la etapa que siguió desde que se incorporó a la organización fidelista en
México hasta el triunfo de la Revolución, lo fundamental fue la experiencia
práctica. Cuando un periodista le pregunta en la Sierra, en febrero de 1958, si
él era marxista desde antes de venir a Cuba, el Che le responde que en la
guerra él ha tenido que olvidar todo lo que aprendió antes. Es decir, ha sabido
desaprender, como un instrumento más de su desarrollo personal. Pero no ha
abominado de la teoría, ni la abandonará nunca.
Como
otras grandes personalidades, Che comparte diferentes inclinaciones. La vida y
las prioridades asumidas le acotan sus campos de labor, pero sus propensiones
más fuertes permanecen, reaparecen cada vez que pueden o marcan con su impronta
los modos de aproximarse a los problemas y tratarlos. Su vocación teórica es
muy poderosa. Ella le ayudará a exigirle su sentido a los hechos, las conductas
y los problemas, a ser analítico y problematizar; es decir, a utilizar el único
modo de buscar lo cierto, lo esencial y los caminos. Le dará contenidos más
trascendentes a su decisión de entregarse a la actuación social y política
revolucionaria, le brindará instrumentos para evaluar y para inscribir lo
contingente y los eventos en una totalidad de los procesos de liberación social
y humana, y trabajar con ellos en el taller de los conceptos y las teorías. El
ejercicio permanente de esa vocación le aportará al Che una mayor capacidad
para prever y hacer proyectos, para exponer sus ideas y para conducir a sus
compañeros. Y por último, pero no menos importante, formará una mente capaz de inquirir,
dudar, preguntar, desconfiar, derribar las prisiones de los lugares comunes, lo
establecido, la reproducción de lo existente y lo que se considera posible, y
atreverse a crear y ser original. En una palabra, ejercer la ciencia más difícil: la de la revolución.
PENSAMIENTO ABIERTO Y PODEROSO
Su elocuencia sencilla y ajena a la
estridencia, su lenguaje claro, son los vehículos del pensamiento abierto y
poderoso de este hombre que jamás olvida los fosos profundos mediante los que
las sociedades de dominación han separado a los que cultivan el intelecto de la
masa enorme de la gente común, la gente de abajo. Él siempre
es uno con ellos, y ellos lo premian con su devoción, pero al mismo tiempo
advierten la densidad de pensamiento que está siempre detrás de la calma
decidida con que el Che aborda las cuestiones cotidianas y los grandes
desafíos. La huella de la teoría, unas veces expresa y otras no, lo acompañó a
lo largo de su vida.
El
Che estuvo produciendo teoría marxista a partir del triunfo de 1959, desde
puntos de partida que son los naturales para un revolucionario: el análisis de
la política, la economía, las ideologías y las teorías, sus contenidos, sus
métodos e instrumentos, sus condicionamientos y los conflictos en que
participan. Eso hace conveniente aclarar que buena parte de sus proposiciones y
su posición teóricas se encuentran precisamente en el conjunto de sus productos
escritos y orales, y allí hay que buscarlos. A la vez, el Che estudiaba textos
teóricos y los comentaba, y hacía exposiciones propias directamente teóricas.
Estudiando unas y otras fuentes podremos encontrar al Che pensador y al
filósofo.
Este hombre que se sabía histórico y
estuvo tan consciente del papel que desempeñaba y de lo que debía hacer, se
puso un límite en cuanto pensador: su entrega a las tareas prácticas y a la
causa; y otro en cuanto a la libre exposición de su ideas: sus compromisos como
dirigente revolucionario. Pero supo comprender –y este es un
aspecto más de su grandeza– que a la Revolución cubana le era indispensable
elaborar un pensamiento creador y eficaz, y que esa debía ser una de sus
dimensiones importantes, y logró desplegar una actividad intelectual ejemplar
al servicio de esa tarea. Che fue elaborando una concepción suya dentro del
marxismo, cumplió los requisitos de ese tipo de trabajo y avanzó en el
desarrollo de ella hasta donde la vida se lo permitió.
No
emplearé tiempo en referirme al contenido de su concepción teórica, que desde
hace más de veinticinco años he tratado de exponer en extenso; estoy seguro de
que será manejada y debatida en el curso de este coloquio. Solo quiero afirmar
que esa concepción, que hoy puede parecerles improcedente a muchos, nos muestra
precisamente su carácter trascendente con su capacidad de servir como
instrumento para comprender las circunstancias actuales y plantearse conductas
y estrategias ante ellas, y para enfrentar el formidable desarme ideológico al
que han sido sometidos los pueblos en las últimas décadas.
Por
entender que es uno de los aspectos de su legado que puede ser muy útil para
Cuba y para la América Latina en la actualidad, voy a referirme a su crítica al socialismo que llamaban “realmente existente”,
crítica que evolucionó y se hizo cada vez más dura y fundamentada. Al hacerla,
el Che no olvidó en ningún momento su responsabilidad como dirigente cubano. Para situarnos
mejor ante su crítica, es preciso tener en cuenta la existencia de dos formas
de socialismo en Cuba, que se iniciaron desde la tercera década del siglo XX y
han tenido una historia de contradicciones y conflictos, y también de
coexistencias y colaboraciones. Esas dos formas son el socialismo proveniente
del movimiento comunista internacional y el socialismo cubano.
El
movimiento revolucionario insurreccional contra la dictadura dirigido por Fidel
–en el cual el Che se incorpora desde los días de México– tuvo que abocarse en
la práctica a la victoria para que el socialismo seguidor del movimiento
comunista internacional lo admitiera como una opción política decisiva. El
carácter de la revolución –una noción que entonces era muy manejada por la
izquierda– estuvo determinado por la praxis organizada y consciente de los
revolucionarios, y no fue consecuencia de características de la estructura
económica del país. Por eso pudo ser una revolución socialista de liberación
nacional la que triunfó en 1959. Esos dos choques con los principios de la
teoría-ideología del socialismo guiado por la Unión Soviética y el movimiento
comunista de su campo pronto fueron seguidos por otros. Se fue haciendo obvio que
este evento trascendental por haber sido inconcebible y por su increíble
alcance, que conquistó la liberación nacional y social del país, estableció un
poder popular fortísimo, enfrentó con éxito a sus enemigos y sus obstáculos y
produjo colosales transformaciones de las personas, las relaciones y las
instituciones, constituía, además, una herejía dentro del campo de las
experiencias y las ideas socialistas.
En
octubre de 1963, al planear un seminario de profundización sobre el Sistema
Presupuestario de Financiamiento para los cuadros del Ministerio de Industrias,
Che orienta relacionar y comparar los sistemas de dirección con la estimulación
al trabajo y con la centralización. Comenta que hay que estudiar las relaciones
entre el sistema de dirección y los problemas económicos y las concepciones de
los países socialistas. Encerrarse en una “falsa concepción de la ley del
valor”, dice, les hizo perder contacto con el mundo exterior. La productividad
mundial dejó atrás a los países socialistas que, a diferencia de la USSS,
dependían del comercio exterior.
En
una reunión posterior analizan la norma soviética de premiar o castigar a las
empresas si cumplen o no el plan. Se produce una lucha continua entre los
aparatos centrales y las empresas, dice el Che, porque estas buscan tener metas
menores para sobrecumplir fácilmente o arriesgar menos un incumplimiento; su
éxito consiste en obtener mayores premios. “Se está estableciendo entre el
aparato central y la empresa una contradicción que no es socialista, una contradicción
que atenta contra el desarrollo de la conciencia”. Los dirigentes de empresas
socialistas se van convirtiendo así en expertos en engañar al Estado,
deformándose como individuos, y ante el obrero, la imagen del buen dirigente es
la del que “sabe” organizar para “sobrecumplir” siempre. De ese modo, el
sistema se va apartando de sus objetivos y la gente se va separando de aquellos
que debían ser capaces de dirigirlos. El Che aprovecha para exponer con vigor
las cualidades que debe tener un director de empresa.
En
julio de 1964, Che comenta con sus compañeros: “cuando el cálculo económico
llega, como debe llegar, a un callejón sin salida, conduce por la lógica de los
hechos a tratar de resolverlo por el mismo sistema, aumentar el estímulo
material, la dedicación de la gente específicamente a su interés material y por
ahí al libre fuero de la Ley del Valor. Y por ahí al surgimiento en cierta
manera de categorías estrictamente capitalistas”. Denuncia de manera categórica
la apelación a tomar “como arma para luchar contra el capitalismo, las armas
del capitalismo”. La autogestión intenta valorar al hombre por lo que rinde,
dice, pero el capitalismo es el que sabe hacer eso perfectamente. Las
motivaciones de “la sociedad donde la filosofía es la lucha del hombre contra
el hombre, de los grupos contra los grupos y la anarquía de la producción” no
podrán ser despertadas y utilizadas eficazmente para servir a una sociedad cuya
base era el poder socialista. Esta exige control riguroso, control conciente,
“la colaboración entre todos los participantes como miembros de una gran
empresa (el conjunto de la economía), en vez de ser lobitos entre sí dentro de
la construcción del socialismo”.
Opina que en vez de ir al fondo de
los problemas, la práctica y el pensamiento de estos socialistas se deja llevar
a la seguridad aparente de acudir a lo ya probado, reforzar el mercado, sus
mecanismos y el estímulo material individual. Las reformas pueden relucir como
“descubrimientos” que remediarían la falta de motivaciones suficientes en los
actores económicos y lograrían la subordinación de la producción para el
consumo a las demandas de sus consumidores, relacionar la rentabilidad con la
venta del producto, etcétera. Esos experimentos y ensayos de
política económica son, sin embargo, remedos de lo que el capitalismo hace
eficazmente, porque lo universaliza y porque corresponde a las relaciones
fundamentales de su sistema. Che cree firmemente que el socialismo no puede
emplear los métodos capitalistas para resolver hipotéticamente sus problemas
económicos a nivel de base, y mucho menos extrapolarlos a escala de la
sociedad, porque todo eso contradice lo esencial de su sistema. “El único
problema que hay es que cuando eso se traslada de una fábrica a todo el
conjunto de la sociedad, se crea la anarquía de la producción y viene la
crisis, y después tiene que venir el socialismo de nuevo”.
La
última frase retrata al Che teórico revolucionario: existe una lógica de las
sociedades, cuyo conocimiento debemos al propio marxismo; si la olvidamos,
pagaremos un precio muy caro. Pero el socialismo no es un régimen determinado
por el libre juego de las fuerzas económicas: después, tiene que venir el
socialismo de nuevo. Es decir, tendrá que imponerse la acción consciente y
organizada de los revolucionarios para recuperar el socialismo.
ESPÍRITU CRÍTICO Y EJERCICIO DEL
CRITERIO
El
Che insiste en desbaratar la imputación que se hace a sus ideas de mantener un
desprecio “idealista” por el interés material, un simplismo que busca
devaluarlas y rehuir la discusión. Nadie en sus cabales desconoce la fuerza y
el arraigo del interés material, instalado a lo largo de la historia de las
sociedades de dominación y multiplicado y refuncionalizado por el capitalismo.
La elección está entre utilizarlo llana y acríticamente –aunque se pueda
declarar o lamentar que sea nocivo–, o utilizarlo como un mal necesario, sin
depender de él. Ser creativo desde la situación concreta e inevitable, y
organizar un proceso de erradicación paulatina de los comportamientos económicos
egoístas e individualistas. Ir forjando otro mundo de actuaciones y valores
mediante una red de instrumentos diversos, económicos, sociales, políticos,
legales, administrativos.
El Che aprendió –al mismo tiempo– a
reflexionar sobre los problemas, la circunstancia en curso, las decisiones y la
actuación inmediata; sobre los métodos, la organización y los fines mediatos; y
a teorizar acerca de los asuntos fundamentales. La formidable
experiencia práctica que realizó al frente de más de doscientos mil
trabajadores industriales en esos primeros años sesenta ha sido sometida al
olvido. Recuperar el conocimiento de su extraordinaria riqueza contribuiría a
aumentar nuestras capacidades actuales. Y permitiría conocer al Che de los
cómo, que es tan grande como el Che de los hechos históricos y las ideas
expresadas en frases rotundas.
En
aquel ámbito que tuvo como centro a Ernesto Che Guevara regía el principio de
que la creación de otra realidad desde la existente, sin la cual no hay
revolución socialista, tiene que incluir el espíritu crítico y el ejercicio del
criterio, el fomento de la independencia y la capacidad de pensar y valorar con
cabeza propia. Che estimulaba estas cualidades de manera sistemática. En el
aspecto que estoy abordando, es impresionante la profundidad y el alcance del
análisis teórico logrado, en medio de la tormenta de la Revolución, un avance
que permitía una verdadera autonomía del pensamiento, salvado de no ver los
graves peligros de la copia y el seguidismo, y no apto para conocer las
deficiencias del socialismo existente y evitar o enfrentar la colonización
mental, la apologética y la rutina.
El
despliegue simultáneo de su concepción y de la profundización de la Revolución
cubana lo llevan a hacer más general y más adversa su crítica del socialismo
existente. Rechaza la noción tan repetida de que existe un sistema socialista
mundial, porque los países del campo del socialismo también tienen desarrollos
desiguales, como los del mundo capitalista: “…la práctica ha planteado el
problema de contradicciones insalvables; de índole ideológica a veces, tienen
siempre una base material, económica. De allí las posiciones que toman la URSS,
China, Rumanía o Cuba, en problemas aparentemente desligados de la economía.”
Al examinar conflictos bilaterales entre países del campo socialista, afirma
que en la realidad “se dan fenómenos de expansión, de cambio no equivalente, de
competencia, hasta cierto punto de explotación y ciertamente de sojuzgamiento
de los Estados débiles por los fuertes”. Tacha al CAME de “olla de grillos” y
plantea que los precios y la calidad de muchos artículos que venden los
socialistas de Europa a los demás serían inaceptables en el mercado
internacional capitalista. Reconoce que en este campo y en el de los créditos,
la política de la URSS y China es más consecuente con el internacionalismo. Pero aclara que los precios fijos sostenidos a productos
de países socialistas menos desarrollados, en el mejor caso, mitigan el
intercambio desigual, pero no lo anulan.
No
existe una confrontación planetaria principal entre el capitalismo y las
supuestas tres fuerzas revolucionarias, como repiten las declaraciones del
socialismo “realmente existente”, que las relacionan por orden de importancia:
primera, el llamado sistema socialista mundial; segunda, la “clase obrera” de
los países capitalistas desarrollados; y tercera, las luchas por la
independencia y la democracia nacional en las “jóvenes” naciones del Tercer
Mundo. La razón de Estado y los intereses económicos de cada país socialista, las
esferas de influencia pactadas, la estrategia de potencias son la regla y la
conducta usual. De la unión entre proletarios a escala mundial que preconizan
las declaraciones dice el Che: “Falso de toda falsedad. No hay punto de
contacto entre las masas proletarias de los países imperialistas y los
dependientes; todo contribuye a separarlos y crear antagonismos entre ellos (…)
el oportunismo ha ganado una inmensa capa de la clase obrera de los países
imperialistas…” Sobre las revoluciones: “También es falso que el proletariado
(…) sea el que cumpla el papel dirigente en la lucha de liberación, en la
mayoría de los países semicoloniales”. Ya no se puede admitir la idea de que la
burguesía nacional sea un factor progresivo en las luchas revolucionarias: “La lucha
contra la burguesía es condición indispensable de la lucha de liberación, si se
quiere arribar a un final irreversiblemente exitoso.”
También rechaza la consigna de la
“crisis general del capitalismo”, supuesta teoría que deben acatar los
partidarios del socialismo. No estamos en la “tercera etapa”; en
realidad, dice, el imperialismo no agoniza: “ni siquiera ha aprovechado al
máximo sus posibilidades en el momento actual y tiene una gran vitalidad (…) La
tendencia es a invertir capitales propios en el aprovechamiento de las materias
primas o en la industria ligera de los países dependientes”. La aguda
competencia “provoca una incesante marea de innovaciones técnicas…”
Los
jóvenes de hoy no han escuchado nada del “sistema socialista mundial”, “las
tres fuerzas revolucionarias” o la “crisis general del capitalismo”, y
seguramente sonríen al escuchar su explicación. Pero en aquel tiempo estaban
entre los principales dogmas que debían admitirse como artículos de fe y
esgrimirse para entender las cosas más importantes, acallar todo criterio
diferente y “vencer en la lucha ideológica”. El Che y los que como él escogían
actuar como revolucionarios en aquella época debían salir de esas prisiones y
pensar con cabeza propia. Recordar hoy la falta total de asideros en la
realidad que tenían aquellas consignas seudocientíficas es una lección contra
la tendencia a admitir ser gobernados por frases vacías.
MADUREZ DE LA CONCEPCIÓN TEÓRICA DEL
CHE
En los primeros meses de 1965 la
madurez de la concepción teórica de Ernesto Che Guevara se hace evidente en El
socialismo y el hombre en Cuba, uno de los textos fundamentales de la historia
del socialismo en América Latina. Pero enseguida comenzará la última
fase de su vida, en la que vuelve a dedicarse a la acción armada, ahora como
dirigente internacionalista cubano que intenta contribuir al desarrollo de las
revoluciones de liberación. Y ahora emprende también una tarea intelectual que
considera indispensable: la necesidad de llegar a conclusiones sobre el
socialismo realmente existente, asunto crucial para todos en el mundo, y la de
ofrecer una alternativa revolucionaria desde las ideas de los pensadores de los
países que han sufrido o sufren el colonialismo y el neocolonialismo, que
quieren pelear por la liberación total de las naciones y de las personas, y por
el avance de la revolución mundial.
“Es
un grito dado desde el subdesarrollo”, escribe en “La Necesidad de este libro”,
breve introducción a los Apuntes críticos a la Economía Política, un texto que
contiene planteamientos trascendentales. Se refiere a El capital, de Carlos
Marx, a las nuevas situaciones de la época imperialista, los aportes
extraordinarios de Lenin y la detención ulterior del desarrollo de la teoría
marxista. Enseguida expone las razones por las cuales hace la crítica de la
Economía Política:
Creemos
importante la tarea porque la investigación marxista en el campo de la economía
está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la
época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente. Y, lo que es trágico,
esto no se refiere sólo a un campo determinado de la ciencia; sucede en todos
los aspectos de la vida de los pueblos socialistas, creando perturbaciones ya
enormemente dañinas, pero cuyos resultados finales son incalculables (…)
Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la NEP han calado tan
hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa. Y sus
resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando
cada vez en forma más marcada las relaciones de producción, y los conflictos
provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a
favor de la superestructura. Se está regresando al capitalismo.
Che
confía en que muchos podrán sentirse atraídos por este “intento de retomar la
buena senda”. A ellos se dirige el libro, “y también a la multitud de
estudiantes cubanos que tienen que pasar por el doloroso proceso de aprender
‘verdades eternas’ en las publicaciones que vienen, sobre todo, de la URSS, y observar
como nuestra actitud y los repetidos planteamientos de nuestros dirigentes se
dan de patadas con lo que leen en los textos”.
Un largo camino había recorrido
Ernesto Guevara en una década. La revolución había sido su maestra. En la
guerra y desde el poder revolucionario se desarrolló su estatura como
combatiente, dirigente y pensador, y ahora él –como reclamara Lenin sesenta
años antes– debía, en justo pago, enseñarle algo a la revolución. Y lo logró.
La aventura socialista de un pequeño país aislado producía un pensamiento capaz
de continuar el trabajo excepcional mediante el cual Marx había encontrado
ideas capaces de subvertir el control de las ideas de la sociedad por la clase
dominante. Che escribió: “nosotros aportamos nuestro modesto granito de arena”.
Y a los compañeros cercanos más estudiosos les pidió componer un “manual”
cubano. Pensó seguramente que los que compartían su posición continuarían la
campaña de difusión de las actitudes y las ideas más revolucionarias que con
tanto ardor y sistematicidad él llevó a cabo en su última etapa en Cuba.
El
acierto y el alcance de los planteamientos del Che acerca de la esencia y el
destino del socialismo realmente existente solo se comprobaron veinticinco años
después. Pero cuando hacia el final del siglo XX pareció que todo lo logrado
por la humanidad se perdería, incluso la esperanza, el Che regresó. Celebramos
ese regreso, que evidencia la resistencia de los pueblos y el valor permanente
de las ideas y del ejemplo. Sin embargo, el pensamiento del Che ha seguido
encontrando escollos y ha tenido que ir ganando espacios paulatinamente. Ese
pensamiento es uno de los lugares principales de los combates actuales.
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