Por nora merlin
El retorno de los sueños de la militancia de los '70
Aprendimos que la democracia implica el acto de tomar la palabra como práctica colectiva y que la política debe ser pública, explícita y solidaria.
"Las generaciones muertas oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos", Karl Marx (Dieciocho Brumario, 1852)
Los 30 mil desaparecidos comienzan a descansar en paz y los sobrevivientes de los '70, acompañados por las nuevas generaciones, van elaborando el trauma social que representó el terrorismo de Estado acontecido en la Argentina entre 1976 y 1983. Suturar las heridas de aquella pesadilla, los años más negros y tristes de la historia argentina, constituye una tarea permanente. Cuando el Estado se hizo cargo y comenzó a reparar una por una todas las deudas que tenía con la militancia de los '70, tuvo lugar, sin venganza odio ni muerte, el retorno de los sueños emancipatorios y libertarios de esa generación.
En esa época se afirmaba, con sus diferencias particulares, una cultura militante. En un contexto mundial en el que surgían los movimientos de liberación, cobraba relevancia la idea de revolución socialista, la metodología de la lucha armada como medio para la toma del poder, el existencialismo con la concepción de compromiso activo. En el imaginario colectivo se recortaba la idea de liberación nacional al tiempo que se afianzaban como enemigos del pueblo al imperialismo, y las empresas monopólicas extranjeras, radicadas en el país desde 1955.
Una vez recuperada la confianza en la política pudieron retornar los sueños libertarios de los '70, las utopías, la alegría y el entusiasmo como afectos que se inscribieron políticamente.
Un momento explosivo de rebelión popular aconteció entre el '69 y '70: se conformaron movimientos sociales y políticos que ensayaron nuevos repertorios de acción política y distintas formas de protesta. Uno de ellos, el Cordobazo, determinó la caída de la dictadura de Onganía. Los sectores obreros formaron nuevas alianzas con los estudiantes, la juventud, articulándose demandas que trascendieron las específicamente obreras. La identidad popular militante se volvió cada vez más compleja, numerosa y heterogénea, comprendiendo el movimiento obrero organizado, los estudiantes, organizaciones barriales, villas, las izquierdas, las agrupaciones armadas, que integraban la Tendencia Revolucionaria (Juventud Peronista, Unión de Estudiantes Secundarios, Juventud Universitaria Peronista, Movimiento Villero Peronista, Juventud Trabajadora Peronista, Movimiento de Inquilinos Peronistas y Montoneros). Dos demandas centrales tomaron preponderancia y fueron aglutinantes: el enfrentamiento contra la dictadura, para el conjunto de la militancia, y el retorno de Perón para las agrupaciones peronistas.
Dos millones de personas se dirigieron a Ezeiza para recibir al líder que regresaba al país luego de 17 años de exilio, se anticipó allí el dramático mapa de lo que vendría. Al poco tiempo muere Perón, quedando Isabel Martínez al frente del gobierno, lo que lleva a la agudización de la crisis política, social, económica ya existente, acarreando la desarticulación de las fuerzas sociales movilizadas. En 1975 se desatan luchas internas, que, ante el vacío de poder y de autoridad, llevan al naufragio del modelo. La violencia de la derecha, el accionar de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), la militancia alejada del pueblo pasando a la clandestinidad, y el gran descontento social, fueron creando las condiciones de posibilidad para el avance de los militares. El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe cívico-militar más sanguinario de nuestra historia, dando comienzo al terrorismo de Estado con el argumento falaz de salvar a la patria de la guerrilla. Los bárbaros del poder secuestraron, torturaron y mataron a 30 mil compañeros del campo popular, desarmaron familias por asesinatos, exilios y robos de niños. Agraviaron a la juventud, dañaron la identidad popular, intentaron destruir toda una cultura, un proyecto político de país, atacando la alegría militante y los sueños colectivos.
Memoria, Verdad y Justicia se constituyeron en demandas articuladas por los organismos de Derechos Humanos, que fueron extendiéndose a casi toda la sociedad. La vuelta de la democracia dejó insatisfechas esas demandas, frustradas primero por la Ley de Punto Final y Obediencia Debida (gobierno de Alfonsín) y luego por la Ley de Amnistía (gobierno de Menem). La clase dirigente, promoviendo el miedo en la sociedad, afirmaba que era necesario dar vuelta la página negra, mirar para adelante y olvidar. Esto resultó una tarea imposible para la sociedad que no podía dejar atrás el pasado por ley, decreto o imperativo: lo reprimido retornaba una y otra vez como angustia, tristeza colectiva, individualismo, impotencia o escepticismo. En los '80 se escuchaba "no te metás", en los '90 la farandulización de la "política" se metaforizaba en el credo neoliberal de "pizza con champagne". Comenzó el nuevo siglo con el grito antipolítico "que se vayan todos" de las asambleas vecinales, que expresaba el comprensible escepticismo respecto de la política. Perdonar y reconciliarse eran palabras vacías, si el Estado no se hacía presente y no reconocía sus faltas durante la dictadura del terror.
En 2003 asume Néstor Kirchner, quien sabía que el dolor de la época oscura aún no había cesado, que hacer "borrón y cuenta nueva" implicaba la producción de individuos cínicos o indiferentes, y que no era posible construir poder sin capital social, sin cultura política y sobre un basamento de tristeza colectiva. La revisión del "pasado", pendiente y a la espera, fue una prioridad en la agenda política de un presidente que, tal como lo anunció al asumir, no dejó sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Néstor hizo visible su pertenencia a la generación de los años setenta, expresando que se consideraba "hijo de las Madres de Plaza de Mayo", pidió perdón en nombre del Estado, a las Madres y a los organismos de Derechos Humanos. Se posicionó en dos planos: como presidente encarnando a la institución y como militante del campo popular. De este modo dividido, tuvo la sensibilidad, audacia y decisión de comenzar a reparar la pesadilla.
El encuentro, producido en el 2003, entre política, memoria, y Derechos Humanos, produjo un corte histórico. Comienza una nueva política de Estado a favor de la verdad, el esclarecimiento de los crímenes, la justicia, la democracia y los Derechos Humanos. Valen como ejemplos que reflejan esto, la derogación de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y los indultos, el retiro del cuadro de Videla, la recuperación de nietos, el esclarecimiento de lo sucedido, el avance de los juicios y castigo a los represores. Como también propiciar la memoria de lo acontecido, convirtiendo los centros de detención y tortura como la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en espacios para la memoria.
Una vez recuperada la confianza en la política pudieron retornar los sueños libertarios de los '70, las utopías, la alegría y el entusiasmo como afectos que se inscribieron políticamente. "La gente" del neoliberalismo se transformó en "el pueblo", el cual tomó su lugar como agente y sujeto político, recuperando su potencia.
Si la política se puede plantear como una batalla discursiva, el campo popular había perdido unas cuantas palabras y muchas significaciones, que ahora se imponía recuperar.
El kirchnerismo logró restituir palabras tales como "pueblo", "proyecto", "libertad", "Patria", "soberanía", "Latinoamérica", "ideales", "emancipación", "militancia" y "política".
La relación entre juventud y política, surgida en los '70 y asesinada durante el proceso militar, fue otra deuda pendiente que se pudo saldar a partir de 2003. Surgió, como nuevo fenómeno que atraviesa la vida política nacional, una participación juvenil que incluye diversos movimientos sociales, resultando democrática, plural y horizontal.
La actual militancia, articulada a partir de demandas sociales que convergieron en un proyecto nacional y popular, permitió el surgimiento del pueblo como un nuevo actor, con una identidad kirchnerista en la que confluyó "setentismo", movimientos sociales, peronismo, izquierda, y latinoamericanismo. Ella tomó un sesgo colectivo con múltiples expresiones, modos de participación y nuevas formas de amistad: redes sociales, solidaridad en los barrios, articulación de arte, política y Derechos Humanos, proliferación de centros culturales, educativos y democráticos.
Aprendimos que la democracia implica el acto de tomar la palabra como práctica colectiva, que la política no puede ser clandestina ni aislada de la gente, sino que debe ser pública, explícita y solidaria. Que no se consigue la paz y una cultura política con la tristeza o el sacrificio de la vida, suprimiendo la libertad o cancelando el poder del cuerpo colectivo.
Hace falta aun más inclusión, justicia y ampliación democrática como un horizonte que no se detiene. Sólo saldando las deudas sociales tiene lugar un pueblo que recupera la alegría, la autoestima, las ideas y los sueños.
Al recuerdo de los compañeros desaparecidos, a la militancia de los '70, "presentes ahora y siempre".
Fuente:Infonews
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