Millones de libros fueron quemados por la dictadura y sus colaboradores civiles. El objetivo: destruir de raíz cualquier ideología "contraria al ser nacional".
Claudia Ferri Domingo
1ro de mayo de 2016
Al poco tiempo de llegar al poder el partido nazi alemán llevó adelante un “ritual purificador” para los jóvenes de su época. La noche del 10 de mayo de 1933, miles de estudiantes miembros de la juventud hitleriana, profesores y hombres de las SS y las SA quemaron alrededor de 25 mil libros en una hoguera pública en Berlín, extendiéndose luego a 20 ciudades más. Algo muy similar ocurrió en Argentina hace 40 años cuando militares y funcionarios civiles –apenas comenzado el golpe – iniciaron una práctica que se volvió recurrente: quemar libros, cuidadosamente seleccionados, en grandes fogatas a la vista de todos.
En abril de 1976 hubo dos quemas importantes de libros y ambas fueron en Córdoba. La primera se produjo en la escuela secundaria comercial “Manuel Belgrano” el 2 de abril. Ese día el interventor teniente primero Manuel Carmelo Barceló recorrió la biblioteca, seleccionó 19 libros (entre los autores estaban Marx, Engels, Margarita Aguirre, Godio y Martí) y procedió a quemarlos en el patio a la vista de numerosos estudiantes como testigos. La fogata fue acompañada por la posterior desaparición de 12 estudiantes, decenas de chicos expulsados y varios docentes cesanteados. Años después, los estudiantes acusaron a su ex director Tránsito Rigatuso de haber armado “listas negras” de libros y personas. Rigatuso fue un hombre del peronismo ortodoxo que ocupó el cargo a partir del Navarrazo en 1974 y fue diputado nacional durante el gobierno de Alfonsín. Uno de los tantos colaboradores de la dictadura que murió sin ir preso (1).
La segunda gran fogata se produjo el 29 de abril. El general Luciano Benjamín Menéndez ordenó la quema colectiva de libros que habían sido secuestrados de bibliotecas, colegios y universidades en los días previos. Luego de brindar conferencias de prensa con periodistas de la provincia el Jefe del Regimiento de Infantería Aerotransportada 14 del Comando del III Cuerpo del Ejército, Jorge Eduardo Gorleri, exhibió ante los presentes la pila de libros confiscada y ordenó quemarlos. Periodistas, funcionarios y militares estuvieron invitados a observar la gran fogata de autores marxistas. Ante los presentes Gorleri afirmó que “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas, etc (…) para que con este material se evite continuar engañando a nuestra juventud, sobre el verdadero bien que representan nuestros símbolos nacionales, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestro más tradicional acervo sintetizado en Dios, Patria, Hogar”. Así informó el diario La Voz el día 30 de abril bajo el título “Incineración de literatura marxista”. Algunos de las obras eliminadas pertenecían a García Márquez, Marx, Trotsky, Galeano, Bayer, Perón, Cortázar, Saint-Exupery, Engels, Freud, Sartre, entre muchos otros.
Con la vuelta de la democracia, el genocida Gorleri fue ascendido a general a pedido de Alfonsín quien mandó la propuesta al Senado en el que todos los radicales votaron a favor. Le duró poco, recibió presiones para que renuncie en 1986 porque se oponía abiertamente a que sus subordinados sean juzgados por tribunales civiles. La quema de libros se volvió una práctica recurrente. Se procedía a seleccionar, censurar, secuestrar y quemarlos. Se conocen casos en Entre Ríos, Capital Federal (90 mil libros quemados en Palermo), Rosario (80 mil libros) y, en 1980, se produjo la destrucción de 1 millón y medio de libros y revistas editados por la CEAL (Centro de Estudios de América Latina), fue 60 veces más grande que la quema nazi del 33. En la mayoría de los casos, los “rituales purificadores”-como solían llamarlo- eran realizados en lugares públicos, con testigos y fotógrafos. Los casos de Córdoba y Sarandí fueron filmados y difundidos al conjunto de la sociedad. El mensaje debía ser claro: aniquilar de raíz cualquier ideología “contraria al ser nacional y cristiano” y que la sociedad sea testigo de ello.
Quema de libros el 29 de abril en Córdoba
Los libros (y las ideas) como enemigo
Víctor Hugo dijo alguna vez que las que conducen y arrastran el mundo no son las máquinas sino las ideas. En la Argentina de los 70, producto del ascenso obrero y revolucionario mundial, calaron profundamente entre los estudiantes y trabajadores las ideas de igualdad, revolución y socialismo. La mayoría de estas definiciones partían de la literatura marxista, cuestionadora del orden social establecido, que se difundía ampliamente en escuelas y universidades de todo el país y en el resto de América Latina. Los libros eran considerados una amenaza de primer orden: transmitían ideas e incentivaban el uso de la imaginación y de la reflexión.
Por eso, con el golpe no sólo se buscó destruir aquella vanguardia obrera y juvenil que se había forjado a partir del Cordobazo, sino también dar una guerra en el ámbito cultural y educativo. La dictadura debía combatir al marxismo, considerada como la ideología de mayor peligrosidad, según cuentan Hernán Invernizzi y Judith Gociol en Un golpe a los libros. Represión a la cultura en la última dictadura militar. La quema de libros fue sólo un eslabón dentro de un plan sistemático para censurar, controlar y, eventualmente, eliminar “la infiltración marxista en las escuelas” y terminar con la subversión (1). El libro también afirma que la persecución ideológica no comenzó con el régimen militar sino que los criterios de censura eran los mismos que aplicó el gobierno peronista de Isabel, no olvidemos que en julio de 1974 un grupo de hombres ingresó en los talleres de Eudeba al grito de “¿dónde está El marxismo, de Henri Lefevre?” y quemaron más de 25 mil libros. Estas acciones fueron realizadas por grupos de tareas como la Triple A que también amenazaba y asesinaba artistas y periodistas (además de miles de obreros y estudiantes).
A partir de 1976, el Ministerio de Interior estaba a la cabeza de la cruzada mientras que la Dirección General de Publicaciones se encargaba de la censura de los libros. También se identificó 120 “editoriales marxistas”. Temáticas como psicoanálisis, lógica, feminismo, sexualidad, erotismo, materialismo histórico y literatura fueron las más golpeadas. En las bibliotecas se realizaron estrictos controles sobre los ficheros, se retiró de los mismos cualquier ficha que tuviera alusión a las palabras: “rojo”, “Cuba” o “revolución”. Cientos de revistas y diarios, muchos de ellos partidarios, fueron prohibidos. Ni los infantiles escaparon de la censura: El reino del revés de Maria Elena Walsh, Un elefante ocupa poco espacio de Elsa Borneman (según el decreto militar la huelga que convocaban los animales en el cuento tenía la finalidad de adoctrinar y captar ideológicamente a los niños) y muchos más de autores de origen nacional y extranjero.
El arsenal de decretos, normas e informes sobre antecedentes permitía desarrollar un estricto control sobre la cultura y la literatura pero era necesaria la colaboración de los padres para que el accionar represivo se extienda también al ámbito doméstico. Por eso la revista Para Ti se sumó a la cruzada antisubversiva y escribió una carta abierta a los padres argentinos porque “en esta guerra no sólo las armas son lo importante. También los libros, la educación, los profesores”. Incentivaba a los padres a leer los libros y cuadernos de sus hijos y a estar alertas, “no es sólo una obligación sino también una responsabilidad”. Queda claro que la colaboración de la prensa y de miles de funcionarios civiles, como los políticos radicales y peronistas, fue vital para sostener al régimen político y económico de la dictadura. Pero también fueron necesarios para sostener el estricto aparato de control cultural y comunicacional.
“Los libros que vos quemaste van a volver…” Como en las fábricas y en las universidades, también se resistió desde la clandestinidad la censura a los libros, la cultura y el arte. Seguramente cada militante y joven setentista tendrá una historia para contar de sus libros más queridos, esos que marcaron un quiebre en la conciencia de cada uno. Miles fueron enterrados para no terminar en las grandes quemas, algunos fueron escondidos, a otros tantos se les cambiaba la tapa para pasar desapercibidos. Muchos otros fueron quemados en pequeñas hogueras privadas para ocultar evidencias. Sin embargo la resistencia a la dictadura demostró que a pesar de los “rituales purificadores” y de los intentos de eliminar la libertad de expresión, las ideas continuaron moviendo al mundo con mayor o menor intensidad. En la actualidad, la lectura continúa siendo un medio para dejar volar la imaginación, profundizar reflexiones y como una práctica de esparcimiento sea a través de los libros impresos o utilizando otro soporte tecnológico. Muchos de aquellos libros prohibidos comenzaron publicarse nuevamente en los años siguientes a través de editoriales de izquierda. Una de ellas es el Centro de Estudios e Investigaciones León Trotsky (CEIP) que ha reeditado numerosos clásicos – junto con las publicaciones de nuevos trabajos de investigación- y apuesta difundir las ideas del marxismo entre jóvenes, mujeres y trabajadores que quieren organizarse para que las ideas revolucionarias se transformen en una práctica revolucionaria consciente, como diría Lenin.
Notas
- Rigatuso debió costear el juicio que le realizó a Sonia Torres, madre de una alumna desaparecida que lo acusó de delator, absuelta luego de que el político peronista la llevara a juicio por calumnias e injurias. Más allá del reconocimiento de su participación murió en 2012 libre e impune.
- Ver Invernizzi Hernán y Gociol Judith, Un golpe a los libros. Represión a la cultura en la última dictadura militar. Eudeba, 2002.
Fuente:laUzquierdaDiario
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