24 de marzo de 2018

ROSARIO: La hija de un represor que eligió ser una maestra "desobediente".

La hija de un represor que eligió ser una maestra "desobediente"
Analía Kalinec es docente e hija de un condenado por crímenes de lesa humanidad. Ella abrazó el camino de la memoria, la verdad y la justicia. Su historia.
Por Matías Loja @matiasloja mloja@lacapital.com.ar
Analía Kalinec integra el espacio Historias Desobedientes Analía Kalinec integra el espacio "Historias Desobedientes", conformado por hijas e hijos de represores de la dictadura.Foto: Ignacio Petunchi 
Sábado 24 de Marzo de 2018
Cuando eran chicas, Eduardo Kalinec les contaba a sus hijas la historia de Colita de Algodón. "Colita de Algodón era un conejito muy picarón. Su mamá le dijo: oye conejín, no vayas muy fuerte en monopatín. Por desobediente pronto se cayó y su cola blanca... ¡Ay, se lastimó!". Analía recuerda a su padre como un hombre afectuoso y protector, el cuento se lo narraba a ella y a sus hermanas hasta cambiando las voces y las entonaciones de los personajes. Veinte años después, en agosto de 2005, ella ya estaba casada y su madre la llamó para darle una noticia que iba a cambiarlo todo. Lo que escuchó del otro lado del teléfono la dejó helada: "No te asustes —le dijo— pero papá está preso". Eduardo Kalinec —alias Dr. K— había sido oficial de la Policía Federal y estaba acusado de aplicar tormentos y torturas en interrogatorios a detenidos-desaparecidos que pasaron por los centros clandestinos de detención del circuito Atlético-Banco-Olimpo. Hasta ese entonces a ella ni se le había cruzado por la cabeza que su padre podría estar vinculado con la dictadura.
Analía es docente de educación especial en una escuela de Buenos Aires, milita en el sindicato UTE-Ctera y mientras su padre cumple condena a prisión perpetua desde 2010 por crímenes de lesa humanidad, ella integra el colectivo Historias Desobedientes, un espacio que se reconoce como hijas e hijos de genocidas, y que levantan las banderas de la memoria, la verdad y la justicia.
Tenía escritos algunos relatos que le leía a sus hijos y alumnos y una amiga le sugirió publicarlos en internet. Armó la web y el perfil de Facebook "Historias Desobedientes y con faltas de ortografía". Con el tiempo se fueron sumando otros relatos, la mayoría de hijas de represores. La primera reunión fue el 18 de junio del año pasado, el Día del Padre. A partir de allí se empezaron a juntar y a dar testimonio de esa historia familiar que las lastimaba, mezcla de cierto sentimiento de culpa por lo que habían hecho sus padres, pero también por la necesidad de posicionarse en otra vereda. Gritar "yo no soy mi padre genocida". Hoy no es un día más para este colectivo, será el primer 24 Marzo que marchen, junto a los organismos de derechos humanos, bajo la bandera que las identifica: "Historias Desobedientes. Hijas, hijos y familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia".
Analía creció y se formó sin conocer la historia oculta de su padre. En su casa, en el colegio y en su círculos sociales de lo que pasó en la dictadura no se hablaba. Cuando se enteró de la detención de su papá culpó a los "zurdos revanchistas" del gobierno de entonces por lo que le pasaba a su viejo. Hasta lo visitó en la cárcel de Marcos Paz, con la angustia que siente una hija al ver que una injusticia había caído sobre su padre. El quiebre definitivo llegaría tres años después, cuando el caso fue elevado a juicio oral, lo que en el libreto familiar siempre le habían dicho que era imposible que eso pase, porque todo era mentira.
Entonces el velo comenzó a caer. Hacía algún tiempo que tenía en sus manos la causa de su padre pero nunca quiso leerla. Esta vez lo hizo. Se sentó con tiempo y la leyó entera, las 812 fojas, donde los sobrevivientes acusaban a ese hombre afectuoso, que de nena cariñosamente le decía Vizcachita, de ser responsable de secuestros y aplicar tormentos y apremios ilegales. Habló con su tía Laura. Cada paso que daba era muy denso. Puso en Google el alias con el que nombraban a su padre: Dr. K. La historia comenzó a develarse frente a sus ojos y ya nunca fue la misma. Su biografía había estallado y sabía que de eso no había retorno.
El cuento de Colita de Algodón encierra un peso simbólico brutal. "Mis hijos ya no escuchan la historia del conejín, me encargo casi obsesivamente de contarles historias en las cuales los protagonistas siempre dicen lo que piensan y nunca hacen algo por ser obedientes o por quedar bien con otros", escribió hace un tiempo la maestra.
Entrar al Olimpo
Esta semana, en vísperas del 24 de marzo, Analía Kalinec estuvo en varias escuelas dando charlas frente a padres y alumnos sobre la importancia de la memoria y la identidad. Uno de esos encuentros donde le tocó dar testimonio de su historia fue en el Olimpo, un viejo galpón que entre agosto del 78 y enero del 79 funcionó como centro clandestino de detención. Por allí pasaron unos 700 detenidos y solo 50 sobrevivieron. Hace 40 años, en ese mismo lugar, su papá participó activamente en la represión ejercida en ese lugar, en interrogatorios y torturas contra detenidos-desaparecidos.
Hoy Olimpo es un sitio resignificado como espacio de la memoria, donde se realizan actividades culturales y educativas. La maestra aún recuerda cada detalle del primer día que entró al ex centro clandestino de detención donde actuó su padre. El primer intento fue en 2014, en una conferencia de prensa convocada allí por supervisores de escuela, en rechazo a las inscripciones on line. Su papá ya había sido condenado por la Justicia, pero aún le daba cierta impresión ingresar, así que decidió quedarse afuera. Pero por la misma época trabajaba en una escuela de adultos y recibieron la visita de un grupo de tango. Los alumnos quedaron maravillados y después de la actividad se puso a charlar con uno de los profes de baile, que le dijo que daba clases de tango en Olimpo. Analía le contó entonces su historia, quién era su papá y su relación con ese ex centro de torturas. El profe se conmovió y la abrazó fuerte. Desde entonces, cada vez que él organizaba una milonga en el ex centro clandestino recuperado la invitaba a que se acerque. Las primeras veces se excusó alegando otras actividades, aunque admite que eran más excusas que otra cosa. La tercera invitación cayó un fin de semana y sintió que había llegado el momento de animarse. Fue con su hijo de siete años y al llegar la invadió el clima de alegría del lugar. Había baile y música en vivo. El profe de tango se le acercó, la abrazó fuerte y le dijo: "Qué bueno que estés acá". Analía se largó a llorar. El rumor de su presencia comenzó a circular y se le acercó una de las personas que trabaja en el espacio desde que Olimpo es sitio de la memoria. "Vine a darte la bienvenida, porque vos sos realmente bienvenida", le dijo. El hijo de Analía no entendía por qué su mamá otra vez rompía en llanto. Ella acababa de liberar una angustia contendida por años. "Que me digan que era bienvenida fue muy importante por esa cosa de culpa que sentía. Yo sé que está mal, porque no tengo culpa de nada, pero sí una cosa de pudor, de qué voy a hacer ahí después de todo lo hizo mi papá. Y haya un otro que me habilite para mí fue muy significativo", recuerda Analía en diálogo con La Capital.
—En tu caso, a diferencia de otras historias de hijos de represores, conservás el apellido
—Sí, cada historia es singular. Y nosotros cuando nos empezamos a encontrar y a contarnos lo que nos pasaba hicimos recorridos distintos. Mi apellido quizás pasa más inadvertido en el imaginario social como puede ser Videla, Massera o Etchecolatz. No tenía el peso del apellido sobre mi espalda, sí el peso de mi historia y lo que había hecho mi papá. Que encima me entero de grande, no es que lo supe de toda la vida. Nací en el 79, crecí en años de impunidad y a mí se me revela toda esta historia cuando me llama mi mamá y me dice que mi papá estaba preso. Tenía 24 o 25 años y fue cuando se reabrieron los juicios. Después cuando fui estudiante de psicología en la facultad me empezó a agarrar una cosa de ver si alguien se daba cuenta, porque salían noticias en el diario y tuve un momento de vergüenza por el apellido, que alguien llegara a darse vuelta y mirarme. Me pasó en una escuela, con mucho respeto una compañera que tiene a su hermano desaparecido en los centros donde estuvo mi papá me preguntó y charlamos. Pero no me pasó que me señalen con el dedo, como a otras hijas sí les pudo haber pasado por el peso del apellido.
—¿De adolescente cuál era tu vínculo con el tema de la dictadura y los desaparecidos?
—Mi familia era muy endogámica, crecí en una escuela privada católica. Esos temas eran inexistentes, además que había una cosa social de impunidad, donde en los círculos donde me movía, que eran muy escuetos y restringidos, no circulaban estos temas. La verdad que en mi adolescencia viví con mucha ignorancia acerca de lo que había sido la historia reciente de nuestro país. Entré a la secundaria en el año 93 y ese tema no lo abordé.
—¿Cómo impactó el descubrimiento de tu historia familiar en tu trayecto como docente? ¿Notaste cambios en tu vínculo con los alumnos o con la escuela?
—Absolutamente, primero hay un crecimiento personal que tiene que ver con que van pasando los años y uno va adquiriendo experiencia y sentir esa cosa de compromiso social, de estar, participar, involucrarme. El otro día una nena de 10 años nos preguntó en el Facebook de "Historias Desobedientes y con faltas de ortografía" por qué nos llamábamos así. Mi compañeras me pidieron: "Respondele vos que sos maestra" (risas). La nena quería saber la respuesta para llevarla a la escuela y leerla a sus compañeritos que están trabajando esta semana lo del 24 de Marzo. Y entonces le conté que cuando era chica a nosotras mi papá nos contaba el cuento del conejo Colita de Algodón, que por desobediente se cae y se lastima la cola. Porque ahí está presente esa cosa de crecer en la obediencia, sin faltas de ortografía, vestirse correctamente. Una cosa muy instalada por lo menos en mi familia. Y yo era un desastre, con faltas de ortografía, siempre despeinada, mi cuaderno manchado de tinta, no me gustaba hacer caso a lo que me decían en casa. Entonces empezar a transmitir eso se me volvió como una obligación. Espero que las madres no lo tomen a mal, no es que les enseñamos a los chicos a ser desobedientes cuando una les dice que se bañen o se cepillen los dientes. Pero sí me impuse esta necesidad de leerles otras historias, donde los protagonistas no siguen las normas preestablecidas. Transmitirles que cuando hay algo que está mal, por más que te digan que lo tenés que hacer, si te das cuenta que está mal no lo hagas. La desobediencia como algo posible y positivo en algunos casos. Ser autónomos y tener capacidad de discernimiento, en contra de la obediencia debida que hubo en nuestro país y las trágicas consecuencias que eso trajo.

Para que la escuela no sea ficción
Analía Kalinec hace doce años que ejerce la docencia en la misma escuela del barrio de Flores, cerquita de su casa. Primero fue maestra de primaria hasta que llegó el 2008 y con él dos cambios profundos: el primero, la elevación de la causa de su padre a juicio oral, que para ella fue confirmar y admitir que el Dr. K. había participado del circuito represivo. El segundo, que como estudiante avanzada de psicología, se presentó en el área de educación especial y la tomaron en la misma escuela donde era docente: "Ahí empiezo a trabajar en un espacio especial en lo que en ese momento se llamaba maestra de recuperación, que ahora por suerte con el avance de las leyes y nuevos marcos conceptuales la nomenclatura es maestra de apoyo pedagógico". Explica que su trabajo diario consiste en trabajar con niños y niñas que necesiten de algún andamiaje particular para avanzar en los aprendizajes. Además de docente de grado y de trabajar en escuela de adultos, Analía se recibió de psicóloga y de profesora para la enseñanza media y superior en psicología.
—¿Cuál es tu mirada sobre este tiempo de desmemorias, teoría de los dos demonios o que aún haya reticencias a abordar estos temas en el aula?
—Se me representa claramente con lo que pasó con Santiago Maldonado, donde hubo una embestida acerca de que esas cosas no se hablan y me parece que no pasa por ese lado. Nosotros como sociedad y escuela pública, y supongo que en la privada pasa lo mismo, ya lo tenemos superado. La escuela es parte de la sociedad, los chicos tienen que poder preguntar, hablar y estar involucrados con lo que está pasando socialmente. Sino lo que se vive en la escuela se transforma en una ficción. La escuela es parte de la vida misma, es lo social, lo que nos atraviesa todo el tiempo. Y si queremos formar ciudadanos críticos, autónomos y responsables qué mejor que hacerlos opinar y participar. Necesitamos una sociedad involucrada, que pueda defender sus derechos, pensar en el otro y que pueda recordar para no repetir. La escuela ahí teje una misión fundamental y nosotros, como maestros que sostenemos gran parte de la escuela, esto lo sabemos muy bien.

Bajo el ala del cóndor
Analía estudió siempre en instituciones privadas y católicas. Cuando se recibió de profesora de enseñanza primaria comenzó a ejercer en una escuelita privada del barrio porteño de Lugano, a la que accedió gracias a los contactos de su padre. "Arranqué la docencia bajo el ala de mi papá", dice. Aclara que a diferencia de otras historias de hijos e hijas de represores, Eduardo Kalinec "fue un papá afectuoso, protector y proveedor".
Marca como primer punto de inflexión en su propia historia cuando empieza a estudiar en el Ciclo Básico Común (CBC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que hizo primero con intenciones de seguir la carrera de ciencias de la educación y que luego cambió a psicología. "Ahí se me abre un poco la cabeza. Bah, se me abre entera la cabeza porque viéndolo retrospectivamente la tenía bastante cerrada", afirma. En los pasillos de la facultad empieza a conocer a otras personas, a leer otros marcos teóricos, a encontrarse con otros mundos. El de la militancia y el de otras realidades sociales.
"Me casé jovencita, a los 22 años —cuenta— y al poco tiempo me anoté para trabajar en una escuela pública. Más que nada por iniciativa de mi marido que tenía otro recorrido y formación, de familia anarquista. Para mí ese fue un cambio muy significativo. La escuela pública tiene lógicas distintas a la privada. Entonces la universidad pública, el trabajo en la escuela pública, es como que salgo de lo endogámico a mi propia familia. En ese marco es cuando me llama mi mamá para anunciarme que mi papá estaba preso. Yo ya estaba como empezando un recorrido más autónomo y llega esta noticia que es muy fuerte. Desde ahí no me fui más de la pública".

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