El fallo de Casación que revocó la calificación de genocidio reinstaló un debate que está muy lejos de ser pieza de museo porque habla de la disputa por los sentidos del pasado
Soy todo lo que recuerdo
Con la reapertura de los juicios a los genocidas emergieron proclamas que defendían el accionar de las FFAA al entender que habrían librado una guerra contra la subversión y, el Estado, en lugar de agradecerlo los perseguía políticamente. Más tarde surgirían nuevas voces: buscando la semejanza con los organismos de DD.HH., el CELTIV retomaba la prédica de “los dos demonios”, esta vez equiparando a las víctimas en lugar de a los “contendientes” del conflicto. Las víctimas, de ambos lados, merecían justicia y reparación.
Mucho se ha debatido sobre qué hacer con estos discursos, con propuestas diversas, pero con un acuerdo desde el campo popular: los juicios son una herramienta fundamental para esa disputa. A partir de un fallo de la Casación en el que la mayoría revocó la calificación de genocidio establecida por el TOF1 de La Plata, se reinstaló el debate sobre el rol de los procesos en la disputa por los sentidos del pasado y abre una nueva oportunidad para reflexionar al respecto.
Desde la conformación de la Conadep nuestra historia se encuentra plagada de tensiones que se expresaron (y se expresan) en las calles, los tribunales y la producción científica. Sin intención de resolverlo, identificamos elementos que hacen de los juicios un espacio que habilita la disputa por los sentidos del pasado y contra el negacionismo.
Porque al juzgar crímenes de Estado, además de debatirse los delitos particulares de las causas, se establecen el contexto histórico general, su intencionalidad y despliegue. En cada juicio los tribunales se preguntan: 1) ¿Qué pasó? ¿Cuál es el daño?, 2) ¿Si el daño es delito?, 3) ¿Quiénes son las víctimas? ¿Quiénes son los responsables?, 4) ¿Hay intencionalidad? ¿Cuál fue?
Las respuestas, lejos de convertirse en piezas de museo, son parte de nuevas disputas por el sentido en los tribunales de alzada y como antecedentes en otras causas. Pero, además, rebasan los tribunales reproduciendo significaciones en otros ámbitos (como esta nota).
La alerta generada por el fallo tiene asidero en la realidad ya que 2 de los 3 camaristas (Yacobucci y Mahiques) hicieron lugar a las defensas revocando la calificación de genocidio. Pero, además, tiene asidero desde una perspectiva histórica: la denominación como tal, como repone Slokar en su disidencia, es anterior al fin de la dictadura (algunos ejemplos son el Informe de la CADHU o la Carta a la junta militar de Walsh en 1977). Incluso judicialmente está como antecedente lo alegado por querellas en el Juicio a las Juntas. Desde allí, la tipificación de genocidio es parte del movimiento popular, las producciones académicas y, desde el 2006, nuevamente de las sentencias.
Al igual que en los juicios, la controversia que llegó al máximo tribunal penal refiere a la posibilidad de subsumir el caso argentino al grupo nacional en los términos de la CONUG. Slokar considera que el grupo no se restringe a la nacionalidad, en tanto la vida del sector aniquilado fue para los perpetradores indigna de ser tratada en calidad de libre e igual ante la ley. Los restantes magistrados consideran que si las víctimas fueron perseguidas por su carácter de opositoras políticas no son un grupo contemplado en la norma y alertan sobre el intento de introducir al plano judicial interpretaciones de otros terrenos.
Es tan válido debatir la calificación legal, como evitar el negacionismo normativo y de la causalidad. Cierto que no es lo mismo lo que se dice en las calles, lo que produce la ciencia y lo que establecen las normas; como tampoco es totalmente diferente. Subyace en todos ellos una mirada común sobre el proceso histórico: se persiguió a quienes con sus prácticas conformaban lazos de solidaridad, resistentes a los intereses de los sectores dominantes. Pretendían que, con su ausencia, no volviéramos a ser los mismos. Nos destruyeron una parte, para transformarnos a todos. Y en los tres ámbitos decimos lo mismo: FUE GENOCIDIO.
“Soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado”, dice la canción de Gabo Ferro. En 46 años no hemos olvidado. Obstinadamente sostenemos la memoria y seguimos pensando (en todos los ámbitos) sobre lo que nos pasó.
(*) Malena Silveyra y Valeria Thus, son abogadas de la Universidad de Buenos Aires
Fuente:Pagina12
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