25 . 09 . 22
Graffiti:
entre la expresión callejera y la persecución estatal
May Dupin
Entre los 70’ y los 80’ se gesta el Graffiti como parte de la cultura del hip hop. Los hoods -de "neighbourhoods", "barrios"- fueron su epicentro. El Estado, que no es neutral a expresiones de los sectores populares ¿qué respuesta tuvo? ’¿Qué importancia tuvieron en esta disciplina esos grupos de gente o amigues, denominadas crews, que en conjunto llevaban adelante alguna de las prácticas del hip hop?
Frente a las cámaras de lo que -quizás no sepa- será un documental que retrata sin prejuicios el mundo del graffiti, Bernie Jacobs declara: “es un símbolo de que hemos perdido el control”. Le habían preguntado qué es el graffiti. Explica entonces una visión que no solo él detenta: “El graffiti, como su nombre lo indica, no es un tipo de arte. ‘Graffiti’ es la aplicación de un mensaje sobre una superficie”. Jacobs es -según él mismo- quien está encargado de combatir el crimen en el metro de Nueva York. Señala un tag -firma del graffiti- que en negro corta el gris homogéneo del exterior de un vagón. “¿Eso es arte?”, pregunta. “No soy crítico de arte, no lo sé. Pero pongo las manos en el fuego y digo que eso es un delito”, se contesta a sí mismo.
El concepto
El término viene de graffito, que en italiano significa “garabato” o “inscripción”. Graffiti es su forma en plural. Aparentemente habría instalado su uso un arqueólogo que se dedicó a estudiar las inscripciones de este tipo que se llevaron adelante durante la antigüedad en Roma, en general de orden irónico o de denuncia. Pero si buceamos aún más en la etimología de esta palabra encontraremos que el verbo italiano de “garabatear” deriva del griego graphein que significa tanto “grabar” como “dibujar” o “escribir”. Es que la práctica del graffiti nos hace pensar incluso en una acción primitiva, propia de la prehistoria. De hecho Leila Gándara, autora del libro "Graffiti", señalará que esta disciplina “conserva de ese gesto primitivo, anticipador de dos actividades emparentadas aunque distintas: la escritura y la pintura”.
A su vez, Leila Gándara en su libro explica que junto al bombardeo de publicidades, carteles y vidrieras que encontramos en las ciudades coexisten el graffiti:
Hoy en día, el graffiti es una forma de comunicación ya incorporada al paisaje. Especialmente al paisaje urbano (...). Conscientemente o no, junto al bombardeo de mensajes de carteles publicitarios y vidrieras que recibimos diariamente cuando nos movemos por la ciudad percibimos también la presencia de esas voces surgidas al márgen de los espacios legitimados para la expresión escrita: los graffiti representan voces sociales que se expresan en un espacio no asignado para ese fin, un espacio tomado.
Se torna ineludible, si hablamos de graffiti, asociarlo con lo político, la protesta social, la resistencia y la denuncia: mismo en la antigua Roma habían tenido ese fin, pasando por el Mayo Francés en 1968 hasta el “las paredes son la imprenta de los pueblos” de Rodolfo Walsh durante la dictadura cívico-militar acá en Argentina y el “Las paredes se limpian, las pibas no vuelven” de la marea verde de hoy en día.
Cuando se trata de graffiti no hay pleno acuerdo de en qué categoría entra. Ha sido motivo de discusión para diferentes sectores del propio arte principalmente con el planteo de si debe entenderse o no como algo artístico. Por un lado, perdura en la categoría de vandalismo, aunque también es algo que piden las marcas como parte de una estrategia de marketing. Por otro lado, no se trata de algo que se ejecuta sobre cualquier soporte o pared: mayoritariamente no se encuentra -a excepción de que sea obra de ciertos artistas- plasmado en la pared de un museo ni en la pared de una casa. En sus inicios incluso estos eran espacios vedados para el graffiti. Hoy ya no lo son. Aún así principalmente se encuentra en la esfera de lo público y no cualquier espacio público: ahí donde todos podemos acceder pero donde también nos expresamos colectivamente, la calle.
De hecho, definiciones como "arte callejero" o "artista" a modo de epíteto puesto por Google o Wikipedia para dar cuenta de quién es tal o cual graffitero viene a hacer más intrincada la cuestión.
A tal grado se expresa esta disyuntiva que para 1972 se crea la UGA -United Graffiti Artist-, un organismo formado por graffiteros que desde su propio nombre -Artistas del Graffiti Unidos- presenta posición y pasa a pretender validar a "estas voces surgidas al márgen de los espacios legitimados" como arte. Un sector de los writers -”graffiteros” o quienes hacen graffiti- no forma parte de esta organización. De hecho, toman una postura crítica respecto a los que -gracias a que la UGA allana el terreno- hacen que el graffiti entre a las galerías de arte en forma de lienzos.
Vale aclarar que de todos modos a este tipo de obras no se las encontrará solo bajo capas de pintura blanca o ceñida de sospechas sino también por ejemplo en paredes interiores de estaciones como Puan de la línea "A" o en La Rural con la muestra “Banksy ¿Genio o delincuente?”. Es, como decíamos, una relación compleja.
El surgimiento del graffiti como parte de la Cultura Hip Hop
A partir del año 1969, en Nueva York, TAKI 183 emula el gesto que había tenido Cornbread -el primero de los graffiteros- en Filadelfia. Había logrado su pseudónimo al unir su apodo -deformación de Dimitraki, su nombre- con el número de calle en el que vivía y se supone que el hecho de ser mensajero le facilitó la posibilidad de pintar masivamente. Lo hizo a tal punto que trascendió la ciudad y para 1971 el New York Times le dedica una portada. Este ¿descuido? de ese diario favorece enormemente la divulgación de la disciplina y con esto cientos y cientos de adolescentes se incorporan a ese mundo.
Para ese entonces en Estados Unidos había repercutido fuertemente una crisis
internacional llamada “Crisis del petróleo”. Los efectos que provocó fue una baja en la producción que se tradujo en despidos masivos e inflación. En Nueva York esto pegó especialmente y sobre todo en los barrios negros donde ya había un porcentaje de desempleados a los que sus vidas se les hizo aún más cuesta arriba.
Entre los 70 y los 80 es que el graffiti se gesta con epicentro en Nueva York, sobre todo en los barrios negros como el Bronx. Estos hoods era el territorio que el corazón del imperialismo destinaba para pobres, negros e inmigrantes. Estos rasgos, además de ser el foco predilecto de las fuerzas represivas del Estado, serían los de quienes compondrían más tarde, cuando se fundaron, las crews. A estos elementos además hay que sumarle que se trataba de adolescentes de alrededor de 15 años de edad.
Los writers habían tenido la perspicacia de identificar que si pintaban los trenes sus firmas serían vistas por toda la ciudad y por miles y miles de trabajadores que tomaban a diario el metro.
Distintos estilos empiezan a ganar los frentes de los trenes y las calles de Nueva York: desde Stay High 149 que deja atrás la firma de letras planas cuando utiliza un segundo color para el fondo y suma aureolas, hasta PHASE 2 que empieza a dejar de lado la legibilidad con sus bubble letter -letras redondeadas-. Más tarde llegará el throw up -“vomitar” por la velocidad que confería el método- y las block letters. El atractivo visual comienza a tomar un rol central a tal punto que, en dado momento, se arriba al wild style -“estilo salvaje”-, donde las letras se deforman mucho más a fuerza de experimentación, en detrimento de la legibilidad, y se las combina con otros elementos, por sobre todo flechas. La estética era lo principal y las invenciones en ese plano eran importante a la hora de competir con otras crew, no solo qué tanta superficie cubría cada una. De allí, justamente el nombre del film “Style wars” -“Guerra de estilos”-, donde se entrevé que el enemigo no es ni una crew ni un individuo sino la estética del contrincante. En esa misma película se retrata cómo dieron con enemigos mucho más sólidos y más organizados claramente no en los que podían ser sus vecinos sino en los dueños de los trenes, las armas y el Estado.
Cientos y cientos de adolescentes más se vuelcan al graffiti y aparecen también las primeras exponentes femeninas: Bárbara 62, Eva 62 y Lady Pink. Se empieza a identificar un sector de writers más activo ya con su propia jerga y costumbres. También puntos de encuentro y creación de piezas e intercambio de consejos respecto a técnicas o cómo acceder a los trenes para graffitear. A estos puntos se les llamaba writer´s benchs o corner´s bench (“banco de escritores” o “esquina de escritores”, según correspondiera) y también han sabido ser espacios de deliberación para que los graffiteros debatieran sobre problemas comunes.
Los writers de mayor actividad comienzan a conformar crews. Las primeras de ellas fueron VANDALS -donde encontramos a PHASE 2- y Fabulous Five. En parte sucedió por la dinámica propia del proceso creativo. También se dio por cuestiones defensivas. Identificaban en la policía un peligro y era necesario para resguardarse que, por ejemplo, alguien hiciera de campana mientras otro pintaba para evitar ser multados o detenidos. Aún así la convivencia entre crews no era plenamente pacífica. Ambos elementos hicieron que los writers tuvieran que tejer alianzas con sus pares.
1984
No se puede establecer un momento específico en el que surge las crews aunque sí se puede identificar en qué momento salir a pintar solo o sola era inviable por lo riesgoso del hecho. Para 1984 y hasta 1989 el graffiti y los writers experimentan el momento de mayor persecución pero ya hacía más de una década desde que el Estado capitalista los interpreta como enemigos y como parte de esto han tenido no solo políticas de un aumento de la coerción y el control sino que desplegaron una serie de mecanismos para darle fin a esta expresión artística.
Ya en 1972 John Lindsay le declara la guerra y gasta para ello un millón y medio de dólares en combatirlo y limpiar trenes. Pero contrario a lo que pretendía para el año siguiente los trenes estarían desbordantes de pintadas dentro y fuera.
La MTA -Autoridad de Tránsito Metropolitano- adquirió y colocó maquinaria específica para limpiar los trenes aunque en realidad este utilitario que echaba ácidos a alta presión solo conseguía borronear y quitarle el color a los graffiti. Esto desalentó a los writers dado que el atractivo de sus piezas se volvía efímero. Aún así la actividad no menguó. Tampoco era negociable. En el film Style Wars de primera mano los writers contaban cómo las autoridades los habían citado para negociar y allí les pedían o algún tipo de información para borrar definitivamente un graffiti o que bajaran el ritmo en que pintaban. Se negaron. Sabían quienes eran sus enemigos y aunque cabía la esperanza de poder pintar y que se preservaran los graffiti o que no implicara una fuerte exposición a ser detenidos y multados el espíritu del graffiti era y es, en evidencia, irreverente y a este se mostraron fieles antes que sus propios intereses particulares.
Para el año 1982 el alcalde de Nueva York lanza una campaña de desprestigio al graffiti con la consigna “Make your mark in society. Not on society”. En ella apelaba a los jóvenes con figuras como Héctor Camacho y Alex Ramos, dos campeones de boxeo. También incorporan a artistas como Celia Cruz, Eddie Palmieri, Ray Barretto e Irene Cara. Esta última junto con el actor y bailarín Gene Anthony Ray en una publicidad para televisión, en un tren, anunciaban “He entrenado toda mi vida para hacer pasos como este”, “y yo practico todos los días para ser cantante”.
Como señalábamos, desde el año 1984 se abre una nueva etapa en la relación que adopta el Estado frente al graffiti. Hasta 1989 se refuerza el control, aumentan las multas, los trenes se limpian con gran frecuencia, se construyen muros más altos, se alambra, se ponen perros en las inmediaciones del metro y hasta se restringe la venta de aerosoles. Muchos writers deciden abandonar por lo menos momentáneamente el bombardeo -es decir, salir a pintar masivamente- a los trenes después de haberse topado con la policía o de haber recibido multas que los perjudicaban económicamente tanto a ellos como a sus familias. Pasan entonces a pintar los muros o dejar de lado la actividad. Para quienes continúan, ir a bombardear implica ahora estudiar detenidamente el campo y los riesgos y establecer qué rol tocaba a cada integrante al momento de bajar a los estacionamientos de trenes.
Cabe preguntarse por qué esta actitud se da después de pasada más de una década del momento en que los tags de TAKI 183 comienzan a plagar la ciudad. Para inicios de los 80 el alcalde de Nueva York Ed Koch hace propio un proceso de gentrificación a lo largo y ancho de toda la ciudad. En Style Wars podemos encontrar una entrevista donde este se refiere al graffiti como “un ataque a la calidad de vida”, lo equipara con “el carterismo o el robo de tiendas” y señala que bajo su óptica “el graffiti que daña muros públicos y privados están en el mismo grupo, destruyendo nuestro estilo de vida y dificultando el disfrutar de la vida”. Pero ¿la vida de quiénes? o, mejor dicho: ¿de qué clase social?
“Gentrificación” es el nombre que recibe el proceso de transformación de un espacio urbano pero con el fin de que ese espacio sea mucho más redituable. Conlleva demoler incluso edificaciones históricas para construir en su lugar otras mucho más modernas. Uno de los efectos inmediatos para la población a la que le toque atestiguar esto en su territorio es que deben mudarse por el alza en los alquileres y la vida en general. También los pequeños comercios sufren las consecuencias. En su lugar llegan nuevos inquilinos y propietarios con mucho mejor pasar junto con grandes corporaciones. Respecto a Nueva York, en el 1979 un artículo del New York Times señala:
¿Los ricos se mudan y los pobres se van? (...) Nueva York y otras ciudades del noreste de Estados Unidos están comenzando a disfrutar de un renacimiento a medida que atraviesan un proceso gradual conocido con el curioso nombre de ’gentrificación’, término acuñado por los pobres ingleses desplazados y posteriormente adoptado por expertos urbanos para describir los movimientos de las clases sociales en Londres y sus alrededores.
En esa misma nota el autor augura que “la evidencia de finales de los años 70 sugiere que la Nueva York de los años 80 y 90 ya no será un imán para los pobres y las personas sin hogar, sino una ciudad principalmente para la élite urbana ambiciosa y educada.”
Quizás resulte curioso saber que el Murals Arts Program, probablemente uno de los más grandes programas estatales de fomento del arte en todo Estados Unidos es en realidad parte de el Anti-graffiti Networks: un organismo creado en 1984 con el fin exclusivo de perseguir el graffiti. Para 1986 decide seducir a los jóvenes para expresarse sobre paredes pero con una diferencia no menor: en ese caso estaría bajo el ala, el ojo y el dominio del Estado capitalista. Quizás los writers se preguntaran por esa época: ¿acaso no eran las pintadas una molestia? ¿no hacían fea la ciudad? ¿no era un delito? Parece no ser así cuando quien lo dirige es el Estado.
En 1989 la MTA anuncia su victoria luego de que se persiguiera sistemáticamente a artistas callejeros, jóvenes y de barrios populares, luego de usar diferentes mecanismos y dedicar presupuestos especiales para mantenerlos a raya.
Tal vez la disputa no sea por si tal o cual arte es bonito o legítimo o si no lo es. Al graffiti no lo llevaba adelante cualquier sector: eran jóvenes, negros, inmigrantes y de barrios marginados. A su vez tenían una organización de colectivo. Pero esta rivalidad no se explica solo con esta cuestión. Además de ser perseguidos por su propia existencia, elegían no cualquier espacio para expresarse: la calle. El territorio que tenemos por excelencia para manifestarnos.
A modo de síntesis podríamos decir que el graffiti es un tipo de expresión para la cual no hay absoluto acuerdo de si entra o no en la esfera de lo artístico. Acá es no menor que al Estado burgués no le quepa esta discusión: como atentaría contra la propiedad privada lo tipifica como delito sin más y lo persigue. Mucho más si pone en riesgo la posibilidad de llevar adelante un negocio jugoso como el inmobiliario durante un proceso de gentrificación. Especialmente si quienes ejecutan esta disciplina son de sectores populares, racializados e inmigrantes: por aditamento se responde a la obra del mismo modo que se responde al autor, con palos y balas. Las crew tendrán en este punto una importancia fundamental a la hora poder resguardarse en cierto sentido de esto y poder seguir llevando adelante el graffiti. Por otro lado, el hecho de que haya quienes afirman o siquiera quienes se abren la incógnita de si se trata o no de arte ha tenido que ver con la pelea que dieron ciertos graffiteros, por las lecturas que se dieron y se dan alrededor del fenómeno y por el reconocimiento que le otorga el mercado. En cierto grado, cuando está relacionado con el interés de este último parece no importar tanto si le va o no el rótulo de delito sino qué tanto puede lucrar. De hecho el mercado ironiza con la discusión de si es o no arte el graffiti y se la apropia para ponerla a merced de sus ganancias cuando titula la muestra de Banksy con el epíteto “¿Genio o delincuente?”.
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