–¿Quién es la rubiecita?, preguntó el gendarme.

—Mi sobrina, respondió el hombre conocido como “el doctor”.

El miembro del cuerpo policial los dejó seguir. Atrás quedó la frontera, mientras la camioneta del “doctor”, señalado como “el que todo lo arregla”, trepidaba por un camino de ripio en dirección a la ciudad boliviana de Yacuiba. Alicia Parodi tenía, en ese momento, 17 años y logró escurrirse, una vez más, de las manos de los represores argentinos. Vio una luz roja a lo lejos; el doctor bajó la velocidad a medida que el edificio se materializaba en el camino y le dijo que no iba a necesitar los documentos que le había prometido, que podía trabajar para él ahí, donde no había rubias como ella, para los militares bolivianos y argentinos que llegaban al prostíbulo.

Pero Alicia lo convenció para que siguiera. Fueron los primeros kilómetros de un viaje por Latinoamérica en el su único refugio fue el movimiento político que la acogió: luego de las primeras desapariciones en su curso de la Escuela Normal Superior Antonio Mentruyt (ex ENAM) de Banfield, no había lugar que la guareciera del terror de la última dictadura militar.

Con el retorno de la democracia, Alicia pudo estudiar en dos universidades nacionales. Comunicación en la de Lomas de Zamora (UNLZ) y Ciencias Políticas en la de La Rioja (UNLaR). Esa última casa de estudios la reconoció en septiembre como parte del proyecto “Jóvenes y Memoria”. Además, en octubre, la militante, docente y secretaria adjunta de la Asociación Riojana de Docentes Universitarios (ARDU), recibió su legajo de estudiante del ex ENAM en un acto de reparación histórica para las víctimas de la “División Perdida”.

Vida entre paréntesis

De la puerta del ENAM, salieron cuatro tipos trajeados con biblioratos en las manos. Alicia los vio antes de llegar y se detuvo. Los duros golpes y amenazas que venía sufriendo en el centro de estudiantes que ella y sus compañeros habían armado en 1973, la hicieron suponer que eran sus legajos; no se equivocó: en esas manos estaban los datos de cada uno de los alumnos, alumnas, docentes y ex estudiantes de la escuela que buscaban. Desde 1976 y en poco más de un año, los militares desaparecieron a 31 de ellos.

Alicia se dio vuelta y fue a la casa de dos compañeras que vivían cerca. No fue a refugiarse sino a avisar. “Eran Silvita Bucci y Margarita Ercole. Hablé con las mamás para que no las dejaran ir al colegio”, recordó Parodi. A ella, su tía la recibió en San Francisco Solano, más al sur del conurbano bonaerense. Pudo quedarse una semana: “todos tenían miedo y, más allá de todo, te terminaban expulsando”.

El tránsito se convirtió en el único asilo posible; semanas diluidas en un naufragio rutinario a bordo del tren, con idas y venidas de Temperley a Constitución, de Constitución a Temperley, y de ahí a La Plata. “Mi papá subía diariamente en diferentes estaciones a llevarme comida y algún abrigo”, señaló la hoy doctora en Ciencias Humanas.

Hija del chofer de un frigorífico y de una ama de casa, la suya era una “casa de laburantes humildes” que quedó detonada luego de que los militares llegaron a buscarla. Fue un día después de su partida a San Luis. “Ahí empezó un recorrido doloroso. Iba saltando de lugar en lugar. Pasé por Santiago del Estero, las Termas de Río Hondo, Salta, pero iba siendo extraña en cada pueblo y eso se advertía”, rememoró Parodi.

Los últimos días fueron en Tartagal (Salta). Desde allí pudo examinar la frontera con Bolivia y evaluar una posible salida, mientras iba enterándose de la desaparición de sus compañeros en Buenos Aires.

“Todos los días llegaba un camión a descargar jabón Guereño. Tardaba algo así como dos horas. Adelante siempre venía un señor canoso, que no tenía más de 50 años y que andaba en una chata cero kilómetro. Consulte a una señora boliviana que ayudaba en la descarga y me respondió: “es el doctor, él todo lo arregla”, revivió la docente.

Se pusieron de acuerdo. Ella le daría la poca plata que tenía, él le conseguiría documentos falsos y la llevaría en la camioneta para pasar la frontera; la escena del prostíbulo sucede en ese recorrido.

Latinoamérica oprimida

Recién en Santa Cruz de la Sierra pudo conseguir los documentos. Asumió una nueva identidad, nacionalidad e historia. Tuvo que grabarse como “un casete en la cabeza” su nombre, el de sus padres inventados, y el relato de una crianza lejos de casa, en Buenos Aires.

Consiguió trabajo en un restaurante de Cochabamba. La huelga de hambre de las mujeres mineras por la desmilitarización y la liberación de los presos políticos la encontró en el corazón de Bolivia y ella se sumó al movimiento. A los pocos días cayó presa junto al secretario de Derechos Humanos de la ciudad. “Resistí todo lo que pude. Siempre repetí el mismo casete que el doctor me había enseñado. Eso irritó a los policías locales, que me tiraron a la celda de los comunes”, evocó Parodi.

Pronto se armó otra huelga para exigir la liberación del secretario y, al haber caído con él, Alicia consiguió ser liberada condicionalmente: debía ir a firmar todos los días a la comisaría. Sin garantías de liberación definitiva, se escapó al Perú. Su peregrinar hacia el norte la llevó a conocer la primera socialdemocracia de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, que cobijaba a los exiliados del cono sur.

Allí continuó su militancia social con el obispo de Caracas, a la espera de alguna posibilidad de emprender el regreso. “Alfabetizabamos en los cerros. Lo primero que le dije al padre fue que yo no era creyente. Me abrazó y me dijo: ´Mercedes –ese era su falso nombre– sos más cristiana que muchos de los que se golpean el pecho los domingos en la catedral´ ”, reconstruyó.

El regreso

El 6 de diciembre de 1983, Alicia tiró los documentos truchos en una alcantarilla frente al Obelisco. Recuperó su identidad: “para mí lo más importante es ser Alicia”. El 10 de diciembre estuvo en la plaza; también el 16 de abril de 1987, para movilizarse en contra del alzamiento carapintada.

Tras un paso por el Frente del Pueblo (FREPU), se acercó a los movimientos de derechos humanos y feministas y comenzó a estudiar: primero Comunicación, en la UNLZ; luego Ciencias Políticas, en la UNLaR, en donde adquirió un anclaje teórico de “todo lo que había aprendido y entendido en la práctica”. Para su tesis de doctorado, confeccionó un trabajo etnográfico que recorre la oscuridad de este período a través de la historia oral, las voces y los testimonios de sus protagonistas.

En septiembre de este año recibió tres reconocimientos: la reparación de los legajos –en los que se reemplazó el “egresado por inasistencias” por “víctima de terrorismo de Estado” –, en el ex ENAM, la distinción en la UNLaR y un homenaje por parte del Concejo Deliberante de Lomas de Zamora. Son distinciones personales, pero Alicia no puede dejar de ver en ellos un reconocimiento para todas y todos los caídos.

“Cargamos sobre nuestras espaldas a cada uno de nuestros compañeros y compañeras que ya no están”, expresó.

En La Rioja, Parodi es docente y militante gremial en ARDU; no se detuvo, pero pudo frenar, instalarse, dejar que lo que se mueva sea la memoria, “con la esperanza puesta en los pibes y pibas que siguen levantando esa bandera de defender sus derechos”.

Fuente:Pagina12