13 Mar, 2023
Lo absolvieron en el Juicio a las Juntas, lo condenamos por la desaparición de mis padres: de eso estoy orgullosa
La autora de “Diario de una princesa montonera” logró llevar a la Justicia a Omar Graffigna, que fue comandante de la Fuerza Aérea. Y rescata cómo se lo muestra en “Argentina, 1985″.
Por Mariana Eva Perez
Mariana Eva Perez y su libro "Diario de una princesa montonera".
La tercera y última parte de Diario de una princesa montonera tiene mucho que ver con Argentina, 1985. En el libro, la protagonista Lucha y Vuelve de su exilio académico alemán para llevar adelante, por fin, treinta y ocho años después de los hechos, su propio juicio de lesa humanidad. No es una megacausa. La megacausa ESMA le fue ajena, sobraban querellantes que la impulsaran. Es 2016 y a ella le toca un juicio más modesto, tres acusados y solo dos víctimas, su mamá y su papá. Esa parte del Diario se titula “Mi pequeño Nürnberg”, porque todo es así, chiquito, humilde, la cantidad de acusados y víctimas, la cobertura mediática, el público que asiste. En eso no se parece en nada al Juicio a las Juntas ni mucho menos a Argentina, 1985.
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Argentina, 1985 pone deliberadamente el ojo en personajes o situaciones que hasta ahora no formaban parte de las grandes narrativas de la memoria, como el equipo de jóvenes empleados judiciales que reunió la prueba para la acusación de la fiscalía o la responsabilidad de la Fuerza Aérea en el genocidio. En esto último sí se parece a Diario de una princesa montonera, porque los villanos del libro pertenecen a esa arma. Es un grupo conjunto de la Aeronáutica y el Ejército el que secuestra a los padres de la Princesa Montonera y los llevan a una casa de la Fuerza Aérea en Morón; la madre da a luz en la ESMA al hermanito de la princesa pero es trasladada de vuelta a este lugar en Morón que años después se sabrá que es la RIBA (Regional Inteligencia Buenos Aires), donde un agente civil de inteligencia de esa fuerza se roba su bebé.
Al Strassera de ficción, en mitad del juicio, le baja una orden de arriba que lo rebela: “La Fuerza Aérea tiene que quedar limpia”. “Mirá como se cagan de risa los de la Fuerza Aérea” le dice a Moreno Ocampo en la audiencia siguiente. Al amigo que en su lecho de muerte le pregunta qué va a pasar con las condenas, le miente que todos van a recibir perpetua. “¿Fuerza Aérea también?” “Fuerza Aérea también”. En realidad, Orlando Ramón Agosti recibe solo cuatro años de condena (la película nos ahorra cuántos años pidió la fiscalía), mientras que Omar Domingo Rubens Graffigna y Basilio Lami Dozo, los otros dos comandantes de la Aeronáutica, son absueltos. Strassera/Darín está atacado con eso, es lo primero que le dice al hijo cuando le pregunta por las condenas, no llega ni a alegrarse por las perpetuas a Videla y Massera de la bronca que le da.
Casi nadie sabe quiénes fueron Agosti, Graffigna ni Lami Dozo. Que Argentina, 1985 se proponga escracharlos con tanta insistencia es un dato que me cuesta interpretar pero que agradezco. Quiero que gane el Oscar solamente para que el mundo sepa que la Fuerza Aérea argentina fue tan asesina, torturadora y ladrona como las otras armas.
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Graffigna permaneció alejado de los tribunales desde 1985 hasta que en 2013 el juez federal Daniel Rafecas lo imputó como autor mediato de la privación ilegítima de la libertad de mis padres en su carácter de Jefe del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea. Cuando allanaron el departamento de Graffigna en el barrio de Belgrano, encontraron actas de reuniones de las Fuerzas Armadas escondidas en su ropero. Esperó el juicio oral gozando del beneficio de la prisión domiciliaria. Al momento de alegar, no tuve lo que hacía falta para pedir que cumpla su condena en la cárcel. Graffigna tenía casi la edad de mi abuela. Si llegaba a una condena nonagenario no era culpa mía, eso lo tenía claro, pero fui débil. Tengo sentimientos encontrados con la pena de prisión. A veces me arrepiento. A veces no. En el Juicio RIBA, mi pequeño Nürnberg, lo condenaron a veinticinco años de prisión. Cumplió cinco en su casa, o cuatro, no sé. Alguna vez lo controlaron y estaba efectivamente en casa. Murió en pandemia. Murió condenado. Lo absolvieron en el Juicio a las Juntas, lo condenamos por la desaparición de mis padres. De eso estoy orgullosa.
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Como muestra Argentina, 1985, los juicios de lesa humanidad, además de importantes por obvias razones sobre las que no argumentaré aquí, son apasionantes. Son tan cual los vemos en las series, en las películas, con esa teatralidad, esos protocolos estrictos, esos silencios del público cargados de todo lo que se calla, lo que se ahoga, lo que se escapa. Pero además de teatrales en ese sentido, son el escenario donde pasan cosas. Nunca sabés lo que va a pasar cuando presenciás un juicio de lesa, como les decimos cariñosamente los que los impulsamos.
Recuerdo particularmente una parte del testimonio de mi hermano que no creo haber relatado bien en el libro; va un segundo intento. El Diario de una princesa montonera, como su nombre anticipa, mezcla memoria y ficción, más aún, se manda la parte de un supuesto 110% Verdad, pero esto que voy a contar sí es verdad. Mientras declaraba, el hermano que me robaron recordó que cuando “hacía alguna rabieta” sus apropiadores, para insultarlo, lo llamaban “judío”. Los dos, se sorprendió ahí en la sala del TOF de San Martín, delante de todos. Se estaba dando cuenta en ese momento de que tanto el agente civil de Inteligencia de la Fuerza Aérea Francisco Gómez como su esposa Teodora Jofré conocían su origen, sabían que su mamá era una chica judía, sabían todo, en síntesis, cosa que Gómez le había confesado pero que Jofré siempre negó. (¡Ah, las apropiadoras! ¡Faltan tantas películas sobre ellas!).
Los griegos llamaban anagnórisis al momento en que se revela una verdad largamente ignorada, cuyo reconocimiento cambia todo. Bueno, esto último no pasó, pero fue muy teatral y por lo menos a mí y a todos los demás nos quedaron las responsabilidades bien claras, quedó dicho, grabado y transcripto y por eso puedo citarlo acá tranquila. Los juicios escriben también la Historia.
Pero la mejor audiencia de todas fue aquella en la que le revocaron la prisión domiciliaria a otro de los acusados, Luis Tomás Trillo, responsable de la RIBA a fines de 1978.
El perro de la prima de Trillo
Pintaba para una de esas audiencias técnicas y tediosas a las que no va nadie. En la jornada de los alegatos, habían quedado pendientes las de las secretarías de derechos humanos. Pero no abandoné mi exilio alemán para saltearme audiencias por aburridas. Además quiero ser agradecida con los jóvenes abogados de esas querellas y qué mejor para demostrar mi gratitud que escucharlos leer ese texto que tanto trabajo les debe haber dado, que no va a ser publicado en ninguna parte y que quizás nadie va a leer.
Pero ya en la puerta se nota que algo pasa. El abogado de ***, normalmente afable y parsimonioso como un personaje de novela decimonónica, se demora para entrar, parece esperar algo e intercambia breves comentarios con un fotógrafo que no reconozco y que se pasea por la calle del tribunal con la cámara al cuello, nervioso.
Entramos.
Hay algo íntimo en la espera, algo que compartimos los empleados del juzgado, las querellas, hasta los defensores: un trabajo, una rutina. Espejismo que rompe el ingreso de los reos, que con sus esposas y sus custodios armados nos traen de un sopapo al mundo de lo real. Hacen su entrada los jueces, la presencia escénica no es algo que el presidente pueda controlar, pero de todos modos se lo nota un poco más indiferente. Entonces el abogado de *** interrumpe el curso normal de la audiencia para denunciar que hubo un llamado anónimo a *** , una vecina del barrio de Liniers donde Trillo cumple, o mejor dicho, in-cumple su prisión domiciliaria, así es, lo que cuenta esta mujer es que ha visto a Trillo paseando un perro, solo, por las calles interiores de ese barrio. Ella sabe quién es porque lo ha visto subir y bajar del móvil penitenciario, ha preguntado por ese vecino nuevo y ha sabido que es el primo de una vecina y de alguna manera ha logrado enterarse quién es y de qué se lo acusa, por eso llama a ***.
Acá encajan todas las piezas y se revela el papel que estaba destinada a representar la institución en este juicio y que no era su mermada capacidad de difusión, sino esto, justo esto, justo a mí, la llamada anónima, alguien que toma la denuncia y piensa y decide que es importante, que vale la pena consultarlo con el Nene o quizás directo con los abogados, porque al fin y al cabo hay un juicio en curso, llaman a un fotógrafo que hace poco se ofreció con insistencia a colaborar en lo que sea, este fotógrafo decide montar una guardia desde su auto frente a la casa de la prima de Trillo.
No tiene que esperar ni cinco minutos.
Trillo sale detrás de un perro negro y grande, el fotógrafo dispara.
El abogado se ofrece a enseñar las fotos. El fotógrafo está presente en la sala, remata. Puede prestar declaración testimonial si el tribunal lo considera necesario.
Vemos las fotos. Es indudable que es Trillo, en polar azul y pantalón marrón.
Declara el fotógrafo, se hace un poco el gallito, Díaz Paz lo reta y amenaza, el numerito habitual.
La fiscalía y las querellas pedimos que se revoque de inmediato la prisión domiciliaria. Dr. Tic, el abogado de Trillo, ¡pide ir al baño! Se retira por diez minutos aproximadamente. Al volver, reconoce que Trillo salió pero alega que fue para atender una necesidad fisiológica urgente del can, tal como él mismo parece haber sufrido recién. El perro es agresivo, añade, antes del comienzo del juicio lo mordió. Todos recordamos entonces la mano vendada. Trillo, imperturbable. Como si no hablaran de él. Pero ya sin ese gesto cancherito imposible de esconder del todo en la comisura de los labios.
Se anuncia un cuarto intermedio para que el tribunal delibere y decida.
No, no es una audiencia aburrida, es la más emocionante de todas. Pasa algo de verdad, ahora.
Los jueces se toman su tiempo y después de tres horas, anuncian que revocan el beneficio de la prisión domiciliaria desde ese mismo instante. Trillo se va de acá a la cárcel. Dr. Tic pregunta si el móvil del Servicio Penitenciario puede pasar por la casa de la prima de Trillo a retirar sus pertenencias. Díaz Paz le responde que de ninguna manera, que no es un remise, que se las alcance a la cárcel la dueña del perro, o él mismo, que para algo es su abogado.
(Diario de una princesa montonera - 110% Verdad, Planeta, 2021).
Trillo no volvió a su casa hasta el año pasado. Disfruté mucho cada vez que le negaron la domiciliaria. Tengo sentimientos encontrados con la pena de prisión pero no me gusta que me tomen por boluda.
***
El Juicio RIBA terminó bien arriba. Como tras el alegato de Strassera en el Juicio a las Juntas, con el veredicto hubo llanto y aplausos. Veinticinco años para Graffigna, otro tanto para Trillo, doce para Gómez. El TOF 5 recomendó una serie de medidas que apuntaban a continuar la investigación sobre la RIBA, otras víctimas, otros hechos, otros responsables. Como en Argentina, 1985, donde los camaristas escriben en la sentencia que la justicia tiene que seguir investigando.
Confieso que no termino de entender esta parte del veredicto porque no es vinculante, el juez de instrucción puede darse por aludido y llevar adelante las medidas que le indican, o bien puede pasársela por la costura del expediente, como quien dice.
Durante seis años no hubo ninguna otra novedad en la causa RIBA. Murieron testigos del secuestro de mi mamá Patricia Julia Roisinblit, de mi papá José Manuel Perez Rojo, de su socio Gabriel Gustavo Pontnau y también de mi secuestro (yo estaba en casa con mi mamá y si bien me devolvieron horas después a mi familia, no sé dónde estuve o qué me pasó durante las horas más decisivas de mi vida). Eran testigos presenciales que hubieran podido reconocer a los secuestradores y situarlos en la escena del crimen, ese método que descarta Strassera en la película y que ya podríamos ir evaluando años después si sirve.
Pero hasta eso tuvo mi pequeño Nürnberg aeronáutico, un reconocimiento fotográfico milagroso, el de Juan Carlos Vázquez Sarmiento, a quien mi primo reconoció en una fotocopia en blanco y negro como el pelirrojo a cargo del operativo de nuestro secuestro. Mi primo murió en 2018, Vázquez Sarmiento alias “El Colo” fue detenido en 2021: no va a poder reconocerlo en persona, acusarlo en persona. Era, también, su derecho.
También murieron represores impunes, como Juan Manuel Taboada, segundo de la RIBA al mando antes que Trillo, que declaró como testigo en el juicio y se fue a su casa. Otros, la mayoría de esa estructura de inteligencia creada en 1976 a los únicos fines de perseguir a la subversión, siguen en libertad. Si alguien no sabe cómo perseguían los militares a la subversión, puede ver Argentina, 1985.
“Mirá cómo se cagan de risa los de la Fuerza Aérea”, repite Ricardo Darín en loop en mi cabeza.
Fuente:Leamos
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