La memoria en debate
Por Jorge Falcone, Resumen Latinoamericano, 23 de marzo de 2023.
“Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”.
Megafón o la guerra, Leopoldo Marechal
(Ilustración de Nerina Canzi)
Memoria y memorialismo
En Argentina el mes de marzo es propicio para volver a reflexionar sobre nuestra historia reciente, tanto en colegios como espacios de militancia. Educadores, referentes de organizaciones populares, y sobrevivientes del genocidio tenemos la responsabilidad particular de que los intercambios que la circunstancia propicia resulten incisivos y provechosos. En el primero de los casos, evitando los lugares comunes que solo llevan a ”honrar la fecha” para tranquilizar la conciencia a bajo costo emocional e intelectual, y en el segundo, a fin de poner en cuestión, ante lxs jóvenes en particular y al activismo en general, los numerosos clichés que en la materia se han ido reproduciendo desde la recuperación del orden constitucional.
Al respecto, nunca está de más señalar que la memoria es una mera función del cerebro que permite al organismo codificar, almacenar y recuperar la información del pasado. Pero el memorialismo es el ejercicio de evocar determinadas circunstancias históricas, tarea siempre condicionada por la ideología hegemónica.
Y vaya si la nuestra no es una memoria en disputa, cuyo relato varía de acuerdo a si se impone el protagonismo popular o el de los grupos concentrados de poder.
Así, la herida aún abierta por la última dictadura ha propiciado numerosos abordajes – literarios, ensayísticos, cinematográficos – sin que exista aún una versión de la historia contemporánea consensuada y asumida por las grandes mayorías, sobre las cuales ha venido operando desde el poder un dispositivo sistemáticamente deshistorizador.
Bastará con preguntar a un nativo del Siglo XXI qué epopeya de masas tiene presente, para constatar que muy probablemente solo evoque los festejos por el triunfo de la Selección Nacional en Qatar.
Si analizamos la historia reciente del mundo occidental, advertiremos que el fenómeno descripto coincide con la consolidación del capitalismo, particularmente desde fines de los setenta en adelante. Tal circunstancia tiene la particularidad de producirse después de que este sistema enfrentara décadas enteras de profundas crisis que parecían preludiar su extinción merced al alza de las clases subalternas motorizadas por la idea de Revolución. A medida que la perspectiva revolucionaria se volvía más fuerte, eran mayores las cantidades de intelectuales que se unían a ella, legitimándola y aportándole su producción cultural. Y a la inversa, sobre todo desde los ochenta en adelante, cuando el capitalismo, a partir de las trasformaciones tecnológicas centradas en la informática, pareció recomponerse y la Revolución convertirse en algo anacrónico – sin ir más lejos, buena parte de la militancia actual prefiere limitarse a hablar de “cambio social” -, la tendencia de los intelectuales consistió en realinearse con los discursos al uso.
Qué conmemorar los 24Ms
El Día Nacional de la Memoria se asocia en Argentina a la frase “Nunca Más”, que – pronunciada por el fiscal Strassera y consagrada por el célebre informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) – cerró en 1985 el Juicio a las Juntas Militares.
Instaurada como un parteaguas en la historia nacional, en un período de plena hegemonía de sectores medios que buscaron mostrarse equidistantes de los enfrentamientos producidos durante los “años de plomo”, fue interpretada por el pensamiento crítico como una impugnación tanto de la represión paraestatal como de la resistencia armada que le hizo frente.
Hoy por hoy, cuando bastante agua corrió bajo los puentes, cabe preguntarse si alcanza conmemorar semejante efeméride tan solo para ratificar que no estamos dispuestos a tolerar más violaciones a los derechos humanos.
Porque lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, hacia los 24 de Marzo, incluso muchxs argentinxs politizadxs tienden a evocar casi exclusivamente la memoria de un horror sin antecedentes, compartiendo insumos de todo tipo que dan cuenta de los daños perpetrados por la dictadura sobre el cuerpo social, abordaje cuya inevitable consecuencia es la instalación de un sentimiento de pérdida signado por el testimonio de las víctimas.
Sin embargo, una perspectiva más rigurosa habilita a considerar que no corresponde concentrar la rememoración de tan traumáticas circunstancias tan solo en torno al terreno de las represalias, sino más bien reparar cada vez con mayor empeño en las múltiples y diversas formas de resistencia que hicieron frente a aquel embate sin precedentes, ya que constituye un dato incontrastable el hecho de que, de no mediar una muralla de voluntades rebeldes contra la que se estrelló el anhelo de los represores por perpetrarse en el tiempo, el último gobierno de facto no hubiera durado tanto menos de cuanto duró en otros países hermanos de la región. Y ese patrimonio moral de nuestro pueblo es tan digno de encomio como el que merece el alzamiento del Ghetto de Varsovia en medio del Holocausto nazi.
Esto, sin pasar por alto que el último golpe militar que padecimos, a diferencia de los que lo precedieron, rediseñó la estructura socioeconómica del país, no solo impactando sobre su materialidad sino sobre la subjetividad colectiva, al instalar una cultura del escarmiento y, consecuentemente, una mengua de nuestras audacias.
De lo que se trata pues – siempre, pero sobre todo en estas fechas -, es de ir a por las antiguas brasas de la memoria social para atizarlas en beneficio del porvenir colectivo.
La democracia en curso como utopía fallida
En 2023 la revisión del accionar del último gobierno de facto coincide con el ingreso a su cuarta década de una democracia ininterrumpida de bajísima intensidad, que no obstante será celebrada por toda la clase política actual como modelo a contraponer al de la dictadura. Pero el cumpleaños número 40 de un orden establecido que acumula – entre otros indicadores sumamente alarmantes – el 43.1% de pobreza, en un país reservorio de bienes comunes capaces de alimentar a muchos más semejantes que a nuestro propio pueblo, no debiera ser motivo de alarde.
Tal afirmación no pretende inducir a abrazar modelos de organización social antagónicos al capitalista, pero concebidos durante el Siglo XIX, y que no tuvieron un éxito digno de imitación durante el siglo siguiente. Más bien sería menester indagar en los múltiples modelos de organización social comunitaria que han sabido pergeñar nuestros pueblos originarios a lo largo de más de cinco siglos de opresión, dado que, a pesar de ese yugo, han logrado prevalecer en diversas latitudes del continente orientando su devenir colectivo de modo horizontal y asambleario, en pos de la utopía autóctona de lo que se ha dado en llamar genéricamente el Buen Vivir.
Juventudes pasadas y futuras: Los desafíos de la hora
Otro lugar común del memorialismo en danza, bastante frecuente en cierta militancia, es reivindicar abnegados ejemplos de conducta – desde luego que admirables – generalmente propiciados por momentos de ofensiva popular, proclives a desarrollar los más altos niveles de calidad humana en sus sectores de avanzada.
Desde ya que suena épico enarbolar la consigna “Seremos como el Che”. Pero en contextos de reflujo de masas, que cuentan con un sujeto social plebeyo depredado económica y culturalmente por décadas de un capitalismo salvaje que comienza por arrebatar el plato de comida y culmina por anular toda capacidad de análisis crítico de la realidad, en el que vastos contingentes juveniles ven neutralizado su potencial transformador por estar sujetos al bombardeo alienante y frivolizador de las redes sociales – generador de cuentapropismo, narcisismo y levedad de pensamiento -, no es tan sencillo incidir desde el mero voluntarismo, sino que más bien se impone motivar con el ejemplo de experiencias alternativas, autogestivas y virtuosas de organización social, como si nunca antes hubiera estado tan vigente como ahora aquello de “ver para creer”.
Desde este punto de vista, parecería sensato sembrar conciencia acerca de que, si a la generación que enfrentó a los genocidas y padeció su embate la motivó resolver la tensión entre capital y trabajo, a lxs millennials corresponde hacerse cargo cuanto antes de la que enfrenta al capital con la vida, porque nadie en su sano juicio puede suponer que las temperaturas a que nos sometió el último verano son ajenas a la acción humana, del fracking al desmonte, de modo que la crisis civilizatoria en curso convoca a salvar hasta a la última expresión de vida existente en el único planeta – hogar con que contamos.
Menuda faena por delante, pero comprensible para aquellxs cuyxs hijxs juegan en un basural, tanto como para grandes contingentes juveniles empeñados – por ejemplo – en defender el agua.
Bajarle el precio a lo electoral como herramienta de cambio
Como si el camino de la necesaria transformación estructural del modelo de acumulación por desposesión reinante no estuviera plagado de obstáculos de diversa naturaleza y magnitud, este año vuelven a campear en Argentina los cantos de sirena que convocan a torcer un destino adverso introduciendo un papelito en una urna de cartón corrugado, mecanismo que viene siendo enaltecido por el discurso dominante, desde el parlamento a las pantallas (el filme nacional que acaba de perder un Óscar es un fiel ejemplo de esa prédica), que tratará de convencernos una vez más acerca de que se trata del ÚNICO mecanismo existente para incidir en el destino nacional. Aunque la Constitución Nacional habilite al desatendido recurso del plebiscito, y la paupérrima oferta electoral augure una ola de abstencionismo oceánico.
A no desfallecer: El prójimo que sufre siempre está a mano. Ansiando que lo registremos y pongamos en acto lo mejor de nuestra condición humana. Pero su tiempo es YA. –
Fuente: La Gomera de David
Envio:ResumenLatinoamericano
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