9 de abril de 2023

OPINION.


Finlandia se integró formalmente a la OTAN y las réplicas del terremoto bélico ya llegaron

Por José Fernández Vega

Finlandia ingresa a la OTAN, y este organismo duplica la frontera con Rusia.

Foto: En la ceremonia de adhesión de Finlandia a la OTAN, el ministro finlandés del Exterior, Pekka Haavisto, estrecha la mano de su homólogo estadunidense, Antony Blinken (a la derecha). Los observa el secretario general de la alianza | AFP.

El domingo pasado, la carismática primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, perdió las elecciones frente a los conservadores de Coalición Nacional. Su partido socialdemócrata quedó tercero pese a que sumó votos y tres diputados. En segundo lugar se ubicó una formación de ultraderecha, tan partidaria del ajuste como Coalición Nacional, aunque contraria a la inmigración y al ecologismo. Su líder fue la candidata más votada, gracias al sistema de listas abiertas. Pero los resultados generales mostraron diferencias de apenas décimas entre estos tres partidos.

Los conservadores se enfrentan al dilema de formar gobierno con una agrupación u otra, y su resolución imprimirá un carácter muy distinto a la dirección futura del país. Cambiando lo que haya que cambiar, una disyuntiva similar puede presentarse en otros escenarios políticos de distintas geografías, incluso lejanas.

La fábrica de fósforos

Finlandia no suele representar una fuente de noticias internacionales, pero el martes produjo una novedad importante. Abandonó la neutralidad que mantenía desde el fin de la Segunda Guerra y se integró formalmente a la OTAN. Se convierte así en el miembro número 31 de esa alianza militar. Según The Washington Post, esta incorporación aporta en términos geoestratégicos unos 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, duplicando la que ya tenía, así como proximidad en el norte con la península de Kola —sede de la base de submarinos nucleares rusa— y de su flota en el mar Ártico, la mitad de cuyas costas están bajo su soberanía. La OTAN gana ahora más proyección sobre él.

La capital finesa, Helsinki, y el viejo centro imperial San Petersburgo, la segunda ciudad rusa en importancia, se hallan a una distancia de apenas 400 kilómetros por ruta. Suecia completará el dominio de la OTAN sobre el mar Báltico cuando, como se espera, venza la resistencia turca y, en parte, también la húngara, para ser admitida como miembro con la reglamentaria unanimidad de todos los integrantes. La ampliación de la OTAN representa para Vladímir Putin un fuerte efecto contraproducente de lo que denomina “Operación militar especial” en Ucrania porque uno de sus objetivos era justamente contener esa expansión.

Réplicas

De su lado, Rusia anunció el lunes el despliegue de refuerzos cerca de Finlandia y de armas nucleares tácticas en Bielorrusia, vale decir, en el territorio de un aliado contiguo a la zona OTAN. A la vez, asumió la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, una función que se renueva todos los meses. La última ocasión en que la detentó fue en febrero de 2022, cuando lanzó la invasión a Ucrania.

Según informa la ONU, la semana pasada ese Consejo rechazó la propuesta rusa de crear un comité independiente para investigar la voladura del gasoducto submarino Nord Stream ocurrida en septiembre. China y Brasil apoyaron la iniciativa; pero doce abstenciones la bloquearon. Entre ellas, la del sospechoso habitual, Estados Unidos, y las de sus aliados y miembros permanentes del Consejo: Francia y el Reino Unido. Argumentaron que el sabotaje ya se estaba investigando en Alemania, Suecia y Dinamarca. Rusia objetó que esos procesos se prolongarán sine die y no arrojarán resultado alguno. Suena convincente.

Los bandos quedaron bien delimitados, aunque el voto de Brasil significó una novedad relevante en esta quincena cargada de réplicas del sismo global generado por la guerra en Ucrania. China y Brasil, un actor secundario, pero de creciente protagonismo, son los únicos países que intentan coordinar ahora un plan de paz que la OTAN rechaza de plano. Aunque es probable que haya en su seno disensos, por el momento sofocados. De hecho, en estas semanas, Pekín está recibiendo, una tras otra, la visita de los principales líderes europeos que le instan a abrir conversaciones con Kiev y no proveer armas a Moscú. A Ucrania Occidente no le pide opinión, solamente sacrificios.

Otra réplica importante del terremoto bélico fue la nueva doctrina aprobada por decreto del presidente Putin el 31 de marzo. El documento que la contiene, titulado “Concepto de la política exterior de la Federación de Rusia”, se desarrolla en 76 puntos.

Negro sobre blanco

La Declaración de la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid y fechada el 29 de junio, antes incluso de referirse al terrorismo (tema de otro tiempo, al parecer), afirma sin ambages que “la Federación de Rusia es la amenaza más significativa y directa a la seguridad, la paz y la estabilidad de los aliados en el área euroatlántica”. El “Concepto” ruso devuelve la gentileza en un extenso punto que lleva el aciago número 13. Allí, de paso, intenta explicar su conducta en Ucrania y distribuye responsabilidades, o las descarga: “(…) Los Estados Unidos de América y sus satélites utilizaron las medidas adoptadas por la Federación de Rusia en relación con Ucrania para proteger sus intereses vitales como pretexto para agravar la política antirrusa multianual y desencadenaron una guerra híbrida de nuevo tipo. Su objetivo es debilitar plenamente a Rusia, incluso socavar su papel civilizatorio constructivo, su poder y sus capacidades económicas y tecnológicas, limitar su soberanía en política exterior e interior y quebrantar su integridad territorial. Este rumbo occidental se ha vuelto omnímodo y se consagra a nivel doctrinal. No es una decisión de la Federación de Rusia. Rusia no se considera un enemigo de Occidente (…)”.

En el punto 19.1 se lee que entre las prioridades rusas se encuentran la eliminación de los vestigios de la dominación de Estados Unidos y otros Estados hostiles en los asuntos mundiales y la creación de las condiciones para que cualquier Estado abandone las ambiciones neocoloniales y hegemónicas.

Hacia el final, el documento aborda las relaciones entre Rusia y Latinoamérica. Con una redacción disonante, el punto 58.1 indica que “la Federación pretende apoyar a los Estados latinoamericanos interesandos [sic], bajo la presión de los Estados Unidos y sus aliados, en la salvaguardia de su soberanía e independencia, incluso mediante el establecimiento y la ampliación de la cooperación en materia de seguridad, militar y técnico-militar”.

Aunque se refiere a todos los Estados en general, el “Concepto” ruso menciona luego, de manera explícita y en ese orden, a Brasil, Cuba, Nicaragua y Venezuela. Nuevamente, Brasil representa la sorpresa.

Mundo ruso

El documento ruso aborda muchos otros temas, como la promoción de la lengua rusa y de medios de comunicación en el exterior que permitan contrarrestar la campaña en curso contra la imagen del país. También se refiere a las relaciones con el mundo musulmán y con África. Se pronuncia por una Antártida desmilitarizada en la que desea tener más presencia.

De Europa opina que está perdiendo su soberanía porque Estados Unidos la obliga a secundar su política de agresión contra el Kremlin. Sobre el neoliberalismo hace consideraciones singulares, puesto que lo considera menos una política económica que cultural. Según esta interpretación, el neoliberalismo se dirige a disolver los valores morales de lo que llama “mundo ruso”, a debilitar las convicciones espirituales del cristianismo ortodoxo y a promover la liberalización del consumo de drogas, tan nocivas para la seguridad como para la salud y el alma.

El tono conservador de estos comentarios contrasta apenas con motivos humanistas que parecen derivar de la vieja retórica soviética: la persecución de la paz, el desarrollo de los países atrasados, la autodeterminación de los pueblos, el anticolonialismo y la lucha contra el fascismo. Reafirma su compromiso con los derechos humanos. Pero también los interpreta como manipulados para la intromisión en los asuntos internos con el fin de socavar las políticas no alineadas con Occidente, al que acusa de creerse en condiciones morales de monopolizar el discurso sobre el tema.

El “Concepto” subraya su particular interés en establecer alianzas integrales con China y la India, como, asimismo, la importancia de desplazar al dólar como moneda hegemónica en el comercio internacional, algo en lo que ya se verificarían avances sustantivos. Repudia las sanciones económicas (ciertas estimaciones cifran las aplicadas contra Rusia en cerca de 14.000) y exige que ellas se aprueben en la ONU con el visto bueno del Consejo de Seguridad, cuyos miembros permanentes tienen poder de veto. Rusia es uno de ellos.

Un tema central es la noción de multipolaridad hacia la que se encaminaría el orden mundial para perjuicio de la hegemonía estadounidense, que reacciona agresivamente ante la evidencia de su declive poniendo en peligro la paz mundial. Exudando cinismo, repite la necesidad de respetar el derecho internacional que de manera palmaria Rusia violó con su invasión a Ucrania. También es cierto que esta invasión tiene una historia de provocaciones suscitadas por quienes, en anteriores intervenciones, habían pisoteado esa legislación de manera sistemática por todo el planeta.

La mirada del otro

Es difícil encontrar en la prensa occidental visiones alternativas a la línea estadounidense acerca de la guerra de Ucrania, sobre sus causas reales, su evolución militar, los riesgos que entraña en lo inmediato para todo el mundo y sus consecuencias futuras, aun cuando no derive en una escalada que podría ser incluso nuclear. El documento doctrinario ruso tiene la virtud de mostrar la mirada oficial del otro lado de la trinchera. Eso, por cierto, no lo hace virtuoso en sí mismo; más bien, ilumina sus sesgos.

Como todas las potencias invasoras de la historia, Rusia solo invoca la paz mundial. Clausewitz, el viejo teórico de la guerra, escribió que Napoleón hubiera deseado conquistar Europa sin disparar un solo tiro. Mir es una palabra rusa que significa a la vez paz y mundo. Los soviéticos le dieron ese nombre a una estación espacial que simbolizaba una esfera cósmica comunitaria, sin enfrentamientos. En contraste, el documento firmado por Putin la reserva para “mundo ruso”; en el sentido de “paz” utiliza un término tan hipócrita como corriente en la diplomacia militar internacional: seguridad.

La primavera boreal no traerá flores, sino acaso una ofensiva sangrienta en el campo de batalla cuando el deshielo se acabe de secar en los caminos y tanques y tropas puedan movilizarse mejor. Sin embargo, algo parece seguro. Junto con las últimas nieves de primavera se está deshaciendo también el mir geopolítico tal como lo habíamos conocido desde la década de 1990.

El Cohete a la Luna

Fuente:ElOrtiba

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