IMPERDONABLE
Iglesia perdonó a victimarios y olvidó a las víctimas
Contra esa estrategia que apuesta a la desmemoria, marcharon miles de uruguayos reclamando su derecho a verdad y justicia
La multitudinaria marcha del silencio, que cada 20 de mayo desde 1996 recorre el centro de Montevideo en homenaje a los mártires asesinados por la dictadura y exigiendo el fin de la impunidad, contrastó radicalmente con el vergonzoso homenaje que la Iglesia Católica le tributó al Ejército, en el marco de la celebración de los 222 años de la Batalla de las Piedras.
Esta auténtica marea humana -que desparramó rebeldía sobre la geografía urbana capitalina a 50 años del golpe de Estado y del comienzo de la dictadura- se realizó con las pautas habituales: silencio sepulcral, pancartas que reproducen los rostros de los héroes desaparecidos y lectura de los nombres de las víctimas del terrorismo de Estado.
La muchedumbre, que recorrió nuevamente a pie el trayecto que une el monumento a los detenidos desaparecidos con la plaza Cagancha, recuerda los despiadados asesinatos acaecidos en 1976 en Buenos Aires, en el marco del Plan Cóndor, del senador del Frente Amplio Zelmar Michelini, del diputado nacionalista Héctor Gutiérrez Ruiz y de los militantes de izquierda Rosario Barredo y William Whitelaw.
La movilización, que se materializó un año antes de las elecciones, coincide con un momento de tensión entre el gobierno derechista, la oposición del Frente Amplio y las organizaciones sociales convocantes: Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos y otras organizaciones de defensa de los derechos humanos, sindicatos de trabajadores y de estudiantes y cooperativas, todos reunidos en la Intersocial.
Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos difundió un extenso y emotivo mensaje que da cuenta de la inquebrantable lucha del pueblo uruguayo por verdad y justicia.
El oficialismo no se sumó a la convocatoria, ya que a los principales partidos de la coalición gobernante les duele prenda por haber aprobado la ley de impunidad y colaborado con la mafia cívico militar durante los 12 años más oscuros de nuestra historia, con la participación en cargos de confianza, en ministerios, empresas públicas, intendencias e incluso con la presidencia del blanco Aparicio Méndez. Solo se sumaron jóvenes del Movimiento por la Patria, la agrupación fundada por el caudillo Wilson Ferreira Aldunate.
La manifestación coincidió con un momento clave, cuando la coalición multicolor se apresta a sancionar el proyecto de ley que permitirá que los criminales confinados en el penal de Domingo Arena pasen a un régimen de prisión domiciliaria, a lo cual se suman la aprobación de una reforma jubilatoria de sesgo regresivo, los graves escándalos de corrupción y la represión a los alumnos ocupantes del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, del liceo 3 Dámaso Antonio Larrañaga y del liceo 4 Juan Zorrilla de San Martín, quienes se sumaron con sus voces y militancia a la marcha del silencio, originando, en este último caso, un aparatoso operativo de fuerzas de choque de la Guardia Republicana con el propósito de intimidar a los adolescentes.
Empero, hubo un episodio colateral de mención insoslayable: la vergonzosa misa oficiada en la Catedral Metropolitana en homenaje al Ejército, ese que tiene manchadas las manos de sangre por las fechorías perpetradas por la dictadura.
Por supuesto, los invitados de honor fueron la cúpula del partido progolpista Cabildo Abierto, los senadores Guido Manini Ríos y Guillermo Domenech, la exministra de Vivienda y Ordenamiento Territorial Irene Moreira y las más altas jerarquías castrenses.
La ceremonia, que fue encabezada por el cardenal Daniel Sturla fue realmente un agravio a la dignidad nacional, ya que, en forma subliminal, reivindicó a los represores presos, aludiendo “a los militares que sufren evasión de la libertad”.
Sturla invocó la célebre frase del caudillo revolucionario José Artigas, que demanda “clemencia para los vencidos”. También instó a orar por el perdón a los militares, sin aludir, ni siquiera tangencialmente, a las víctimas.
¿A qué vencidos se refiere el prelado? ¿Qué clemencia reclama y para quienes? El mensaje es claro: se refiere a los asesinos procesados por la Justicia por violar groseramente los derechos humanos. Esta reflexión sería incomprensible si no fuera porque Sturla es un reconocido adherente del Partido Nacional, hermano del desaparecido diputado blanco Héctor Martín Sturla, quien fue corredactor de la ley de impunidad, y amigo del presidente Luis Lacalle Pou, a quien casó y a cuyos tres hijos bautizó.
En la ceremonia se oró por los cuatro soldados muertos en un enfrentamiento con guerrilleros el 18 de mayo de 1972, mientras montaban guardia frente al domicilio del comandante en jefe de Ejército, general Florencio Gravina.
Como antes de las elecciones de 2019, cuando la Conferencia Episcopal en un ambiguo mensaje instó a sus fieles a votar por un cambio para expulsar al Frente Amplio del poder, la Iglesia volvió a alinearse con la derecha más espesa y reaccionaria, contradiciendo el mandato cristiano.
Incluso, el excapellán militar, el sacerdote Genónimo Lusararian, se dirigió a las jerarquías castrenses como un mero subalterno: “Realmente somos una familia, así nos sentimos en la familia militar y, bueno, obviamente, como familia nos sentimos unidos. Cuando sufre uno, sufrimos todos, y estamos en un tiempo de sufrimiento también”, proclamó sin pruritos el religioso, quien, en nombre de Dios, bendijo a la institución armada, sin emitir ningún cuestionamiento por los actos aberrantes perpetrados por los uniformados en nuestro pasado reciente.
Naturalmente, se despojó de sus hábitos y se sumó a la caterva uniformada instalada en la primera fila de invitados, encabezada por el senador Guido Manini Ríos, quien integró durante siete años un ejército golpista y, en su rol como legislador, ha atacado recurrentemente al Poder Judicial por procesar a sus camaradas represores, a quienes considera “presos políticos”.
No en vano, los templos católicos están cada vez más vacíos, porque la prédica de la institución eclesial está cada vez más divorciada de los problemas de los uruguayos y de la fe cristiana, que, en lo teórico, debería tener un discurso social, solidario y abierto a las inquietudes de los feligreses, en lugar de seguir aferrada a obsoletos dogmas del pasado que amputan derechos y libertades y solo infunden miedo.
Por supuesto, no se aludió en ningún momento a los casi 200 desaparecidos, a los perseguidos por razones ideológicas, a los asesinados, a los torturados y a las presas violadas en cautiverio.
Esta actitud confirma que la Iglesia Católica es enemiga de la libertad, lo cual ha corroborado con su radical rechazo a las políticas de género, al matrimonio igualitario y a la interrupción voluntaria del embarazo, acorde a su reconocida mentalidad medieval.
Contra esa estrategia que apuesta a la desmemoria, marcharon miles de uruguayos reclamando su derecho a verdad y justicia, en un contundente testimonio de resistencia contra la mentira y la distorsión de la verdad. Aún queda mucha tela por cortar porque hay 170 causas penales abiertas por violaciones a los derechos humanos y solo 70 sentencias firmes.
Como desde 1996, el silencio tuvo voz y un apasionado e incontenible alarido que denunció a los falsarios y a los criminales impunes, pero también a sus aliados civiles. La historia no los absolverá.
Fuente:CarasyCaretas
No hay comentarios:
Publicar un comentario