Para los vecinos que conocen a Osvaldo Bayer, el cartel fileteado con la inscripción "El Tugurio", que está apostado en la puerta de calle de su casa, es un indicio ineludible de que allí vive él.
A los que jamás escucharon su nombre, el chapón verde y amarillo de la entrada más los heterogéneos graffitis de la fachada los llevan a concluir que la misteriosa vivienda está habitada por un "viejo boludo" –tal como él mismo escuchó que lo llamaban dos adolescentes– o sencillamente les sugieren un edén de señoritas dispuestas a dar placer.
"¿Acá hay minas?", le consultaron una vez dos audaces y despistados muchachos. La respuesta del octogenario historiador fue breve y posiblemente un tanto decepcionante: "Minas no, pero hay muchos libros".
Cuando Bayer regresó al país luego de siete años de exilio en Alemania eligió cobijarse en su antigua casa familiar de Belgrano, que tiempo después fue bautizada como "El Tugurio" por su amigo Osvaldo Soriano.
Hoy, con sus 81 años, aún recuerda en detalle las noches de tertulias que se hacían en su living atestado de libros, periódicos y fotografías familiares.
"Cuando volví a la Argentina, con Soriano, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa hacíamos las reuniones de los cinco. Discutíamos sobre política, religión, moral, literatura e historia mientras comíamos empanadas y bebíamos vino. Luego tomábamos champán como intelectuales consagrados, y la discusión terminaba de pie. El tema lo solía largar Soriano, que era un 'provocador', y las noches terminaban con una gran discusión entre León y David", rememora el prestigioso escritor.
–Cuénteme alguna de esas discusiones acaloradas.
–Soriano solía llegar una hora más tarde para que le reprocháramos su tardanza y así él podía contar alguna anécdota. Una vez vino con cara de pastor protestante y dijo: "Perdonen que llegué tarde pero acabo de pasar por la iglesia y hubo una fuerza que me atrajo y tuve que entrar. Me sentí atraído por un altar donde estaba Cristo crucificado y la Virgen María. No me van a creer pero tuve que ponerme de rodillas". Se hizo un silencio. De inmediato, León soltó: "¡En el fondo, como buen degenerado, sos católico! Los católicos tienen como signo un instrumento de tortura que es la cruz y un tipo que está torturado. Hasta cuando hacen el amor con su mujer en la cama tienen la cruz. ¡Vos sos así porque sos un degenerado!". David le dijo: "¡No, Léon! Vos no sos el único judío. Mi madre era judía y el catolicismo no es lo que decís. Hay otras cosas también". Entonces ahí se agarraban y la discusión terminaba con todo. Estas reuniones se hicieron hasta que se nos murió el querido Osvaldo, y nunca más quisimos juntarnos.
–¿Qué lugar tenían las mujeres en ese espacio?
–Ninguno. No voy a hablar de eso porque es un tema íntimo, pero cada uno tenía problemas con las mujeres, menos yo que siempre tuve la misma mujer. Tal vez había recelos con las feministas porque seguro habrían copado la discusión.
–¿Les gustaba hablar de fútbol?
–Soriano era muy hincha de San Lorenzo. Los otros no tanto. Me acuerdo que una vez me vino a visitar a Berlín cuando yo estaba en el exilio. Un domingo me pidió hablar por teléfono a Buenos Aires porque tenía un problema con la editorial. Habló y una hora después me dijo que se había olvidado de decirle una cosa al editor y que necesitaba hablar de nuevo. Llamó y regresó muy contento. Ahí le solté: "No entiendo cómo podés ser hincha de un club que tiene el nombre de un cura". Se cabreó y me dijo: "No es por el cura Lorenzo Masa. Es por el combate de San Lorenzo". Entonces le respondí: "¡Peor, militarista!". "¡Andá a la mierda!", me contestó y se fue. A la mañana siguiente, me dijo: "Yo no sé cómo podés ser hincha de ese club que como nombre tiene ese adminículo con el que rezan las viejas", en referencia a que yo era hincha de Rosario Central. El nombre es por la ciudad, no por el adminículo. Pero igual le dije: "¡Me ganaste!". (Risas)
–¿Qué es lo que más extraña de Soriano?
–La amistad. Fue muy buen amigo. Una vez me quedé a dormir en su casa y uno de los gatos, el famoso Negro Vení, estaba al lado de mi cama y cuando me levanté salió como un balazo y se tiró por la ventana. Me asomé y estaba despatarrado en la calle… muerto. Desperté a Soriano y le dije: "Se suicidó el Negro Vení". Me miró con una ferocidad tremenda y me dijo: "¿Qué le hiciste?". Se vistió y llevamos el gato al veterinario. Sólo tenía una pata rota. Cuando volvíamos me dijo: "Cuando lleguemos, nos tomamos un café y me explicás qué le hiciste al gato". Le contesté: "Es la última vez que vengo a tu casa. Vos tenés gatos locos y no voy a correr el riesgo de perder un amigo".
En la cárcel de mujeres. Impulsado por el deseo de escribir sobre historia y sumido en la curiosidad por "vivir la vida del pueblo", Bayer dio sus primeros pasos en el periodismo en Alemania y después en el diario argentino Noticias Gráficas de la mano de Rogelio García Lupo.
Después de un año y medio en esa publicación, partió para la Patagonia a dirigir el periódico Esquel y un año más tarde fundó La Chispa, donde comenzó a denunciar el trato que recibían los pueblos originarios.
Sus planteos no fueron bien recibidos por las autoridades y debió regresar a Buenos Aires.
De inmediato, con el rótulo de "Periodista héroe de la Patagonia" y la ayuda de varios colegas, consiguió trabajo en Clarín.
–¿De qué se debatía en las redacciones por ese entonces?
–Noticias Gráficas era una redacción de intelectuales. Tomaban a escritores o gente que tenía talento para escribir. Recuerdo que había un poeta olvidado, González Carvalho, José Portogalo, Bernardo Verbitsky y otros más. Se hablaba mucho de política. Se debatía el peronismo, con sus pros y sus contras. La redacción era más bien socialista, pero no del Partido Socialista que había cometido el gravísimo error de haberse metido a hacer la Unión Democrática. También se hablaba de literatura y de sociología.
El autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia y La Patagonia rebelde, se desempeñó como secretario general del Sindicato de Prensa desde 1959 hasta 1962, año en el que decidió hablar de la figura del coronel Federico Rauch en la ciudad bonaerense que lleva ese nombre.
Cuenta: "Di una conferencia en la biblioteca pública y les dije que Rauch fue un genocida, contratado para exterminar a los indios ranqueles. También conté sobre el indio Arbolito, que le boleó el caballo a Rauch y le cortó la cabeza. Propuse que cambien el nombre del genocida por el de Arbolito. La sala estaba llena y de pronto todo el mundo rajó. Luego me enteré de que el nuevo ministro del Interior era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto del coronel Rauch. Allanaron el sindicato y detuvieron a un montón de sindicalistas, y a mí me llevaron a la cárcel de mujeres".
–¿Por qué lo enviaron a la cárcel de mujeres?
–Para humillarme. Sesenta y tres días estuve allí.
–¿En la celda estaba solo?
–No voy a dar detalles, pero no la pasé mal. Vayamos a otra pregunta. (Risas)
Violencia, exilio y ausencias. –Cuando el camino de la lucha armada se empezó a acentuar a comienzos de los 70, ¿cuál era la discusión con sus compañeros que tomaron esa vía?
–Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo veían ese camino como el único. Para mí la salida era la de Agustín Tosco. El Cordobazo y no la guerrilla. Eso no quiere decir que la historia me haya dado a mí la razón.
–¿Cómo los recuerda?
–Les tengo mucho cariño. Haroldo Conti era el escritor del Delta. Era tan apasionado cuando hablaba del Delta que en sus ojos se empezaban a dibujar las islas y el Paraná. Con Paco nos sentamos durante cuatro años uno al lado del otro en el diario. Tengo una anécdota que lo describe bien. Era un gran luchador pero le gustaban las cosas buenas de la vida. Una vez nos quedamos trabajando hasta la una y pico en la redacción y le propuse ir a comer al boliche de la esquina. "No, si voy a cenar, voy a un restaurante donde se come bien", me dijo.
–¿Qué es lo que más le pesa de esas ausencias?
–Pienso en cómo deben haber sufrido cuando eran torturados. En el caso de Haroldo le rompieron las rodillas a patadas y le ponían la comida a diez metros y tenía que arrastrase para comer. Todas esas humillaciones que sufrieron esas cabezas tan enormes por haber luchado por el pueblo. En cambio, los que no se comprometieron con el pueblo fueron recibidos por Videla. Los delatores de marfil fueron premiados. En mi último libro, Entredichos, está la polémica con (Ernesto) Sabato donde hablo de su "colaboracionismo" con la dictadura. Igual (Jorge Luis) Borges, que fue un genio en la literatura pero no fue un sabio, ya que aceptó la condecoración de (el ex dictador chileno) Augusto Pinochet.
–Usted relató que cuando se estaba por exiliar, en el aeropuerto de Ezeiza, un brigadier le dijo que nunca más pisaría la Argentina. ¿En algún momento creyó las palabras que oyó de ese hombre?
–El brigadier Santuchone me dijo: "Usted jamás va a volver a pisar el suelo de la patria". Cuando el avión empezó a volar, yo pensé: "A lo mejor este miserable uniformado tiene razón y nunca más puedo volver a la Argentina". Ocho años después volví y lo busqué. Le iba a hacer la venia y decir: "Brigadier, estoy de nuevo pisando el suelo de la patria".
El beso de Marlene Dietrich. Con movimientos suaves, Bayer deja el sillón, se dirige a la inmensa biblioteca y toma la foto de la actriz y cantante alemana Marlene Dietrich. "Ella me besa todas las noches antes de irme a dormir", apunta.
Enseguida su mirada se posa en el retrato de su nieto Giuliano, quien murió hace poco más de un año. Con su pesar a cuestas, busca aire en el patio de paredes descascaradas y plagado de diarios y potus. Toma uno de los tallos colgantes y confiesa: "Siempre acaricio las hojitas".
–¿Por qué decidió vivir cuatro meses en Alemania y ocho en la Argentina?
–Porque quiero estar con mi mujer, mis hijos y mis nietos, que ya tienen su vida hecha allá. La separación de la familia es una de las cosas imperdonables de la última dictadura. Me propuse volver a la Argentina por una cuestión de moral y también de ética. Quiero seguir la lucha que inicié tiempo atrás, una lucha por un socialismo libertario.
–¿Cuánto tiene que ver este país con el que soñó?
–Nada. Soñé con otra cosa, como mis queridos amigos a los que los sorprendió la muerte. Yo quisiera un socialismo libertario, donde se cumpliera la estrofa del Himno que dice: "Ved en trono a la noble igualdad".
(Fuente:Rdendh).
"¿Acá hay minas?", le consultaron una vez dos audaces y despistados muchachos. La respuesta del octogenario historiador fue breve y posiblemente un tanto decepcionante: "Minas no, pero hay muchos libros".
Cuando Bayer regresó al país luego de siete años de exilio en Alemania eligió cobijarse en su antigua casa familiar de Belgrano, que tiempo después fue bautizada como "El Tugurio" por su amigo Osvaldo Soriano.
Hoy, con sus 81 años, aún recuerda en detalle las noches de tertulias que se hacían en su living atestado de libros, periódicos y fotografías familiares.
"Cuando volví a la Argentina, con Soriano, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa hacíamos las reuniones de los cinco. Discutíamos sobre política, religión, moral, literatura e historia mientras comíamos empanadas y bebíamos vino. Luego tomábamos champán como intelectuales consagrados, y la discusión terminaba de pie. El tema lo solía largar Soriano, que era un 'provocador', y las noches terminaban con una gran discusión entre León y David", rememora el prestigioso escritor.
–Cuénteme alguna de esas discusiones acaloradas.
–Soriano solía llegar una hora más tarde para que le reprocháramos su tardanza y así él podía contar alguna anécdota. Una vez vino con cara de pastor protestante y dijo: "Perdonen que llegué tarde pero acabo de pasar por la iglesia y hubo una fuerza que me atrajo y tuve que entrar. Me sentí atraído por un altar donde estaba Cristo crucificado y la Virgen María. No me van a creer pero tuve que ponerme de rodillas". Se hizo un silencio. De inmediato, León soltó: "¡En el fondo, como buen degenerado, sos católico! Los católicos tienen como signo un instrumento de tortura que es la cruz y un tipo que está torturado. Hasta cuando hacen el amor con su mujer en la cama tienen la cruz. ¡Vos sos así porque sos un degenerado!". David le dijo: "¡No, Léon! Vos no sos el único judío. Mi madre era judía y el catolicismo no es lo que decís. Hay otras cosas también". Entonces ahí se agarraban y la discusión terminaba con todo. Estas reuniones se hicieron hasta que se nos murió el querido Osvaldo, y nunca más quisimos juntarnos.
–¿Qué lugar tenían las mujeres en ese espacio?
–Ninguno. No voy a hablar de eso porque es un tema íntimo, pero cada uno tenía problemas con las mujeres, menos yo que siempre tuve la misma mujer. Tal vez había recelos con las feministas porque seguro habrían copado la discusión.
–¿Les gustaba hablar de fútbol?
–Soriano era muy hincha de San Lorenzo. Los otros no tanto. Me acuerdo que una vez me vino a visitar a Berlín cuando yo estaba en el exilio. Un domingo me pidió hablar por teléfono a Buenos Aires porque tenía un problema con la editorial. Habló y una hora después me dijo que se había olvidado de decirle una cosa al editor y que necesitaba hablar de nuevo. Llamó y regresó muy contento. Ahí le solté: "No entiendo cómo podés ser hincha de un club que tiene el nombre de un cura". Se cabreó y me dijo: "No es por el cura Lorenzo Masa. Es por el combate de San Lorenzo". Entonces le respondí: "¡Peor, militarista!". "¡Andá a la mierda!", me contestó y se fue. A la mañana siguiente, me dijo: "Yo no sé cómo podés ser hincha de ese club que como nombre tiene ese adminículo con el que rezan las viejas", en referencia a que yo era hincha de Rosario Central. El nombre es por la ciudad, no por el adminículo. Pero igual le dije: "¡Me ganaste!". (Risas)
–¿Qué es lo que más extraña de Soriano?
–La amistad. Fue muy buen amigo. Una vez me quedé a dormir en su casa y uno de los gatos, el famoso Negro Vení, estaba al lado de mi cama y cuando me levanté salió como un balazo y se tiró por la ventana. Me asomé y estaba despatarrado en la calle… muerto. Desperté a Soriano y le dije: "Se suicidó el Negro Vení". Me miró con una ferocidad tremenda y me dijo: "¿Qué le hiciste?". Se vistió y llevamos el gato al veterinario. Sólo tenía una pata rota. Cuando volvíamos me dijo: "Cuando lleguemos, nos tomamos un café y me explicás qué le hiciste al gato". Le contesté: "Es la última vez que vengo a tu casa. Vos tenés gatos locos y no voy a correr el riesgo de perder un amigo".
En la cárcel de mujeres. Impulsado por el deseo de escribir sobre historia y sumido en la curiosidad por "vivir la vida del pueblo", Bayer dio sus primeros pasos en el periodismo en Alemania y después en el diario argentino Noticias Gráficas de la mano de Rogelio García Lupo.
Después de un año y medio en esa publicación, partió para la Patagonia a dirigir el periódico Esquel y un año más tarde fundó La Chispa, donde comenzó a denunciar el trato que recibían los pueblos originarios.
Sus planteos no fueron bien recibidos por las autoridades y debió regresar a Buenos Aires.
De inmediato, con el rótulo de "Periodista héroe de la Patagonia" y la ayuda de varios colegas, consiguió trabajo en Clarín.
–¿De qué se debatía en las redacciones por ese entonces?
–Noticias Gráficas era una redacción de intelectuales. Tomaban a escritores o gente que tenía talento para escribir. Recuerdo que había un poeta olvidado, González Carvalho, José Portogalo, Bernardo Verbitsky y otros más. Se hablaba mucho de política. Se debatía el peronismo, con sus pros y sus contras. La redacción era más bien socialista, pero no del Partido Socialista que había cometido el gravísimo error de haberse metido a hacer la Unión Democrática. También se hablaba de literatura y de sociología.
El autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia y La Patagonia rebelde, se desempeñó como secretario general del Sindicato de Prensa desde 1959 hasta 1962, año en el que decidió hablar de la figura del coronel Federico Rauch en la ciudad bonaerense que lleva ese nombre.
Cuenta: "Di una conferencia en la biblioteca pública y les dije que Rauch fue un genocida, contratado para exterminar a los indios ranqueles. También conté sobre el indio Arbolito, que le boleó el caballo a Rauch y le cortó la cabeza. Propuse que cambien el nombre del genocida por el de Arbolito. La sala estaba llena y de pronto todo el mundo rajó. Luego me enteré de que el nuevo ministro del Interior era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto del coronel Rauch. Allanaron el sindicato y detuvieron a un montón de sindicalistas, y a mí me llevaron a la cárcel de mujeres".
–¿Por qué lo enviaron a la cárcel de mujeres?
–Para humillarme. Sesenta y tres días estuve allí.
–¿En la celda estaba solo?
–No voy a dar detalles, pero no la pasé mal. Vayamos a otra pregunta. (Risas)
Violencia, exilio y ausencias. –Cuando el camino de la lucha armada se empezó a acentuar a comienzos de los 70, ¿cuál era la discusión con sus compañeros que tomaron esa vía?
–Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo veían ese camino como el único. Para mí la salida era la de Agustín Tosco. El Cordobazo y no la guerrilla. Eso no quiere decir que la historia me haya dado a mí la razón.
–¿Cómo los recuerda?
–Les tengo mucho cariño. Haroldo Conti era el escritor del Delta. Era tan apasionado cuando hablaba del Delta que en sus ojos se empezaban a dibujar las islas y el Paraná. Con Paco nos sentamos durante cuatro años uno al lado del otro en el diario. Tengo una anécdota que lo describe bien. Era un gran luchador pero le gustaban las cosas buenas de la vida. Una vez nos quedamos trabajando hasta la una y pico en la redacción y le propuse ir a comer al boliche de la esquina. "No, si voy a cenar, voy a un restaurante donde se come bien", me dijo.
–¿Qué es lo que más le pesa de esas ausencias?
–Pienso en cómo deben haber sufrido cuando eran torturados. En el caso de Haroldo le rompieron las rodillas a patadas y le ponían la comida a diez metros y tenía que arrastrase para comer. Todas esas humillaciones que sufrieron esas cabezas tan enormes por haber luchado por el pueblo. En cambio, los que no se comprometieron con el pueblo fueron recibidos por Videla. Los delatores de marfil fueron premiados. En mi último libro, Entredichos, está la polémica con (Ernesto) Sabato donde hablo de su "colaboracionismo" con la dictadura. Igual (Jorge Luis) Borges, que fue un genio en la literatura pero no fue un sabio, ya que aceptó la condecoración de (el ex dictador chileno) Augusto Pinochet.
–Usted relató que cuando se estaba por exiliar, en el aeropuerto de Ezeiza, un brigadier le dijo que nunca más pisaría la Argentina. ¿En algún momento creyó las palabras que oyó de ese hombre?
–El brigadier Santuchone me dijo: "Usted jamás va a volver a pisar el suelo de la patria". Cuando el avión empezó a volar, yo pensé: "A lo mejor este miserable uniformado tiene razón y nunca más puedo volver a la Argentina". Ocho años después volví y lo busqué. Le iba a hacer la venia y decir: "Brigadier, estoy de nuevo pisando el suelo de la patria".
El beso de Marlene Dietrich. Con movimientos suaves, Bayer deja el sillón, se dirige a la inmensa biblioteca y toma la foto de la actriz y cantante alemana Marlene Dietrich. "Ella me besa todas las noches antes de irme a dormir", apunta.
Enseguida su mirada se posa en el retrato de su nieto Giuliano, quien murió hace poco más de un año. Con su pesar a cuestas, busca aire en el patio de paredes descascaradas y plagado de diarios y potus. Toma uno de los tallos colgantes y confiesa: "Siempre acaricio las hojitas".
–¿Por qué decidió vivir cuatro meses en Alemania y ocho en la Argentina?
–Porque quiero estar con mi mujer, mis hijos y mis nietos, que ya tienen su vida hecha allá. La separación de la familia es una de las cosas imperdonables de la última dictadura. Me propuse volver a la Argentina por una cuestión de moral y también de ética. Quiero seguir la lucha que inicié tiempo atrás, una lucha por un socialismo libertario.
–¿Cuánto tiene que ver este país con el que soñó?
–Nada. Soñé con otra cosa, como mis queridos amigos a los que los sorprendió la muerte. Yo quisiera un socialismo libertario, donde se cumpliera la estrofa del Himno que dice: "Ved en trono a la noble igualdad".
(Fuente:Rdendh).
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