6 de octubre de 2009

EL AGUA Y EL FUEGO.

Por Carlos del Frade (APE)
El primer proceso de potabilización del agua en la Argentina se llevó adelante en el año 1821. Le correspondió al entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires y, al mismo tiempo, representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata ante las otras naciones del mundo, don Martín Rodríguez.
Sin embargo, miles y miles de argentinos hoy no tienen acceso ni al agua potable ni tampoco a los servicios cloacales.
Quizás uno de los casos más alevosos se verifique en la ciudad de Rosario.
Abrazada por uno de los ríos más caudalosos del planeta, el Paraná, miles de rosarinos no tienen acceso al agua potable.
Incluso el gobierno socialista de la provincia de Santa Fe informó en los últimos dos meses que recién en el año 2024 habrá agua potable para todos los que viven recostados sobre el Paraná.
¿Qué pasó en todos estos años?
¿Qué hicieron con tantos proyectos de acueductos y supuestas obras de infraestructura en casi todas las comunas y ciudades de la provincia?
Nadie responde este tipo de preguntas.
El problema, sin embargo, es peor que una simple crítica intelectual.
La inexplicable ausencia de agua hace que se pierdan vidas.
No hay agua para apagar incendios.
En estos días, dos hermanitos de tres y un año y medio, Facundo y Joel, respectivamente, murieron calcinados cuando el fuego se devoró la casilla de latas y cartones en la que habitaban en la zona sudoeste de Rosario.
Los vecinos quisieron ayudar pero debían traer el agua desde las zanjas que están cerca porque ninguna canilla está cerca del lugar.
Un primito, Santiago, de tres años pudo salir de la casilla y salvar su vida. "Lo encontramos un poco antes de que llegara a la vereda, lo abrazamos y lo sacamos rápido; mi consuegra lo vistió y ahí contó que habrían jugado con fuego", sostuvo una mujer del barrio.
"Nos asustamos todos porque si el fuego agarraba a los árboles, se iban a quemar todas las casas... Mi hijo no pudo entrar a la casa porque caían cables prendidos fuegos... Todos corrimos, tiramos agua con la manguera, con tachos, con todo lo que podíamos, hasta sacamos de la zanja mientras esperábamos a los bomberos. Estábamos desesperados, sentíamos cómo explotaban algunas cosas adentro de la casa en llamas, los árboles se iban incendiando, fue terrible", comentaron los vecinos ante los medios periodísticos.
La mamá de los chiquitos, Romina Funes, de solamente veintiséis años no pudo pronunciar palabras. Su compañero y papá de los nenes calcinados, Hugo, que trabaja como sereno donde puede encontrar alguna changa, pidió “un lugarcito” para despedir a Facundo y Joel.
No les quedó nada.
El fuego se lo comió todo.
El agua de zanja no alcanzó para salvar la vida de los chiquitos.Agua de zanja porque no había canillas ni agua potable en un barrio de la ciudad abrazada por uno de los ríos más caudalosos del planeta, el Paraná.
Facundo y Joel no fueron asesinados por las llamas sino por la pobreza inventada y multiplicada y por la increíble desidia que ya lleva doscientos años en llevar agua potable a los que viven al lado de los ríos.
(Fuente:Argenpress).

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