7 de octubre de 2009

LOS JUZGA UN TRIBUNAL LOS CONDENAMOS TODOS.

EL TESTIMONIO DE UN PERIODISTA DE ROSARIO/12 EN EL JUICIO A REPRESORES
Las cartas escritas a los padres
Tizziani se refirió a las cartas que les cedieron los padres de los militantes Bruzzone y Laluf, que hoy continúan desaparecidos. El otro testimonio fue de Adriana Quaranta, quien fue secuestrada el 4 de julio de 1977 en un departamento céntrico.
Por Sonia Tessa
Juan Carlos Tizziani fue el primer testigo que declaró ayer en el juicio contra Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo. El periodista de Rosario/12 se refirió a las entrevistas que mantuvo con los padres de Carmen Nahs Bruzzone y Carlos Laluf. El objetivo periodístico de Tizziani era averiguar sobre cartas recibidas después del secuestro de los militantes que hoy continúan desaparecidos. El padre de Laluf -ya fallecido- le dio copias de 13 cartas recibidas desde septiembre de 1977 hasta marzo de 1978, que el Tribunal aceptó recibirlas como documentos en el juicio. El segundo testimonio de la mañana fue el de Adriana Quaranta, quien fue secuestrada el 4 de julio de 1977 en el departamento de pasillo en el que vivía Graciela Zitta, en Tucumán entre Sarmiento y San Martín.
El testimonio de Tizziani se completó con la reproducción de un reportaje que le hizo a Carlos Laluf padre. El entrevistado se refiere en varias oportunidades a la entrega de su nieto, que se efectuó el 4 de septiembre de 1977. Ese día, Laluf había ido a la cancha de Colón a ver un partido, y su esposa recibe una llamada telefónica alertando sobre la presencia de dos niños pequeños en la plaza de las Banderas, en el barrio Candiotti de Santa Fe. La mujer decide tomar un taxi e ir a buscarlo, y allí encuentra a un niño y una niña, cada uno con una carta, así como otras dos cartas con otros destinatarios.
Laluf llevó a su nieto a la casa de los consuegros, porque el matrimonio de Carlos Laluf (hijo) y su compañera Marta Benassi decían expresamente en la carta que el niño quedara al cuidado de Carlos, hermano de Benassi. A la niña, María de los Angeles Lozano, Laluf la llevó a la dirección que figuraba en el sobre, a la casa de la familia de la pareja de María de los Angeles Castillo, madre de la nena. Laluf también repartió otras misivas que, según rastreó Tizziani en el informe de la Conadep, pudieron estar dirigidas a la familia de Graciela Capocetti y del matrimonio Carlos Bozzo y María Isabel Salinas, también secuestrados.
Sobre la correspondencia, Tizziani se refirió a la "honestidad del señor Laluf", ya que tres de esas cartas estaban fechadas en Asunción del Paraguay, San Pablo y Río de Janeiro. Luego, en coincidencia con la fecha de la Operación México, Laluf padre no sólo recibió una carta -que no estaba fechada en el país azteca- sino también una comunicación telefónica. Los cautivos también les indicaron un correo intermedio donde podían recibir correspondencia. "El señor Laluf se murió esperando que le dieran el cuerpo de su hijo", indicó Tizziani.
Después del documentado testimonio del periodista de Rosario/12, dio su testimonio Adriana Quaranta, que fue secuestrada en la casa de Graciela Zitta. Según relató, ella se recibió de abogada en 1975, y en el momento del golpe militar se desempeñaba en la fiscalía número 2 de los Tribunales Federales. En abril de 1977, el presidente de la Cámara de Apelaciones, Celestino Araya, le pidió que renunciara a su trabajo, pero ella se negó. La mujer alegó que si había cometido alguna irregularidad le hicieran un sumario, y si no, no había razón para perder su empleo. La respuesta del funcionario judicial fue intimidante. Le dijo que "no podía responder por su vida". Quaranta indicó que había pertenecido a la Juventud Universitaria Peronista cuando era estudiante de abogacía. En la fiscalía trabajaba junto a Rafael Bielsa.
El 4 de julio de 1977 concurrió a un negocio ubicado en Laprida y el bajo, donde un compañero del Poder Judicial, de apellido Ramasco Padilla, le manifestó su preocupación porque Bielsa estaba desaparecido desde hacía una semana. Desde allí, Quaranta se dirigió a la casa de su amiga, que vivía en un departamento de pasillo. Cuando está entrando, ve salir un hombre del domicilio, y empieza a correr asustada hacia la calle. Sin embargo, el hombre la alcanza, la alza y le dice que no se mueva. Es subida al mismo auto que Zitta, y desde allí son trasladadas al lugar donde las retienen. La testigo recordó que la interrogó una sola persona, pero había varios hombres en la habitación, y que no fue sometida a maltratos. Primero estuvo en un lugar que le pareció ser un espacio abierto, porque entraban y salían personas. Allí fue esposada a un barral de metal. En ese sitio escuchó cantar a Bielsa y también oyó las quejas de la madre de Graciela Zitta, que cuando iba al baño lamentaba en voz alta estar sometida a esa situación, a su edad.
Luego, a Quaranta la llevaron a un lugar que recuerda como un altillo, al que se iba por una escalera empinada. Allí estuvo hasta el jueves 7 de julio, cuando fue liberada. Cuando la querellante Ana María Figueroa le preguntó si sabía cuál había sido el centro clandestino, Quaranta indicó que en 2006 participó de un reconocimiento en Granadero Baigorria, en La Calamita, y que tuvo la sensación de que "podía ser", por la escalera empinada y los artefactos del baño.
(Fuente:Rosario12).
MARIA LUISA RUBINELLI
Búsqueda y pesadillas
Por José Maggi
"Mi testimonio es quizás lo último que pueda hacer para tratar de saber qué pasó con él". La frase resonó ayer en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal Nº 1, en la voz emocionada de María Luisa Rubinelli, quien desde hace 32 años busca incansablemente a su esposo Aníbal Antonio Mocarbel, secuestrado junto ella el 28 de febrero de 1977. Su búsqueda la llevó a distintas cárceles argentinas, a los tribunales donde presentó hábeas corpus, al Ministerio del Interior, a la Vicaria castrense, al Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, a la Organización de Estados Americanos, a Amnesty Internacional, y hasta la Cruz Roja. "Me llevó muchos años dormir sin tener pesadillas y algo más poder disfrutar de algunas cosas", confió Rubinelli.
María Luisa fue secuestrada en un departamento de pasillo ubicado en Ituzaingo 71 a la madrugada por un grupo de civiles que se identificaron como policías. "Nos llevaron en un auto tirados en el piso, a una casa apartada, en las afueras de la ciudad, que tenía el ingreso como de ripio. Allí escuchaba el paso del tren, el olor como a Celulosa, y el ruido de aviones".
Rubinelli sospecha que pudo estar embarazada porque al momento de ser secuestrada estaba haciendo un tratamiento de fertilidad. "Como tuve pérdidas, me llevaron a un altillo, donde permanecí unos días, mientras me recuperaba de una hemorragia, probablemente producida por un aborto. Allí mejoró la comida que me daban. Me atendió un médico joven al que llamaban Alejandro, quien ordenó una transfusión. Contaban con el apoyo de otro médico más viejo. Luego destinaron a una persona para que me auxiliara, debido a mis escasas fuerzas. Cuando pregunté por qué se tomaban esos cuidados, me respondieron que ellos eran responsables ante 'los de arriba'".
También relató que "al regresar al lugar de detención, durante el recorrido pude advertir que había una cocina azulejada, blanca, que parecía antigua. En una salita contigua a ésta aplicaban la picana eléctrica, en las sesiones de tortura. Al baño de hombres me acompañaba Miguel, quien junto a una mujer a la que llamaban María eran ex integrantes de organizaciones guerrilleras, que se ocupaban de tareas de limpieza, preparación de comida, teniendo aparentemente libre circulación por el interior de la casa".
"Algunos de los integrantes del grupo decían ser ex gendarmes, decían encargarse de las guardias exteriores y no participar de los operativos. Estaban subordinados al "comandante" Sebastián, quien no permanecía en la casa, salvo en caso de realizar algún interrogatorio.
"Al preguntarles acerca de la liberación de mi marido, me dijeron que lo retendrían un tiempo más, que seguramente no lo matarían, pero que no lo vería por un tiempo. Él fue trasladado a otro lugar, antes de mi liberación".
(Fuente:Rosario12).

Juicio Guerrieri-Amelong: Jornada 12

Dos nuevos testimonios brindados este martes, en el marco del primer juicio a los represores de la dictadura en Rosario, aportaron valiosos datos sobre el funcionamiento del centro clandestino de detención conocido como la Calamita, uno de los cinco campos de concentración que forman parte del circuito represivo que integra la causa Guerieri-Amelong. Adriana Quarana y María Luisa Rubinelli precisaron cómo fueron secuestradas e interrogadas por la patota del ejército y señalaron varios de los apodos de sus captores. El testimonio de Rubinelli pareció encajar como una pieza de rompecabezas con los anteriores de
Stella Buna y María Amelia González. Además declaró el periodista de Rosario 12, Juan Carlos Tiziani y el ex intendente de Funes, Juan Miguez.

El primero de los testigos en declarar este martes fue Juan Carlos Tizziani, periodista de Rosario 12, que muñido de un grabador reprodujo el audio de una entrevista realizada a con Carlos Laluf (ya fallecido), padre del desaparecido de la Quinta de Funes, Carlos Rodolfo Laluf.En el relato que Tizziani reprodujo de Laluf padre –quien fuera presidente de la Comisión de Familiares de Presos Políticos desde la dictadura de Agustín Lanusse, primera vez que fue apresado su hijo–, se escucharon fragmentos de la dura historia familiar, entre ellos: el del día en que los padres del desparecido de la Quinta de Funes recibieron, de la mano de un extraño emisario, a su nieto con una carta de Carlos Rodolfo que decía que “con ellos estaría más seguro el nene”; y el relato del asesinato de la hija del matrimonio –hermana del desaparecido– quien junto a su pareja fue acribillada en su casa de Córdoba por otra patota de la dictadura, en agosto de 1977.

Tizziani también leyó algunas cartas enviadas por Carlos Rodolfo a sus padres y presentó además dos entrevistas realizadas a otros familiares de víctimas de la Quinta de Funes, todas oriundas de Santa Fe –ciudad de la que también es originario el periodista–. Uno de los reportajes fue con la madre de Marta María Benassi de Laluf –también desaparecida de la Quinta de Funes–, y el otro con Cecilia Nazábal, esposa del desaparecido Fernando Dante Dussex y querellante en la causa. El cronista se no pudo ocultar su emoción, tanto al leer las cartas como al reproducir el audio del padre de Laluf, y se mostró muy respetuoso al traer al presente “las palabras de los que ya no están”.

El tribunal Oral llamó después a la testigo Adriana Quaranta, ex militante de la Juventud Universitaria Peronista. Quaranta primero recordó una situación que vivió como auxiliar de la Fiscalía Federal N º 2 de Rosario antes de ser secuestrada, en abril de 1977, similar a la que pasó el también ex detenido Rafael Bielsa.

Por esos días su jefe, el fiscal Pedro Tiscornia, la llama y le dice que “tiene renunciar”. Quaranta relató que su jefe como no le dio “ninguna explicación”, se dirigió a la Cámara Federal de Rosario. Allí Celestino Araya le repitió varias veces que renuncie porque de otra manera no “podía garantizar su vida”. Quaranta contó al tribunal que pidió varias veces explicaciones y que Araya le respondió que no le podía informar pero que “hay listas y nombres”; tras lo cual Adriana aceptó la idea y renunció.

Adrian contó que en julio del mismo año se encontró a un ex compañero de la Fiscalía que le pregunta por Bielsa y que le dice que “hace una semana que está desaparecido”. A los pocos días, en el momento que estaba entrando a la casa de la familia de su amiga Graciela Zita, es abordada por un grupo de hombres, encapuchada, esposada y posteriormente trasladada a un centro de detención y torturas en las afueras de Rosario, junto a su amiga Graciela y la hermana Susana.En el cetro de detención la interrogan preguntandolé siempre por las actividades de Graciela Zita y Rafael Bielsa. Allí escucha también, al igual que las hermanas Zita, a Rafael Bielsa cantando una canción. Finalmente, luego de cuatro días de secuestro, la dejan a una cuadra de la estación de colectivos de Rosario.

Una vez en libertad se dirige con su padre que “fue toda la vida secretario del tribunal federal” a su ex trabajo, donde se encuentra a la entonces Defensora Oficial Laura Inés Cosidoy, quien le recomienda que se presente en la Sede del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, lugar en el que actualmente se ubica el bar Rock and Fellers.

Luego del receso del mediodía el juicio continuó con el testimonio del ex intendente de Funes, Juan Miguez. El testigo declaró en carácter de vecino de la localidad y pudo recordar que en aquella época “había rumores” de que las quintas el Fortín, La Española, y la Quinta de Funes eran utilizados como centros clandestinos de detención, y que “en esos años había una notoria presencia de gran cantidad militares en Funes”. Miguez también comentó que fue muy comentado por aquellos días el secuestro de una chica que vivía en Funes, Ana María Gurmendi –otra de las desaparecidas en la Quinta de Funes–.

El último de los testimonios de este martes lo ofreció María Luisa Rubinelli, quien durante los setenta también había estado cercana de la Juventud Universitaria Peronista. María Luisa fue secuestrada el 28 de febrero de 1977 junto a su marido, Aníbal Artemio Mocarbel, en su domicilio – de calle Ituzaingó 71– por unos seis hombres que saquearon su casa y se los llevaron vendados y esposados a un centro de detención y torturas en las afueras de la ciudad, tal cual consignaron varios de los testimonios que la precedieron.

Durante su cautiverio, María Luisa escuchó los apodos de “Sebastián, Jacinto, Armando, Puma, Mario, y un médico de nombre Alejandro”. También oyó los detenidos “María y Miguel”. Además María Luisa recordó haber estado recluida en una habitación con otras dos detenidas: María Amelia González y a otra mujer joven de la que no recordó el nombre –pero que a esta altura del juicio varios tienen la certeza que se trataría de Stella Buna–.

La descripción que realizó Rubinelli del baño al que era llevada, coincide en gran medida con los realizados por Buna y González. María Luisa recordó que en una oportunidad, uno de los que la había llevado a orinar, la deja ver por una de las dos puertas del baño y logra ver a su marido “tirado en un colchón, vendado y esposado y a otros hombres en la misma condición”. La testigo también contó que tuvo el lamentable privilegio de escuchar los interrogatorios perpetrados contra su marido.

Rubinelli indicó que estuvo unos treinta y ocho días detenida en ese lugar hasta que le dijeron que la van a liberar, que “cometieron un error con ella”. Cuando preguntó a sus captores por el marido, los militares le contestaron que lo iban a tener por un tiempo más. Finalmente la dejan cerca de una parada de colectivos del barrio Fisherton.

De su compañero Aníbal Artemio Mocarbel, “a pesar de haber realizado numerosas presentaciones en organismos nacionales e internacionales”, nunca supo nada más.

(Fuente:diariodeljuicio).

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