11 de noviembre de 2009

CÓRDOBA: EL JUEZ FEDERAL ADMITE SUBORDINACIÓN AL EJÉRCITO-ACTO POR EL NEGRO HONORES.

Ex juez federal admite subordinación al Ejército
Un ex magistrado de Bell Ville dijo que "no había otra cosa encima" del poder militar. "¿Con qué fuerza exijo al Ejército?", declaró.

El Tribunal Oral N°1 podría finalizar la semana próxima la recepción de testimonios en este juicio. Foto: LaVoz / Ramiro Pereyra
Por Federico Noguera

El ex juez federal de Bell Ville Eudoro Vásquez Cuestas dijo hoy en el segundo juicio por la represión en Córdoba que no podía exigir al Ejército que cumpliera con las liberaciones que disponía "porque no había otra cosa" por encima del poder militar.
El magistrado fue citado por Tribunal Federal Nº1 de Córdoba para que declarara por la situación que atravesó el albañil Raúl Ernesto Morales, secuestrado el 22 de marzo de 1976 en Santa Rosa de Calamuchita, para ser luego torturado en el Departamento de Informaciones de la Policía (D2) y en cárceles de Argentina.
Vásquez Cuestas fue quien dictó la "falta de mérito" a la causa que le había iniciado el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) de la dictadura a Morales, pero aunque su disposición data de 1976, el albañil recién fue liberado en 1978. El hombre, actualmente de 59 años, perdió los dos riñones -está trasplantado- y sufrió otras secuelas físicas y psicológicas.
"No había otra cosa encima". El juez Vásquez Cuestas, nombrado juez por la dictadura, negó tener conocimiento de los allanamientos dispuestos por la Policía u otro organismo y ratificó que Morales y otros detenidos, quienes habían sido detenidos por el Departamento de Informaciones (D2), fueron sobreseídos y liberados luego de dictarles la “falta de mérito”.
Consultado por la abogada de Morales, María Elba Martínez, sobre por qué no se cumplió su resolución, respondió: “¿Con qué fuerza exijo al Ejército? Yo ordenaba la libertad y mandaba la orden a quien tuviera al detenido: a los de la cárcel, al comando del Tercer Cuerpo, pero el PEN se arrogaba la potestad de detener a esos testigos”.
El testigo indicó que no podía hacer nada ante las disposiciones por decreto del PEN: “¿A quién quiera que recurriera? ¿A Dios? No había otra cosa encima de eso”. Si bien dijo que no recibía órdenes directas del Ejército o de la Policía, y que estaba sujeto a la “imposición imperante del PEN”, admitió, como data en un expediente de la causa Morales de 1976, que el jefe de la Cuarta Brigada de Infantería Aerotransportada Juan Bautista Sasiaíñ le envió una carta, solicitándole un traslado del albañil para que sea indagado en una cárcel, tras lo cual Vásquez Cuestas le dictó la falta de mérito.
El ex magistrado negó que personal militar presenciara las indagatorias de detenidos. Sobre Morales, a quien dijo no recordar, manifestó que tal vez ordenó la revisión médica durante su detención en la cárcel, y agregó que como juez solicitó datos de los detenidos a Sasiaíñ.
Donante Luego declaró Elsa Noemí Morales, hermana de Raúl Ernesto, la que le donó un riñón para el trasplante.
“Estaba muy golpeado cuando lo vimos, con una pierna rota. Estuvo bastante mal. Los dos riñones no le funcionaban”, relató la mujer. Por la tarde declaró otra hermana y un cuñado de morales. A su vez, la abogado María Elba Martínez pidió una inspección en lo que fue la sede del D2.

Un cumpleaños de terror en Informaciones del D2
Carlos Moyano es una de las víctimas en el juicio que se ventila contra el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército y otros.

Carlos Jacinto Moyano, al relatar su trágico paso por el D2. Foto: LaVoz / José Gabriel Hernández
Por Da Porta Magdalena

Carlos Jacinto Moyano (60) imaginó festejar su cumpleaños de mil modos distintos, pero nunca sospechó que el 21 de enero de 1977, día en que alcanzaba los 28 años, lo encontraría atravesando el momento más terrible de su vida, secuestrado en el centro clandestino de detención (CCD) del Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba (D2).
Moyano encabeza la tercera causa del segundo juicio contra la represión que se ventila en los Tribunales Federales de Córdoba, por los tormentos sufridos por ocho personas en la sede céntrica del D2, que por entonces funcionaba en el Pasaje Cuzco –actualmente Santa Catalina–, y que hoy es la sede del Archivo Provincial de la Memoria.
Él, un ex compañero de trabajo y dos vecinos charlaban en su casa cuando un grupo de hombres encapuchados y armados irrumpieron por los techos en la vivienda ubicada en Comechingones 122, de barrio Alto Alberdi de la capital provincial.
“Desde ese momento preguntaron ‘quién era Carlos Moyano’ y me empezaron a aplicar culatazos y golpes de puño”, recordó. Dos años atrás, Carlos había puesto fin a su militancia en la comisión directiva del gremio de Correos por la “situación política que se venía en el país”.
Meses más tarde, a mediados de 1976, lo despidieron de su trabajo en el Correo Argentino. La “patota policial”, como le denominaban a los integrantes del D2, lo acusó como miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), a causa del testimonio de un compañero de trabajo que lo implicó tras violentas torturas. Moyano afirma que no puede reconocer físicamente a sus torturadores porque durante su estadía en “el Cabildo” permaneció vendado y con las manos atadas.
Sólo cuando le fue leída la acusación le descubrieron los ojos, enfrentándolo cara a cara con quien lo había señalado.
Él, un ex compañero de trabajo y dos vecinos charlaban en su casa cuando un grupo de hombres encapuchados y armados irrumpieron por los techos en la vivienda ubicada en Comechingones 122, de barrio Alto Alberdi de la capital provincial. “Desde ese momento preguntaron ‘quién era Carlos Moyano’ y me empezaron a aplicar culatazos y golpes de puño”, recordó. Dos años atrás, Carlos había puesto fin a su militancia en la comisión directiva del gremio de Correos por la “situación política que se venía en el país”.
Meses más tarde, a mediados de 1976, lo despidieron de su trabajo en el Correo Argentino.
La “patota policial”, como le denominaban a los integrantes del D2, lo acusó como miembro del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), a causa del testimonio de un compañero de trabajo que lo implicó tras violentas torturas. Moyano afirma que no puede reconocer físicamente a sus torturadores porque durante su estadía en “el Cabildo” permaneció vendado y con las manos atadas. Sólo cuando le fue leída la acusación le descubrieron los ojos, enfrentándolo cara a cara con quien lo había señalado.
“Él apareció y yo recuerdo que cuando le sacan la venda le pegaron una trompada en el estómago y le dijeron: ‘Decí que es él’. Y bueno, él obligadamente les dijo que sí. Después me entraron a pegar y recuerdo que me decían: quiénes son los capos de la ‘orga’ (significaba organización), y así fue continuo, ¿no? Electricidad, golpes simulacros fusilamiento, y después los gritos de la demás personas que se escuchaban”.
Según la causa, Moyano estuvo detenido ocho días, aunque tras su liberación comenzó un peregrinar que terminó en 1984. “Salí mal. Aún cuando salí me dijeron que me vaya porque me iban a matar.
Yo no tuve ninguna duda porque a toda la gente que acusaban de formar parte de estas organizaciones los mataban”. Recuerda la advertencia que le hizo un policía: “Borrate que te van a matar”. Vendió lo que tenía y partió para Buenos Aires, en donde vivió cerca de dos años. A mediados de 1979 volvió a Córdoba, las amenazas y los allanamientos no cesaban por lo que viajó a Paraguay, país en el que se refugió clandestinamente durante cuatro años.
Allí tuvo un hijo y trabajó como electricista, profesión de la que vive actualmente. Moyano va a declarar en estos días ante el Tribunal Oral Federal número 1.



Rompecabezas de una identidad latente
Enternecedor homenaje en el Museo de “La Perla” a un obrero asesinado y a sus compañeros de OCPO.
Por Alejo Gómez

Alicia, la hija mayor de Honores, parada en el lugar en el que murió su padre.

VOTO REPUDIO
Contra la impunidad
Contra la destrucción del amor
Contra la devastación de la identidad
Contra la privatización de la felicidad
Contra el quebranto de la solidaridad
Contra la precarización de la vida
(panfleto arrojado ayer en La Perla)


¿Era Luis Justino Honores tan sólo un hombre? ¿Era un ideal encarnado en la sangre de un obrero? ¿Y quién es ahora? ¿El legado de un proyecto revolucionario? ¿La identidad de una generación combativa? Para sus hijos, genuinos herederos de un amor más íntimo que insurgente, Luis Honores es un desafío a revelar.
“Mi papá es como un rompecabezas. Vamos reconstruyendo su identidad de a poquito; son miles de pequeños fragmentos dispersos que se unen con la memoria de sus amigos y de sus compañeros de militancia. Pasaron tres décadas y recién estoy conociéndolo, descubriendo qué sentía, en qué creía. Cada piecita del rompecabezas en su lugar me permite acercarme a mi papá y lograr su imagen. Lo que me duele es no recordar su voz”, se lamenta Alicia, la mayor de los cuatro hijos de Honores.
La mujer tiene la cara empapada, pero no puede dejar de sonreír. Lo suyo es más que emoción. Es algo para lo que, por suerte, aún no se inventaron adjetivos expresivos. Su padre murió sobre las mismas baldosas coloradas en las que, 33 años después, ella está de pie para afirmar que ama la vida. Esa imagen no se puede explicar con palabras.
Y esa imagen, que no se puede explicar con palabras, tuvo lugar ayer por la mañana en el Museo de la Memoria que funciona en el ex campo de concentración “La Perla”. Fue en el marco de una interesante actividad que se lleva adelante para homenajear a los hombres y mujeres asesinados allí por la dictadura militar. En este caso, además de recordar a Honores (sobre quien ya ahondaremos), se hizo un acto en dedicatoria de todos los militantes de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), considerada de las más numerosas luego de Montoneros y el ERP.
El homenaje desbordó de ojos acuosos. Y también de frases cargadas con sentido histórico: “El tiempo nos enseña que ninguna derrota es definitiva; si tuviéramos que elegir otra vida, elegiríamos ésta”. Y ese homenaje, que desbordó de ojos acuosos y también de frases cargadas con sentido histórico, fue una instancia hermosa para la construcción colectiva de la lucha y la memoria de los pueblos latinoamericanos. Alguien dijo “el beso como meollo de cualquier revolución”. Otra frase que es más que una frase. Luego, el aplauso.
Fragmentos de una personalidad. La de Justino Honores es una de las muertes más emblemáticas de “La Perla”. Fue alevosamente torturado y agonizó el poco tiempo que tardó su cuerpo en consumir sus reservas orgánicas. Una sobreviviente dijo que “no profirió un solo grito, ni un lamento. Era silencioso, callado y sufrido”. Murió a comienzos de noviembre de 1976. La UOCRA perdió a un trabajador, la OCPO a un militante y la Argentina a un hombre de bien.
El de ayer fue un velorio sin cuerpo, con la diferencia de que, en lugar de despedirlo, su familia lo recibió. “Apenas lo estoy conociendo”, murmura Luis, otro de sus hijos, que, según dicen, tiene la misma voz que su padre. El camino recién empieza.
(Fuente:Rdendh-lavoz-diaadia).

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