27 de marzo de 2011

LA MEMORIA HECHA FIESTA.

El pulso de la semana: Va cayendo gente al (y del) baile
Año 3. Edición número 149. Domingo 27 de marzo de 2011
Por Eduardo Blaustein


Volvió a suceder, sigue sucediendo, siempre es por imperio de los tiempos del kirchnerismo que las cosas se mueven en el mapa político. Y nunca, o casi nunca, es que el archipiélago opositor actúa o transforma por iniciativa propia, por potencia de ideas, por claridad de proyectos. Así como desde hace más de un año se fue autodemoliendo la categoría Grupo A, ahora llega el turno de los sinceramientos internos en cada partido, corriente o cacicazgo: siguen sin ser lo mismo Ricardo Alfonsín que Sanz o Cobos; lo mismo sucede con Duhalde, Das Neves, Felipe Solá.
Esta semana, y como prolongación de la anterior, sucedieron dos cosas devenidas de la hegemonía cultural kirchnerista. La primera, los indicios claros de decantación de las precandidaturas presidenciales opositoras tras lo sucedido en Catamarca y la todavía incierta, empiojada, elección chubutense. Del primer escenario salió definitivamente malherido Julio Cobos. Del segundo, el gobernador Marios Das Neves, quien sin embargo, en relativa sintonía con Felipe Solá y Francisco de Narváez, no sólo persiste en marcarle la cancha a Duhalde (alcanza con esa poca fuerza) sino que pone muy mala cara cuando se menciona el apellido Macri. Quedó también dañada aquella idea del “ajedrecista” Duhalde de instalar al Peronismo Federal mediante una sucesión de preinternas. En rigor de verdad se sabía que ese crescendo federal hipotético iba a terminar, por lo raquítico de la participación prevista, en una encantadora colección de bonsáis.
La segunda cuestión que tiene estrecha relación con los tiempos kirchneristas fue la celebración del 24 de marzo. De nuevo una movilización formidable, conmovedora. Es evidente sin embargo que la construcción de un piso sólido de consenso y memoria fue muy anterior al 2003: desde la acción y la perseverancia extraordinaria de los organismos de derechos humanos a lo realizado por el mejor alfonsinismo. Hay que recordar qué solos quedaron los organismos tras la debacle alfonsinista y los indultos de Menem, al menos hasta el vigésimo aniversario del golpe. Años de resistencia solitaria en las marchas, en las que de cada cuatro manifestantes reconocíamos las caras de tres (abrazos, saludos, constataciones tristes), como si se tratara de celebraciones de un conciso club de veteranos de guerra.
Contra aquellas soledades, cada vez más las marchas de los 24 son más arduas de sintetizar en interpretaciones unívocas. Está clarísimo que sin la irrupción de los tiempos kirchneristas no se podrían explicar los actuales niveles de masividad, de fervor, de consistencia y de alegría. Pero la historia argentina con sus conmociones venía pariendo fenómenos que prefiguraron al kirchnerismo. Ya venían cayendo en cada 24 los estragados por las crisis, con los movimientos sociales, desde los años del estallido. Las izquierdas (categoría difícil) siempre estuvieron allí, con sus horarios y consignas exclusivas, un tanto narcisistas. El jueves sucedió algo llamativo: a eso de las 17.30, cuando todavía los rojos parlantes denunciaban al Gobierno por apropiación ilegal de las banderas de los derechos humanos, ya la Plaza era mucho más compleja y multicolor, indiferente a las etiquetas, con sueltos y columnas multitudinarias llegando a la cita para cuestionar esas simplezas.
Los pibes de las inferiores. Sobre las célebres incorporaciones del kirchnerismo, que no son sólo las juveniles (hay tanto cincuentón que había quedado a la vera de la historia), hay también una complejidad creciente. Siempre nuevos carteles, sellos, pancartas, agrupaciones y armados imposibles de seguir, mutaciones, desplazamientos. Emocionaba hacer la enésima comprobación de la cantidad de caras de las nuevas generaciones (incluyendo estudiantes secundarios y universitarios), la mixtura territorial, el cruce de genealogías. Por un lado es la recuperación de cantitos jotapé nacidos en democracia (“Somos de la gloriosa”), por el otro la alusión a Perón, a Néstor, a Cristina y también a manuales setentistas que de vez en cuando suenan a insuficientes. Habrá que entender que, necesitados de identidad, de contención y de proyecto, muchos de estos pibes de las inferiores acaban de incorporarse a lo colectivo, vienen de la intemperie, del menosprecio a la política aprendido de una hegemonía mediática hoy en crisis. Hay una mejor valoración de lo democrático en tensión con la pasión o la tentación sectaria. Es un proceso fascinante, como si por abajo, como construcción cultural, el kirchnerismo o una buena porción de la sociedad fueran una constante reinvención con final abierto.
Si se habla de dominancia de los tiempos kirchneristas no es por jactancia sino por una simple constatación hecha incluso desde la prudencia. Porque en ningún ciclo histórico hay eternidades y porque siempre hay que plantar desafíos para no estancarse y poder crecer. Cuando se habla de hegemonía cultural o de pobreza opositora también cabe salirse del presente (un “presente” de ocho años proyectables a doce, menudo ciclo) y pensar a largo plazo y hacia atrás. Los dos primeros años del gobierno de Alfonsín fueron pura iniciativa radical ante un peronismo en formol, con mucho de conservador, hasta de inútil. Y también durante un insoportablemente largo período fue “Menem versus el Modelo Invisible”, carencia que costó carísimo: de allí surgió la Alianza.
Plácido gambeteo. Unas pocas palabras sobre otra fiesta que coexistió con la conmemoración del 24: el concierto de Plácido Domingo. Hubo un uso evidente de las cadenas noticiosas (aunque no fueron lo mismo TN y C5N que América o CN23) para eludir y obturar el 24 con el recital. Nada que no pudiera intuirse previamente y bienvenida sea la rutina democrática del festejo popular en el espacio público. Más grave como proceso político y comunicacional –y volviendo al principio: la decantación de las candidaturas– es comprobar cómo a medida que se acerca la fecha de las elecciones se incrementan los niveles de protección mediática a favor de Mauricio Macri.
Macri se va convirtiendo a esta altura en la única carta clara que le va quedando a la derecha pura y dura. El operativo de protección consistió esta vez en adjudicar a nadie ya sea el fracaso del concierto en el Colón como la posibilidad de que naufragara el de la 9 de Julio. Fue por el maltrato feroz contra los laburantes del Colón, ese desprecio propio del gerentazo rico, que el concierto estuvo a punto de levantarse. Los medios dominantes escabulleron responsabilidades del Gobierno porteño, como han escondido tantos desastres peores. Esa visión esquizofrénica del macrismo, con el Colón reinaugurado por un lado (gracias también a los esfuerzos de las gestiones anteriores) y el Colón vaciado, es un símbolo de la utopía macrista: una ciudad sin molestias, sin personas de carne y hueso con sus conflictos, una ciudad sin humanos.
Fuente:MiradasalSur


El segundo demonio: la pata civil de la dictadura
Año 3. Edición número 149. Domingo 27 de marzo de 2011
Por Daniel Cecchini
Las fechas, los aniversarios, cargan con la potencia de lo simbólico. Pero este 24 de marzo no fue un aniversario más del golpe. Por muchas razones, que exceden a la cifra redonda de los 35 años transcurridos desde 1976. En este último año, la dictadura dejó de ser exclusivamente militar para encontrar en el discurso y en los hechos que producen la memoria y la justicia su verdadera entidad, lo que realmente fue y sigue siendo: una dictadura cívico-militar que intentó aniquilar a parte de un grupo nacional, a un sector de la sociedad argentina. Esta característica –encarnada en 30.000 desaparecidos, pero también en miles de presos políticos, en la destrucción de redes sociales, en la orfandad jurídica, en la persecución mortal de todo tipo de disidencia y en el aniquilamiento de las condiciones de vida de millones de argentinos– la define como lo que fue: la consumación de un plan genocida elaborado y perpetrado por civiles y militares.
La participación de un sector de la sociedad civil en la dictadura, no sólo como colaborador del poder militar sino como actor fundamental de la destrucción de la economía argentina y del terrorismo de Estado que la hizo posible, terminó de hacerse visible en los últimos meses. En 1976. El golpe civil, Vicente Muleiro revela con nombres y apellidos el entramado cívico-militar que primero preparó y consumó el golpe, y luego llevó al país al abismo más profundo de su historia. Silencio por sangre, la investigación realizada por Jorge Mancinelli y quien esto escribe sobre la apropiación de Papel Prensa por parte de Clarín, La Nación y La Razón, utilizando las herramientas del terrorismo de Estado, puso en evidencia –con pruebas incontrastables– la participación de los propietarios de los tres diarios más importantes del país en el plan criminal de la dictadura. Otras investigaciones, menos difundidas, muestran cómo los directivos de Ford Motors Argentina, Mercedes Benz y del Ingenio Ledesma (de Carlos Pedro Blaquier) colaboraron con la represión ilegal en la desaparición de trabajadores de esas empresas. Según datos del Centro de Estudios Legales y Sociales, desde la derogación de las leyes de impunidad, en 2006, 1707 personas fueron involucradas en causas relacionadas con crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, de las cuales 167 ya fueron juzgadas y condenadas. Sin embargo, la proporción de civiles involucrados en estas causas es mínima. Las investigaciones judiciales sobre Ford, Mercedes Benz y Ledesma avanzan con llamativa lentitud o están congeladas. La querella del Estado en la causa que investiga la apropiación de Papel Prensa pidió la imputación de Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto, Bartolomé Mitre y otros directivos de los tres diarios, pero la Unidad fiscal aún no le pidió al juez federal Arnaldo Corazza que los cite a declarar.
Esta semana, la decisión del Consejo de la Magistratura de destituir al juez mendocino Luis Miret por rechazar denuncias de torturas y vejaciones marcó un hito en la investigación sobre la pata judicial de la dictadura, que incluyó a fiscales y magistrados que, incluso, visitaron centros clandestinos de detención y asistieron a sesiones de torturas.
Mientras tanto, también esta semana, en sus recordatorios sobre el golpe del 24 de marzo, los principales columnistas de Clarín y La Nación omitieron las referencias a la participación civil en la dictadura y prefirieron reflotar la vieja teoría de los dos demonios. La excepción fue Joaquín Morales Solá, quien luego de tener que declarar ante la Justicia sobre sus vínculos con el genocida Adel Vilas en Tucumán, tuvo el tino de dedicar su columna del 24 de marzo a su particular visión de las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos. Porque está empezando a quedar claro que, si hubo un segundo demonio, no fue ése del que ellos hablan.
Fuente:MiradasalSur


Jorge Rafael Videla se quebró
Año 3. Edición número 149. Domingo 27 de marzo de 2011
Por Ricardo Ragendorfer

Vueltas de la vida. O, mejor dicho, una parábola biográfica que ni siquiera hubiese imaginado el más febril hacedor del realismo mágico: el otrora poderoso teniente general que llegó a la jefatura del Ejército para encabezar la dictadura más sangrienta de la historia argentina tal vez no comprenda el desafortunado vuelco que dio el carácter de sus títulos y honores; de hecho, ahora ese hombre sólo es el “interno Videla, Jorge Rafael”, según los registros de su actual lugar de residencia, la Cárcel Federal de Campo de Mayo (U34). Con dos condenas a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad y con un juicio en marcha por su papel en el plan sistemático de robo de bebés, el viejo ex militar acaba de violar otra norma, esta vez, la ley de la gravedad. Durante la tarde del 15 de marzo, mientras deambulaba con otros genocidas por el patio del presidio, súbitamente perdió la vertical. Y su brazo derecho, aquel brazo firme con el que hace 35 años trazó su camino hacia el poder absoluto, se quebró en varias partes. “Fractura diafisaria y subcapital del húmero”, dirían los médicos. Un verdadero guiño del infierno.
El recurso del método. Durante la mañana del 17 de octubre de 1975, el elegante Hotel Casino Carrasco, situado a nueve kilómetros de la ciudad de Montevideo, parecía una fortaleza; en sus alrededores había un dispositivo que incluía carros de asalto, tanques y tropas armadas con ametralladoras y fusiles automáticos. Ningún civil podía acercarse. Y en ello había una razón de peso: allí se desarrollaba la XI Conferencia de los Ejércitos Americanos, cuyo tema central era la lucha contra la “infiltración marxista en la región”. Los representantes de unos 17 ejércitos reunidos en un salón del segundo piso estallaron en una sonora ovación cuando el general uruguayo Luis Queirolo, quien oficiaba como secretario del evento, le cedió la palabra al delegado argentino: el teniente general Jorge Rafael Videla. Unas semanas antes había sido designado comandante en jefe del Ejército. Y ahora abriría su ponencia con una frase filosa y elocuente:
–Si es preciso, en Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país.
Sabía de lo que hablaba.
Por ese entonces, en el más absoluto de los secretos, había comenzado a sesionar el llamado Equipo Compatibilizador Interfuerzas (ECI). Se trataba de una suerte de estado mayor clandestino, integrado por el Ejército, la Armada y la Aeronáutica, cuya tarea primordial consistía en delinear las coordenadas de la represión ilegal y a la vez lubricar los engranajes del aparato golpista.
–Esta lucha va a traer abusos y algún que otro error, pero habrá un costo menor en vidas humanas que en un conflicto prolongado –advirtió Videla, mientras sacudía el brazo derecho como para espantar a una mosca imaginaria.
Quizás en ese instante se haya visto a sí mismo en una ya remota mañana de 1973 efectuando su ronda de despedida por el Colegio Militar en su calidad de director; días antes había sido ascendido a general y estaba por hacerse cargo de la jefatura del Primer Cuerpo. En tales circunstancias, entró a un aula. Allí un instructor dialogaba con los cadetes de tercer año acerca del “problema de la subversión”. Y él se interesó por el asunto.
–¿De qué hablaban? –preguntó, como para romper el hielo.
Los alumnos se lo explicaron, y uno de ellos resumió la posición del grupo con las siguientes palabras:
– Pensamos que a los extremistas hay que eliminarlos sin miramientos.
El instructor dijo lo suyo:
–No coincido con esa idea, mi general. Habría que instrumentar tribunales militares con capacidad para dictar la pena de muerte.
Su nombre era Ricardo Brinzoni y por entonces tenía grado de teniente. Videla lo miró y, simplemente, dijo:
–Yo no estoy en desacuerdo con los cadetes de tercer año.
Y siguió su camino.
Es posible que al evocar tal episodio, Videla haya caído en la cuenta de que esos jóvenes ya eran subtenientes. Y que algunos participarían activamente en la aplicación del terrorismo de Estado.
Esa misma noche regresó de Montevideo a bordo de un avión militar. Tal vez entonces escrutara el horizonte marrón del Río de la Plata, en cuyas aguas poco después comenzarían a ser arrojadas sus víctimas. Y quizá pensara que la profundidad de su lecho estaba a la altura del escalofriante secreto que debía guardar.
Porque ya por entonces era consciente de que la estrategia de su cruzada consistía simplemente en desatar una cacería contra la sociedad civil, dado que –según su lógica– en ella estaba depositada “la fortaleza de la subversión marxista”. Es decir: su retaguardia. Acerca de este asunto había departido hasta el cansancio con su maestro y único amigo, el general retirado Hugo Miatello. Éste solía decir: “En esta guerra no hay un frente palpable”. Y luego, invariablemente, agregaba: “Acá, el enemigo está por todos lados”.
El tipo era un estudioso de la guerra de Indochina. Y creía haber encontrado grandes coincidencias entre la situación política del sudeste asiático y la que imperaba por esos días en la Argentina. Videla, desde luego, le creía a pies juntillas.
Tanto es así que su principal estrategia para “pacificar” al país se basaría en el uso intensivo de la inteligencia a partir de informaciones arrancadas mediante la tortura. Según aquella tesitura, en la denominada “lucha contra la subversión”, las verdaderas batallas se librarían en los interrogatorios. Esa iría a ser la columna vertebral de las operaciones militares. Y para dicho propósito era necesario armar un ejército secreto, integrado por oficiales y suboficiales organizados en pequeñas células terroristas, con identidades ocultas, vehículos no identificables, centros clandestinos de detención y mandos paralelos.
Así, con esa ligereza mental, fue concebido el Estado terrorista. El resto de la historia es conocido.
Videla supo ser un sujeto de pocas palabras. Y sólo una cita suya fue digna de pasar a la posteridad: “Los desaparecidos no están, no existen, no son. No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”.
La ira de Dios. Videla, hijo de un capitán del Ejército, fue bautizado con el nombre de dos muertos: sus hermanos Jorge y Rafael, quienes fallecieron de sarampión en 1921, dos años antes de que él naciera en una casa apenas separada por un alambrado del Regimiento VI de Mercedes. Ambas circunstancias le moldearon el alma y también su destino. Casado con la hija de un embajador de cuño conservador, padre diligente, miembro de Acción Católica y cursillista fervoroso, dueño de un carácter parco, aunque afable, nunca se interesó en demasía por las cuestiones políticas; simplemente creía en el Ejército como único y último baluarte de la Nación. Tanto es así que, en nombre de tales valores privados y públicos, se convertiría en un genocida. Y, a la vez, en una muestra viviente de la banalidad del mal.
Ahora, prisionero de por vida por sus crímenes, quebrado –al menos, en el aspecto óseo– y cautivo en el basurero de la Historia, el “interno Videla, Jorge Rafael”, sólo es un cadáver insepulto que aguarda su turno de ingreso en el Reino de las Tinieblas.
Que su querido Dios se apiade de su alma.
Fuente:MiradasalSur


Del cuadro de Videla al último 24 de marzo. Bendini: “Fue un paso necesario”
Por Ricardo Ragendorfer

(FOTOS: DIEGO MARTÍNEZ Y TELAM)
En una comunicación telefónica con Miradas al Sur, el general retirado Roberto Bendini evocó el momento en el que, durante la mañana del 24 de marzo de 2004, bajó los cuadros de los ex dictadores Videla y Bignone. Y lo hizo con las siguientes palabras: “Como jefe del Ejército comprendí que había llegado la hora de cerrar heridas”.
Este semanario, en su edición del 6 de noviembre de 2010, había relatado la historia de aquella acción simbólica.
Es que con anterioridad, Néstor Kirchner le había ordenado a Bendini que dispusiera el retiro de semejante decoración. Pero el general no cumplió. Por ese motivo, el Presidente resolvería finiquitar el asunto en el acto por el aniversario del golpe. Ello fue informado con anticipación al Estado Mayor y, en rigor a la verdad, ese cariz de la efeméride no causaría mucho beneplácito entre algunos integrantes de la cúpula militar. Tales fueron los casos de los generales de brigada Rodrigo Soloaga y Jorge Cabrera. Este último hasta llegaría a tildar la iniciativa de “provocación innecesaria”. Lo cierto es que los hechos no tardaron en precipitarse.
En la mañana del 23 de marzo, el ministro de Defensa, José Pampuro, atendió una llamada telefónica:
–Desaparecieron los cuadros de Videla y Bignone –le informó una voz desde el otro lado de la línea.
–¿Quién habla? –quiso saber el funcionario.
Por toda respuesta, oyó el click que dio por finalizada la comunicación. Minutos después confirmaría que, en efecto, manos anónimas habían hurtado ambos retratos. Su próximo paso fue ir a la Casa Rosada.
Dicen que Kirchner asimiló la explosiva novedad con una fría calma. Y que, tras convocar con urgencia a Bendini, su orden fue:
–Busque los cuadros y vuélvalos a colgar.
La directiva fue acatada.
Ese martes, el súbito pase a retiro de Soloaga y Cabrera pasó desapercibido.
Al día siguiente, el primer mandatario ingresó al recinto en cuestión con los ojos clavados en los retratos restituidos. En ese instante se lo vio sonreír. Entonces, declamaría esa histórica palabra: “¡Proceda!”. Y Bendini descolgó los cuadros.
Ahora, a siete años de aquel día, el ex jefe del Ejército dijo: “Debo destacar que la decisión de bajar los cuadros fue del Presidente. Y yo sólo cumplí. Espero que ello haya contribuido a cerrar las heridas del pasado.
–¿Cumplir esa orden le trajo a usted elogios o críticas por parte de sus camaradas de armas?
–Las opiniones estuvieron divididas. Bueno, la verdad es que ello me trajo algunos conflictos. Pero luego los camaradas comprendieron que había sido un paso necesario.
Fuente:MiradasalSur


La memoria viene con fiesta
Año 3. Edición número 149. Domingo 27 de marzo de 2011
Por Exequiel Siddig

Según pasan los años, con más Justicia, verdad y esperanza, la conmemoración de cada 24 de marzo se hace más festiva. (DIEGO MARTINEZ)
Las nuevas generaciones tomaron la Plaza por asalto y con alegría. Los ’70 y lo que amasa la historia. A la salida de la estación Avenida de Mayo del subte C, la tierra tiembla. El cuerpo es una caja de resonancia de los bombos que tocan esos pibes, morochos y descamisados, los únicos que en el mar de camisetas blancas de La Cámpora están en cuero o con sus propias pilchas. A diez metros, repica una murga del mismo grupo cuyos percusionistas tienen tatuajes de colores, rastas y bonetes de cotillón. Las banderas que rocían el cielo de nueva militancia forman una especie de junco de altura; las cañas de bambú dan una fisonomía de Lejano Oriente.
A la novedad estética le sigue la reposición de una liturgia con ascendente histórico. La P tiene debajo una V. Se escucha cantar que “somos la gloriosa JP”, que “somos los herederos de Perón”. Tal vez un poco inconscientes del arsenal que carga el enunciado, se oye también que “éstos son los soldados de Perón”.
La cantidad de jóvenes que mueve La Cámpora es respetable. “Empecé a militar acá porque junto con el Evita es uno de los grupos que mayor exposición tiene”, dice Julián, pehuajense, enmarañado en esa alegría del estar juntos. “Estoy acá porque la Plaza es el epítome de la memoria colectiva para pedir Justicia, es decir, un reparo a las atrocidades”, dice Florencia Canovas, misma edad, misma agrupación, porteña.
Un poco recogiendo el guante de Beatriz Sarlo, se diría que la hegemonía cultural del kirchnerismo va conformando un blocco ideologico raro. Por un lado, muchos de los militantes noveles no llevan en su sangre la paranoia de la persecución asesina, nacieron tras la Guerra de Malvinas. Pero, por el otro, toman las palabras –discursos, cánticos, lemas– de otra época. No hay –al menos en la superficie– reivindicación de los ideales con invención o aggiornamiento. La huella del 2001, ese “que aparezcan todos” (el cambio emergido con el kirchnerismo respecto del “que se vayan todos”) parece no contar. Lo que se juega de la juventud tan mentada es si se atreverá a constituirse en generación, con las rupturas que eso pudiera implicar, como pedía Néstor, o si hay algún riesgo de nostalgia reivindicativa, de sublimar una pulsión que era de los padres.
En medio de esas tribulaciones aparece Martín Bergel, historiador e investigador del Conicet. “Volví hace una semana de Ecuador, donde estuve exiliado con mis viejos”, cuenta cerca de la esquina de Avenida de Mayo y Tacuarí. “Así que estuve revolviendo la memoria; para el aniversario del Golpe hay que venir, por supuesto. Ahora, tengo una importante tensión interna respecto de esa necesidad de reivindicar los derechos humanos, y cómo se inscribe esta movilización actualmente. Estoy impresionado por cómo ha crecido la juventud kirchnerista en el último tiempo y cómo absorbe acríticamente el legado peronista. Cuando veo chicos de 18 años cantando la marcha peronista me impresiona. Por momentos, Cristina y su grupo político más cercano son mucho más interesantes que los kirchneristas. Se trata de disputar sentidos, pensar cosas nuevas más que acumular gente.”
Así las cosas, al comienzo de la marcha hubo una reedición de peleas anacrónicas entre troskos y perucas. Algunas trompadas y guerra de canciones. Los jóvenes del Partido Obrero provocaron: “Che joven K, hay desaparecidos en el gobierno popular”. La respuesta fue más ingeniosa: “Sos la izquierda de la Sociedad Rural”, les espetaron a los mosqueteros del PO, el PTS, Quebracho, Proyecto Sur, Libres del Sur. “Hay mucha más efusividad que otros años”, dice Carolina, con el mate, autoconvocada y bajo ninguna bandera, que ronda los 30 años. “Supongo que se trata de la dinámica kirchnerismo-antikirchnerismo. A mí me dejó muy mal una canción que decía “Mariano Ferreyra estás presente./ ¡Te vamos a vengar!”
Pulsiones afro. La marcha no se agota en el maniqueísmo reeditado. Allá pasan Los Tambores en Lucha de la escuela de percusión de La Chilinga. Un coro de bailarinas vestidas con los colores de Stendhal, rojo y negro, los precede, remedando movimientos de bailes afro que hacen hervir el 24 de marzo en un bullicio de la sangre.
En la primera tarde, y en relación con los cuerpos alegres, hubo un interesante acto fallido de la periodista Mariana Enríquez –nacida en el ’74– durante el programa radial de Mario Wainfeld –nacido en el ’48–. Ella dijo “se festeja”; el conductor la corrigió: “Se conmemora”. El contrapunto denota las cosmovisiones en pugna respecto del acto memorioso: en algunas, sólo cabe el dolor de las víctimas como voz legítima del trauma; en otras, que no están afectadas directamente por el dolor de la pérdida, se porta el dolor histórico, compartido, y a la vez se requiere de otros modos de enhebrar las huellas del pasado, de reversionarlas.
“Poner el cuerpo es lo más sagrado”, dice Carolina Sborovsky (1979), escritora y bailarina del grupo de danza afro Oduduwa, que ahora está parada en Avenida de Mayo y Chacabuco. “Ponemos el cuerpo presente y también el ausente. No sólo vale para recordar la foto estática del retrato de los desaparecidos, sino reponer sus gestos, sus signos vitales. Lo solemne mata. Queremos conmemorar la muerte desde la vida.” Moradora de la misma esquina, la poeta Carla Sagulo (1977) propone una solución de compromiso: “Se conmemora a los 30 mil desaparecidos; y se festeja que el pueblo sigue recordando”. Se conmemora y se festeja.
La noche se va poniendo los pañales. Los plátanos no sobrepasan la arquitectura precocoliche de los edificios art nouveau espejados en los de la Gran Vía allá cerca del Centenario. La serpentina de agrupaciones sociales y de derechos humanos, artísticos, de jóvenes y viejos, de sueltos y surtidos, de padres con hijos, va en dirección opuesta a la mano de los automóviles. Siempre habrá sedimentos de historia en el camino, una arquitectura material de la memoria, es inobjetable. “Pero los usos y direcciones de las calles que trazaron nuestro destino pueden ser reformuladas”, parece decir la columna vertebral que es este movimiento heterodoxo. (Esto, Macri lo entendió literal o pobremente y cambió las manos de las avenidas.)
Se arrima el bochín a Plaza de Mayo. En la recepción, aparece el anfitrión en forma de megaefigie inflable, que estuvo también en Huracán, el 11. Es el enorme Néstor que dice: “Nunca Más. ¡Proceda!”. Es otra forma de la algarabía. “Lo celebratorio también está en el avance de los juicios”, dice Tomás Quinteros, ex militante de Hijos, en la esquina con Florida. “Antes del 2003, Hijos venía en plan de reivindicación con bronca. Hoy hay satisfacción: los asesinos de sus padres o están procesados o están presos.”
La siembra, los frutos. La plaza está llena, “como ya es costumbre”, diría un amigo imitando al Víctor Hugo relator. Un graffiti de la Catedral dice muy enseñoreadamente: “Aquí descansan los restos del Capitán General José de San Martín y del Soldado Desconocido de la Independencia.” Y conmina: “¡Salúdalos!”. A propósito, a alguien se le ocurrió un saludo para el Libertador que estableció la libertad de vientres en 1821 en Perú. Escribió un graffiti, pues, sobre los grises muros de la Catedral en rojo ácrata: “Si Dios es todo, también es puto”. Lo firmaba con la A circulada. En el escenario, se ve a Madres, Abuelas y Familiares gozando de buena salud. “Estamos en un país mejor –dijo una Madre–. Los milicos en cana y los putos se pueden casar”.
Nuevo Encuentro aparece marchando con el Partido Comunista. Camilo García –el periodista de chimentos arrepentido de su profesión– se aferra codo a codo con Elsa Oesterheld y con una foto de Rodolfo Walsh titulada “Compañero de utopías”. Gente de treintipico, históricos referentes de la izquierda universitaria de los ’90, se dicen “troskos Konfundidos”. Fueron a las dos marchas –la de más temprano, anti K; la de más tarde, pro K– sin banderas. Adelante, a los costados, atrás, nuevas generaciones nacidas en los ’90. Son “los de 20 que se suman a lo que ven en su época, no vivieron el menemismo, se acercan para bancar al Gobierno”, ensaya Juan Cruz Cabral (1970), de Peronismo Militante.
Las alquimias evidentemente son novedosas. Tercian, sin embargo, con imaginarios atávicos para la generación formada políticamente en democracia. “A Néstor no lo enterramos, lo sembramos. Ahí está el fruto”, dijo emocionada la Madre Taty Almeida. El tema es cómo crecerá ese fruto: ¿parecido al ’45?, ¿al ’73?, ¿o podrá crear un peronismo siglo XXI?.
Fuente:MiradasalSur


La Esma y la banalidad del mal
Año 3. Edición número 149. Domingo 27 de marzo de 2011
Por Raúl Arcomano
(*)
Una recorrida por el casino de oficiales, donde los marinos convivían las 24 horas con sus víctimas Me quedo mirando el largo pasillo con puertas a ambos lados y pienso en El resplandor, el libro de Stephen King. Recuerdo las perturbadoras imágenes de la película de Stanley Kubrick: un nene recorriendo en su triciclo los pasillos de un enorme y vacío hotel con un pasado fantasmagórico. Acá las habitaciones están numeradas y por azar entro en la 56: veo un baño derruido y una habitación de cuatro por cuatro que parece de un alojamiento venido a menos. Pero esto no es un hotel: estoy en el primer piso del casino de oficiales de la ex Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). Acá el terror no fue una ficción: fue real y cotidiano durante siete años. Recorro en silencio las entrañas del centro clandestino de detención más grande de la última dictadura, por el que pasaron unos cinco mil detenidos-desaparecidos. La experiencia es angustiante. Durante las tres horas que dura la visita no puedo dejar de pensar en una cosa: que un centenar de oficiales de la Marina pasaban las 24 horas del día allí, en las 75 habitaciones dobles del primer y segundo piso. Dormían allí mientras abajo, en el sótano, o arriba, en Capucha y Capuchita, cientos de militantes eran recluidos, hambreados, humillados, torturados y exterminados. Quizá Pilar Calveiro se refería a situaciones de este tipo cuando habló del “proceso de burocratización” de la maquinaria del terror: una cierta rutina que naturalizaba las atrocidades.
Como una Caronte moderna, Celeste Abrevaya nos lleva por las sombras del infierno. Es una de las guías del Espacio Memoria y Derechos Humanos, que funciona en el predio de la ex Esma. Son 17 hectáreas que recuperó el Estado en 2007: desde ese entonces, más de veinte mil personas han hecho este recorrido. Le pregunto a Celeste cómo fue la convivencia de los marinos con sus detenidos. Me cuenta una anécdota que lleva al paroxismo la relación opresor-oprimido. Es sobre Rubén Jacinto Delfín Chamorro, el director de la Esma en los primeros años de la dictadura. “Tenía una habitación dentro del casino de oficiales que era como una casita. Hasta venía los fines de semana con su mujer y su hija más chica”, dice. La adolescente tuvo el raro privilegio de festejar su cumpleaños de quince en la Esma. Algunos sobrevivientes recuerdan haber comido las sobras de la celebración.
El casino es una gran casa de tres pisos, con sótano y altillo, en los que se alojaba la alta oficialidad. Fue el núcleo duro de la represión en la Esma. Gracias al testimonio de los menos de 300 sobrevivientes, se supo cómo funcionó durante la dictadura. Todos los espacios están hoy vacíos. No hay reconstrucción que reproduzca su funcionamiento como centro clandestino de detención y exterminio. Sólo hay carteles con información, testimonios y planos. Desde el hall de entrada se ve El Dorado. Es un salón de unos 35 metros donde se planificaban los secuestros y las acciones represivas. Tenía planos de la ciudad de Buenos Aires y una serie de despachos para los oficiales y los auxiliares de Inteligencia. Un puesto de guardia controlaba con cámaras todos los movimientos de la Pecera, que estaba en el tercer piso. Y llegó a haber una central telefónica en un antiguo baño: desde allí algunos detenidos pudieron llamar a sus familiares. Toda la estructura del casino fue reformada en 1979, previo a la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh). Hasta se llegó a “escondder” detenidos a una isla cedida por la Iglesia Católica. El lugar se llamaba El silencio. Su historia fue contada en un libro del mismo nombre, escrito por el periodista Horacio Verbitsky.
Capucha y Capuchita. La recorrida por las mazmorras sigue por el sótano. Bajamos. Los techos son bajos, de hormigón. El sofocón que siento, y que percibo en mis compañeros de visita, no es sólo por la humedad y el calor. Casi la totalidad de los detenidos ingresó a la Esma por acá. Recibían allí su primer interrogatorio y primera sesión de tortura. De este lugar se hacían los “traslados”. La solución final pensada por los marinos: los vuelos de la muerte. Los detenidos eran sacados por el pasillo principal del sótano, al que los marinos llamaban “la avenida de la felicidad”. Los subían por una escalera a un playón, y de allí a Aeroparque. Antes se les inyectaba una dosis de Pentotal, un tranquilizante. Pentonaval, le decían los marinos. En el sótano era usual que se escucharan la radio y la TV a todo volumen. A veces ese volumen bajaba: la tensión eléctrica bajaba cuando se picaneaba.
Seguimos. Subimos al tercer piso, a Capucha. Techos a dos aguas, poca luz, vigas de metal. Una sobreviviente lo definió bien: “La soledad total, lo más cercano al infierno”. Otra dijo: “Es en Capucha donde se toma real conciencia de que el contacto con el mundo exterior ya no existirá más”. En Capucha había unos 35 cubículos donde eran recluidos los secuestrados. Los marinos los llamaban “camarotes”. Los detenidos estaban separados entre sí con una madera de un metro de alto: no se podían ver y no podían hablar con quien estuviera al lado. Y debían estar sentados con los pies hacia la pared y la cabeza de espaldas al pasillo. Pese a los controles, había pequeños actos de resistencia: contar un chiste, cantar, dar una caricia. En el lugar también hubo unas ocho celdas, más grandes que los cubículos. En una de ellas estuvo detenida más de un año Norma Arrostito, la líder montonera.
Al lado de Capucha había dos habitaciones que funcionaron como “maternidad”. Chamorro se jactaba de tener “la Sardá, pero de la izquierda”. Se alojaba a las detenidas embarazadas de más de siete meses y las tenían allí hasta que parían. Se estima que allí nacieron 35 bebés en cautiverio. Calveiro señala que con la maternidad se cerraba el círculo de poder de los marinos: decidían quién moría y quién nacía. Dar muerte y dar vida. Una omnipotencia virtualmente divina.
Justo a continuación estaba el Pañol: el depósito en el que se guardaban todos los bienes saqueados a los secuestrados. En la Esma estaban muy aferrados a sus alegorías marinas: pañol se le dice a la bodega de los grandes buques navales. En ese lugar luego se armó la Pecera: la redacción en la que hacían trabajo esclavo para Massera muchos de los detenidos. Muestra de la rapiña de los marinos: la biblioteca se armó con libros robados, con teletipos traídas de Cancillería y con el archivo del diario Noticias, de Montoneros. Avanzamos un piso más por una escalera angosta y empinada y llegamos a Capuchita. Es un altillo no muy grande. Se siente olor a humedad. Es el último lugar de reclusión, destinado a otras fuerzas de seguridad: Prefectura, Aeronáutica, Servicio de Inteligencia Naval. Había dos salas de tortura y cuchetas. Poca ventilación y luz natural. En una de las paredes se lee: “Mónica/Fe”. La inscripción tiene una serie de puntos alrededor: el equipo que preserva las instalaciones lo hizo en varias paredes del casino, para drenar la humedad y proteger las marcas.
La rutina del crimen. Termino la recorrida y no dejo de pensar en los verdugos viviendo día y noche con sus víctimas. Al igual que en la Esma, la mayoría de los centros clandestinos se ubicaron en las dependencias de las fuerzas armadas y de seguridad. Con un control institucional: operados por su personal. La modalidad represiva del Estado no fue un hecho aislado. No fue un exceso de grupos fuera de control. Fue –según Pilar Calveiro– una “tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente”.
Calveiro es doctora en Ciencias Políticas egresada de la Universidad Nacional de México. Estuvo detenida en la Esma. Fue liberada y se exilió. Escribió un libro fundamental: Poder y desaparición. Los campos de concentración en la Argentina. Analiza allí que “en la larga cadena de mandos cada subordinado es un ejecutor parcial, que carece de control sobre el proceso en su conjunto”. En consecuencia, las acciones se fragmentan y las responsabilidades se diluyen. “Las cabezas dan unas órdenes con las que no toman contacto. Los ejecutores se sienten piezas de una complicadísima maquinaria que no controlan y que puede destruirlos.” Pienso: ¿Así los oficiales y suboficiales pudieron convivir en medio de una masacre implementada metódicamente?
Quien también investigó el tema fue el investigador del Conicet y profesor de la UBA Hugo Vezzetti. Lo hizo en el libro Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Vezzetti sostiene que el papel y la responsabilidad de la “gente corriente” no pueden ser eludidos en un examen de las relaciones entre dictadura y sociedad. “Muchos –escribió– brindaron una participación necesaria pero subordinada, obsecuente incluso, en funciones menores dentro del aparato estatal, en las fuerzas armadas y de seguridad y en instituciones públicas diversas”.
“Quizá la mayoría de los perpetradores eran gente ordinaria, parte de una burocracia que realizaba su trabajo con empeño rutinario, empujados por motivaciones y cálculos igualmente ordinarios. Algo que es más intranquilizador que la imagen de verdugos depravados y disociados de la gente ‘común’”, aporta Vezzetti. A esto se refería la filósofa alemana Hanna Arendt cuando alumbró la teoría de la “banalidad del mal”, mientras cubría el juicio al jerarca nazi Adolf Eichman para la revista New Yorker, en 1963. De esa experiencia salió el libro Eichmann en Jerusalén. En síntesis, lo que sostiene allí Arendt es que Adolf Eichmann no era un monstruo o un enfermo mental, sino que actuó como un burócrata al que le importaba más cumplir con sus superiores que analizar las consecuencias de sus actos. No había en sus actos –según Arendt– un sentimiento de bien o mal. No era inocente, todo lo contrario. Pero era un operario dentro de un sistema de exterminio. Su teoría sigue siendo polémica. Dice Vezzetti: “Claramente el mal ejercido en la escala monstruosa de las ‘masacres administradas’ nunca es banal, pero en una gran proporción es llevada a cabo por sujetos mediocres y en sí mismos insignificantes”.
Tres horas después abandono el casino de oficiales. Camino hacia el Cuatro Columnas, nombre con el que se conoce al edificio símbolo de la Esma, el que da a la avenida Libertador. En la puerta principal varios chicos de primaria van y vienen. Uno le regala a un compañero un diminuto librito azul: es una Constitución nacional. Cruzo el patio interno del edificio y lo último que veo son las imágenes que logró rescatar Víctor Basterra mientras estaba detenido. Las fotos de los detenidos ilegales que salvó del olvido: rostros en blanco y negro, con la mirada perdida y un aura de indefensión. La mayoría continúan desaparecidos.
Cruzo el gran patio de honor y me viene a la mente una cita del filósofo y lingüista búlgaro Tzvetan Todorov: “Los muertos demandan a los vivos: recordadlo todo y contadlo. No solamente para combatir los campos sino también para que nuestra vida, al dejar de sí una huella, conserve su sentido.”.
• EN EL JUICIO HAY 17 MARINOS ACUSADOS
La causa Esma es la segunda en importancia desde el juzgamiento a las juntas militares. El juicio lo lleva adelante el Tribunal Oral Federal Nº 5, a cargo de Ricardo Farías, Daniel Obligado y Oscar Hergott. Originalmente eran parte de este juicio 19 imputados, la mayoría de ellos ex miembros del grupo de tareas 3.3.2. Por razones de salud, se suspendió el proceso para los imputados Néstor Omar Savio y Carlos Orlando Generoso. Continúa el proceso entonces para 17 acusados, entre los que están: Alfredo Astiz, Jorge El Tigre Acosta, Juan Antonio Piraña Azic, Ricardo Miguel Sérpico Cavallo, Adolfo Gerónimo Donda Tiguel y Jorge Carlos Ruger Radice. “El grupo, si bien estaba al inicio integrado exclusivamente por miembros de la Armada, pronto incorporó para las labores de represión encomendadas a funcionarios de la Policía Federal, Servicio Penitenciario, Prefectura Naval y el Ejército, lo que explica el apoyo decidido y expreso de los altos mandos de la Armada, y en particular del almirante Emilio Massera. Esto demuestra claramente la colaboración de las distintas fuerzas como forma de operativizar el plan sistemático de exterminio”, informa un documento del Cels.
• CÓMO HACER PARA VISITAR EL PREDIO
Las visitas al casino de oficiales son guiadas, con una duración de dos horas aproximadamente. En ellas se relata cómo fue el funcionamiento del lugar en el marco del sistema represivo, el contexto político, social, cultural y económico. Además, hay medidas de seguridad con el fin de preservar sus instalaciones. Es que todo el casino de oficiales es prueba material en las causas judiciales que se vienen realizando en el ámbito federal. Las visitas guiadas se deben solicitar por teléfono al 4704.5525. O por mail a: espacioparala memoria@buenosaires.gov.ar o espacioparalamemoria@anm.jus.gov.ar
(*) FOTOS: Capuchita era el último lugar de reclusión. Había dos salas de tortura. || Los detenidos no podían hablar entre ellos. Igual, hubo actos de resistencia. || El sótano era el primer lugar de detención. Desde allí se hacían los “traslados”. || Una de las celdas de Capucha. Allí estuvo detenida por más de un año Norma Arrostito. || Se halló un ascensor que había sido tapado previo a la visita de la Cidh. || Imagen dibujada en la pared por un detenido. Los agujeros drenan la humedad. || Tercer piso. Capucha: “Lo más cercano al infierno”, describió una sobreviviente.
Fuente:MiradasalSur                                                              

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