23/03/2011
Por qué varios jefes militares optaron por radicarse en Paraná en los últimos años de la dictadura
La ciudad soñada
Monseñor Adolfo Tortolo fue sinónimo de garantía y tranquilidad para todos aquellos jefes militares que decidieron instalarse en Paraná, después de participar en hechos criminales.
Varios jefes militares -con roles de mando en diferentes lugares del país- optaron por radicarse en Paraná, a fines de las década del ’70 y comienzos de los ’80. El contexto les resultaba favorable y les daba garantías suficientes, pese a las responsabilidades que tuvieron en la dictadura. Una sociedad conservadora, estrechamente ligada al entonces vicario castrense y arzobispo de la ciudad, monseñor Adolfo Tortolo y el poder de varios hombres en la justicia, les permitió impunidad, cierto “reconocimiento social” y hasta posibilidades para hacer negocios.
D. E.
Nada estaba escrito ni acordado, pero el hecho existió y se convirtió en una opción para varios. No sucedió lo mismo en Santa Fe ni en otra capital de provincia con menos de 150.000 habitantes. Estaba claro que a esos poderosos hombres de la estructura militar, varios de los cuales habían tenido roles clave a la hora de ordenar secuestros, torturas, crímenes y desapariciones, la ciudad de Paraná les daba garantías suficientes. Hubo casos de relaciones familiares también, pero la impunidad y el “reconocimiento social” que podían tener eran más fuertes. Muchos de ellos empezaron a desembarcar a fines de 1979, cuando la ferocidad de la dictadura había descendido algunos niveles; otros, lo hicieron en los años siguientes. Uno de los garantes principales era el arzobispo de Paraná, vicario castrense y confesor personal del general Jorge Rafael Videla, monseñor Adolfo Servando Tortolo, cuyo poder se extendía a cada uno de los rincones de la capital entrerriana. El entonces jefe del Ejército en Entre Ríos, el general Juan Carlos Trimarco, podía pasar por arriba a diferentes estamentos de la sociedad, incluso al propio gobernador, el brigadier Rubén Di Bello, pero sabía perfectamente que el límite estaba en Tortolo. “Trimarco me hacía cosas que me enteraba después, como nombrarme jueces u otras cosas peores”, dijo el año pasado el brigadier retirado Di Bello, en un extenso reportaje con ANALISIS.
Uno de los primeros en instalarse en Paraná fue el coronel Manuel Alejandro Morelli, proveniente de una familia de la capital entrerriana. No obstante, las relaciones familiares iban más allá: el coronel Morelli se casó con Susana Von Wernich, hermana del cura Christian Von Wernich, actualmente en prisión en La Plata, por su rol en los campos de concentración, donde bendecía la tortura. Los Von Wernich son oriundos de San Isidro y en la década del ’50 se instalaron en Concordia, en una hermosa casa en la esquina de Alvear y Quintana, ya que el padre se dedicaba a la forestación de eucaliptos y cítricos en esa zona.
El coronel Morelli era un hombre elegante, de un metro ochenta de altura, siempre en buen estado físico y mirada algo agresiva. En 1950, Manuel Morelli ya era subteniente del Regimiento de Caballería 6 de Concordia y allí conoció a quien sería luego su esposa. Aunque estuvo destinado en dos oportunidades en Paraná, en la Segunda Brigada de Caballería Blindada -en 1969 primero y luego retornó a los diez años-, casi nadie se acuerda de ello. Tenía muy buena relación con el mismo general Trimarco o con las familias Carbó o Etchevehere, en tiempos en que eran los propietarios de El Diario, y fue con ellos con quienes siempre tuvo mayor relación social. Lo que nadie olvida es el poder que tenía el coronel Morelli en el gobierno del dictador Rafael Videla.
De la mano del general Albano Harguindeguy -puesto que era hombre de su confianza, al igual que del general Guillermo Suárez Mason-, se transformó en el jefe máximo de la terrorífica Superintendencia de Seguridad Federal, ubicada en el edificio de calle Moreno 1.417 de Capital Federal, que era una dependencia de Policía Federal y ocupaba nueve pisos. El 2 de julio de 1976 se produjo en el comedor de dicho edificio la explosión de una bomba que causó la muerte de veintisiete efectivos policiales. El comisario general Evaristo Besteiro, que estaba a cargo del organismo, fue desplazado y en su lugar quedó el coronel Manuel Alejandro Morelli. El organismo pasó a ser una dependencia de actividades ilegales a poco de asumir. En el tercer piso de la Superintendencia eran alojados los detenidos en calabozos individuales y era habitual la aplicación de torturas de todo tipo a quienes se encontraban allí en forma clandestina.
Fuente:AnalisisDigital
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