15 de mayo de 2011

EL HIJO DE FELIPE VALLESE, PRIMER DESAPARECIDO DE LA HISTORIA POLÍTICA, BUSCA A SU MADRE.

La increíble historia de Eduardo, el hijo de Felipe Vallese, primer desaparecido de la historia política argentina
“Encontrar a mi vieja es ahora el objetivo principal”
Publicado el 15 de Mayo de 2011
Por Daniel Enzetti
Eduardo de la Peña es el hijo del histórico militante peronista, quien por ser menor de edad al momento del nacimiento no pudo darle su apellido. En esta entrevista cuenta cómo busca a su madre, a la que no conoce, y con la cual Felipe tuvo un fugaz noviazgo antes que lo secuestraran en 1962, para no aparecer nunca más.

Dice que se tuvo que desdoblar. Por un lado, en busca de los responsables de la desaparición y muerte de Felipe Vallese, su padre, el mítico fundador de la Juventud Peronista de los ’60. Por otro, para encontrar y conocer a su madre biológica, una chica de 16 años que quedó embarazada de Felipe en 1958, y de la que jamás se supo su nombre. Para eso, para verle la cara y conocer su identidad, Eduardo de la Peña, que lleva el apellido de la madre adoptiva que lo crió, hizo y hace de todo: habla con los pocos familiares que le quedan, se encuentra con compañeros de militancia de Vallese, organiza charlas en sindicatos, y hasta montó una muestra fotográfica sobre Felipe que exhibe en distintas instituciones, con la esperanza de que alguien le pase algún dato que lo ayude.

“Me dediqué a investigar a fondo sobre mi propia vida desde que trabajo en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación –cuenta–, a partir de 2005. Siempre había tratado de buscar elementos sobre mi viejo, sobre la familia, pero no encontraba la punta del ovillo, por dónde arrancar. Después se me ocurrió lo de las muestras fotográficas, que armé con un objetivo principal: encontrar y conocer a mi madre biológica. Tengo la esperanza de que algún día, del grupo de gente que ve la exposición y asiste a una charla, se levante alguien de la silla y me grite ‘Eduardo, yo soy tu mamá’.”


–Vos tenías tres años el día que secuestraron a Felipe, en 1962. ¿Recordás algo?

–Sí, perfectamente. Durante un tiempo tuve una confusión, pensaba que lo habían levantado de la casa de Paraguay y Montevideo, donde en realidad me llevaron después de la desaparición. Pero Olga y Raquel, las chicas que me cuidaban en ese momento, después me aclararon que el operativo fue en realidad en la casa de Flores, donde vivíamos con otras personas, en Morelos 628.

–¿Qué imagen tenés de ese día?

–Son borrosas, pero pude reconstruirlas con el tiempo. Felipe tenía 22 años, con un hijo chiquito, y alquilaba una pieza en una vivienda grande, donde habitaban Agustín Adaro y su mujer Mercedes Cerviño, las hijas Olga y Moni, y además Elbia de la Peña y su mamá Ofelia. Todos, en mayor o menor medida, militantes peronistas. En 1958, un año antes de mi nacimiento, se había ido de su casa peleado con Luis, su padre, un tano bastante duro que de sus cinco hijos siempre privilegiaba a Ítalo, el mayor de los Vallese. Ese 23 de agosto de 1962 papá se levantó como todos los días para ir a trabajar, y cuando caminaba a la altura del 1776 de la calle Canalejas, hoy Felipe Vallese, lo cruzaron tres autos y lo secuestraron. Minutos antes se había despedido de Ítalo, que iba a Plaza Francia a encontrarse con la novia. Los tipos tenían todo estudiado, durante dos meses merodearon el barrio y sabían cada movimiento. Los autos fueron a la plaza, se llevaron a Ítalo, y después pasaron por Morelos a secuestrar a Elbia, Mercedes y Agustín. Yo me quedé con los otros chicos, hasta que un mes y medio después liberaron a todos menos a Felipe, que nunca más apareció. La policía disfrazó todo, dijo que habían encontrado una célula terrorista.

–Vallese era muy joven, pero sin embargo ya aparecía como uno de los principales impulsores de la Juventud Peronista.

–No sólo eso, sino que además fundó aquella Juventud al lado de personajes como Envar El Kadri, Tito Bevilacqua o los hermanos Rearte. Fue un momento muy activo para mi viejo, que de pintar casas pasó de repente a trabajar en el sector metalúrgico en la fábrica TEA, de trafilado de hilos de cobre, llevado por sus amigos Osvaldo y Beto Abdala. Aquella fue la primera “juventud maravillosa”. Imaginate que había nacido en 1940, así que el golpe de la Revolución Libertadora lo agarra a los 15 años, en plena efervescencia militante. Papá fue a la Plaza de Mayo no porque lo arrastraron, sino porque vio pasar a un montón de camiones por Flores y se le ocurrió preguntar qué ocurría. “Lo quieren sacar al General”, le gritaron desde una ventanilla, y se colgó del camión que iba atrás. En TEA era delegado gremial de la planta y había conseguido varias conquistas, como hacer respetar los horarios de entrada y salida, actualizar los jornales, contar con vestimenta y refrigerio, mejorar los sueldos y cobrar en blanco. Pasó algo curioso: en su primer año de trabajo, los dueños de la fábrica no querían saber nada con mi viejo, lo criticaban por ponerles a todos los trabajadores en contra. Pero después se dieron cuenta de que las reivindicaciones a los empleados resultaban beneficiosas, porque la gente, al estar mejor, producía más y el negocio crecía. Al punto de que cuando lo secuestraron, los jefes de TEA hicieron una conferencia de prensa donde se mostraron preocupados por el caso, y prometieron guardar su puesto hasta su aparición.

–Las crónicas de la época hablan poco de vos, y absolutamente nada de la mujer de Vallese. Ni siquiera aquellas investigaciones del periodista Pedro Barraza, el primero que escribió sobre el secuestro. “Una piecita más chica servía de habitación para Felipe y su hijito”, dice Barraza en una nota, pero nunca avanzó sobre lo familiar. ¿Dónde está tu mamá?

–Mirá, en los últimos años me la pasé investigando mi propia vida, mis orígenes, y me desdoblé: por un lado, tratando de llegar al fondo de lo que fue la desaparición de Felipe. Ahora, el objetivo principal es encontrar a mi vieja. Por mis investigaciones supe que conoció a una chica en el barrio de Belgrano, y que después de un noviazgo relámpago la chica quedó embarazada. Pero había un tema importante: la diferencia social entre mi viejo, de familia trabajadora, y ella, que tenía una posición económica muy cómoda. Todo esto me lo fueron contando sus compañeros, sobre todo Osvaldo y Beto. Y una mujer llamada María, que había conocido a mi papá en esa época y estaba al tanto de varias cosas que le pasaban. Ahora me estoy concentrando en sus amigos de la secundaria, para ver si me ayudan.

–¿Qué conocés de la familia de ella?

–Evidentemente a Felipe lo rechazaban, por esas diferencias sociales de las que te hablaba, y ese rechazo se dio desde el embarazo. Mi viejo la visitaba y todos lo trataban mal, sobre todo el padre de ella, que le llegó a ofrecer plata para que se fuera y se “dejara de molestar”. También me enteré de otras cosas: le dijeron que no se preocupara por la educación del bebé porque iba a estar en los mejores colegios, y que no viera a mi mamá nunca más. Hasta que Felipe se cansó. Antes de mi nacimiento le dijo a mi abuelo: “Estoy seguro de que mi hijo va a ser varón. Cuando nazca lo voy a venir a buscar para llevarlo a vivir conmigo. Si no lo entrega, lo voy a denunciar en todos los diarios.” Y cumplió la promesa: cuando yo tenía tres meses fue a buscarme. Mamá era menor de edad, tenía 16 años, y estaba absolutamente dominada por sus padres. Por otro lado, me enteré que después del parto se la llevaron a vivir a los Estados Unidos. A partir de ahí perdí el rastro.

–¿Supiste otras cosas?

–Pocas, porque durante mucho tiempo estuve bloqueado, paralizado. Del lado de los hermanos de papá no conseguí nada; e incluso con Ítalo me llevo bastante mal, ni siquiera me considera hijo de Felipe, y mucho menos su sobrino. Los que sí me dieron una mano fueron Beto y Osvaldo, pero no mucho, porque mi viejo era muy reservado y no contaba detalles de su vida ni a sus amigos más cercanos. Por ellos me enteré de que Felipe me llevó a Morelos a los tres meses, que no pudo darme su apellido porque también él era menor de edad, y que por eso la que me crió fue Elbia. Mi partida de nacimiento marca como fecha el 13 de julio de 1959, pero en realidad ese día fue cuando Elbia me anotó como hijo suyo en el Registro. Ella ya sabía que Felipe iba a tener un hijo, y como él tenía miedo de que me pasara algo por su actividad política, no dudó en ser mi madre adoptiva. Lo de Elbia fue increíble, consiguió que una amiga partera constatara mi “nacimiento”, y de esa manera protegerme.

–Antes explicabas que estuviste paralizado durante mucho tiempo. ¿Las ganas de saber fueron graduales, o hubo algún hecho en particular que te movilizó?

–Nos mudamos a Versalles cuando tenía cinco años, y un día, revisando papeles, un afiche me llamó la atención. Decía: “Vallese no aparece, un pueblo que estremece.” Siempre me hacía preguntas: quién era mi papá, dónde estaba, por qué nunca venía a las reuniones del colegio. Hasta que a los seis años, con un lenguaje que trataba de ser claro, Elbia me dijo que ella no era mi mamá biológica, que mi viejo era un militante peronista, y que lo habían secuestrado. Pero recién en el colegio secundario tomé conciencia de quién era Felipe Vallese políticamente. Y hablo de un momento jodido, pensá que la secundaria la hice entre 1973 y 1977, gobierno de Isabel, Triple A, dictadura. Me iba enterando de cosas a cuentagotas, y siempre me machacaba en la cabeza no saber dónde estaba mi vieja. Me deprimía soportar el peso de un padre desaparecido y una madre a la que no conocía, y la parálisis hacía que no me acercara a gente que había conocido a papá y que por ahí me hubiera ayudado más. En 2003, cuando desde el Estado nacional se empezó a impulsar con más fuerza toda la cuestión de los Derechos Humanos y la historia reciente, me dieron ganas de saber más cosas. Pero sí, hubo un día clave que me marcó: el 31 de mayo de 2006, cuando detuvieron a Juan Fiorillo por el caso de la nieta de Chicha Mariani, y que también había estado implicado en el secuestro de mi viejo.

–¿Qué pasó ese día?

–Yo trabajaba en un taller mecánico, y a la tarde estábamos con la televisión prendida. Vimos una nota que hablaba de la responsabilidad de Fiorillo en el caso de la nieta de Chicha, y también se hablaba de Vallese. Por supuesto eran cosas que yo sabía, pero escuchar eso en ese momento fue terrible. Estallé, al otro día renuncié al trabajo, me cambié y fui a sentarme a un banco de la plaza que está frente al Congreso. De repente se me vino a la cabeza toda mi infancia, y la carita de mi hija Nayla, que había nacido hacía poco tiempo. Lo único que hice fue llorar, y preguntarme a mí mismo por dónde empezar a saber quién era. Se trataba de cosas que venía juntando, sensaciones, sentimientos, impotencia, dudas, y de repente explotaron. Hablé con Ricardo, uno de mis tíos, que me contó algunas cosas. Y me encontré con María Zenzerovich, a la que Elbia le tiraba las cartas, y conoció a mi papá en aquellas visitas a la casa de Morelos. Pero soy consciente de que pasan los años, la gente se va muriendo, y cada vez queda menos tiempo. A veces pienso que la esperanza es alguien que tenga la intuición de que se va a morir, alguien que tiene el secreto guardado, y que para quedarse tranquilo me llame un día y me cuente todo.

–¿Es verdad que una vez fuiste al programa televisivo Gente que busca gente?

–Sí, y agradezco lo que hicieron, pero no conseguí mayores datos. Incluso lo entrevistaron a Félix Luna, y ni siquiera él sabía que Vallese había tenido un hijo.

–¿Cuándo fue el momento en que estuviste más cerca de encontrar lo que buscás?

–Una tarde hablando con Osvaldo, íntimo de papá. Me llamó nervioso: “Eduardito, vení que tengo que contarte algo, porque no voy a poder dormir.” A los pocos minutos estaba tocándole el timbre. Recordó una conversación con Felipe, un día cuando volvían de la fábrica. Mi viejo le dijo: “No sabés la macana que me mandé… fulana de tal quedó embarazada.” La tristeza y la bronca que tenía Osvaldo con él mismo era que no se acordaba cómo se llamaba la chica, y por eso nunca me había dicho nada de ese encuentro, no quería que me hiciera ilusiones. ¿Sabés qué hice? Agarré un cuaderno viejo y escribí 250 nombres de mujer, se lo llevé y le pedí que los viera uno por uno, para ver si eso lo ayudaba a recordar. Pero no funcionó. Igual, la sigo buscando.
Fuente:TiempoArgentino

El asesino de Vallese que tardó 44 años en caer
Publicado el 15 de Mayo de 2011
El principal sospechoso de la muerte de Vallese, el oficial sub-inspector Juan Fiorillo, jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín, tenía 31 años. Dirigió el secuestro y las sesiones de tortura. Fiorillo tenía un hermano en Gendarmería, quien hizo circular la versión de que Felipe era “comunista”.

En 1974, Fiorillo integró la Triple A. Después del golpe militar fue lugarteniente del general Camps, jefe de la Policía de Buenos Aires y dirigió el Comando de Operaciones Tácticas (COT). Con el apodo de “Tano” y “Saracho” fue responsable del campo de concentración clandestino Omega, en la Capital Federal. En diciembre de 1983 se retiró con el grado de comisario mayor, luego de ser jefe del Estado Mayor de la Policía. Fue dueño de la agencia de vigilancia privada JF, en Vicente López, que fue clausurada en 2002 por el Ministerio de Seguridad de Buenos Aires.

Mientras la familia y los amigos buscan a Felipe, el Ministerio del Interior informó que “el sumario administrativo arribó a la conclusión de que Vallese no estuvo nunca detenido en San Martín ni en ninguna otra dependencia subordinada a la jefatura de La Plata”.

El subsecretario del Interior es un abogado católico de 30 años, que mucho tiempo después publicará varios libros, entre ellos Los pensadores de la libertad (1986) y Bajo el imperio de las ideas morales (1987). Se llamaba Mariano Grondona.
Fuente:TiempoArgentino
FelipeVallese
FuenteFoto:ElOrtiba

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