Por Alejandra Dandan
Paula Logares fue la primera nieta recuperada con quien se utilizó el análisis de ADN. Tras un trabajo personal casi detectivesco, su abuela Elsa la localizó en 1982 en poder de un represor, pero recién en 1987 pudo recuperar su identidad. Contó su historia y dio un mensaje para otros chicos apropiados
PAULA LOGARES TENIA POCO MAS DE OCHO AñOS CUANDO FUE UNA DE LAS PRIMERAS NIETAS RECUPERADAS
“Esas mujeres eran locas y sus hijos tirabombas”
Paula Logares con su abuela Elsa, quien la encontró luego de una búsqueda personal casi detectivesca.Imagen: Rafael YohaiSu abuela Elsa la ubicó en poder de los apropiadores en 1982, pero recién logró que Paula recuperara su identidad en 1987. Con ella se utilizaron por primera vez las pruebas de ADN que finalmente se convirtieron en una herramienta indiscutible.
Paula Logares tiene un recuerdo antiguo de las playas de Mar del Plata, de haber estado una o dos veces ahí. En esas playas aparece una escena, la imagen de los aplausos de la gente. Cree que alguna vez preguntó a quienes suponía sus padres qué es lo que hacía esa gente. Que en ese momento le explicaron que los aplausos eran porque un niño se había perdido, y eran señales para buscar a la familia. “No me acuerdo bien –dice Paula ahora, miles de años después–, pero creo que en ese momento, yo misma, entonces, fragüé una pequeña perdidita, creo que fue así.”
Hubo otras dos veces en las que intentó perderse como si intuyera algo de su historia y de un padre que era subcomisario de la brigada de San Justo y, aún bajo la dictadura, aparecía con autos de la Mercedes Benz porque estaba contratado por la compañía. Una vez sucedió en el patio, cuando se quedó mirando una puerta pequeña convencida de que podía llevarla a algún lado. Otra vez ocurrió cerca del Obelisco. Quien hacía de madre entró a un hotel, ella se quedó atrás, imaginó qué pasaría si no la seguía. Lo hizo. No la siguió. Caminó unos metros en dirección contraria hasta que de repente sintió que su apropiadora la agarraba de los brazos.
“Me parece interesante marcar esto de que yo no estaba tan cómoda ahí, desde la perspectiva de una nena”, dice Paula. “Yo les decía papá y mamá a ellos pero era como si eso no fuese natural, como si yo estuviese de alguna manera enajenada, viviendo una situación sin vivirla y aun así es como que podía ver los roles de cada uno, tal vez algo que para una criatura no es habitual.”
A Paula la secuestraron a los 23 meses de edad. El 18 de mayo de 1978 en Uruguay una patota se la llevó con su madre Mónica Grinspon y su padre Claudio Logares. Era un día feriado, ellos bajaban de un colectivo y subían a otro camino al parque Rodó. Paula estuvo los siguientes seis años con los apropiadores: Raquel Teresa Mendiondo y Rubén Lavallén, el subcomisario de San Justo. Su abuela Elsa Pavón caminó todos esos años para encontrarla. La vio una vez cuando Paula había cumplido seis años, pero cuando quiso volver a verla los Lavallén habían dejado la casa. Las dos contaron la historia en las audiencias por el plan sistemático de robo de bebés. Elsa habló tres horas. Lloró la sala, los abogados y tres de los cuatro jueces del Tribunal Oral Federal 6 que no sabían cómo taparse la cara. La mujer habló de esa lógica siniestra del “acá está” y “acá no está” que reproducen las vueltas de una calesita. Y mientras lo hacía, y revivía cada aparición y desaparición, dijo lo que respondió cuando estaba a punto de encontrarla: “Y si me dicen finalmente que no es ella, no importa: al otro día me pongo los zapatos y empiezo otra vez”.
La reconstrucción de Paula
Paula está convencida de que Lavallén conoció a sus padres porque pasaron por el centro clandestino de la Brigada de San Justo. Los Lavallén la anotaron como hija biológica con dos años menos de edad, como si hubiese nacido más tarde.
Una vez, dice, escuchó en televisión una especie de juego en el que decían: socorro y auxilio. “Me acuerdo que con Lavallén nos pusimos a jugar en la calle, íbamos caminando y cuando él me agarraba yo empezaba a gritar socorro y auxilio. Era un juego –dice–, pero hoy lo miro distinto: creo que hay juegos y juegos y uno no se pone a jugar así, a pedir socorro y auxilio en la calle porque sí.”
Dicen que sus apropiadores no pudieron cambiarle el nombre. Que cuando llegó a la casa Paula lo repetía constantemente. “Del nombre yo no me acuerdo tanto –dice Paula–, pero sí de un juego que se repetía. Un día estaba ella, Raquel, y una especie de vecina en el departamento y me dicen: ‘A ver, hoy jugamos a que te llamás de tal manera’. Yo en esos momentos me recostaba en la cama, daba vueltas y cuando me insistían era como si me cansara y me iba a jugar a otra parte.”
Años más tarde, ya en casa de su abuela, Paula le preguntó si tenía su ropa de bebé. Habían pasado pocos días desde la recuperación, Paula la estaba midiendo. Ante una imagen de las rondas de las Madres por televisión, ya le había dicho a su abuela que esas mujeres eran locas y los hijos tirabombas. Ahora pedía la ropa. Elsa se la dio. Paula le dijo que una vez también se la había pedido a su apropiadora. La primera vez, la mujer le dijo que no la tenía porque la había donado a los chicos pobres. La segunda vez le dijo lo mismo, pero le preguntó si era egoísta. La tercera vez, le dijo egoísta y le dio una cachetada.
Paula no se acuerda. “Siempre me acuerdo que él le pegaba a ella en general en el baño –dice–, aunque alguna vez lo hizo delante mío. Me acuerdo que ella me pegó una vez, y es más, yo siempre pensé que era la única: yo tiré un plato de porcelana, tendría cerca de ocho años, y sólo me acuerdo que la miré y no volvió a pegarme.”
La búsqueda
Elsa buscó y buscó. Su consuegro le dijo una vez: “¿Se miró al espejo, Elsa?”. O: “¿Vio en qué estado está?”. Le sugirió que dejase la búsqueda, que a lo mejor su nieta ya estaba con otra familia: “¿Y usted qué va a hacer? ¿Va a volver a sacarle a los padres?”. Elsa respondió con lo que iba a decir siempre: que iba a seguir, que ésos no eran los padres.
Con el tiempo, Abuelas tuvo fotos de los Lavallén por una vecina que escuchó una discusión. Elsa vio a Paula en la puerta de la casa, pero cuando intentó volver encontró un cartel de alquiler con el departamento vacío. Dos años después, con la apertura democrática y los murales de Abuelas en las calles, alguien aportó otro dato. Paula estaba ahora a cuatro cuadras de Chacarita. Elsa viajó todos los días desde Banfield a comprar verduras frente a la casa. La primera vez que la vio entró en shock porque su nieta tenía un guardapolvo de preescolar cuando debería haber tenido uno de primaria. Elsa no sabía de la inscripción de nacimiento retrasada ni de lo que después los psicólogos le explicaron como estrés de guerra: desde el secuestro, Paula había empezado a tener retrasos de crecimiento.
Un día siguió a un micro, y supo dónde estaba la escuela. Otro día le pidió a su marido que se acerque a la niña para preguntarle nombre y apellido para la denuncia. Cuando su marido se topó con la niña tuvo la impresión de que ella estuvo a punto de decirle “abuelo”. “Mi abuela me contó eso después, pero yo tengo presente otra escena –dice Paula–: tengo el registro de gente que me miraba, y un día hubo alguien que me llama la atención y entonces me acuerdo de haber mantenido la mirada, era la hora de la salida de la escuela, yo iba camino al micro. Yo miro, sostengo la mirada pero no de forma desafiante sino como para ver qué pasaba”.
Paula después supo que ése era su abuelo. Que ese día se quedó preocupado porque no sabía si ella había reconocido en forma instintiva algún detalle y que pudiera decir algo en la casa.
Luego de las búsquedas, llegó la denuncia. Hubo jueces que hicieron todo lo posible para retrasar el encuentro. No ordenaron allanamientos, no permitieron los exámenes con los que pese a la diferencia de edad entre las dos Paulas se podía saber si era o no. Cuando el dato finalmente estuvo, hubo quien no quiso entregar a la niña hasta que no resolviera la cuestión de fondo de la causa. Paula finalmente conoció a su abuela en diciembre de 1987, fue la primera nieta restituida por ADN. El juez Andrés D’Alessio de la Cámara de Casación las presentó: “El lugar era como un castillo con sillones enormes y había una mesa ratona. Me acuerdo que me presentan a mi abuela y yo daba vueltas alrededor de la mesa porque no quería entrar en contacto con ella, ella se sienta y me muestra unas fotos de cuando yo era chica, una a upa de mis padres y otra donde estaba yo de beba. Lo que sucedió en ese momento es que en una de esas fotos yo me reconozco, me doy cuenta de que era yo, porque era una foto igual a las primeras que me habían sacado en la otra casa, pero miro y en ese momento no dije nada, y no dije nada por mucho tiempo, tal vez se lo dije años después”.
Paula tenía ocho años. “Eso era por el escepticismo que yo tenía, creo que me manejaba un poco así, desconfiaba. De pronto no sé muy bien cómo pero estoy llorando y me agarra sueño, y no era natural. Quería dormirme, como si necesitara descansar, pero no me animaba porque no estaba segura dónde hacerlo. Ahí había una asistente social. Me acuerdo que me dijo que me duerma tranquila, que ella me daba un anillito que tenía: ‘Vos te dormís con el anillo y cuando te despertás me lo das’. Yo le dije que no, y le pedí el otro anillo que tenía en la mano porque me imaginaba que si no me lo había ofrecido era porque tenía más valor.”
Fuente:Pagina12
CLARA PETRAKOS BUSCA A UNA HERMANA NACIDA EN CAUTIVERIO
“Que pregunten a Juan Wolk”
Clara Petrakos tenía nueve meses cuando secuestraron a su madre, María Eloísa Castellini.Imagen: Rafael Yohai
Su madre fue secuestrada cuando tenía cuatro meses de embarazo y estuvo detenida en el Pozo de Banfield junto a otras embarazadas y donde habría dado a luz. Juan Miguel Wolk era el jefe de ese centro clandestino.
Por Alejandra DandanSu madre fue secuestrada cuando tenía cuatro meses de embarazo y estuvo detenida en el Pozo de Banfield junto a otras embarazadas y donde habría dado a luz. Juan Miguel Wolk era el jefe de ese centro clandestino.
Otros sobrevivientes habían hablado de su madre, del nacimiento de un niño y también habían hablado de Clara. Clara Petrakos finalmente se sentó en la sala de audiencias de los Tribunales de Retiro para contar su historia en nombre propio. Y ante preguntas que la llevaban directamente al centro clandestino, se abrió paso a los tumbos para quedarse en los momentos previos, en el antes, en las historias de sus padres vivos, en el compromiso político.
Clara nació el 6 de febrero de 1976, nueve meses más tarde secuestraron a su madre, María Eloísa Castellini. María tenía un embarazo de cuatro meses. Poco tiempo después desapareció su padre, Constantino Petrakos. Su madre, su padre y una hermana o hermano que nació en cautiverio están desaparecidos.
“Quiero seguir un orden cronológico para no olvidarme de nada”, dijo Clara ante una pregunta de la fiscalía. A principios de 1974, su madre, que tenía 18 años, trabajaba con un grupo de estudiantes universitarios y con un sacerdote. “Durante el verano se fueron a hacer trabajos voluntarios en vez de irse de vacaciones a Mar del Plata, hacían albañilería y construyeron una escuela, y mi mamá pensaba que era necesaria porque todos debían tener acceso a la educación.” Para 1976, ella era maestra en un jardín de Merlo. El 11 de noviembre de ese año la secuestró una patota desde la puerta de la escuela a las 12.45 del mediodía.
“Lo que conozco de ese episodio lo sé por los relatos de las personas que estuvieron con ella”, explicó Clara, que una y otra vez intentó fundar el relato en esos datos, tomando en manos un cruce que debería haber hecho la Justicia.
“Mi mamá iba a tomar un colectivo a media cuadra de la escuela, en ese momento se acercan dos o tres, la agarran de los pelos y la meten adentro de un auto.”
Clara estaba en ese momento con una de sus tías. A las siete de la tarde, una patota entró al departamento con la madre. “Mamá estaba embarrada y lastimada, yo no me acuerdo pero leí el testimonio de mi tía del ’83 y el del portero del edificio que también la ve embarrada, y que por el estado no la reconoce.” Dicen que María estaba con signos de tortura en el cuerpo, en la boca, en el pecho y en la ingle a pesar del embarazo. Que no podía comer ni hablar demasiado, y le pidió a su hermana que la cambiara. La patota estaba ahí esperando a su padre, que nunca llegó porque vio el operativo desde la calle y escapó. Clara estuvo con él algún tiempo, pero después él viajó a España, desde donde desapareció a fines de 1977.
Por mucho tiempo tampoco supo cuál fue el recorrido de su madre. En 2003 conoció a una sobreviviente del Protobanco en Puente 12 que reconoció una foto en una marcha de Abuelas. “Cristina Comandé tenía presente la imagen de mamá, pero mi mamá no le había dicho cómo se llamaba, así que ella no sabía su nombre y ni de mi existencia hasta que me reconoce en la muestra de fotos, reconoce a mi mamá.”
María estuvo en el Protobanco hasta fines de diciembre de 1976. Entre enero y marzo no se sabe dónde estuvo y en abril de 1977 estuvo en el Pozo de Banfield.
“Además de mi mamá –dijo Clara– se sabe que hubo otras veinte mujeres embarazadas ahí, hay constancias de que diez tuvieron a sus hijos. Hubo dos abortos por los malos tratos y del resto no se sabe cuál fue el destino. De los diez nacimientos de los que existen constancias, sólo cuatro recuperaron su identidad y muchos años más tarde: María José Lavalle Lemos, Carlos D’Elía, Carmen Gallo Sanz y Victoria Moyano.” Entre los que nacieron está además su propia hermana, que todavía no está ubicada.
Las pruebas
“Cuando mi mamá empieza con el trabajo de parto, las compañeras de celda empiezan a gritar o pedir que se acerque alguien para que pueda salir –dijo Clara–, pero lo único que consiguen es que un guardia abra la puerta de la celda, la celda era muy chiquita, un lugar en el que ni siquiera entraba acostada. Ahí la hacen acostarse en el pasillo, nace mi hermano, la ayudó Patricia Uchanski, que está desaparecida.” Todo esto, dijo Clara, me lo “relató” Adriana Calvo, que llegó al Pozo de Banfield cuando Patricia todavía estaba ahí. Entre otros datos, Clara supo que el guardia cortó el cordón umbilical con un cuchillo de la cocina y que después de unas horas a su madre le sacaron al niño al que todos mencionan como niña, “Mi mamá siguió ahí hasta el 25 de abril del ’77, cuando hubo un traslado masivo, sólo quedaron Adriana y Ana de Gatica, que son liberadas.”
“El Estado que debería haber buscado en los primeros años hizo poco y nada, no las buscó”, dijo Clara. “La excepción fue una comisión que en algún momento pidió investigar las adopciones y las partidas de nacimiento firmadas por el médico Bergés. Las partidas se encontraron en los ochenta, tres de esas partidas recuperaron la identidad, pero muchos años después porque durante años no se hizo nada.” La primera causa del caso es de 1986. Entre 1997 y 1998, Clara se acercó a Abuelas. Había leído la historia de Ana Caracoche de Gatica, que había estado con su madre. “Tuvo dos hijos secuestrados en distintos operativos y luego de que es liberada, por muchos años los buscaron hasta que finalmente los ubicaron a los dos, la hija había sido apropiada por un comisario. Yo me dije: ‘¿Cómo teniendo dos hijos apropiados los pudo recuperar a los dos y relativamente en pocos años?’. Ahí fue cuando dije: ‘Tengo que participar en la búsqueda’, y empecé haciendo difusión en los diarios, en las revistas, en Internet.”
Un defensor le preguntó en la audiencia por los padres. Puntualmente por la militancia política con esa pose con la que intentan volver a la lógica de la guerra.
“Empecé hablando de la militancia, pero no veo la relación del plan sistemático de apropiación de niños y esa pregunta –le dijo Clara–: pero sí, militaban en el PRT.”
–¿Qué es el PRT? –la provocó el abogado. Clara no respondió. No inmediatamente. Lo miró con una mueca. La presidenta del Tribunal, María del Carmen Roqueta, respondió para salir del apuro que era Partido Revolucionario de los Trabajadores. “¿Es así?”, le preguntó a Clara. Y entonces Clara dijo que sí.
“Yo quisiera que el Estado busque y encuentre los archivos en donde están los datos de qué pasó con mi hermana y los niños robados”, dijo al terminar. “Que pregunten a Juan Miguel Wolk, jefe del Pozo, qué sabe de mi hermana, dónde están los otros chicos, dónde están las personas.”
Fuente:Pagina12
Un mensaje a los otros chicos
En casa de los abuelos, nunca pidió ver a los Lavallén. No quiso verlos. Una vez, un juez la obligó a sentarse nuevamente frente a ellos. Paula le preguntó a él qué había hecho con sus padres. Lavallén le dijo: “¡Cómo! ¡Yo soy tu padre!”. Le gritó a su apropiadora por qué la había engañado. La mujer no respondió, dio media vuelta y se fue llorando.
En Banfield, recuperó el modo normal de crecimiento. No tuvo más pesadillas.
En la audiencia no habló de Noble Herrera, pero les envió un mensaje. “Como nos arrancaron a nosotros de nuestras familias, ahora hay una obligación del Estado de ocuparse de cada uno porque podés querer a tu familia de crianza pero vos también tenés que saber que tenés tus padres y que no te abandonaron.”
Fuente:Pagina12
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