Compañero de la historia
Eduardo Hidalgo, secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca, declaró como testigo en el juzgamiento contra 17 imputados por delitos de lesa humanidad.
Era tal vez el testimonio más esperado por quien se trataba. Fue secuestrado, torturado, sufrió el secuestro de sus padres y los asesinatos de su hermano Daniel y la mujer de éste, Olga Silvia Souto Castillo, quien estaba embarazada. Todos hechos consumados por personal militar durante la última dictadura en Bahía Blanca.
Se trata de Eduardo Alberto Hidalgo, el mismo que luego se unió a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en la que luchó y sigue luchando por mantener viva la memoria. El mismo que no sólo batalló contra el olvido sino contra quienes salieron a discutirlo. En todos estos años de democracia Hidalgo ha brillado por su coherencia y tenacidad en la búsqueda de Verdad y Justicia.
Un 18 de octubre
Es una de las caras más visibles en Bahía Blanca en materia de derechos humanos. Quizás por eso ese martes 18 se reunió gran cantidad de público en Colón 80 y también medios de comunicación para escuchar su testimonio en el juicio contra 17 represores acusados de delitos de lesa humanidad.
Con el correr de la declaración, el número de periodistas mermó quizás debido a la negativa del Tribunal a que se tomara registro del audio y sólo se permitiera filmar o fotografiar al testigo.
Eduardo, de 64 años, inició su relato diciendo que en 1976 vivía en Chiclana al 500, que no contaba con militancia política orgánica pero que sí se consideraba peronista y ayudaba a su hermano Daniel en su militancia política.
Fue Daniel quien le pidió Eduardo que firme una garantía para una casa de calle Salta la que luego, tras una denuncia de un vecino, tuvieron que abandonarla los compañeros de su hermano y fue posteriormente allanada.
Avisado del hecho por la inmobiliaria a cargo, Eduardo fue al inmueble y vio el parquet levantado. Consultó a un abogado que no pudo concretar averiguaciones pero que le sugirió no ir al Comando del Ejército “porque no iba a volver más”.
Una noche, a la 1 de la mañana, personal armado de la Policía Federal entró al domicilio de Eduardo, lo pusieron con las manos contra la pared, se metieron por el pasillo mirando las habitaciones, y mientras el hijo de Hidalgo lloraba, se llevaron a Eduardo a la cochera del edificio. Lo subieron a una Renault 12 Break blanca, le taparon la cabeza y así empezó un camino hacia el horror.
Primer secuestro
El auto arrancó por Chiclana y luego de un rato tomó presuntamente Parchappe ya que, intuyó Eduardo, la cantidad de badenes que se sentían hacían pensar que se trataba de esa avenida.
Luego del último badén, el auto se detuvo en un lugar que luego Eduardo ubicó como de la Policía Ferroviaria a cargo de la Federal
Allí lo dejaron hasta que una persona de voz muy gruesa, “como de alguien que fumaba mucho”, le preguntó sobre la casa de calle Salta.
Por los momentos que se vivían, Eduardo ya había pactado con su hermano Daniel que en caso de que lo secuestraran, éste último debía escapar.
Ante la pregunta del interrogador de voz gruesa, Eduardo quiso ganar tiempo para que su hermano abandonara la ciudad y sólo atinó a responder que conocía a una persona a la que le firmó la garantía de la casa.
Un aparato con un ruido muy particular se encendió -se trataba de la picana eléctrica- y el interrogador, ésta vez, solo la utilizó para rozarle el vello del cuerpo.
A las pocas horas, alguien le toma datos particulares y de su familia con una máquina de escribir. Eduardo, a esa altura, creía que su hermano ya se había ido de Bahía Blanca.
Estuvo en cautiverio entre 12 y 15 días en los que le dijeron que su hermano era montonero y que ya lo iban a encontrar. A él le decían que no le creían nada y que lo iban a descubrir.
Su liberación se dio en el predio “Las 3 Villas” donde lo dejaron sentado: “Como se te ocurra levantarte hasta contar hasta cien, te vamos a matar”, le advirtieron.
Segundo secuestro
Eduardo se reintegra a su vida cotidiana y laboral, y al no tener más noticias de Daniel, supuso que éste ya no se encontraba en Bahía Blanca.
Un mes después, sus padres reciben una carta de Daniel en donde cuenta haberse enterado que Eduardo ya estaba libre lo cual sorprendió al propio Eduardo porque de ser así, Daniel no había cumplido el acuerdo de irse inmediatamente si él era detenido.
Esa carta fue llevada por una persona que días después volvería para buscar una carta de respuesta por parte de Eduardo, en la que describió detalladamente a su hermano todo lo sucedido.
En la noche del 9 de noviembre de 1976, a Eduardo le tocó vivir una historia ya conocida. Un hombre, vestido de traje y con ametralladora, y acompañado de otros hombres, tocó el timbre de su casa. De allí se lo llevan hasta el palier donde siete u ocho personas “armadas hasta los codos” los esperaban. En el ascensor fue esposado e insultado. Cuando llegan a la cochera lo suben a un Falcón verde, lo encañonan y arrancan el auto hasta el Comando V del Ejército.
“Sí, es este”, dijeron desde el exterior del auto, que ya en el predio militar, tomó un camino de ripio y piedras para después girar a la derecha y detenerse. Eduardo es ingresado a una construcción donde el mismo hombre de la voz gruesa de antes le leyó la carta que Eduardo había mandado a su hermano. El ocasional narrador no era otro que Santiago “El tío” Cruciani, también conocido como “Mario Mancini”. Eduardo pensó que Daniel había sido secuestrado, sin embargo los represores le dicen que a su hermano “ya lo van a agarrar”.
Desde la noche y hasta el amanecer, Eduardo fue sistemáticamente golpeado mientras permanecía desnudo atado a un árbol del patio del lugar, “con una saña que es muy difícil de entender porque además lo hacían entre gritos, entre risas, como si evidentemente lo disfrutaran”.
Finalizada esa tortura, lo trasladan a un sitio con piso de madera y es atado a un catre de hierro en donde habían dos perros de los cuales, afortunadamente, no sufrió ataques.
Eduardo estaba en “La Escuelita”. Allí soportó torturas de picana eléctricas mientras se le preguntaba por su hermano y por Graciela Romero de Metz.
Un día, desde un televisor que había cerca de allí, escucha la voz del ex periodista ya fallecido y ex agente de la Marina, José Román Cachero, que informaba que “habían sido abatidos dos subversivos en calle Fitz Roy”. Si bien no lo relacionó con Daniel, luego Eduardo se dio cuenta que se trataba del domicilio de su abuela.
Siguieron las torturas, el horror se incrementó para Eduardo tras estar dos días estaqueado sin comer ni ir al baño, y prosiguió con la violencia del “Zorro”, uno de los represores de “La Escuelita”.
Tiempo después es trasladado al penal de Villa Floresta donde lo recibe el “Mono” Núñez. Allí, a través de un conocido, se entera que los asesinados en calle Fitz Roy eran su hermano y su cuñada embarazada.
Luego de su cautiverio en Floresta, es llevado a la Unidad 9 de La Plata cuyo traslado volvió a implicar torturas hacia su persona y otros secuestrados, en el vuelo de traslado.
En 1978 es traído nuevamente a Floresta y recupera su libertad el 22 de diciembre de ese mismo año.
En su declaración y con sentida emoción, Eduardo recordó una frase que Daniel le dejó en una carta: “Fuiste, sos y serás siempre un ejemplo para mí”.
Abogados del diablo
Durante todo el período de detención de Eduardo, su esposa concurrió al V Cuerpo para saber sobre su marido y era atendida por el mayor Delmé. En el 77 la recibe el general Catuzzi. “Mejor que preguntarme a mí, vaya y pregúntele en qué andaba metido su esposo”.
Eduardo fue visitado por el ex juez fallecido impune Guillermo Madueño y su secretario Hugo Sierra, quienes preguntaron “con una enorme ironía y con una sonrisa en los labios si sabía quién lo había secuestrado”. Eduardo conocía sobre Madueño por comentarios de profesores de la UNS detenidos.
Los padres de Eduardo también sufrieron un secuestro. Los llevaron a la comisaría y luego al Comando donde fueron separados. Su mamá, vendada, tuvo que escuchar que un militar le dijera “el Ejército se ha visto obligado a abatir a su hijo”. La señora se volcó hacía el represor queriéndolo golpear: “Mi madre hace nueve años que está internada en una institución por continuas depresiones y situaciones, adolece una enfermedad mental”.
Con el tiempo, Eduardo supo que su hermano había estado refugiado en la casa del matrimonio desaparecido conformado por María Eugenia González y Néstor Junquera. Un día que van a detener a la pareja, Daniel habría escapado olvidándose la carta de Eduardo.
De acuerdo a las declaraciones de militares sobre los hechos, Eduardo pide ampliar la denuncia por la muerte de Daniel y su esposa, “porque ahí no hubo un enfrentamiento sino un asesinato”.
Lo sucedido nada tenía que ver con el comunicado oficial publicado en La Nueva Provincia. Allí no existió ningún enfrentamiento sino que el tiroteo fue iniciado desde el exterior del edificio.
Daniel, de 26 años, apareció muerto en el baño del departamento, siendo Emilio Ibarra quien lo habría matado. Olga, de 22 y embarazada, habría sido muerta por “el loco” Méndez en una habitación. Esto fue relatado en los Juicios por la Verdad por un soldado que declaró lo que se contó al volver del operativo.
A fines del 76, Méndez y “el laucha” Corres fueron distinguidos y condecorados por “la valentía en combate”.
Durante el juicio, tras una pregunta del abogado defensor Mauricio Gutiérrez sobre Graciela Romero de Metz, Eduardo dijo que le llamaba la atención que el abogado pregunte ya que él mismo, por Gutiérrez, dijo en el Juzgado Federal n° 1 que sabía quien se había apropiado del hijo de Graciela Romero de Metz. Dicha declaración fue manifestada en la mesa de entradas ante un funcionario judicial (el doctor Romero).
El siempre excéntrico abogado defensor Eduardo San Emeterio, también tuvo lo suyo cuando Hidalgo mostró preocupación por las denuncias públicas que el periodista Ricardo Ragendorfer realizó sobre San Emeterio en las cuales se lo vincula a un Grupo de Tareas de la Fuerza Aérea. Ambos abogados son actuales defensores de represores.
Por otra parte, Eduardo brindó al tribunal una carta del delator Mario Roncoroni, a quien denunció, donde aparecen nombres para posibles detenciones. En esa carta figura Mario Luis Peralta quien fue asesinado un 18 de septiembre, siendo la fecha de la carta, el 1 de ese mismo mes.
Ante estos dichos sobre los abogados, la Fiscalía pidió la declaración de Gutiérrez. Finalmente el Tribunal decidió remitir el testimonio de Eduardo al Juzgado Federal en el que ya hay una causa abierta por las declaraciones de Gutiérrez.
“No me arrepiento de nada”
De Daniel, su hermano, Eduardo dijo que hacía militancia en los barrios y que era “un tipo muy querido, con muchos amigos, que siempre me enorgulleció y me va a seguir enorgulleciendo”.
De su cuñada Olga manifestó que era una mujer muy femenina “pero muy dura en esto del coraje…”.
Luego de una extensa declaración que fue seguida por los presentes con una atención y un silencio absolutos, una declaración llena de lágrimas de dolor pero también de -aunque suene paradójico- entereza, fuerza, valentía y satisfacción por estar allí, a unos metros de los represores, dando testimonio, Eduardo concluyó: “Hoy me voy de este lugar satisfecho de lo que he hecho estos 35 años. Se ha ido la mitad de mi vida en esto, he dejado muchas cosas de mi vida sin hacer, esperaba este momento como nunca. Hubiera querido que esté al menos quien fuera el responsable de que llegáramos a este lugar, Ernesto Malisia, hubiera querido que mis viejos estuvieran aquí…”. Somos muchos los que esperamos 35 años, manifestó Eduardo: “No me arrepiento de nada, estoy orgulloso de mi hermano, de mi cuñada, de mis padres, de haber hecho lo que hice”.
Un gran aplauso acompañó a Eduardo al retirarse del estrado, una suerte de felicitación y agradecimiento para este testigo de la historia de Bahía Blanca.
FuentedeOrigen:EcoDias
Fuente:Agndh
La experiencia del EAAF
Publicado el 25/10/2011
Patricia Bernardi, co fundadora del Equipo Argentino de Antropología Forense, declaró esta mañana en el juicio por crímenes de lesa humanidad contra represores del V Cuerpo de Ejército. La antropóloga repasó la historia del organismo, la metodología de trabajo y algunas de las experiencias de recuperación de restos de personas detenidas-desaparecidas durante la dictadura cívico militar.
Particularmente detalló los casos de identificación de Rivera, Bombara y Souto. Si bien su causa no se tramita en la ciudad, mencionó además la recuperación de la nieta 99 de Abuelas, Mónica Santucho, secuestrada en La Plata el 3 de diciembre de 1976 a los 14 años y asesinada luego de pasar por varios centros de detención clandestina. El EAAF la identificó en fosas NN del cementerio de Avellaneda.
Pasadas las 10:30, comenzó a declarar el oficial superior retirado de la Policía Federal, Roberto Ricardo Wechsberg. Las preguntas del fiscal Abel Córdoba arrancaron por su rol de perito en el caso Rivera, aunque no recordó si le tocó intervenir. Dijo que su trabajo era realizar pericia de proyectiles.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
Publicado el 25/10/2011
CRUCIANI "ERA UNO MÁS EN LA COMUNIDAD".
Néstor Hugo Navarro tiene 77 años, es obispo de la Iglesia Católica y declaró esta mañana en el marco del juicio por parte de los crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Comando V Cuerpo de Ejército.
Desde agosto de 1975 estuvo al frente de la parroquia Nuestra Señora del Carmen en Sánchez Elías aunque, por entonces, su denominación era iglesia Independiente. Allí desarrollaba las tareas habituales de una parroquia “excepto Cáritas que la tuve que fundar para completar los ministerios propios de la iglesia”.
El torturador e interrogador del centro clandestino de detención y torturas “La Escuelita”, Santiago “Tío” Cruciani, bajo su alias Mario Mancini, se infiltró en la comunidad parroquial y según Navarro “se hizo tan familiar que era uno más”.
El testigo era profesor en el Seminario cuando en Cáritas “las cosas fueron complicándose” porque el arzobispo lo nombró responsable de la atención de los refugiados políticos que llegaban de Chile. Algunas gestiones las realizaba en forma conjunta con el pastor Aníbal Sicardi de la Iglesia Metodista.
Recordó los ataques sufridos por la Escuela Nuestra Señora de la Paz durante 1975, de la que era representante legal. Apuntaban a la religiosa de la Compañía de María, Norma Gorriarán. El 21 de marzo de 1975, cuando lo mataron al padre Dorñiak, la buscaron a ella pero no se encontraba en la ciudad. En abril insistieron pero Navarro viajó a Buenos Aires para pedirle que no regrese. Mientras estaba en la capital, el 30 de abril, colocaron una bomba en la parroquia que ya había sido allanada.
“Ya había sido secuestrada Mercedes Orlando (ver su teque era maestra en la escuela y, como había bastante inseguridad para no arriesgar más a la gente, presenté la renuncia y el obispo me pidió que me vaya de Bahía Blanca”. A su regreso fue nombrado en Nuestra Señora del Carmen.
Del grupo de sacerdotes que se reunía los viernes “para preparar las homilías y el trabajo pastoral” quedaban sólo dos: “Al padre Santechia de la congregación salesiana, lo mandaron al exterior; al padre Stochetti al sur; los padres Biancucci y Barreto ya no estaban; el padre Zamorano fue al que le pusieron la bomba; de ese grupo quedaba el padre Segovia y yo”.
Segovia vivía con su madre en Bahía Blanca, le pusieron una bomba y unos meses después ametrallaron la casa, “entonces el obispo me pidió que me fuera”. Navarro no sufrió atentados personales, las amenazas escritas que recibía eran firmabas por el “Comando Juan Molina”.
El fiscal Abel Córdoba le preguntó si alguna de las jóvenes que concurrían a la parroquia fueron víctimas del terrorismo de Estado, el religioso respondió afirmativamente y repasó: “Estaban en Cáritas conmigo, Diana Diez, Patricia Gastaldi que era asistente social y su esposo -con menos presencia- Horacio Russin. Teníamos nuestros ingresos a través del trabajo que queríamos generar, uno era usar un mimeógrafo (…) los que estaban encargados eran Eduardo Ricci y Néstor Grill, los dos desaparecidos”.
A Carlos Roberto Rivera lo identificó como uno de los preceptores que estaban a su cargo en el Colegio La Asunción y mencionó que conocía a su señora también. Nelly Scagnetti fue justamente quien lo llamó el 2 de octubre para decirle: “Se llevaron a Carlos”.
“Al mediodía, como todos los sábados almorzaba con Patricia y Horacio Russin, fui para comentar esta situación y me encontré con una hermana en la calle y me dijo ‘Los chicos no están’”, aseguró Navarro. Por la tarde, fue a bautizar a más de una decena de niñas en el Cotolengo y antes de comenzar alguien le dijo que se los habían llevado.
Sobre el secuestro de Mercedes Orlando, comentó que fue el 21 de marzo del ’76 y “como era el responsable del Colegio” se “preocupó” pero ella “regresó enseguida”.
“Venía a conversar cosas de la iglesia”
“La iglesia del Carmen era muy periférica, no tenía la cantidad de gente que tiene ahora. (…) A mediados del ’76, vi una persona alta con gamutón apoyada en apoyabrazos del último banco, yo estaba predicando y lo vi. Era extraño para mí, no era habitué”, declaró el cura.
Al salir lo vio enfrente, luego el hombre siguió al sacerdote por varias cuadras. Navarro llegó al Colegio La Inmaculada donde daba catequesis y le informaron que alguien había pedido una audiencia con él. El hombre que lo había seguido hasta allí era el suboficial del Ejército Mario Mancini que “venía a conversar cosas de la iglesia”. El militar le dijo que lamentaba mucho que el padre Segovia se haya tenido que ir.
En agosto, un integrante de la iglesia recibió un anónimo con letras de diarios exigiendo que “saquen” a Navarro o lo iban a hacer ellos porque denunciaban que estaba recibiendo dinero de Cuba.
Los tiene la marina
A Mancini “le pregunté por Horacio Russin y me dijo que lo tenían los marinos y le pregunté también por Diana Diez porque era muy amigo de la familia, me dijo que iba a salir pero que no lo tenía el Ejército sino la marina y por Néstor Grill (…) y me dijo una vez conversando que la noticia era que en Cáritas se hacían los panfletos de Montoneros.
El testigo relató que habló con los padres de Néstor Grill. Lo recuerdo como un joven “muy inteligente”, “muy medido en sus palabras”, de “fácil relación”. Cuando le dijeron que “estaría” en la marina contactó a los padres nuevamente y les dijo “por qué no damos una vuelta en el coche y conversamos sobre Néstor”.
“Me contaron que habían estado en la Base Naval y les habían dicho que un muchacho tan bueno como Néstor se lo habían llevado los Montoneros. Yo les digo que insistan. A ellos les habían dicho que no se movieran para no comprometer más la vida del hijo”. Después supo que cuando murió el papá, la mamá se fue con el otro hijo y cuando salía le dejaba un cartelito a Néstor diciéndole que ya volvía.
“¿A quién iba a alertar?”
Una vez, a una mujer llamada Perla que “tenía el esposo preso” y estaba hablando con Mancini, le advirtió quién era. La abogada querellante Mónica Fernández Avello le preguntó si hizo lo mismo con el resto de la comunidad y el obispo respondió: “A quién iba a alertar si yo era el investigado, honestamente en la medida que podía y veía, pero después se hizo tan familiar que era uno más de la comunidad”.
El obispo sostuvo que Mancini “estaba en Inteligencia” y que “se fue como agregado militar a Lima y después como que desapareció, nunca más lo vi. En el ’77 nació su hija que se bautizó en la parroquia del Carmen”.
A Elisabeth Frers la conocía porque estaba en la Pequeña Obra y porque “cuando tuve que irme, me lleva la mamá de María Clara Ciochini, a Eli y a mí”.
-¿Qué curso le daba a esos reclamos? -preguntó el fiscal en referencia a las consultas de familiares.
-Qué iba a hacer, si el investigado era yo. A dónde iba a ir. ¿A qué justicia?
-¿A las autoridades eclesiásticas no lo elevaba?
-No, no… Yo… No. Creía que era responsabilidad mía. Siempre asumí que el párroco era responsable de la comunidad en donde estaba. (…) No de otros.
-¿Cuál fue la política seguida por la curia local?
-No sé, realmente estaba, en ese momento, en esa iglesia y no estaba más en Cáritas.
Siguiendo las preguntas del fiscal Córdoba –que partían de las reiteradas menciones que hicieron testigos acerca del rol de Mayer y Ogneñovich-, Navarro respondió que solo tenía acceso a ellos “en las reuniones de presbiterio o cuando iban a la parroquia para alguna actividad sacramental como son las confirmaciones”. Con los capellanes militares dijo no tener ninguna relación ni se le ocurrió acudir a ellos para pedir por alguna víctima de la represión.
-¿Tenía miedo de recurrir a autoridades eclesiásticas? -preguntó la abogada Fernández Avello- ¿Se sentía defendido?
-Yo, personalmente, defendido sí porque cuando me ponen al frente de la parroquia pensé, un lugar bastante difícil (…) con muchas puntas pastorales porque estaban los universitarios, los obreros, los secundarios, no eran fáciles esas pastorales (…) tenía un conocimiento previo y asumí esa tarea sin dejar de reconocer que era un lugar riesgoso. Por eso le agradecí a monseñor Mayer que él me haya puesto al frente.
La abogada también le consultó si conocía al cura Dante Inocencio Vega. Navarro lo conocía “porque era del presbiterio y después vivía en el Seminario” y sabía que era capellán del Ejército pero recién se le ocurrió que podría haberlo consultado por las personas desaparecidas de su comunidad cuando se lo preguntó esta mañana Fernández Avello.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
Publicado el 26/10/2011
“Estoy en paz”
Comenzó este miércoles una nueva audiencia en el juicio por crímenes de lesa humanidad contra 17 represores del V Cuerpo de Ejército. El abogado defensor Hernán Vidal solicitó las filmaciones de la sesión de ayer para denunciar al Tribunal Oral ante el Consejo de la Magistratura por entender que fue “agraviado” por los jueces.
Además sumó a su cuestionamiento, una supuesta parcialidad de los magistrados al decidir anoche la detención del testigo Carlos Lorenzo Ravi, ex policía bonaerense, por falso testimonio en torno al secuestro de Norma Robert en Carhué. El pedido de las imágenes de la audiencia del martes fue rechazado por el fiscal Abel Córdoba.
Luego de este planteo, inició su declaración el ex concejal Julio Ruiz, sobreviviente de La Escuelita que en 1976 vivía con su esposa y sus tres hijos y trabajaba en la cervecería Santa Fe. “Tenía y tengo militancia política desde los 18 años, en la JOC (Juventud Obrera Católica) y en el peronismo de base, hoy en día también milito”.
El 24 de marzo del 76, cuando los trabajadores ingresaron a la cervecería donde trabajaba a las 6 de la mañana, se encontraron con la alegría del superintendente de la fábrica que los recibió advirtiéndoles que “ahora mandamos nosotros”.
Julio siguió concurriendo algún tiempo después del golpe aunque “conocía por otros compañeros que había situaciones difíciles con los trabajadores”.
Fue secuestrado la mañana del 19 de octubre luego de realizar una volanteada con otros militantes del Peronismo de Base en ocasión del 17 de octubre. “El 19 entraba a la tarde, estábamos reunidos con mi familia comiendo. De golpe se abrió la puerta, era un uniformado, había dos, uno era muy grandote. El otro era chiquito, morocho”.
“Me dieron vuelta y me golpearon con un arma, me produjo una herida. Me taparon los ojos con un repasador. Me pedían documentos. Me mandaron a la habitación de los chicos y me preguntaron por mi militancia. Con el cable de un velador me pasaron electricidad”, declaró Ruiz.
Fue trasladado en su propia Citroneta siguiendo “un periplo por la ciudad” que incluyó varias vueltas sin conocer el destino. “En determinados momentos ellos comentan ‘Mira estos recién salen, me di cuenta que era el Tu y Yo’ (…) Ahí me di cuenta que iba para La Escuelita”.
“En carácter de muertos”
Cruzaron una tranquera, recorrieron un corto camino de tierra y lo metieron en una habitación a los golpes. “Me sentaron en el medio, alrededor había gente, empezaron a golpearme y me preguntaban si era oficial montonero”. Después llegó un personaje que no pudo ver pero escuchó, al que le decían “Tío”: “Aparte de ser un torturador era un cuadro político, sabía de lo que hablaba”.
En otro espacio del chupadero fue tirado sobre un elástico, atado con los brazos en cruz y picaneado con un cable. “Era como un electroshock, te ponían alambres en la sien. Eso producía un dolor tan intenso que se te cerraban las amígdalas. La lengua se hinchaba”.
Le preguntaban por sus compañeros y su militancia. Cruciani llevaba la voz cantante. Había otro más salvaje aun al que le decían “Pelado”. “En un momento me desmayé. Cuando volví, escuché como éste los retaba, decían que no me querían muerto”.
Esposado lo pasaron a una habitación mayor donde había otra gente. No les permitían hablar entre ellos, igualmente pudo reconocer a su compañero Pablo Bohoslavsky.
En el centro de detención clandestina estuvo más de un mes: “En el interín reconocí algunas voces. Había dos lugares, donde estaba yo y donde había mujeres. Había una mujer a la que hacían caminar en redondo. Otra cosa espantosa era escuchar los gritos de los demás. (…) Nos decían que estábamos en ese lugar en carácter de muertos”.
“Había un muchacho grande que tenía asma y lo identifico porque trabajaba en el Seminario y yo también militaba en grupos cristianos. No sabía que él tenía militancia política, le decíamos el Negro Rivera. Lo atendían por este tema del asma. A mí también, por mi trabajo tenía conjuntivitis crónica, pedí y vino un médico o no sé qué y me puso unas gotas y por una infección en el pie también vino alguien”, aseguró Ruiz quien más adelante iba a decir que “el médico que iba a La Escuelita no me quería atender, no puedo asegurar quién era, pero en mi lugar de trabajo el médico que nos atendía era Jorge Streich”.
El testigo relató que “un día me sacan de ahí, Cruciani me dice tené cuidado que te va a venir a ver el grande. Tuvimos una charla política con alguien que no pude identificar. Los torturadores lo respetaban. También estaba el Laucha, era uno de los interrogadores. Me preguntó si era dirigente gremial, le dije que lo era y él pregunta ‘¿Y ahora?’, ahora estoy preso”. El Tío con un golpecito en la cabeza le dijo que se portara bien.
Blanqueados en el Batallón
Sin venda y ante un fotografó con una bolsa para el supermercado en la cabeza fue fotografiado de frente y de perfil. Cruciani le dijo que era para revista Chacra y poco tiempo después le comentó que no iba a ser “boleta”.
A pesar del Laucha Corres que hubiese preferido que Ruiz no salga de allí, Julio, Rubén Ruiz, Pablo Bohoslavsky y uno más fueron cargados en una camioneta y trasladados.
“Nos tiran y nos dicen ‘Cuenten hasta cien’. Después pasa otro vehículo -no pasó ni un segundo- y me empiezo a desatar, llega esta gente. Nos suben a otro vehículo y vamos sentados ahí. Tenía dos bancos a los laterales, se escuchaban voces de los cuatro que estábamos ahí más otras personas. Les contamos que estábamos secuestrados”.
Les sacaron la venda y vieron a tres uniformados. Debajo del asiento en el que iba había un arma. En diagonal estaba iba uno con una pistola sobre el muslo. “La conversación era medio ridícula, surrealista”, así llegaron al Batallón de Comunicaciones 181 donde los recibió un teniente coronel.
“No sé qué les pasó a ustedes, los encontré en el Parque de Mayo. Están sin documentos y van a estar acá para averiguar por qué los encontramos ahí. Yo voy a ser el carcelero de ustedes”, les dijo el militar. Era tanta la alegría de sobrevivir y la tensión que no pudieron dormir en toda la noche.
A pesar de todo, pudieron reír. Quedaron encerrados con candado en una habitación. El cuarto muchacho “tenía problemas de parálisis, una pierna dura, era de la UTN”. También estaba el presidente del club Universitario.
El responsable del lugar era Jorge Enrique Mansueto Swendsen. Después de un tiempo pudieron recibir visitas.
Hoy: Consejo de Guerra
Fue el Capitán Burlando quién les comunicó que iban a ser “juzgados” por un tribunal militar. “Nos muestra un listado de posibles defensores, le digo que no conozco a nadie, dice que me puede indicar alguno”.
Los “defensores” eran tenientes, Ruiz recordó sus nombres: (Alberto Ramón) Botta, (Rodolfo Tomás) Bruno y (Enrique) Sommaruga. Uno de ellos le dijo que era peronista y que no estaba de acuerdo con lo que le habían hecho. “No sabía si creerle o no. El hombre cumplió dentro de lo que se podía. No era abogado, era oficial del Ejército”.
Tuvieron una audiencia previa. El presidente del Consejo de Guerra era Osvaldo Bernardino Páez, “había uno que era fiscal, rubio medio colorado”. El juicio fue breve y se hizo en un lugar donde había público, era “como un cine”. Estuvo el comandante del V Cuerpo, Osvaldo René Azpitarte.
Julio Ruiz, Pablo Bohoslavsky y Rubén Ruiz pudieron hablar. Fueron condenados a un año y medio de prisión. Hubo una apelación que tardó meses en resolverse. Se anuló el juicio y después recibieron cinco años.
En enero de 1977 fueron trasladaron a Villa Floresta. “En la entrada no nos tocaron, nos pusieron en un pasillo, sacaron unos presos comunes y les dieron una paliza enorme”, comentó. Los dejaron en el pabellón 6 de presos políticos, dos por celda.
Julio manifestó que estaba bajo responsabilidad de Leonardo “Mono” Núñez: “Vino, me pusieron una funda de almohada en la cabeza, me llevaron a un lugar donde estaba el Tío Cruciani, me interrogaron sobre una persona que conocía. Era una situación difícil, pensé que me sacaban de nuevo y me mandaban otra vez a la parrilla”.
En la cárcel escuchaba el arrullo de las palomas. “El sonido es el mismo de una persona cuando le practican el submarino”, contaba mientras una paloma intentaba encontrar la salida del aula magna de la Universidad del Sur revotando contra el techo.
Un psiquiátrico al revés
En agosto del ’77 fueron llevados al sur, otra vez vendados y esposados. La bienvenida fue “una marimba terrible” y alguien que dijo “acaban de llegar a Rawson”. Era como “una clínica psiquiátrica pero al revés, te enfermaba”.
Pasaron poco más de un día hacinados en pequeños calabozos y luego en el pabellón 2. “Estuvimos 15 días encanutados. Había requisa todos los días, era una tortura, nos golpeaban, (…) jamás hablaron con nosotros. Tuve suerte de no ser distraído, si te olvidabas algo estábamos en manos de la discrecionalidad de los guardias”.
Sostuvo que estando allí, “nos fue a ver Madueño y su secretario. Insistían en que me auto incriminara. Digo que quiero ampliar mi declaración cuando me secuestran el 19 de octubre de 1976. Comienzo a declarar y Madueño dice ‘Esto no lo vamos a poner acá. Mire Ruiz, esta causa no tiene ningún destino. Si quiere esto lo dejamos y usted va a ser sobreseído’. La fecha de esto era fines del 77, comienzos del 78”.
El 21 de diciembre de 1981 fue liberado. Se separó de su mujer y encontró un país cambiado. Un escrito del abogado Néstor Luis Montezanti le impedía ver a sus hijos, ellos decidieron quedarse con él. “Estoy en paz, sigo siendo presidente de la sociedad de fomento de mi barrio”, concluyó Ruiz 35 años después de los hechos.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
1 comentario:
Que gente aberrante destruyó una generación. Juicio y castigo para todos!
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