Abuelas de Plaza de Mayo le respondió al director Carlos Rivas.
13.08.2013
Abuelas de Plaza de Mayo le respondió al director Carlos Rivas
Luego de haber recibido la misiva del director teatral, el organismo de DD HH realizó una respuesta: "Esperamos que sus noches de pesadillas, habiendo reconocido en su decisión una posición política, vayan pasando".
Carta abierta al director teatral Carlos Rivas:
En respuesta a un artículo en el diario La Nación, en el que Rivas "argumentó" su negativa a que se leyera un texto de Teatro por la Identidad antes de la función de su obra Love, love, love, Abuelas de Plaza de Mayo hace pública su posición sobre el tema.
LA CARTA
"Querido Carlos:
Habiendo leído (¿cómo no leerla?) su carta publicada en el diario La Nación el 30 de agosto de 2013, es muy difícil no sentirnos dolidas; tan difícil como no sentirnos requeridas a dar respuesta.
Plantea usted que "no pudo", por motivos morales, leer la carta de apoyo al ciclo Teatro por la identidad en el final de una función de su obra Love, love, love. Esos motivos, por lo que dice, son dos: el primero es el haber encontrado, en el hall de la sala del teatro donde se representa la obra, a "un grupo de legítimos adherentes de Abuelas repartiendo al público que se retiraba el periódico oficial" de la asociación. Bien es cierto que no es éste el motivo principal de su malestar, según se desprende del texto, sino más bien lo que el periódico presentaba en su primera plana. Allí pudo ver en una foto a nuestra presidenta, Estela de Carlotto, "junto a la señora Gils Carbó", apoyando "la exótica y tendenciosamente bautizada democratización de la Justicia".
Además, señala, había "también otros titulares de primera plana acusando a la Corte Suprema de la Nación de atentar contra actos legítimos del gobierno, por el solo hecho de cumplir con las funciones a las que la Constitución (con la que este gobierno fue elegido) la obliga". Y, como único argumento que justifica su malestar, presenta usted una metáfora bastante curiosa, sobre la que volveremos luego: "En mi barrio no estaba bien visto ir corriendo los arcos en medio de un partido". Así pues, ante estos hechos y motivos, se sintió usted imposibilitado de leer la carta, más aún cuando todo esto ocurría mientras se presentaba al congreso el pliego del general Milani y, más aún, en plena campaña electoral.
Más allá de la apelación a los sentimientos con la que termina su escrito (1) y de una (a nuestros ojos sorprendente) introducción en la que repasa su participación social (como si alguien fuera a ponerle en tela de juicio algo) y su gusto por "ser argentino", creemos haber resumido bien su planteo. Permítanos, ya que no quiso dialogar con nosotras de otro modo, tomar la palabra a nuestra vez.
En cuanto al reparto de este mismo periódico en el interior del teatro (y no en la puerta) no podemos sino disculparnos, desde luego. Resultaba imposible a priori, como usted comprenderá, imaginar que esta difusión pudiera resultar molesta para alguien.
Creemos que resultará patente que no había intención alguna de molestar a nadie sino simple pasión, como usted mismo señala, de unos legítimos adherentes que nos ayudan a difundir nuestra labor.
En relación a la molestia que le produce nuestro apoyo a la "democratización de la Justicia" (el nombre puede resultarle tendencioso pues es, claro, un tema de discusión, y cuando una sociedad discute también están en tela de juicio las palabras) quisiéramos detenernos con mayor cuidado. ¿Por qué da usted por sentado que las Abuelas no tenemos buenos motivos para apoyar ese proyecto? ¿Tanto nos subestima? Por lo demás, ya que éste es el motivo de su mayor y más importante disgusto, hubiéramos esperado que argumentara por qué le parece mal. La metáfora con la que usted pretende invalidar cualquier reforma de la Justicia es más que curiosa: "En mi barrio no estaba bien visto ir corriendo los arcos en medio de un partido". Como sucede a menudo con las metáforas, ésta oculta tanto como revela. Oculta el argumento.
Revela una relación de poder que se quiere naturalizar. Si se nos permite continuar la metáfora, esos arcos de los partidos de barrio a los que alude solían estar hechos de remeras tiradas en el piso, o en portones de algún negocio, y parece usted olvidar las muy complicadas discusiones sobre si la pelota había "entrado" al arco o no. ¿Acaso quiere usted -como tan a menudo sucedía en esos "picaditos"- ser a la vez jugador y réferi del partido? Note cómo, en nombre "del barrio" juega usted en una serie de relaciones de poder que naturalizan lo que es construido por los propios participantes del juego. La metáfora, aquí sí, es verdaderamente luminosa.
Si razonáramos del modo en el que usted lo hace, de hecho, el conservadurismo sería inevitable. Imagínese a los miembros de la Asamblea del año 1813 negándose a abolir la esclavitud para que los traficantes de personas no sientan que se les cambia de lugar el arco en medio del partido (y vaya que se jugaba entonces un partido, al punto que los asambleístas no pudieron entonces poner en juego la declaración de la Independencia). La sola imagen resultaría inquietante, ¿verdad?
Nos pide usted, en cambio, que no pretendamos que haya reformas en la Justicia. ¿Por qué habríamos de pretender algo que nunca pretendimos? La militancia política que usted tuvo y enumera en su carta le debería recordar que las Abuelas siempre tuvimos que luchar contra un sistema judicial absolutamente inhábil para dar respuesta a los delitos que se cometieron contra nuestros hijos y nietos. Podrá usted recordar, sin duda, la cantidad de veces que nos vimos acorraladas por un sistema judicial refractario al tratamiento de delitos de lesa humanidad cometidos por el Estado tanto como a la restitución de la identidad de los nietos. Tiene usted a disposición varios libros que narran nuestra historia que puede consultar gratuitamente en nuestra página web. Y también allí, para un repaso del aspecto más estrictamente legal de nuestra lucha, puede usted consultar la serie de libros que hemos publicado con el título "Los niños desaparecidos y la Justicia", en la que recopilamos abundante jurisprudencia sobre el tema para facilitar su difusión. Sobre todo lo hicimos en los años en el que el acceso a las sentencias, antes del uso de la computadora, les dificultaba a los abogados tener a disposición esos mismos documentos. Así que ya ve, opinábamos lo mismo antes de que en los juzgados se normalizara el uso de la computadora, mucho antes del inicio del siglo XXI.
¿No le parece que hubiera sido pertinente preguntarse si las Abuelas tenemos buenos motivos para apoyar la democratización de la Justicia? Si tuviéramos que enumerar los casos en los que el sistema judicial obstaculizó la obtención de Justicia tendríamos si quiere de qué hablar. Y que la Corte Suprema "sólo" cumpla con sus funciones es algo más que discutible; los ejemplos a ofrecer aquí serían muchos. Más simple sería darle un ejemplo de otra Corte Suprema, muy anterior a la actual, que no cumplió con sus más elementales funciones: nos referimos a la Corte Suprema de 1976, que no declaró ilegal el golpe de Estado del 24 de marzo.
Si entonces hubiera cumplido con sus funciones, acaso otra hubiera sido nuestra historia. Ya lo ve, la Corte Suprema es también un actor social. Naturalizarlo y no considerarlo tal es jugar el partido moviendo el arco pero pretendiendo convencer a los compañeros de juego de que el arco está quieto. Es, en fin, una estrategia de poder.
Sobre el pliego del general Milani, como ya dijéramos las Abuelas, no teníamos nosotras noticias de denuncia alguna. Si esto le parece hacernos culpables, le solicitaríamos que buscara los medios de difundir nuestra labor de modo tal que nuestro archivo sea más completo de lo que es en la actualidad.
La segunda circunstancia que menciona es la campaña electoral. Usted no tiene por qué saberlo, pero nuestro periódico es mensual (de allí también, claro, la demora con la que usted puede leer esta respuesta en nuestras páginas) y se realiza con una muy escasa infraestructura. Y sí, somos lentos. Publicamos de a poco. De todas formas, no nos parece grave esa demora, porque nuestro apoyo a la democratización de la Justicia no es coyuntural, sino que empezó en 1977. Sospechamos que no debemos enumerar nuestra militancia como usted hace con la suya. Esperamos que podrá creernos sin recurrir a falacias ad hominen, como se dice en lógica. Y esperamos también, nuevamente, que acepte preguntarse si tenemos motivos para pensar lo que pensamos. No nos considere, querido Carlos, unas "viejas locas" que hacen lo que hacen porque sí nomás.
Esto del "curriculum" en verdad resulta sorprendente. No comprendemos bien el porqué del primer párrafo de su carta, que es una suerte de repaso por su militancia política previa, como si alguien le hubiera reclamado que, para opinar lo que opina, tuviera primero que demostrar su derecho a hablar. Todos tienen derecho a hablar. Suponemos que no se trata de habilitar la capacidad de enunciación con el pasado (¿considera usted necesario que las Abuelas demostremos no tener intereses oscuros con el repaso de nuestra historia?). ¿Por qué sintió usted necesario contar cuál es su pasado? Jamás se lo hubiéramos reclamado para escucharlo. Hubiera sido suficiente que nos viniera a visitar, o nos invitara a su teatro, para conversar sobre su preocupación. Pero, evidentemente, ya que decidió publicar en La Nación su malestar, no nos ha considerado interlocutoras válidas. Eso nos duele.
Nos hubiera gustado que una persona sensible, como usted, se diera lugar a preguntarse por qué hacemos lo que hacemos sin descalificarnos acallando nuestra palabra. Pero evidentemente no quería hablar con nosotras sino que quería decirle algo a los lectores de La Nación.
Ese silencio en el que, implícitamente, nos coloca su carta (al no darnos el derecho a tener motivación legítima para nuestras posiciones), así como su manera de argumentar (fíjese, de verdad, en su escrito: sólo esa metáfora tan ambigua y equívoca es sostén de lo que piensa), nos lleva inevitablemente a ver su carta un acto de campaña.
La misma militancia que enuncia en el inicio de su carta no puede hacerle pasar por alto que, en el contexto del período electoral que usted menciona, un texto publicado en La Nación es, en sí mismo, un acto político.
Puesto que el desacuerdo con las Abuelas puede manifestarse de muy distintos modos. Quizás el más simple es el que jamás se le ocurrió: preguntarnos a las Abuelas por qué estamos de acuerdo con una posible reforma de la Justicia. Pero si no quería usted conversar con nosotras y escuchar nuestros argumentos, podía usted publicar su carta en otro circuito o bien, como sus compañeros de teatro, podía optar por no leer la carta sin manifestarse en La Nación.
Así pues, en resumen, el invalidarnos como interlocutoras, así como el negarse a argumentar seriamente, nos lleva inevitablemente a pensar que en verdad de lo que su texto busca es una anulación del diálogo y de los argumentos. No digamos ya los argumentos en torno a qué le molesta de la difusión del mensuario de las Abuelas de plaza de Mayo -lo cual, en contexto, parece algo menor- sino fundamentalmente los argumentos que sostienen su malestar ante la posición que las Abuelas tenemos sobre la justicia.
Esperamos que sus noches de pesadillas, habiendo reconocido en su decisión una posición política, vayan pasando. Nosotras, por nuestra parte, no tenemos pesadillas al respecto. Buscamos a nuestros nietos".
Fuente:InfoNews
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