6 de octubre de 2013

ERNESTO "CHE" GUEVARA.

Dos íconos
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalosur.com

Ernesto Guevara de la Serna, El Che, fue capturado, después de haber sido herido en la quebrada de Yuro el 8 de octubre de 1967, y asesinado al día siguiente en La Higuera por decisión de la CIA y el gobierno boliviano. Esas dos fechas, la de la captura y la del asesinato, suelen fundirse en una sola, la de su captura, quizá porque en su caso, como en el de muchos otros revolucionarios, caer en manos del enemigo significaba inevitablemente la muerte. El destino de su cadáver se mantuvo oculto durante exactamente treinta años. Para los contrarrevolucionarios, el Che seguía siendo peligroso después de muerto. Tal vez aún más.

El tiro les salió por la culata: en la América latina en llamas de finales de los ’60 y principios de los ’70, Guevara siguió más vivo que nunca. El modelo de hombre nuevo que, sin serlo, había propuesto con sus palabras y sus hechos, señaló el camino a decenas de miles de revolucionarios en todo el planeta. Pero en ese proceso, su imagen sufrió una primera transformación: el hombre que había luchado heroicamente, con y sin armas, contra los opresores, quedó oculto debajo del mito del guerrillero heroico.

Corría 1970 –tres años después del asesinato del Che–, cuando Roberto Savio, por entonces jefe de noticias para América latina de la Radio y Televisión Italiana, la famosa RAI, se largó cámara en mano a descubrir a un hombre que había muerto pero que todavía seguía vivo. A Savio lo inquietaban los mitos contemporáneos, y mucho más ése, cuya eficacia amenazaba con influir de manera decisiva sobre la historia. Durante más de un año recorrió América con una cámara y una idea: obtener testimonios de primera mano, desentrañar los hechos que estaban siendo aplastados por los discursos, reconstruir la historia, desandar el camino de Ernesto Guevara para encontrar al hombre antes de que fuera definitivamente tragado por el mito. Savio estaba haciendo periodismo.

De regreso en Italia con cientos de metros de película, se encerró febrilmente a editarlos. El resultado, Encuesta sobre un mito, era un viaje de casi cuatro horas de duración por la ruta de Guevara: de Buenos Aires a Bolivia y Perú y Ecuador, la experiencia de Guatemala en llamas, el contacto con los exiliados cubanos, México, el Granma, Cuba, África, Bolivia, la muerte. Savio quedó satisfecho con su película, pero la RAI se negó a difundirla. Le dijeron que no se la podían vender ni a los rusos ni a los yanquis, que había filmado un documental que no era para nadie. El Guevara de Savio no era ni santo ni demonio. Había documentado parte de la vida de un hombre extraordinario, pero que seguía siendo un hombre.

El periodista debió esperar treinta años hasta que vencieran los derechos de la RAI sobre el material y así dar a conocer su película, pero ya era tarde. En esas décadas, la imagen de Guevara había sufrido una segunda transformación: el ícono revolucionario también era entonces un producto de mercado, estampa de remeras pero no de revoluciones.

Tapado por una y otra imágenes, por esos dos íconos, Ernesto Guevara, el hombre verdadero, había quedado perdido.

La semana que viene se cumplirán 47 años de la muerte del Che y el aniversario encuentra a América latina en una encrucijada, con una fuerte ofensiva de la derecha contra los gobiernos progresistas que desde hace algunos años, en algunos países de manera más clara que en otros, conducen la recuperación de la dignidad de sus pueblos después del desguace neoliberal.

En este momento clave, recuperar el Ernesto Guevara verdadero, al hombre que, con sus sueños y sus contradicciones, descubrió primero la injusticia en la que vivían sumidos sus hermanos latinoamericanos y después puso su vida –y la entregó– al servicio de su liberación, es una necesidad impostergable. Porque los que luchan para forjar un futuro no son los mitos, sino los hombres de carne y hueso. Como aquel joven Ernesto Guevara que, hace exactamente 60 años, emprendía su segundo viaje por América latina, el que lo llevaría a su destino revolucionario.


Ernesto y Che: el cuerpo donde habita la Revolución
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013

Descontracturado. Guevara habla sentado en el estrado durante un congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas..
¿Cómo definiría al Che? … Quizás de su misma expresión, de ese minuto de enfrentar la muerte, y la mano temblorosa de Mario Terán, y decirle: “Deja de temblar ya y dispara que vas a matar a un hombre”. Un hombre. Un hombre en todo lo extenso de lo humano.
Hugo Chávez

Ernesto Che Guevara es, indudablemente, una figura que atrae como pocos a historiadores y biógrafos de diversas latitudes. Será acaso la personalidad del siglo veinte sobre la cual se han publicado mayor cantidad de biografías y libros en general.

Por ende, si bien se sabe que lo inédito ha sido y es un gran motivo de atracción, un motor de curiosidad que agita la avidez de los lectores, tratándose del Che, resultaría pues algo infructuoso pretender aportar algún dato histórico, “de color” o anécdota que no haya visto la luz aún. Sin embargo, aún perduran atrapados en la eterna calidez de los recuerdos íntimos y familiares, aquellas pequeñas escenas cotidianas compartidas, esos trazos de vida que aún atesoran sus hermanos, primos, amigos y compañeros, y que por razones varias, personales o hasta políticas, han preferido preservar dejándolos en el resguardo del anonimato.

Pero hace poco tiempo, movilizado quizás por una especie de sentido de la responsabilidad histórica, Juan Martín Guevara, el hijo más chico de la familia Guevara de la Serna y hermano de Ernesto, decidió comenzar a dedicarle gran parte de su tiempo a asumir la tarea de difundir su obra y pensamiento, además de hacer públicas anécdotas familiares y recuerdos varios junto a su hermano, el Che. Para abordar dicha tarea con la seriedad y prolijidad que demanda la misma, fundó, junto a parte de la familia y compañeros, una Asociación Civil que lleva por nombre “Por las Huellas del Che”, casi invitando desde el comienzo a transitar un camino ya trazado pero inconcluso.

Para Juan Martín Guevara la causa de ese repentino giro que transformó la política de bajo perfil autoimpuesta, se halla en la realidad misma: está absolutamente convencido de que “el Che”, su hermano, aún tiene cosas para decirles a las actuales generaciones y también a las futuras. No se trata de un motivo misterioso ni tampoco un axioma indescifrable. Juan Martín suele resumirlo de la siguiente manera: “Si pensamos que las injusticias por las que luchó Ernesto aún existen, entonces quiere decir que su mensaje sigue siendo perfectamente válido y que no corre el riesgo de quedar desfasado en términos históricos”. 

Afirma que cada vez que pronuncia esa frase, enseguida se apura en aclarar que no pretende reinterpretar lo dicho y hecho por su hermano Ernesto, sino simplemente poner otra vez todo ese legado en manos de las actuales generaciones, en manos del pueblo, para que ellos mismos lo reinterpreten en función de sus intereses, necesidades y realidades.

La tarea es resignificar al mito. Y ello también implica hacerlo de carne y hueso, humanizarlo. Mostrarlo como lo que en verdad fue; un hombre cuyos valores y principios no negociables lo condujeron al extremo de los sacrificios; un hombre que supo ser el Hombre Nuevo que él mismo planteó como necesidad histórica para construir la nueva sociedad y no como mero ribete de idealismo romántico para tentar a los tibios. Pero también un hombre con familia, amigos, anécdotas, hermanos, risas, compañeros, padres. Un hombre con vida de hombre.

Algunos aún insisten en el debate acerca de si esa “humanización” implica en modo alguno disminuir la magnitud de su figura y de su ejemplo. Para ellos, convendría reflexionar acerca de la persistencia del “mito”, ya no como ícono de la grandeza humana sino como signo de esterilidad. El reflejo del superhombre de virtud inigualable, aquel que está más allá de las capacidades humanas, no pareciera ser el mejor de los caminos si lo que se pretende es que muchos sean los que tomen su ejemplo de entrega, sus ideas y sus banderas. Acaso, ¿quién podría iniciar la marcha y no detenerla sabiendo que sigue un faro que nunca podrá alcanzar? Aquí quizá pueda encontrarse un factor que explique las tantas frustraciones de generaciones que dedicaron su vida a la lucha por un mundo mejor, más justo. Porque más allá de las heroicas luchas y de las duras derrotas, es lícito repensar acerca de si la pretensión de alcanzar lo “inalcanzable” es una buena táctica, un motor eficaz para traccionar la voluntad colectiva e individual y redoblar el esfuerzo para continuar la lucha ante la adversidad.

Juan Martín sentencia en cada reunión o encuentro al que lo invitan, sobre todo ante los jóvenes: “Cualquiera de ustedes puede ser un ‘Che’. Tiene que haber muchos ‘Che’, no sólo porque es necesario, sino también porque es posible”. Es sin dudas una frase desafiante en términos políticos y despojada de toda inocencia.
Sirve también para repensar sobre aquellos calificativos que los bien intencionados (o no) utilizan a menudo para referirse al Che.


¿Guerrillero Heroico? Claro que lo fue, pero, ¿qué sentido tiene en la actualidad proclamarlo como tal? Es, en efecto, un bronce que no implica ningún costo y que contribuye a anclar toda su figura y su significado a un pasado remoto, cuya lejanía aparenta no contar ya con recursos para interpelar nuestro presente.
Pero no sólo en el cálido campo de los recuerdos íntimos y personales aún podemos descubrir a un Che inédito. O mejor aún, a un Che que todavía tenga para decir cosas que hasta ahora pocos (o ninguno) ha escuchado.

Previo a abandonar las funciones al frente del Ministerio de Industrias y asumir su internacionalismo revolucionario yendo a luchar al Congo, el Che le dejó una cantidad enorme de escritos, documentos y reflexiones a Orlando Borrego, quien fuera amigo y viceministro de la misma cartera, encomendándole la tarea de que ordene y compile de alguna forma, todo el material reunido durante años de arduo y apasionado trabajo en la construcción del socialismo. Luego de su paso por el Congo y de su estadía clandestina en Praga (donde el Che avanza en la producción de un manual de economía política para Cuba objetando varios aspectos del soviético, y que recién en 2006 sería publicado por primera vez con el nombre “Apuntes Críticos a la Economía Política”. Se trataba de los míticos “Cuadernos de Praga”), el Che vuelve a Cuba –también en la clandestinidad– para abordar los preparativos de la lucha en Bolivia. Durante ese período, Borrego es llevado hacia una finca en zona rural en donde se encontraba el Che junto al resto de los combatientes en preparación y adiestramiento. Muy pocos sabían por entonces de su estancia en Cuba; el secreto y la discreción eran extremos. En dicho encuentro, Borrego le alcanza al Che el resultado de meses de arduo trabajo de ordenamiento, clasificación y compilación: más de 1.800 páginas distribuidas en 7 tomos. El Che promete hojear el resultado del trabajo a la brevedad. Pocos días después ambos vuelven a encontrarse y el Che sentencia su aprobación definitiva al trabajo realizado.

De dichos tomos se imprimieron pocos ejemplares en el año ’66. La primera copia fue entregada a Fidel por orden del propio Che. El resto, a miembros de la dirección revolucionaria, familiares y el Comité Central del partido. Hasta el día de hoy nunca fueron publicados para la venta.

Se trata de un material de valor incalculable para quienes tienen interés nada menos que en adentrarse en los pormenores de una figura como el Che en tiempos en que se construía el socialismo en Cuba. En los siete tomos hay textos ya conocidos y también otros absolutamente inéditos: transcripciones taquigráficas de debates ministeriales, informes internos, discursos, ensayos...

En directa relación con el nuevo rol de difusor de las ideas y el pensamiento del Che, Juan Martín Guevara pretende asumir el desafío de publicar lo que es uno de los más completos legados políticos de su hermano Ernesto, que ostenta además, la particularidad histórica de haber tenido la aprobación explícita del propio Che, días antes de partir hacia Bolivia.
Les toca a un sinfín de interesados hacerse de la necesaria paciencia y aguardar expectantes el momento en que ese material se haga público para el mundo entero.


Recuerdo y mirada de mi hermano y compañero
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Por Juan Martín Guevara. Hermano de Ernesto Guevara
contacto@miradasalsur.com

A 46 años del asesinato de Ernesto, mi hermano, y del Che, mi compañero, se me da esta oportunidad de escribir unas líneas, de poner recuerdos y pensamientos sobre papel.


Siguiendo un derrotero cronológico, me parece simbólico el que exista una foto del año 1953 en La Paz, en la que están Ernesto, Calica Ferrer y otra persona, y en la cual aparece en el fondo un cuartel militar, el mismo en el que 14 años después se guardarían documentos y pertenencias del Che y otros combatientes caídos en aquellos días de 1967.

Roberto, otro de mis hermanos, contó que el día 10 u 11 de octubre (los días posteriores a que apareció por los medios la noticia de la muerte de Ernesto), viajó a Vallegrande, con periodistas de una revista de Argentina, con el fin de reconocer el cuerpo y trasladarlo a Argentina. Allí, los militares le dijeron que no podían mostrar el cuerpo, porque estaba enterrado.

Luego viajó a La Paz, donde se entrevistó con Alfredo Ovando (quien antes y también luego, fuera presidente de Bolivia), quien le dijo que el cuerpo había sido cremado.


La verdad es que fue enterrado y su tumba se mantuvo en el secreto de sus captores por 30 años, hasta que en octubre de 1997, su cuerpo fue exhumado en Vallegrande, y posteriormente trasladado a Cuba, y por fin, a Santa Clara.

Yo he relatado cómo me enteré de su muerte y también del doble dolor sentido por mí, dada la pérdida de un hermano y a la vez, la de quien fue nuestro referente en la generación de los sesenta.

También me he referido –y lo recalco– que me inclino más por recordar al Che en cualquiera de las fechas en que actuó en función de Ministro de Industrias u otra ocasión, antes que recordarlo en su último día de vida.

Por otra parte, también me parece importante dejar en claro, como lo hice recientemente en mi primer viaje a Bolivia (La Paz, Junio de 2013), que de ninguna manera guardo rencor u odio hacia Bolivia o su pueblo, por el hecho trágico de que en aquellas tierras muriera mi hermano.

Y llegado como hemos a nuestros días, lo que nos parece fundamental como participante y Presidente Honorario de “Por las huellas del Che”, es ser vehículo para hacer conocer el pensamiento político, económico, humano, filosófico, etc. de Ernesto, que particularmente, es lo menos conocido de su legado. 

Creemos que dichos aportes son de tal magnitud como para definir que es el pensador marxista más innovador e importante de los últimos tiempos, a pesar de haber muerto hace 46 años, y desde cuya vigencia aún nos interpela en este siglo XXI.

Así, pensamos que la presencia expresada en tantos retratos, banderas y aún remeras o artículos de mercadeo, tiene como razón de ser, la intuición que los pueblos y la sociedad en su mayoría tienen respecto de que el camino marcado por el Che es aún posible y también necesario.


Discurso de un hermano en la lucha
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Por Ramiro Valdés. Comandante de la Revolución Cubana
contacto@miradasalsur.com
A Compañeras y compañeros:
Hace exactamente cuarenta y cinco años, el Comandante Ernesto Guevara se convirtió, para el mundo, en símbolo del internacionalista consecuente y paradigma de las más altas virtudes del ser humano. Sus enemigos creyeron que con su muerte moriría también su legado. Los asesinos del Che no imaginaban que en La Higuera nacía una bandera de combate, un gigante moral, que como ha dicho el compañero Fidel, “crece cada día y cuya imagen, influencia y presencia se han multiplicado por toda la tierra y no podrán ser destruidas jamás”.
(…)
La experiencia de la guerra aumentó su competencia. En las tareas inmediatas de la defensa armada de la Revolución, tuvo una participación decisiva en la construcción militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y cuando se requirió una persona capaz para una tarea importante allí estuvo también: primero, dirigiendo las pequeñas industrias del Instituto Nacional de la Reforma Agraria; luego, cuando fue necesario que alguien defendiera las divisas de la nación, el Che dirigió el Banco Nacional de Cuba. Y, cuando se nacionalizaron todas las fábricas y se creó el Ministerio de Industrias, para organizarlas y ponerlas a producir para el pueblo, allí igualmente tuvo un desempeño incondicional como Ministro, con una consagración total que lo convierte en el modelo que debe caracterizar a los cuadros revolucionarios. Cuando se cernía la amenaza nuclear, hace medio siglo, como un soldado invariable de primera línea, asumió el Che la jefatura del puesto de mando en Pinar del Río.
No pocas fueron las delegaciones que presidió y los fórum internacionales en los cuales proclamó y defendió el pensamiento y la acción de la Revolución cubana, como su fiel y genuino representante.
Llegó el día de materializar su máximo anhelo: regresar a la América del Sur, a su Patria Grande para hacer la revolución, y Fidel cumplió con su promesa de darle ayuda y facilidades para iniciar esa lucha.
(…)
Tenemos que cultivar su ejemplo para que su legado sea imperecedero y sirva de faro y guía a la lucha por un mundo nuevo y mejor.
Hay que trabajar día a día aunando voluntades y resaltando la vigencia de sus ideas y de su vida para que llegue a cada rincón de cada aldea, a cada región de cada país, a cada continente. Ésta es una tarea que aún tenemos por delante. Es una tarea del momento actual porque no podemos dejar que el porvenir ruede por tierra.
(…)
Al Che, generalmente, se le recuerda como un hombre de acción, como jefe guerrillero y como internacionalista en el Congo y en Bolivia, y también hay que recordarlo y valorarlo como un hombre de pensamiento muy profundo.
Sus contribuciones fueron numerosas y abarcadoras, fundamentalmente en los temas económicos, políticos y sociales, y sobre todo en aspectos esenciales para la construcción del socialismo.
(…)
Nuestro compromiso renovado, hoy, es mayor con el Che y los heroicos combatientes que cayeron junto a él.
¡Viva por siempre el Comandante Ernesto Che Guevara y sus heroicos compañeros!
¡Hasta la victoria siempre!
Patria o Muerte



Los dos aniversarios del Revolucionario
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013


Izq.:1953. Ya médico, emprende el viaje.//Der.:Cuba. Comandante de la revolución.
Para aquellos que se obstinan en pretender que la conmemoración de un revolucionario caído no sea una breve ceremonia luctuosa, un fugaz recuerdo entristecedor, sino por el contrario, una ocasión propicia para revisar el presente y redoblar la lucha mirando al futuro, la fecha del 8 de octubre en la que se recuerda el asesinato del Che a manos de las fuerzas represoras se vuelve algo contradictoria.

La descomunal pérdida y el sabor amargo de lo irreparable se mezcla con la vitalidad de su ejemplo y la vigencia de sus ideas, esas que, a riesgo de caer en un simplismo tibio, casi despolitizado, podrían resumirse en la búsqueda incesante por todos los medios de hacer de este mundo un lugar menos hostil y doloroso para todos los seres humanos.

En ese arte, el de convertir su ausencia en presencia, es en donde la sociedad deja de ser espectadora y comienza a involucrarse. Porque el Che es también la construcción colectiva que los pueblos hacen de él cuando luchan por cambiar las cosas y mejorar su destino.

Sin embargo, este 2013 esconde también una particularidad notable y muy poco advertida: se cumple el 60 aniversario en el que Ernesto Guevara comenzaría su segundo y definitivo viaje por Latinoamérica. Vivencia no muy explorada si se tiene en cuenta que partió como un simple y joven médico argentino para culminar siendo el revolucionario internacionalista que pronto se convertiría en uno de los principales protagonistas del triunfo de la Revolución en Cuba, pilar fundamental de la dirección revolucionaria cubana en tiempos de construcción del socialismo, para luego convertirse en el principal impulsor y estandarte de las luchas antiimperialistas a escala global.

Una película (documental) recientemente estrenada, llamada La Huella del Doctor Ernesto Guevara, del director Jorge Denti, precisamente propone adentrarse en ese camino, el que de algún modo refleja la adquisición de una conciencia social y el crecimiento político a partir de la propia experiencia y no sólo de lecturas fundamentales. Un transitar que lo pone cara a cara con las peores expresiones de la marginalidad y la injusticia del continente, hasta el punto cúlmine en el que la confluencia de su curiosidad de viajero que se involucra con cada suelo que pisa y los caprichos del destino, lo obligan a experimentar en Guatemala el accionar imperialista en todo su esplendor golpista y antipopular. A partir de semejante experiencia, Ernesto Guevara jamás volvería a ser el mismo que había sido hasta entonces.


Los viajes: la “Mayúscula América” y el mundo entero
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Por Mauricio Stroia. Politólogo
contacto@miradasalsur.com

Arriba:el segundo viaje. Ernesto Guevara en Perú, después de pasar por Bolivia.//Abajo:en bicicleta. El primer viaje de Ernesto Guevara fue por el norte argentino.
Los recorridos por el continente que fueron forjando la visión política y revolucionaria del Che.

Luego del triunfo de la Revolución, el trabajo a realizar era descomunal. Reconstruir el país luego de la brutal dictadura de Batista, crear un nuevo tejido social y reconvertir la matriz productiva, de estructura semicolonial, extractiva y con relaciones de producción cuasifeudales, eran, nada más y nada menos, que las tareas prioritarias de la dirección revolucionaria al frente del gobierno.

El Che tuvo en toda esa tarea, un destacado protagonismo ampliamente documentado.
Pero, ¿cómo dar cuenta del proceso interior que convirtió a un joven y promisorio médico argentino en un revolucionario, latinoamericanista, combatiente, comandante de un ejército y hombre de Estado, sin caer en la tentación de ofrecer conclusiones que pudieran interpretarse como un tanto superficiales? Sin dudas, no es tarea sencilla. No obstante la situación y las características del personaje, ameritan abordar ese trecho espinoso.


Se cumplen 60 años de la partida del segundo y definitivo viaje por Latinoamérica y la ocasión vuelve a resultar propicia para repasar esas experiencias (la del primero y segundo viajes) desde una perspectiva histórica pero no biográfica, sino más bien analítica.

Habrá que comenzar, pues, remitiéndose al primero de aquellos viajes, el que comparte con Alberto Granados y que representa el director Walter Salles en la película Diarios de Motocicleta. El mismo tiene una importancia vital, ya que fue la primera vez que el joven Ernesto tuvo un conocimiento de la realidad social del subcontinente, metiéndose en sus propias entrañas, viviéndola desde su profundidad remota, injusta y desigual.

En dicho viaje conoce, durante su paso por Perú, al Dr. Hugo Pesce, médico e investigador especializado en lepra. Ernesto entabla enseguida una relación que se podría calificar de fraterna, en tanto mezcla cierto deslumbramiento personal con admiración profesional. Claro, porque hay que decir que el Dr. Pesce era también un militante comunista y fundador, nada menos que junto a Mariátegui, del Partido Socialista Peruano. Fue gracias a su influencia que Guevara y Granados recalan en un leprosario cerca de Lima para luego partir hacia otro llamado San Pablo, a orillas del río Amazonas, a trabajar y ofrecerle contención –la que fuera necesaria– a los enfermos.

Su compañero de viaje, Alberto Granados, contaba que el Dr. Pesce había impactado profundamente en Ernesto, quizá porque era alguien que no circunscribía sus investigaciones científicas y su labor médica al estrecho confín de la medicina, sino que indagaba en aquellas cuestiones sociales y políticas que provocaban en la población esas heridas profundas y dolorosas cuya curación estaba fuera del alcance de las limitadas posibilidades de cualquier médico. Así, la política –o mejor dicho, la acción política– se presentaba como único recurso posible ante la impotencia por pretender reparar o evitar ese destino doloroso de miles, ese sufrimiento evitable, al que sólo tenía para ofrecerle desde su profesión, apenas una mitigación pasajera.


Ese primer viaje produjo un gran impacto en el joven Ernesto, tal como lo dejan ver esas líneas que esbozó a su regreso en Buenos Aires. Era su primer acercamiento a esa América profunda y doliente.

Vuelve a Buenos Aires planeando ya un segundo viaje junto a otro compañero, Calica Ferrer. Se dispone a rendir las materias restantes y terminar la carrera a tiempo para partir con el título de médico bajo el brazo, lo que le permitiría ampliar las posibilidades de poder desempeñar labores remuneradas para costearse sus propios gastos de estadía y traslados varios.

El primer destino de aquel segundo viaje fue Bolivia. Era el mes de julio de 1953. Llegaron a un país en efervescencia, que atravesaba el tumultuoso ripio de su propia Revolución, la que había eclosionado un año antes. Se puede decir que es la primera experiencia política de magnitud que el joven médico presencia in situ. El dato no es menor: la Revolución Boliviana del ’52 constituye el primer registro continental en el cual las masas de obreros y campesinos en armas derrotan al ejército regular. Se universalizó el derecho al voto alcanzando a campesinos, analfabetos y mujeres, hasta entonces excluidos. Se nacionalizaron los recursos naturales y se llevó a cabo una reforma agraria. Ésta última medida se instrumentó en agosto de 1953, cuando Ernesto se encontraba en el lugar.

Luego de varios destinos mediante, Ernesto Guevara recala en la Guatemala de Jacobo Arbenz, lugar en donde un Coronel de ejército elegido democráticamente en elecciones libres, se disponía a profundizar con reformas el período que se había iniciado años antes durante la presidencia de su antecesor Arévalo. La más importantes de dichas medidas era una Reforma Agraria que afectaba directamente a la norteamericana United Fruit, megaempresa ligada estrechamente al poder político de la Casa Blanca.

El gobierno de Arbenz era, a priori, un gobierno de corte nacional y popular que no tenía como horizonte programático llevar adelante un proceso que desembocara en el socialismo (tiempo después, Ernesto establece una comparación interesante entre Arbenz y Perón). Sin embargo, la dinámica del conflicto social desatado por afectar drásticamente los intereses del capital transnacional y de las oligarquías autóctonas, hizo que el proceso se agudizara críticamente, fundamentalmente a partir de la radicalización de sus bases de apoyo.

Durante dicho período, Ernesto vivió en carne propia a Guatemala; la Guatemala sangrante del asedio y la amenaza norteamericana. También, la Guatemala pueblo que quería resistir.

En esas circunstancias, en medio de esa turbulencia política y social, Ernesto comienza a asistir a reuniones políticas, junto a exiliados militantes de diversas latitudes del continente. Conoce, en ese contexto, a la que fue su primera esposa, Hilda Gadea, y con quien tendrá su primera hija, Hildita, en México. Gadea era una militante peruana y dirigente del APRA, que se encontraba exiliada en Guatemala, pero no alejada de la vida política. A Ernesto, sin dudas, lo deslumbró su nivel cultural y, fundamentalmente, sus sólidos conocimientos en teoría marxista. También, en esas reuniones, conoce a un grupo de exiliados cubanos que habían participado del asalto al cuartel Moncada, entre los que se encontraba Ñico López, quien fue el que le colocó el apodo de “Che”, con el cual sería llamado y recordado para siempre. Ñico López fue además el eslabón fundamental que posibilitó que el Che conozca al grupo de exiliados cubanos que se encontraban en México y entre quienes estaba Fidel Castro.

La experiencia guatemalteca no sólo impresiona al Che, sino que además representa un salto en el plano de su conciencia y madurez políticas. Puede advertir con sus propios ojos que ningún gobierno o fuerza política que se proponga elevar los estándares de vida de la población en general, para lo cual necesariamente deberá afectar intereses capitalistas, puede prosperar sin afrontar los ataques o la intervención directa del imperialismo.

La intervención norteamericana en Guatemala a través de la CIA resulta la demostración cabal de que el imperialismo no reparará en formalidades de ningún tipo para llevar a cabo su cometido: el de Arbenz era un gobierno democrático elegido por el pueblo en elecciones libres. De la peor de las formas –a través de un brutal golpe de estado– el Che percibe ese desplazamiento del velo, y la aparente democracia queda expuesta en su desnudez explícitamente burguesa, guardiana sólo de los intereses de una minoría explotadora y parásita.

La pretensión de la democracia como régimen o forma de gobierno a través de la cual es el pueblo quien decide por medio de sus representantes, queda truncada ni bien el pueblo elije alguna opción que no resulte agradable ante los ojos de las elites imperiales.

El Che considera que el deber es defender las conquistas y el gobierno, e intenta resistir al golpe de estado formando parte de unas rudimentarias milicias juveniles, reclamándole al gobierno de Arbenz, apoyo en armas para cumplir esa tarea. El apoyo no se produce, Arbenz dimite ante el ejército golpista y las milicias de resistencia son desarticuladas y la mayoría de sus miembros apresados, entre ellos, el propio Ernesto. 

Luego de una gestión de la embajada argentina que lo asila por un tiempo en su residencia, el Che se retira de Guatemala advirtiendo de manera concluyente, que a través de la democracia burguesa, la de los poderosos, no se podrán llevar adelante las transformaciones sociales profundas y necesarias que reclamaba Latinoamérica. Sería necesaria otro tipo de democracia.

En ese contexto, con ese bagaje y con la cruda y fresca experiencia a cuestas, el Che arriba a México, en donde conocerá al grueso del grupo de exiliados cubanos, entre los cuales estaban los hermanos Fidel y Raúl Castro.

Para ese tiempo, el Che había avanzado bastante en la profundización de lecturas políticas y marxismo, y quizás ya, hubiera enterrado para siempre el anhelo de viajar a Europa para especializarse y convertirse en un médico e investigador prestigioso. Puede que su último intento en esa dirección –el de involucrar el ejercicio de su profesión con la cuestión social y política– lo constituyó la tentativa de escribir el libro La función del médico en América Latina, proyecto que el desenlace histórico se encargó de dejar trunco.


Es historia conocida ya los sucesos de México: Ñico López presenta al Che ante el resto de sus compañeros cubanos exiliados que habían fundado el Movimiento 26 de Julio. En la mítica casa de María Antonia se produce el primer gran encuentro entre Fidel y el Che. Conversan durante horas, se conocen, y Fidel le comenta acerca de los planes del Movimiento. Poco tiempo después le propone integrar el mismo como médico del grupo, ofrecimiento que el Che acepta inmediatamente. Comenzarán luego los preparativos y el entrenamiento físico y militar en los cuales el Che se destaca más por su obstinación, perseverancia y sacrificio, que por su destreza. No obstante en poco tiempo, se vuelve referente dentro del grupo.

En el medio, descuidos y filtraciones de información, hacen que el grueso de combatientes en preparación caiga en prisión. Debido a que el Che no tenía toda su documentación en regla, su estancia en la prisión mexicana se prolonga más que la del resto, los que comienzan a salir por tandas. Uno de los últimos en partir fue el propio Fidel, y cuentan que, debido a la proximidad de la fecha de partida hacia Cuba, el Che se preocupaba porque la misma llegara sin que él haya podido salir de prisión aún. Dicen que Fidel, haciéndose eco de la preocupación del argentino, le dijo: “No te preocupes. Yo no te abandono”, dándole a entender que aguardarían su salida antes de emprender la travesía en el Granma hacia Cuba. El hecho constituye, quizá, la primera gran demostración de confianza y estima que el líder tiene para con el Che. La intuición y perspicacia de Fidel ya podía advertir en Ernesto unas cualidades excepcionales difíciles de reemplazar. Y era el presagio que anunciaba el comienzo de una célebre relación fraternal que mantuvieron inquebrantable hasta el último instante de vida del Che.

Si se pretendiera estructurar o establecer alguna especie de nomenclatura al sólo efecto de incrementar un poco la comprensión sobre el proceso que convierte a Ernesto en Che, o mejor dicho, que transforma a un joven médico en un revolucionario latinoamericano e internacionalista dispuesto a arriesgar su vida en tierras lejanas, se podría aventurar que el primer viaje aportó el componente social y el segundo, el político.

Desde luego, llevado al campo de la reflexión profunda, no hay disociación posible entre ambos, pero a la luz de sus propias crónicas, se puede vislumbrar dicha percepción: el impacto por la marginalidad, la miseria y el desamparo calan hondo en la sensibilidad de un joven estudiante de medicina que, en última instancia, había optado por estudiar dicha carrera para ayudar al prójimo o para contribuir, de algún modo, a mitigar aquellos dolores del cuerpo. Ese primer viaje definitivamente lo pone cara a cara con el dolor inagotable de un pueblo, que luego a su regreso, ya sentirá suyo para siempre.

El segundo viaje, le muestra a Ernesto el rostro político de aquella crudeza social. Vive en carne propia el desaliento de las masas que han depositado sus expectativas en direcciones quizás algo timoratas y vacilantes. Experimenta la traición hacia la voluntad popular por parte del imperialismo y sus lugartenientes autóctonos. Es, sin dudas, el trayecto de su vida en donde su conciencia social deviene en política y luego, en praxis revolucionaria.

En definitiva, el Che es ese todo que excede a la suma de sus partes, a la suma de cada fragmento, cada trayecto, cada anécdota y cada vivencia, porque ante cada experiencia y cada propia acción, le seguía un posterior momento de balance y reflexión, para luego actuar en consecuencia de manera más certera y profunda.

Es la forma superadora, enriquecida, que resulta de cada instante con el que fue nutrido desde pequeño hasta sus últimos días, y que lo convirtieron en referencia ineludible para miles de revolucionarios y luchadores del mundo entero.

En su sentida carta de despedida a Fidel, el Che pudo expresar en letras, ese axioma movilizante que llevó como guía desde el principio: contribuir a otras tierras del mundo con el concurso de sus modestos esfuerzos.


Ernesto, Fuser
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013

Furibundo Serna, Fuser. esa costumbre de ir al frente.
Abundan biografías sobre el Che. Las hay de todo tipo; más escuetas, concretas y poco pretensiosas algunas, otras un tanto más barrocas, apasionadas y cargadas en detalles, muchos ciertos, otros falsos y algunos incomprobables. Todas, proliferando desde muy poco tiempo después de su asesinato en Bolivia hasta nuestros días. Es, en muchos casos, la puerta de entrada para aquellos curiosos que quieren saber un poco más acerca de la figura del revolucionario, ir un poco más allá de la postura estética de la imagen de mirada firme que retrató Korda, de la remera adolescente y desafiante o de la bandera roja con su cara que acompaña cada lucha, cada protesta, cada anhelo popular.

Digamos que nació en Rosario, Santa Fe, el 14 de junio de 1928. Fue el primero de los cinco hijos que tendría el matrimonio entre Celia de la Serna y Ernesto Guevara Lynch. En aquel tiempo, la pareja se había trasladado a Misiones, más puntualmente a Caraguatay, en donde intentaban llevar adelante un proyecto de producción yerbatera que, evidentemente, no alcanzó el éxito esperado. Vivían en una modesta casa a muy escasos metros del Paraná. De la vivienda original sólo quedan escombros, pero a unos metros de allí se construyó otra que actualmente oficia de museo para los visitantes. El pequeño Ernesto, luego de su nacimiento en Rosario (al que llegaron navegando el río aguas abajo), vivió los dos primeros años de su vida en ese lugar de naturaleza salvaje, vegetación tupida y paisaje maravilloso. Es historia conocida ya, que el matrimonio Guevara-De la Serna decide trasladarse a las sierras de Córdoba por recomendación médica debido al asma recurrente que el pequeño Ernesto contrajo en su estadía de dos años en Buenos Aires, lugar donde también nacen dos de sus hermanos, Celia y Roberto. El lugar elegido es Alta Gracia, en donde transcurre su infancia y adolescencia junto a sus hermanos con relativa normalidad. Aquí conviene detenerse para derribar el primer mito instaurado hace ya muchos años: la supuesta “estirpe aristocrática” que se le atribuyó a la familia Guevara De la Serna. Hay datos que pueden ayudar a comprender y a derribar la imagen sedimentada a lo largo de décadas, como por ejemplo, que durante su estancia en Córdoba, peregrinaron por seis casas distintas, todas alquiladas. El último hogar cordobés fue en su ciudad capital, donde nació el más chico de los cinco hermanos, Juan Martín, quien remarca ese peregrinar permanente de casa en casa que poco tiene que ver con la tranquilidad y holgura económica de una familia acomodada. 

Sólo tuvieron un vehículo al que llamaban “la catramina”, vendido luego oportunamente para solventar vaya a saber uno qué tipo de emprendimiento del aventurero Guevara padre. Luego, se trasladan a la Ciudad de Buenos Aires y es ahí donde recién compran su primera y única vivienda; una modesta casa sobre la calle Aráoz. Vale decir, también, que la misma no fue el producto de una repentina prosperidad económica de la familia, sino gracias a una suerte de herencia que recibió Celia De la Serna, luego de que familiares vendieran un campo y repartieran la suma en partes iguales ante los herederos. Porque, si en todo caso se asume cierto el linaje patricio de la familia, éste provenía de los De la Serna y no tanto de los Guevara.

Resulta necesario retratar cabalmente la itinerante y anómica realidad familiar de los Guevara ya que la historiografía se ha empeñado, a lo largo de los años, en ponderarlo como una especie de Robin Hood; un justiciero pudiente con culpa de clase que escapa de su entorno de comodidad para “ayudar a los pobres”. A la luz de la historia, parece bastante alejado de la realidad.

Su casa, su hogar, no podría definirse dentro de las fronteras de lo que entendemos por “normalidad”, sobre todo en aquella época. Entraría sin dudas en la clasificación de familia de “clase media”, lo que en aquel tiempo significaba pertenecer a un sector social de profesionales relativamente influyente y que nutría de cuadros y figuras a la intelligentsia autóctona. En términos políticos, eran liberales, pero en la antigua acepción del término que remitía más a la libertad de pensamiento que al liberalismo económico. También eran decididamente antifascistas, y florecían con frecuencia discusiones sobre temás de relevancia o eventualidades inútiles, a punto tal que resultaban intolerables para el común de los mortales que por designios del azar, le tocaba presenciarlas.

Juan Martín Guevara dice al respecto, citando a una de sus hermanas: “En nuestra casa no se hablaba, se 
discutía. Todo era materia de discusión”. Y, también, aporta datos inestimables que ayudan a describir con mayor nitidez el cuadro: cuenta que en un tiempo era habitual recibir en su casa a amigos y parientes lejanos republicanos que habían luchado en la Guerra Civil Española, exiliados ahora en el país luego de la derrota, y con los que se daban largas charlas y debates políticos en los que participaban todos. Era una casa abierta a los itinerantes más que un formal lugar de encuentro para mitines acartonados.

Cuenta además que su madre Celia fue la principal responsable de despertar en Ernesto desde muy joven aquella voracidad lectora. Uno de los primeros textos políticos que leyó el joven Ernesto fue Historia de la Revolución Rusa, de Trotsky, y en francés, ya que su madre, que era bilingüe, también le había enseñado desde muy chico a leer y escribir en ese idioma.

Lo que sin dudas puede ser considerado una curiosidad, y seguramente muy poco conocida: había leído las obras completas de Freud. Su hermano lo menciona puntualmente porque recuerda en algún momento haber tomado la colección de su biblioteca, abrir los libros y ver las anotaciones al margen que le había hecho su hermano Ernesto, como era habitual en él. Algo que fastidiaba sobremanera al resto de los integrantes de la familia.

Juan Martín aporta también, quizá, la anécdota más curiosa y a la vez más explícita a los efectos de contornearse una imagen de lo que era la familia Guevara de la Serna en relación con esa especie de actitud intelectual y política asumida en lo cotidiano: “En mi casa se festejó la caída de Dien Bien Phu”, haciendo referencia al triunfo definitivo de las milicias vietnamitas de Ho Chi Minh al mando de Giap sobre las tropas de ocupación francesas, en la ciudad homónima, el 7 de mayo de 1954. Un suceso que sin dudas, más allá de lo estrictamente anecdótico, en tiempos donde los medios de comunicación eran más limitados en su alcance e inmediatez, escenifica las inquietudes culturales de una familia atípica transitando en la solitaria y absoluta marginalidad ante la indiferente aridez de sus semejantes.

Para el tiempo en que la familia regresa a vivir a Buenos Aires, Ernesto era ya un joven que comenzaba sus estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. El motivo de la elección de la carrera de medicina, dicen sus cercanos, puede hallarse en el fallecimiento de su querida abuela paterna producto de una enfermedad terminal que la postró durante los últimos días de su vida. Ernesto estuvo acompañándola y cuidándola hasta último momento, y luego de dicho suceso, sin dudas traumático, decidió cambiar de futura profesión y anotarse en medicina, ya que en un principio había optado por ingeniería. Su hermano Juan Martín, al día de hoy, sospecha que en el fondo de su elección se encontraba la impotencia por no haber podido hacer nada para evitar esa pérdida cercana.

Ingeniería, de hecho, era lo que esperaban todos. Alberto Granados, amigo entrañable y compañero del primero y mítico viaje por Latinoamérica, decía que los sorprendió la elección ya que esperaban que eligiera alguna carrera relacionada estrechamente con la física, la química o la matemática, para la cual tenía una facilidad asombrosa.

Fuser (apodo inventado con el cual lo llamaban durante su juventud y que deviene de las dos primeras sílabas de las palabras “Furibundo Serna”) subordinó sus estudios a la pulsión aventurera y al frenético ritmo de sus viajes, lo que implicaba en algunos casos, no cursar regularmente y rendir varias materias libres. No obstante su tumultuosa forma de avanzar en los estudios y alejado de cualquier tipo de participación política formal como estudiante, supo cultivar una estrecha relación personal y luego epistolar con su compañera de estudios Tita Infante, una activa y culta militante comunista, y de la cual la posteridad dio cuenta al publicarse la correspondencia que ambos mantuvieron durante los viajes y los años, cartas cargadas de vivencias y sentido afecto, y muchas de ellas también, atravesadas por amables discusiones políticas.

Finalmente obtiene su título aprobando trece materias en el último año, tomando el desafío de su amigo Calica Ferrer que no confiaba en que Ernesto cumpliera tal cometido y llegara a la fecha planificada para la partida del viaje con el título de médico en mano. Se trataba ni más ni menos que del segundo y último viaje por Latinoamérica, del cual en este 2013 se cumplen 60 años.

El propio Calica cuenta que la forma que eligió Ernesto para enrostrarle su victoria fue diciéndole: “Acá tenés, pelotudo”, mientras le tiraba sobre la mesa el certificado de todas las materias aprobadas. Era el Ernesto que gustaba de los desafíos, pero más aún, desafiarse a sí mismo, quizá como forma refleja que le dio el afrontar la adversidad del asma desde muy chico. Celia, su madre, jamás permitió que tuvieran para con él un trato preferencial y se preocupó especialmente porque llevara una vida absolutamente normal, aún asumiendo esas limitaciones, las que sin dudas, con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, se puede decir que contribuyeron a formar su carácter y a labrar su personalidad para el futuro.


“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Elogio de la juventud.
"La arcilla fundamental de nuestra obra es
la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de nuestras manos la bandera.”
Ernesto Che Guevara. Carta a Quijano

(El socialismo y el hombre en Cuba)

No imagino a un Che de 85 años.” Esa frase la escribió alguien –aunque no se podría precisar exactamente quién– con motivo de cumplirse un nuevo aniversario de su natalicio (el oficial; no vamos a entrar en debates imposibles de saldar y de escasa relevancia) y desnuda, quizá, la percepción colectiva que se tiene del célebre revolucionario. Una mirada que, por causa trágica o consecuencia previsible, lo ancla a perpetuidad en la “eterna y vieja juventud” de su figura, de su cuerpo mártir hecho emblema para siempre.

La mayor cantidad de fotos del Che que llegan a nuestras manos son imágenes de Ernesto tomadas luego del triunfo de la Revolución en 1959 hasta su renuncia a todos los cargos en Cuba para partir a luchar al Congo y luego a Bolivia.

Durante ese lapso de tiempo tenía entre 31 y 36 años. De ese período data la mayor cantidad de registros fotográficos sobre el Che, a partir de lo cual no parece difícil inducir que la permanente apelación a la “eterna juventud” del Che se basa en un criterio estético, fundado en los cientos de imágenes que de él han llegado a nuestros días. No obstante parece apresurado sentenciar que su halo de juventud permanente es únicamente producto de la percepción física, visible, de su rostro y su cuerpo. Hay algo más. Algo más, que bien podría ser un factor tan importante como la imagen misma que se nos presenta ante la vista.
Su juventud es también su ser entero. Porque es característica de los jóvenes interpelar al discurso posibilista y no callarse, aun sabiendo la inconveniencia de sus palabras.


Joven es quien no se acuartela para defender las magras conquistas y siempre va por más, mirando las necesidades de sus semejantes aunque las suyas puedan estar satisfechas.

El joven hace lo que el corazón y la razón le indica ejerciendo la solidaridad sincera y no como imposición estética. Joven es quien no es temeroso de las “advertencias” o las “consecuencias” que, siempre oportunas, los gendarmes del statu quo se apuran en proferir ante la audacia de quien se atreve a pasar una barrera, como quien profana lo sagrado.

El joven se indigna ante la injustica y se conmueve ante la desgracia y la miseria ajena.

Joven es quien no tiene por horizonte la dádiva ni la migaja, quien no se conforma con el beneficio circunstancial y pasajero, porque sabe que siempre puede ir por más, y siempre se puede ser mejor.
El joven incomoda y empuja para que los tibios se definan sin preocuparse por la corrección política, bandera con la que a menudo se cubren los reaccionarios.

El joven no mide la magnitud de su sacrificio. Simplemente lo lleva a cabo.

La juventud es enemiga de los conservadores y timoratos que encuentran siempre en la experiencia que otorgan las décadas la excusa perfecta para justificar sus claudicaciones.

Estarán los que digan que las generalizaciones no son prudentes, pero en este caso, no se trata de serlo. Es el Che la encarnación de la juventud permanente que excede ampliamente las fronteras de sus rasgos y su contextura. El motivo del abrazo por parte de los jóvenes de su figura desafiante y su ejemplo de honestidad, entrega y consecuencia, puede encontrarse más en las determinaciones de sus ser, en su acción política, en su praxis revolucionaria, que en la temporalidad biológica en la que quedó detenido por las balas.
Es lugar común ya, la frase reiterada que muestran las paredes y las banderas: “El Che vive”. Su muerte parece ser el sueño inconcluso que otros se empeñan en seguir soñando. Porque a riesgo de la acusación pacata del delito por flagrante irreverencia, vale decir que hay hoy miles de Che; miles que se hicieron carne de su ejemplo, miles de jóvenes no menos heroicos que comprometen su esfuerzo, su estudio, su trabajo y su cuerpo en intentar cambiar las cosas, luchando para que este mundo deje de ser un depósito de autómatas insensibles cuya historia es un triste compendio de injusticias. Es en esa lucha, en la misma que la del Che, en donde también cayeron otros, los jóvenes de nuestro tiempo. Ahí están ellos, en la misma trinchera que Ernesto. Son Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, caídos ante el mismo enemigo, en otra batalla de la misma lucha.

Y ahí está Mariano Ferreyra, asesinado cobardemente por lúmpenes al servicio de una burocracia en descomposición, la sindical, la de los privilegios a costa del sacrificio ajeno, para escarmiento de todos aquellos que –como él– se atrevan a poner el cuerpo para defender a esos trabajadores que sus supuestos defensores previamente se ocuparon en traicionar.

Ni apología de la inmolación ni fábrica de mártires. Sólo es la percepción de aquellos respetos y aquella estima que las juventudes tienen para sus semejantes consecuentes, heroicos.


Cuentan que la exhibición pública del cadáver del Che fue ordenada por la CIA; tenía como destinatario la conciencia de los sujetos y un claro objetivo pedagógico. El mensaje a transmitir era: “El que lucha, termina así”. Sembrar el derrotismo en las mentes de todos aquellos que osaran llevar a cabo el intento de transformar las cosas, de mejorar el mundo.

Porque los hay aquellos que desnudan su quietismo presentando la tragedia de la muerte como consecuencia irremediable de la lucha, y por ende, razón suficiente para abandonarla, eximiendo de objeción y condena a los verdaderos verdugos por su responsabilidad asesina en el intento de preservar sus privilegios.

Pero a la luz de los hechos, de la propia historia, del propio presente, vale decir que en líneas generales, no han podido alcanzar ese objetivo. El pueblo sensible, los heridos compañeros y los que cada nuevo día se suman a esa lucha, en lugar de reparar en los motivos de sobra para amedrentarse, optan por redoblar el compromiso y el sacrificio para transitar aquel mismo camino, cruelmente cegado.

La humanidad de la juventud, solidaria, se impone, y resurge en miles lo que antes era en uno. La historia ya les tiene un lugar. Ahora también sus rostros son banderas y sus vidas ejemplos. Son el Che. Y también son Darío, son Maxi, son Mariano, son muchos. Son jóvenes. Son posibles.

Y están vivos mientras haya alguien que continúe luchando, y tome de sus manos la bandera.


Las palabras y las cosas
Año 6. Edición número 281. Domingo 06 de Octubre de 2013
Ernesto Che Guevara.
Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana.


La política contemporánea ha arribado al lugar que muchos soñaron que llegue y que otros, en cambio, pensaron que jamás llegaría. Es la llanura estéril e inofensiva de las formas, los modales burgueses y el acartonamiento exacerbado.

La percepción social de que todo discurso político de altura debe carecer de su faceta conflictiva, es la consumación del sueño de tecnócratas y de los que se sienten a gusto con el actual estado de cosas. Así, el discurso político contemporáneo, en términos generales, campea en la ficticia pradera de los pareceres, del espectáculo de las formalidades y de la amigable apariencia de las etiquetas.

Lo disruptivo, aquel discurso que corroe la “normalidad” y el sentido común, es denunciado como apología a una hostilidad innecesaria o a un conflicto, que en última instancia, pretenden inexistente. Es el triunfo del contenido percibido como forma.

Cabría preguntarse por qué ciertas figuras de gran estima popular, logran en cambio, despertar el interés de esas mayorías apelando a discursos políticos que no sólo no niegan la matriz del conflicto social, sino que por el contrario, lo evidencian y explicitan permanentemente hasta convertirse en parte del propio programa político. Algunos sostienen que resulta pertinente dar la batalla cultural por las formas, esas que en realidad, son parte del contenido.

Juan Martín Guevara, hermano del Che, ante la muerte del presidente Chávez fue entrevistado por el canal Telesur. Se le preguntó acerca de cuál podría ser el punto de unión entre las dos figuras y contestó que, más allá de las diferencias y salvando las distancias históricas, existía un punto común entre Chávez y el Che, y era que ambos, además de ser latinoamericanistas, “tenían la particularidad de llamar a las cosas por su nombre”, algo que en estos tiempos, no es muy fácil de encontrar. Porque no hay eufemismo que represente lo más cabalmente posible el accionar de Estados Unidos y su intromisión permanente (económica y militar) en los países del mundo que la palabra “imperialismo”. O tampoco, atajo lingüístico que sirva para nombrar de otra manera al “socialismo”, cuando se remite a un sistema social que atienda las necesidades humanas, como superación ante el fracaso global capitalista.

La sola pronunciación de la palabra “capitalismo”, despierta ciertos resquemores en las elites dominantes, porque supone incluso centrar por un momento la atención en el mismísimo statu quo, en las actuales (e históricas) “reglas de juego”, aquellas cuya pretensión de alteración parecerían constituir casi un crimen de lesa humanidad.

El Che, siempre supo ser fiel a sus ideas, y también llamar a las cosas por su nombre. Eran tiempos en donde la “corrección política” no era asumida como un bien en sí mismo y los medios de comunicación no tenían aún tan aceitada la maquinaria propagandista como en la actualidad. No obstante, en la prensa (y en la jerga castrense) ya se utilizaba el mote “comunista” o “marxista” como calificativo, en términos peyorativos. Costumbre que perdura hasta nuestros días en algunos medios.

Es en ese sentido que el Che se presenta como un recurso válido para rediscutir la política, pero no ya en términos históricos, sino en términos de una realidad pasible de ser transformada en función de las necesidades sociales. “Marxismo”, “Socialismo”, “Imperialismo”, “Internacionalismo”, “Capitalismo”, “Enemigo”, son al parecer, palabras incómodas para ser pronunciadas actualmente por aquellos que rehúsan dar debates de fondo y se apegan a la cosmética del parecer como nuevo paradigma del discurso político.
El Che y la vitalidad de su legado, nos invita a abordar esas mismas injusticias sociales que enfrentó, con herramientas analíticas que abarquen los problemas sociales en su total dimensión. Desenmascarar el conflicto subyacente a cada problema y ponerlo sobre la mesa, implica de algún modo renunciar a esa sonoridad placentera del discurso que dice poco y no cuesta nada.


La reflexión pertinente o el debate que quizás la sociedad se deba, es acerca de la política. O mejor dicho, de “lo político”.

Para muchos, la grandeza de la figura del Che está signada por la correspondencia entre su irreverencia e incorrección política en el decir y su actuar. Aquella coherencia entre el pensar y el hacer; síntesis o parte de un todo dialéctico que los marxistas llaman praxis.

En sus discursos e intervenciones, Guevara tenía el casi extinto talento de incomodar a los poderosos, a los de arriba, ejerciendo una crítica implacable a propios y a ajenos, pero en primer lugar, a él mismo.
Argel fue el lugar en donde el Che inmortalizó uno de los discursos políticos más audaces que se puedan recordar.


El contexto histórico era el de una Cuba ya declarada marxista-leninista, en pleno proceso de construcción del socialismo y en franca alianza con la URSS, quien de algún modo, le aseguraba la subsistencia económica y la protección militar ante una eventual agresión directa por parte de Estados Unidos.
También, en aquellos años el imperialismo llevaba adelante una agresiva política de represión de las expresiones populares a escala global, interviniendo directamente en conflictos armados con sus propias fuerzas militares o derrocando gobiernos e instaurando dictaduras a través de la CIA y las fuerzas armadas locales (forma intervencionista que se intensificó luego en la década del ’70, principalmente en América). Se debía, a toda costa y sin escatimar esfuerzos, frenar el “fantasma del comunismo” que amenazaba los “valores occidentales”, eufemismo utilizado para evitar pronunciar la palabra “capitalismo”.

La URSS, por su parte, mantenía una política de no intervención y no apoyo directo a fuerzas de izquierda o de sectores populares que se encontraban en guerras de liberación. En términos generales, se trataba de una nítida continuidad con la política de “coexistencia pacífica” de la década anterior, lo que suponía un pacto de “no agresión” con Estados Unidos y sus aliados.

Para el Che, esto último resultaba poco menos que descabellado. En términos teóricos, digamos, significaba una lisa y llana renuncia al marxismo y al internacionalismo proletario. En términos políticos y sociales, las consecuencias podrían llegar a ser desastrosas (efectivamente lo fueron), porque implicaba que la principal potencia socialista del mundo, con su descomunal cantidad de recursos y su desarrollo técnico a disposición, subordinaba su política internacional a un acuerdo con la principal potencia imperial (si se quiere, con el portavoz de su principal enemigo de clase: la burguesía).

El Che, además de haber cumplido tareas al frente del Ministerio de Industrias y del Banco Central, siguió siendo jefe militar y fue también uno de los principales referentes de la política exterior cubana, oficiando prácticamente de ministro de relaciones exteriores o embajador de su delegación en numerosas oportunidades. Así, se constituyó en portavoz de la Revolución en cada gira internacional, primero –al poco tiempo de la toma del poder–, marchando con el objetivo de cosechar apoyos al nuevo gobierno revolucionario; luego, estableciendo alianzas de cooperación, acuerdos comerciales y de asistencia técnica, fundamentalmente con la URSS, los países del bloque socialista, China y los No Alineados. También, utilizando cada espacio como tribuna desde donde hacer oír la voz de Cuba y de todos los pueblos del mundo que luchaban por su liberación. Como muestra bastan sus célebres intervenciones en la cumbre de Punta del Este y en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Pero también, su itinerante transitar, estaba signado por el mayor deber que asume un revolucionario que se precie de ser tal: el de ejercer solidariamente el internacionalismo y el de no renunciar jamás a la crítica como herramienta para la superación, aunque los costos de hacerlo sean difíciles de sortear.

Es en esa dirección, en la que Argel se convierte en punto de inflexión, ineludible bisagra para apreciar a un Che en toda la magnitud de su ser. Porque es ahí donde Guevara hace explícita su disconformidad con la política soviética, la que juzga como claudicante ante el imperialismo (¡y hasta cómplice de éste!) en tiempos en que la URSS era prácticamente la garantía económica y militar con la que contaba Cuba y la Revolución para poder seguir construyendo el socialismo en el país. La corrección política hubiera indicado renunciar a tamaña irreverencia, pero para Guevara, los principios en los que se sustentaban los enormes sacrificios que los pueblos habían hecho en sus luchas, eran innegociables; no existía burocracia lo suficientemente impoluta ante la cual inclinarse para rendirle pleitesía.

Aún así, más allá de las consideraciones morales, cada impugnación suya estaba solventada por un fuerte componente racional, reflexivo. Los míticos Cuadernos de Praga son, quizá, la prueba más contundente en esa dirección. Objetar aspectos teóricos del manual de economía política soviético, e incluso, predecir nada menos que la restauración del capitalismo de no mediar rectificaciones, era algo que en 1965, en pleno auge económico, político y militar de la URSS, era percibido sencillamente como descabellado.
El tiempo se encargaría de otorgarle la razón.

Fuente:MiradasalSur

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