24 DE MARZO 2018
Mercedes Campos es hija del exintendente de Aguaray, desaparecido en 1977.
Bernardita Ponce Mora
Con una voz tranquila, entrecortada cada tanto por la emoción y la memoria, Mercedes Campos (41 años) contó a El Tribuno su historia de vida, que fue armando de a poco con los relatos de su madre y de las personas que se cruzaron con ella en la búsqueda de la verdad y la justicia.
Mercedes es la menor de los cinco hijos que tuvo el matrimonio de Enrique Aurelio Campos y Lelia Elena Gómez. Ella nació después de que su papá y su mamá, huyendo del terrorismo de Estado, abandonaran Aguaray, donde él era intendente democrático.
En noviembre de 1975 Enrique Campos trabajaba en un barrio del pueblo, cuando las fuerzas públicas fueron a su casa a buscarlo. Antes habían hecho varios allanamientos y se habían llevado pertenencias y documentación pública del municipio. Los vecinos, que le tenían un gran aprecio, lo alertaron y él tuvo que entrar a la clandestinidad para evitar que lo secuestraran. Enrique y Lelia, junto a sus cuatro hijos, estuvieron en varios lugares. El último destino fue Tucumán.
Mercedes nació en la Maternidad de esta provincia a mediados de 1976, meses después de que comenzara la última dictadura cívico-militar.
Su mamá fue sola al hospital, con mucho miedo por las circunstancias en que daría a luz a su quinta hija.
Poco más de un año después, el 21 de julio de 1977, Enrique, que tenía 33 años, fue secuestrado cerca del río Salí. Cuando su esposa se enteró, hizo las denuncias pertinentes, presentó hábeas corpus y empezó a buscarlo.
Testimonio 66
Lelia buscó testigos de la desaparición de su marido pero consiguió solo vestigios. Recién en 1996 -casi 20 años después- dio con un testimonio escrito, el número 66, gracias al informe de la comisión bicameral investigadora de las violaciones de los derechos humanos en Tucumán entre 1974 y 1983.
"Enrique Campos (...) Militante popular peronista. Lo traen herido de bala en la espalda en el mes de agosto de 1977 a la Jefatura de Policía. De allí lo conducen al hospital militar donde es operado por hallarse grave. Una semana después es traído nuevamente a Jefatura por orden de Bussi para interrogarlo y como se niega a colaborar con el SIC, el teniente coronel Zimerman corta el suero y lo dejan morir en la sala del "teléfono', de la zona de interrogatorios".
"Muchas veces no se los reconocía por el nombre propio", dijo Mercedes sobre otros testimonios que hay en el informe. El hecho de que una persona lo hubiera nombrado demostró que su papá era una persona muy conocida. Este testigo se acordaba de Enrique porque lo había escuchado disertar en una conferencia que había ido a dar en Tucumán, en representación de la Juventud Peronista. Cuando estuvieron en el mismo centro clandestino, lo reconoció.
Fragmentados
Cuando secuestraron a su marido, Lelia tenía 27 años y cinco hijos. Por miedo, repartió a sus hijos en casas de familiares y empezó a estudiar magisterio. Cuando obtuvo su primer trabajo como docente, reunió a casi todos con ella. Cuando volvió la democracia, regresaron a Aguaray y se encontraron con Mercedes, que había estado hasta entonces con sus abuelos y sus tíos.
"Ella es maestra, una trabajadora incansable. Nos crió con todo lo que implicaba en ese tiempo, que se cortaba todo lazo social porque la familia del desaparecido quedaba invisibilizada y aislada. Ella la tuvo que luchar prácticamente sola. La familia, el pueblo y familiares muy cercanos la dejaron sola", contó Mercedes.
Entre 2010 y 2014, la desaparición de Enrique Aurelio Campos se trató en el juicio de Jefatura I y Jefatura II en Tucumán. Allí se ampliaron otros testimonios de la crueldad con que habían tratado a Enrique, a quien dejaron agonizar por una semana.
"Hay una lista en la que tiene las iniciales de "destino final', lo que indicaba que iría a una fosa común o algo por el estilo. Nosotros esperamos que en algún momento, a través de los antropólogos forenses, se pueda recuperar el cuerpo de mi papá", afirmó.
La vida como hija de un desaparecido
Los desafíos que han debido superar ella y sus hermanos a lo largo de sus vidas.
Mercedes Campos ayuda con la investigación técnica en la agrupación Hijos. Jan Touzeau
“Siempre digo: ‘Me llamo Mercedes Campos’ porque fue una construcción que hice cuando tenía 12 años. Me apropié de eso y creé una fuerte identidad en torno a eso”, confesó a El Tribuno.
Cuando su mamá repartió a sus hijos en casas de familiares, estuvo un tiempo con ella porque tenía apenas un año.
Luego Mercedes vivió en las casas de sus abuelos y de sus tíos en Aguaray. “Cuando era chica, usaba otro nombre y el apellido de mi mamá. Me decían Marita Gómez (su primer nombre es María) o Gorda Gómez, supongo que por una cuestión de protección también. Recuerdo que una vez vi el boletín y dije: ‘¿Quién es esta?’. Me río... Por ahí digo que todo el pueblo era cómplice porque no me llamaban de otra manera”, dijo.
Cuando terminó la dictadura, su mamá y sus hermanos volvieron al pueblo y tuvieron que reconstruir los lazos. Si bien reconoció que fue difícil, son muy unidos y se ayudan entre sí. “Fue fuerte reencontrarme con mis hermanos. Si bien algunas veces tengo recuerdos de haberlos visto antes, la memoria infantil va borrando cosas”, contó.
Luego Mercedes vivió en las casas de sus abuelos y de sus tíos en Aguaray. “Cuando era chica, usaba otro nombre y el apellido de mi mamá. Me decían Marita Gómez (su primer nombre es María) o Gorda Gómez, supongo que por una cuestión de protección también. Recuerdo que una vez vi el boletín y dije: ‘¿Quién es esta?’. Me río... Por ahí digo que todo el pueblo era cómplice porque no me llamaban de otra manera”, dijo.
Cuando terminó la dictadura, su mamá y sus hermanos volvieron al pueblo y tuvieron que reconstruir los lazos. Si bien reconoció que fue difícil, son muy unidos y se ayudan entre sí. “Fue fuerte reencontrarme con mis hermanos. Si bien algunas veces tengo recuerdos de haberlos visto antes, la memoria infantil va borrando cosas”, contó.
Vivir con el recuerdo
Mercedes consideró que, si bien ella sufrió mucho tras la desaparición de su padre, para sus hermanos ha sido mucho más difícil. “Ellos tienen recuerdos de mi papá y de lo que era una familia constituida, con todo el amor que tenían mi mamá y mi papá por ellos. Yo no tengo recuerdos de él. Eso también es difícil pero yo veo que ellos han sufrido no solo lo que implica la desaparición de un familiar vital, importante, el sustento, sino también la manipulación de la gente, muchas veces, familiares”, sostuvo.
Les decían que su papá estaba vivo, que estaba en Bolivia, que era un linyera, que una vez al mes venía y los veía de lejos, que tenía barba... Les decían: “Lo vimos, estaba allá, pero no se quiere acercar”.
Mercedes rememoró a sus hermanos cuando, adolescentes, agarraban una mochila y salían a buscarlo. Algunas veces caminaban solos por las rutas y los encontraban en otro pueblo o en otra provincia. “Mi mamá salía a buscarlos...”, recordó con pena.
Les decían que su papá estaba vivo, que estaba en Bolivia, que era un linyera, que una vez al mes venía y los veía de lejos, que tenía barba... Les decían: “Lo vimos, estaba allá, pero no se quiere acercar”.
Mercedes rememoró a sus hermanos cuando, adolescentes, agarraban una mochila y salían a buscarlo. Algunas veces caminaban solos por las rutas y los encontraban en otro pueblo o en otra provincia. “Mi mamá salía a buscarlos...”, recordó con pena.
Mercedes reconoció que eran poco sociales por el vacío que les hacían algunas personas: “La gente no quería juntarse, no nos invitaban a los cumpleaños... ¿Quién iba a invitar al hijo de un desaparecido? Por miedo o por cuestiones de ideología política también...”.
Juicio reparador
El juicio por la desaparición de su papá duró cuatro años. “Fue largo, un proceso difícil para mi familia, pero también reparador porque fuimos encontrando algunos compañeros y reconstruyendo parte de su historia. También empezamos a reafirmar lo que él era como político y como actor social muy importante”, relató.
Mercedes forma parte de la agrupación Hijos (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y colabora con la investigación técnica, cuando hay casos que para la Justicia requieren información, relevamiento de datos o contactos y reconstrucción de testimonios.
“No es posible desagruparse de Hijos. Es una cuestión intrínseca a la historia de una”, explicó.
Mercedes forma parte de la agrupación Hijos (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) y colabora con la investigación técnica, cuando hay casos que para la Justicia requieren información, relevamiento de datos o contactos y reconstrucción de testimonios.
“No es posible desagruparse de Hijos. Es una cuestión intrínseca a la historia de una”, explicó.
Una carta reveladora
Al navegar en internet, Mercedes encontró una carta publicada por una periodista de Tartagal. La misiva había sido escrita por vecinos del norte salteño para Benjamín Menéndez con el objetivo de denunciar con nombre y apellido a quienes consideraban “subversivos”.
“Ahí lo pusieron a mi papá y la hicieron llegar al III Cuerpo del Ejército. Si agarrás esa lista, ya sabés donde están: todos desaparecidos”. Con esa carta comenzó el juicio de su papá y de otras víctimas del terrorismo de Estado.
“Es gente de Mosconi, de Vespucio, de Aguaray, de Pocitos (Salvador Mazza)... Hubo complicidad civil. No todas las personas sentían miedo y callaban. Hubo acción, más allá del trabajo de inteligencia que pudieran hacer las fuerzas públicas”, reflexionó.
Mercedes valoró los movimientos que hay de hijos que “reniegan de sus padres genocidas, los repudian, se cambian el apellido y marchan en contra del 2x1 y de las prisiones domiciliarias”.
“En el juicio los genocidas me hacían señas porque tenía la foto de mi papá. O sea, lo conocían pero ellos tienen pactos de silencio. No quieren decir qué hicieron. Se apropiaron de niños, se han apropiado de empresas... Han usufructuado los bienes de nuestros desaparecidos. No pueden decir que desconocen”, manifestó.
Fuente:ElTribuno
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