23 de diciembre de 2019

Un año sin Osvaldo Bayer.

Un año sin Osvaldo Bayer
Por Marcelo Valko, Resumen Latinoamericano 21 de diciembre de 2019
“A donde iremos que muerte no haya…”
Canto nahuatl
En una época de travestismo ideológico, de saltimbanquis que transitan partidos políticos y cambian de camiseta como de media y poseen masters en adulterar con sus discursos la realidad de los ciudadanos, es bueno recordar a Bayer desde la honradez de su austeridad, la lucidez de su pensamiento, la humildad de su trayectoria brillante y la valentía de sus investigaciones que aseguran “que a la larga, la ética siempre triunfa”. Y tiene razón, porque es lento, pero viene, un mundo más fraterno está llegando…
Meses atrás, en la ciudad de Bolívar, en medio de la provincia de Buenos Aires, su plaza central reemplazó el malsano nombre del general Julio Roca, asesino de indígenas y obreros, para llamarse Pueblos Originarios. Y hace unos días, en Neuquén la Secretaria de Ciudadanía retiró de los pasillos de la Municipalidad un busto de Roca y una réplica del óleo de Blanes sobre la Conquista del Desierto, que en realidad desertificó la Patagonia vaciándola de seres humanos para entregar millones de hectáreas a los terratenientes que lo empleaban y que aún hoy sus apellidos son dueños del poder económico. Todos estos reemplazos que ya suman casi medio centenar tuvieron como artífice inicial a Osvaldo Bayer. El 24 de diciembre se cumple un año del fallecimiento del Maestro que abrió rumbos donde no había sendero alguno, y resulta evidente que su tarea sigue en pie y sigue dando sus frutos. Sin embargo, el padre de la criatura no está para para disfrutar de estos actos símbolos que combaten la desmemoria y apuntan al triunfo de la ética.

Bolívar, la plaza frente a la Terminal de Bolívar dejo de llamarse Julio Roca para ser Plaza Pueblos Originarios Olga Garay (descendiente del cacique Raninqueo)
Trataré de explicarme.
            Hay quien plantea que la muerte es lo único que iguala a las personas. Es un final equitativo que con su hora señalada nos aguarda a todos por igual. Uno se va del cine pero la película del mundo sigue viaje con un final incierto. Creo que semejante igualdad tiene el rostro de lo injusto, sobre todo cuando el que se aleja es una persona brillante que iluminaba a tanta gente con su luz de protagonista y que para lo que restaba del film de la vida tenía tantas ideas y proyectos.
Con Osvaldo tuvimos una amistad de años, de viajes compartidos, de conferencias conjuntas, de largas cenas, de muchos brindis, de conversaciones muy íntimas y de compartir una mirada similar en tantas cuestiones de la realidad. De una generosidad sin límites honró a cuatro de mis libros con sus prólogos y de pronto todo se irrumpe. La ausentificación de su presencia la asocio con aquella sentida elegía de Miguel Hernández donde expresa su desasosiego ante la pérdida del amigo Ramón Sije “a quien tanto quería” y por eso “no perdona a la vida desatenta ni a la muerte enamorada, ni a la tierra ni a la nada”.
Osvaldo Bayer y Marcelo Valko
            Así y todo, de alguna manera me las ingenié para seguir nuestras conversaciones. Durante este año me descubrí tantas veces preguntándole su opinión sobre distintos episodios de la realidad política y también, por qué no, cuestiones personales. Me imagino su entusiasmo ante el estallido de Chile encabezado por estudiantes secundarios que se negaron a pagar el aumento del 4% del boleto del Metro. Esa mínima chispa desató el incendio que sabemos. Los pequeños detalles que producen la avalancha lo fascinaban. No en vano aquel artículo suyo de unas pocas páginas sobre la matanza de obreros en el sur derivó en su formidable investigación sobre La Patagonia Rebelde. Como sostiene el I Ching, la gota horada la roca y Osvaldo como buen Maestro lo tenía en claro.
            Hoy en día cuando lo veo en algún documental, me atrapa la nostalgia de la irrealidad que implica lo irreversible. Confieso que más que escuchar su testimonio me detengo en sus gestos, sus expresiones, el tono de su voz, la ropa que tenía puesta para la ocasión o los objetos dispersos que lo acompañan sobre la mesita. Me sucedió lo mismo cuando vi el avance de la película “4 Lonkos” que se estrena el 9 de enero cuyos minutos iniciales los abre Bayer en una última entrevista que le hizo su director Sebastián Díaz. Y allí está él en su salsa, sentado en la reposera de lona, hablando sereno desde el interior de esa casa de su infancia que su entrañable amigo el novelista Osvaldo Soriano bautizó El Tugurio, y así quedó el nombre de ese lugar que se convirtió en parte de su ser con el hermoso desorden de libros y diarios y ropa colgada y más papeles invadiendo el espacio cada día un poco más.
El Tugurio era él con las palanganas y baldes para atajar las goteras del techo del patio y los diplomas de Doctor Honoris Causa desperdigados por ahí. La casa era su alter ego, hablaba al unísono con otra voz que era su misma voz enriqueciendo los reportajes, lo presentaba en los documentales mientras la cámara recorría los estantes deteniéndose en una foto de Marlene Dietrich o en aquella bomba de bronce que un grupo anarquista le había obsequiado hace añares.
Esas paredes explicaban de inmediato quién era Bayer ni bien se trasponía la puerta de la calle Arcos en el barrio de Belgrano. Entrabas y era conocer a ese intelectual de vida espartana, de accionar intachable, de una ideología honesta que no abandonó pese a las amenazas de muerte y el exilio, alguien tan opuesto a tantos campeones olímpicos en el salto panqueque según soplen los vientos… Tantas veces le escuche decir que no comprendía a esa gente que tiene millones y quiere más millones “para que tanto, si con esto alcanza y sobra”. Entrabas y te llenabas de esperanza fraterna de un mundo a compartir con el otro, con un igual.
            Con su barba blanca y su paso cansino Bayer nos había acostumbrado a seguir sumando años que sus admiradores le festejaban acercándose al Tugurio cada 18 de febrero. Nos habituó a tenerlo siempre con nosotros sobrellevando sus achaques y enfrentando a la desmemoria. Hasta que llego el 24 de diciembre pasado. Esa Noche Mala muchos dijeron que no podía ser, que no era posible. ¡Cómo no ser propensos a la magia de disuadir lo inevitable! Recuerdo la consternación de todos. Esa navidad infinidad de personas subieron a internet fotos de cuando lo visitaron o asistieron a una charla o mostrando la dedicatoria en alguno de sus libros. La idea de todos, como la mía era retenerlo, impedir la injusticia de la muerte. Advertí que Osvaldo era una multitud de fragmentos diferentes en la forma e idénticos en esencia unidos por la misma nostalgia de la partida de una persona como pocas. La gente atesoraba momentos íntimos y le deseaban buen viaje. Su partida se percibía como un viaje, y cuando alguien querido parte y uno se queda en el andén, es lógico que la nostalgia haga de las suyas.
            Sin embargo, uno se sobrepone a todo, y más aún cuando nos dejó tanta riqueza en su integridad intelectual, heredamos también su optimismo permanente por el avance de la humanidad, no en lo técnico sino en lo humano. No en vano las calles de las ciudades de Puerto Deseado, Pirámides, Calafate y Gobernador Gregores reemplazaron al general Roca con su nombre Un país que baja un general con prontuario y sube al pedestal a un escritor que hizo de la ética la norma de vida es el país que necesitamos para construir el futuro esperanzador de una Patria Grande. En una época de travestismo ideológico, de saltimbanquis que transitan partidos políticos y cambian de camiseta como de media y poseen masters en adulterar con sus discursos la realidad de los ciudadanos, es bueno recordar a Bayer desde la honradez de su austeridad, la lucidez de su pensamiento, la humildad de su trayectoria brillante y la valentía de sus investigaciones que aseguran “que a la larga, la ética siempre triunfa”. Y tiene razón, porque es lento, pero viene, un mundo más fraterno está llegando…
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Envio:RL

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