Un joven para siempre
En Washington se enfrentan a un dilema inédito, o mejor dicho, un dilema muy de nuestros tiempos en que la ciencia y las políticas aplicadas en salud pública han logrado duplicar la expectativa de vida humana en un espacio de apenas cien años de historia. El tema es la próxima sucesión presidencial. El presidente en ejercicio, Joe Biden, como cualquiera de sus predecesores, aspira a presentarse para ser reelecto. Renunciar a esa posibilidad lo transformaría en un pato rengo mucho antes de lo aconsejable para su capital de poder y sus posibilidades reales de influir en el Capitolio. Pero hay un problemita: el viejo Joe carga con 79 años, y tendrá 82 para cuando llegue la fecha de las próximas elecciones presidenciales. Un presidente de 86 no tiene precedentes, y menos con el nivel de complejidad de esa tarea en nuestros días. Muchos en su partido consideran que debería dar un paso al costado y autoexcluirse de las próximas primarias.
Malicia.
Los hay que hasta malician que don Biden no llegue ni siquiera a las próximas elecciones en este mundo, y provocan un tembladeral de quijadas y un crujir de dientes en las filas demócratas. Y es que en tal caso lo sucedería la actual vice, Kamala Harris, quien aparentemente ostenta unos índices de popularidad bastante bajos. Tal parece que es demasiado mujer, o demasiado étnica, o demasiado las dos cosas, para complacer al paladar negro del votante yanqui promedio.
Otro elemento de preocupación son las elecciones legislativas de medio término que se avecinan a fin de año, y donde todos los pronósticos hasta hace poco auguraban una debacle para el partido de gobierno. Más, si se tienen en cuenta las recientes noticias sobre la inflación interna, que superó el 9% anual, algo inédito en los últimos cuarenta años. Son medio delicados los muchachos con la economía. Les vendría bien una temporada por Argentina para practicar un poco de resiliencia inflacionaria.
Pero claro, también, el más conservador partido republicano acaba de darse un tipo en el zapato con este fallo de su Corte Suprema (a la Maryland) que privó a las mujeres del país de su derecho a decidir sobre el propio cuerpo. La medida podría provocar una oleada de participación electoral inédita entre las perjudicadas (tan luego, más de la mitad de la población) de consecuencias, por ahora, impredecibles.
Tesoro.
En buena medida, la sociedad norteamericana se construyó y se autopercibe desde el mito de la juventud (divino tesoro si los hay). El de una nación joven (en comparación a la vieja Europa). El de los jóvenes que llevaron adelante la llamada conquista del oeste, esa verdadera reforma agraria que ojalá se hubiera imitado en Argentina. El de los que pelearon en las dos guerras mundiales, en el supuesto nombre de la libertad y la democracia. Y, tras el triunfo en la segunda de aquellas guerras, el nacimiento masivo de niños que se conoció como Baby Boom, y que originó a la juventud revolucionaria de los años sesentas.
Biden (como su antecesor Trump, y como buena parte de los líderes en el Congreso) pertenece a esa generación, hoy en retirada. De hecho, hoy los jóvenes en EEUU califican despectivamente como boomer a cualquiera que perciban como viejo, aunque tenga sólo 40 años. Hay un problema de legitimidad cuando los nuevos ciudadanos se dan cuenta de que sus dirigentes políticos los triplican en edad. Y más, en el partido demócrata, que como en un movimiento especular ante la derechización creciente de los republicanos, ha ido abandonando posturas moderadas para presentarse más claramente como una fuerza de centro izquierda.
Es cierto que ha surgido una generación de líderes muy jóvenes como Alexandria Ocasio-Cortez, quien asumió como diputada con menos de 30 años. Pero esa dista de ser la norma.
Baby.
Sin embargo, toda esta preocupación con la edad del presidente norteamericano aparecería como injustificada, si se tienen en cuenta las reiteradas demostraciones que ha venido haciendo, y que denotan de su parte la vivencia de una segunda (o tercera) juventud. Por estos días se lo vio, en Georgia, practicando el ciclismo con entusiasmo adolescente. Es cierto que en determinado momento se cayó de bruces, pero bueno, si como dicen, nunca se olvida cómo andar en bicicleta, en su caso, la vuelta a la juventud hasta lo llevó a ignorar esa habilidad básica.
El 15 de abril pasado, al cabo de un discurso oficial, se lo vio dándole la mano con entusiasmo al aire que lo circundaba, lo cual provocó no pocas preocupaciones sobre su estado mental. No se les ocurrió pensar que, como todo joven temprano, Joe tiene un amigo imaginario que lo acompaña a todos lados. No sabemos cómo se llama, pero no sería extraño que se lo haya inventado luego de que su ovejero alemán Major debió ser mandado de vuelta a Delaware tras morder a un trabajador de la Casa Blanca. El hombre encontró una cura para su soledad.
Esta regresión también parece haber tenido lugar en la última Cumbre de las Américas, ocasión en la que (acaso creyendo que se trataba de su fiestita de cumpleaños) el joven Joe se negó a invitar a unos chicos bigotudos del vecindario que realmente le caen mal, los presidentes de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Bien que esta actitud le valió la ausencia de otros invitados que sí eran sus amiguitos, pero bueno, todo no se puede y de todos modos se lo vio contento.
En El extraño caso de Benjamin Button, el escritor norteamericano F. Scott Fitzgerald imagina la vida de un hombre que, por algún motivo, nace como un viejo, y muere como un niño. Quien sabe, acaso la presidencia de Biden termine de ese modo: en pañales, haciendo provechitos, babeándose y hablando incoherencias.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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