13 de noviembre de 2022

OPINION.

 


El sapo no pega

13/11/2022
El Servicio de Parques Nacionales de EEUU se vio obligado a publicar una recomendación dirigida a los visitantes de sus territorios protegidos: por favor, absténganse de lamer el sapo del Desierto de Sonora. Tal parece que esta extraña costumbre está poniendo a ese bicho de ojos saltones y fosforescentes en peligro de extinción. Lejos están los tiempos en que las doncellas daban besos a los sapos, por las dudas se tratara de un apuesto príncipe, víctima de algún conjuro brujeril. Los actuales cazadores de sapos en busca de algún contacto oral no están procurando un marido, sino algo levemente más siniestro.

 

B&B.

 

La primera vez que se tuvo noticia, por estos lares, de esta rara conducta, fue a través de un capítulo de "Beavis & Butthead", una serie de dibujos animados que narraba las patéticas andanzas de un par de preadolescentes norteamericanos, allá por los años '90, en pleno auge del video musical. Entonces, la explicación para que alguien se pusiera a lamer un sapo sólo podía ser la estupidez.

 

La realidad, como suele ocurrir, es un poco más compleja. Resulta que estos peregrinos que llegan al Desierto de Sonora en busca de batracios, en realidad están procurando otra cosa, no muy distinta de la que, en otro desierto no muy lejos de allí, buscan los cazadores de un hongo llamado "peyote": una experiencia psicodélica.

 

Resulta que este triste animal, al que la ciencia denomina "Incilius alvarius" segrega en sus glándulas parótidas del cuello, ingle y codos, una sustancia química que contiene una veintena de alcaloides, entre ellos, el 5-MeO-DMT y la bufotenina. Los que conocen del tema, y se involucran en estas actividades en nombre del chamanismo, la búsqueda espiritual o la medicina, saben que rascando las mejillas del sapo se estimulan estas secreciones. Pero ni se les ocurre lamerlos: el líquido se colecta, y transformado en cristales, se inhala o fuma.

 

Veneno.

 

Como el lector se imaginará, el pobre batracio en realidad llegó a producir esas sustancias, tras milenios de evolución, para defenderse de sus predadores naturales. Es un veneno, como el de las víboras y otros reptiles. No deja de ser una cruel ironía que sea precisamente esa arma defensiva la que hoy lo está poniendo en peligro de desaparecer.

 

Y la verdad es que como veneno también funciona. Que lo diga si no el ex actor porno español Nacho Vidal, quien en 2020 fue detenido por una fiestita organizada en su casa para consumir esta droga, de la que resultó la muerte del fotógrafo José Luis Abad. Gente viciosa.

 

Así que los experimentadores harían bien en seguir el consejo de las autoridades y abstenerse. Lo de lamer sapos parece ser un mito urbano: "no pega", como dicen los expertos. Algo así como el floripondio o las cáscaras de banana. Aunque vale aclarar que toda esta información no proviene de la experiencia personal del cronista, sino de investigaciones científicas independientes. Y ya que estamos en aclaraciones, tampoco invocamos conocimiento alguno de la filmografía de Nacho Vidal.

 

Blues.

 

Triste destino el de los sapos. Solemos tacharlos de feos, cuando esos juicios estéticos deberíamos dejárselos a sus potenciales parejas (a juzgar por cómo se reproducen, tan mal no les va). En otros tiempos, en la escuela secundaria existía en las clases de biología el rito de achurar sapos para hacerles la "disección", esto es, abrirlos vivos para verles los órganos internos. Una actividad que habrá despertado alguna curiosidad científica, pero mayormente servía para estimular la natural crueldad de los adolescentes.

 

Este cuento de hadas de que el príncipe apuesto era transformado en sapo a modo de maldición, no deja de ser una forma literaria de bullying contra esa pobre especie que no se puede defender escribiendo (ni siquiera son capaces de mantener una temperatura corporal estable).

 

No en todos lados pasa lo mismo, eso sí. En China, el sapo es símbolo de riqueza, y acostumbran hacer estatuillas con monedas representando un batracio, que luego se colocan como amuletos de la suerte en los negocios. En la Edad Media, en tanto, creían que atarse un sapo con un pañuelo contra la mejilla servía para curar el dolor de muelas (a lo mejor habrán hallado alguno con propiedades analgésicas).

 

En "Alicia en el País de las Maravillas", Lewis Carroll incluye un sapo-lacayo como personaje, al servicio de una Duquesa, encargado de abrir la puerta y recibir las cartas. Cuando Alicia intenta entrar en esa casa, el sapo, que estaba recogiendo correspondencia, le dice: "no vale la pena llamar, yo estoy también del lado de afuera de la puerta".

 

Y es así nomás: los sapos están en el mismo lado que nosotros. Tenemos el poder suficiente para borrarlos de la faz de la tierra. Pero en ese estúpido afán, estamos poniéndonos en peligro de extición a nosotros mismos.

 

PETRONIO

Fuente:LaArena

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