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5 de diciembre de 2022
A 45 años del secuestro de la Santa Cruz, un golpe al corazón de Madres de Plaza de Mayo.Iglesia
FUE EL 8 DE DICIEMBRE DE 1977
A 45 años del secuestro de la Santa Cruz, un golpe al corazón de Madres de Plaza de Mayo
Las víctimas fueron integrantes de esa organización, militantes y religiosas que fueron sorprendidos por un operativo de la Armada comandado por Alfredo Astiz.
POR LEONARDO CASTILLO
04-12-2022
Esther Ballestrino, Azucena Villaflor y María Ponce, las tres madres secuestradas.
Un grupo conformado por Madres de Plaza de Mayo, militantes y religiosos, que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz para recabar información sobre los detenidos desaparecidos, eran secuestrados hace 45 años -el 8 de diciembre de 1977- como parte de un operativo de la Armada que contó con la participación del genocida Alfredo Astiz, quien se infiltró en este colectivo fingiendo ser hermano de una víctima.
Azucena Villaflor, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, que formaban parte de las Madres que en abril de 1977 comenzaron a congregarse en la Plaza de Mayo para reclamar por la suerte de sus hijos desaparecidos, integraban este colectivo que habitualmente se reunía en esta iglesia ubicada en el barrio de San Cristóbal con el propósito de establecer lazos de solidaridad en el contexto de una feroz represión ilegal.
Las tres Madres fueron el objetivo principal de esta acción de represión ilegal que perseguía el objetivo de descabezar a un incipiente movimiento de derechos humanos que comenzaba a desafiar a la última dictadura con marchas, reuniones y difusión de información.
"La dictadura pretendía descabezar a las Madres de Plaza de Mayo secuestrando a quienes por entonces eran sus referentas más importantes. Era una forma infundir terror para desmovilizarlas, neutralizarlas para que dejaran de reclamar por los desaparecidos", señaló en diálogo con Télam Ulises Gorini, escritor y periodista, autor de "La Rebelión de las Madres" y "La Otra Lucha", dos libros en los cuales recopila la historia del emblemático organismo de derechos humanos.
Gorini sostiene que la dictadura había fracasado en su primer intento de desgastar a las Madres con informaciones falsas y solicitudes de hábeas corpus que no tenían respuestas por parte de la Justicia.
Alfredo Astiz en el juicio en el que fue condenado. "Las rondas a la Plaza eran cada vez más numerosas en esos primeros meses de 1977 y es entonces cuando se decide dar un paso más contra las Madres. Se decide infiltrarlas con el propósito de dar con un supuesto 'contacto subversivo', pues se creía que se trataba de un grupo que era controlado por organizaciones armadas. Algo que estaba alejado de la realidad", remarcó Gorini.
Astiz, oficial naval que integraba el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA y que ya se había infiltrado en otros grupos de familiares de detenidos de desaparecidos, comenzó a frecuentar las rondas de las Madres de Plaza de Mayo a mediados de ese año, con el nombre de Gustavo Niño.
Rubio y atlético, Astiz (o Niño) afirmaba tener un hermano desaparecido y se presentaba en la Plaza en compañía de una joven, Silvia Labayrú, cautiva en la ESMA desde hacía más de un año, y que tiempo después declararía en el Juicio a la Juntas y sería denunciante en una causa de lesa humanidad por los delitos sexuales que se cometieron en ese centro clandestino de detención ilegal, el más grande que funcionó en Capital Federal durante la última dictadura.
Desde junio, el grupo de la Iglesia de la Santa Cruz, una parroquia de la congregación de los Pasionistas conformada por religiosos e inmigrantes irlandeses e ingleses católicos, se reunía de forma habitual y uno de sus objetivos era recaudar fondos para financiar la publicación de una solicitada en la que demandaban a las autoridades respuestas por el destino de los desaparecidos.
Las víctimas
Además de las tres Madres, Azucena, María y Esther, el colectivo estaba conformado por los familiares Angela Aguad, Remo Berardo, Julio Fondevila y Patricia Oviedo; los militantes de Vanguardia Comunista Horacio Elbert, Raquel Bulit y Daniel Horane y las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon, quienes desde hacía tiempo estaban vinculadas a los grupos de derechos humanos y organizaciones sociales.
Azucena Villaflor. Azucena, que buscaba a su hijo Néstor, era una de las Madres más activas y era parte de una familia de fuerte tradición política en el peronismo de Avellaneda, en tanto que María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino tenían formación política.
María había sufrido el secuestro de su hija Alicia, había militado en el Partido Comunista y Esther, nacida en Paraguay, había militado en la izquierda febrerista de ese país.
Esther, maestra y doctora en bioquímica, se sumó a Madres tras el secuestro de su hija, Ana María Careaga, liberada en el invierno de 1977, lo que no detuvo su compromiso para con las víctimas del genocidio.
Infiltrado en el grupo, Astiz informó a sus superiores la intención de publicar una solicitada, y durante años se especuló que ese pudo ser el motivo que decidió el secuestro de los 12 de la Iglesia de la Santa Cruz.
"El objetivo era atacar la organización de madres y los organismos atacando a sus figuras más activas. Si la dictadura hubiera querido impedir que la solicitada no se publicara lo habría hecho", razonó Gorini.
Los secuestros de los 12 comenzaron en la noche del 8 de diciembre y concluyeron el 10, cuando la solicitada se publicó en el diario La Nación con la firma de más de 800 personas, entre ellas la de Gustavo Niño.
Nora Cortiñas, referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, contó una vez que no salía de su asombro cuando en 1982 vio las imágenes de Astiz rindiéndose en las Georgias ante las tropas británicas en el inicio del conflicto bélico de Malvinas con el Reino Unido.
"Nos dimos cuenta de que nos habían engañado. Éramos muy ingenuas", aseguró Cortiñas.
Los 12 de la Santa Cruz fueron conducidos a la ESMA, donde fueron torturados, y sus cuerpos fueron arrojados al mar argentino como parte de los vuelos de la muerte.
Los cuerpos de las Madres, Ángela Aguad y Leonie llegaron a las costas y quedaron depositados en una fosa común del cementerio de General Lavalle, y en 2005 un trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense permitió identificarlas.
El jueves 15 de diciembre de ese año, las Madres volvieron a la Plaza en medio del terror y continuaron con las rondas, y una de ellas, Hebe de Bonafini, animó al resto para que no abandonaran ese lugar de lucha.
"Se gestó así el principio de un movimiento político que continuó luchando contra una dictadura que fracasó en su intento de acallarlo con el terror", puntualizó Gorini.
Entre 2011 y 2017, los responsables de las desapariciones de los 12 de la Iglesia de la Santa Cruz fueron condenados por la Justicia.
Los restos de María, Esther, Leonie y Ángela descansan en la Iglesia de la Santa Cruz; los de Azucena, en la Pirámide de Plaza de Mayo, donde días atrás también se depositaron las cenizas de Hebe de Bonafini, fallecida el pasado 20 de noviembre.
DESAPARICIONES EN LA IGLESIA SANTA CRUZ
Mabel Careaga: "Mi madre fue una revolucionaria que nos enseñó a sentir el dolor ajeno como propio"
La hija de una de las secuestradas en la Iglesia de la Santa Cruz durante un operativo de la Armada recordó a la mujer como "un símbolo de lucha colectiva".
POR LAURA POMILIO
04-12-2022
Mabel Careaga es hija de Esther Ballestrino. Foto: Raúl Ferrari.
Mabel Careaga, hija de Esther Ballestrino, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo e integrante del grupo de "los 12 de la Santa Cruz" -el colectivo de madres y familiares de desaparecidos que fueron víctimas de un operativo de las Fuerzas Conjuntas en diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz-, describió a su madre como un "símbolo de la lucha colectiva" que a pesar "de no haber logrado vencer a la muerte logró vencer el olvido", derrotando con "su pañuelo blanco los fusiles de la dictadura".
"Mi mamá fue una revolucionaria con un fuerte compromiso social, siempre me decía que tenía que sentir el dolor del otro como si fuera propio", expresó Careaga en una entrevista con Télam a pocos días de cumplirse 45 años de aquellos dramáticos episodios en los que también fueron secuestradas las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor y María Ponce de Bianco.
Esther venía "esquivando militares desde hacía rato": primero escapó de la dictadura del Paraguay de Higinio Morínigo; luego, una vez radicada en Argentina, hospedó a varios compatriotas que escapaban del dictador Alfredo Stroessner y pocos años después "haría frente con su pañuelo blanco" al terrorismo de Estado argentino comandado por Jorge Rafael Videla.
"Recibíamos a muchos exiliados paraguayos que buscaban refugio en la Argentina, mi casa era un lugar de paso; se quedaban un tiempo, contaban lo que pasaba en el Paraguay, las torturas. Yo tenía sólo 10 años y ya sabía lo que era el submarino mojado o el submarino seco", rememoró Mabel sobre su niñez en el seno de un hogar donde "la solidaridad y la cuestión política" eran moneda corriente.
El 13 de septiembre de 1976 Mabel estaba embarazada de tres meses cuando secuestraron a su compañero, Manuel Carlos Cuevas, momento en el que Esther se uniría fuertemente a su consuegra Gerónima Cuevas para intentar dar con su paradero, aún hoy desconocido.
"El 13 de julio de 1977 la secuestran a mi hermana menor Ana María, que también estaba embarazada, y a partir de ahí todo lo que venía haciendo mi mamá con el grupo de Madres de Plaza de Mayo y de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas lo intensifica mucho más", relató Mabel sobre el caso de su hermana, quien tras tres meses de reclusión en el centro de detención clandestino "El Atlético" fue "milagrosamente liberada sin perder su bebé".
Mabel recordó que la misma noche en que su hermana se reencontró con ellos en su casa en Castelar y contó todo lo sucedido, habló de que en el Atlético había visto con vida a la abogada Teresa Israel -quien había presentado el hábeas corpus del compañero de Mabel- y cuya madre Clara era muy cercana a Esther por integrar el colectivo de Familiares de Desaparecidos.
"Sin dudarlo mi mamá insistió en ir en ese mismo momento en medio de la noche de Castelar a Parque Centenario a darle aviso a su familia, argumentando que 'Clarita no puede pasar una noche más sin saber que su hija está viva', y así lo hicimos", contó Careaga y destacó: "Esas cosas tenía mi mamá, una solidaridad y una capacidad de ponerse en el lugar del otro excepcional".
Luego llegaría el momento del exilio.
Ana María, embarazada y junto con su compañero, y Mabel llegaron a Río de Janeiro para viajar a Suecia tras pedir refugio en Naciones Unidas.
Foto: Raúl Ferrari.
Un día antes de que salga el vuelo a Suecia, Esther se trasladó a Brasil al encuentro de sus hijas para llevarles a Carlitos, el hijo de pocos meses de Mabel.
"Esa es la última imagen de mi madre que tengo grabada fuerte en la memoria, ella caminando por la playa de Río (de Janeiro) con un batón amarillo y una remera en la cabeza por el calor que hacía con mi hijo en brazos viniendo hacia mí", rememoró Mabel, haciendo fuerza con los ojos cerrados, como si aún la viera llegar.
No hubo manera de convencer a Esther de que se exiliara también hasta que "se calmaran las aguas"; ella volvió y les contestó al grupo de Madres que le cuestionaron su permanencia habiendo recuperado a su hija: "Yo me quedo hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos".
"Esa era la determinación que ella tenía, me costó mucho tiempo entenderlo pero era su vida, ella había sido siempre así, era su esencia y no iba a cambiar en ese momento", reflexionó al respecto Mabel.
El secuestro
El 8 de diciembre de 1977, Mabel se juntó en la Iglesia de la Santa Cruz, como venía haciendo, con el resto de familiares de desaparecidos y otros colaboradores con la causa, para recaudar fondos para publicar la solicitada del 10 de diciembre que decía "Por una navidad en paz sólo pedimos la verdad".
"Previo a eso tengo una última carta de mi madre donde en clave me dice 'sabemos que hay muchos turistas que están en el Sur veraneando y que ya cansados de veranear van a volver a sus casa para navidad'".
"Lo que decía era que había muchos desaparecidos con vida y que estaban esperando que para navidad los liberaran, en ese marco planean la solicitada", reveló Mabel.
Fueron cinco operativos en total entre el 8 y 10 de diciembre de 1977 donde secuestraron a "los 12 de la Santa Cruz", como ellos mismos se autodenominaron en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde permanecieron entre 4 y 6 días y luego, el 14 de diciembre, fueron arrastrados hacia uno de los "vuelos de la muerte".
Las hermanas Careaga disponían sólo de dos llamadas durante el primer tiempo de exilio: usaron la primera para avisar que habían llegado a salvo a Suecia; la segunda la usaron el 11 de diciembre de 1977 para avisar que había nacido Anita, la hija de Ana María.
En ese mismo llamado se enteraron que su madre había sido secuestrada.
Pasaron 28 años hasta que la familia Careaga pudo conocer la verdad y recuperar los restos de Esther gracias a la inquietud de un grupo de estudiantes de la Universidad de La Plata (UNLP) que investigaron la aparición entre diciembre del 77' y enero del 78' de cinco cuerpos en las costas de Santa Teresita.
"Todo Santa Teresita sabía pero nunca nadie preguntó ni habló al respecto. Estaba todo documentado, habían aparecido los cuerpos, los habían recogido los bomberos, los habían llevado a la morgue, les habían hecho certificado de defunción y los habían enterrado como NN en el cementerio de General Lavalle", explicó Mabel.
Ese hallazgo y comprobación de identidad gracias al trabajo efectuado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) fue la primera prueba científica de la existencia de los vuelos de la muerte.
"Pasar por todo eso fue muy duro, pero en mi caso sentí que no le había dejado ni siquiera los restos de mi mamá a la dictadura, que los había recuperado y que les habíamos dado un nombre y que estaba otra vez con nosotros", intentó expresar en palabras Mabel sobre el momento en que recibió la confirmación de que uno de esos "cuerpos que había devuelto el mar para que se hiciera justicia era el de su mamá".
Compartió que "cuando aparecieron ellas siempre decimos que no pudieron contra la muerte pero sí pudieron contra el olvido, es una frase que a nosotros como familia nos ayuda".
La decisión familiar de enterrar los restos de Esther en el jardín de la Iglesia de la Santa Cruz fue una sugerencia, según contó Mabel, de la Abuela de Plaza de Mayo Alba Lanzillotto, al decirles que ese lugar fue "la última tierra libre que pisaron".
"Mi mamá fue un símbolo de la lucha colectiva, de no pensar solo en ella y en su hija sino en los 30 mil y eso nos hizo pensar que merecía estar en un lugar colectivo donde recordarla", expresó Mabel.
"Siempre tengo presente la fortaleza y el coraje de ese grupo de madres que, a pesar de lo sucedido ese diciembre de 1977, volvieron a la Plaza de Mayo, se agarraron del brazo y no se fueron nunca más, con sus pañuelos blancos vencieron a los fusiles de la dictadura", concluyó.
SECUESTROS EN LA IGLESIA SANTA CRUZ
Familiares de Azucena Villaflor destacaron su rol para que las Madres "empezaran a rondar"
"Si mi mamá no hubiese dicho 'Vayamos a Plaza de Mayo', yo no sé si las Madres existirían, porque hay 14 mujeres que le dan bola y a partir de ahí empiezan a rondar", argumentó Cecilia De Vincenti, cuarta hija de la fundadora de Madres.
POR MARINA JIMÉNEZ CONDE
04-12-2022
Cecilia de Vincenti, la hija de Azucena Villaflor. Foto: Florencia Downes.
Familiares de la cofundadora de Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor de De Vincenti resaltaron la "visión de avanzada" que tuvo para que la organización "empezara a rondar", y afirmaron que la identificación de sus restos en 2005 permitió "cerrar un ciclo de dolor", en vísperas del 45° aniversario de la desaparición del grupo de los 12 de la iglesia Santa Cruz.
El secuestro de Azucena, llevado a cabo el 10 de diciembre de 1977, completó el operativo que el grupo de tareas 3.3.2 de la ESMA había iniciado dos días antes con la detención forzada de siete personas que se reunían en la iglesia de la Santa Cruz.
En total fueron 12 los familiares, activistas y militantes desaparecidos a partir de estos hechos, entre quienes también se encuentran las referentes iniciales de Madres de Plaza de Mayo Esther Careaga y María Bianco; y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.
"Mi mamá era la famosa ama de casa de antes, que tenía la organización de un grupo familiar grande a cargo", explicó en diálogo con Télam Cecilia De Vincenti, cuarta hija de Azucena Villaflor y de su esposo Pedro De Vincenti.
Cecilia junto a su sobrina María Laura. Foto: Florencia Downes. Fruto de esa relación habían nacido previamente Pedro, Néstor y Adrián, pero fue con la desaparición de su segundo hijo, el 30 de noviembre de 1977, que Azucena asumió un nuevo el rol que la llevó a ser una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.
"Cuando desaparecen a Néstor, sale a buscarlo, va a las comisarias, a los cuarteles. Y ahí se da cuenta que ir cada una por su lado no tiene sentido, que tienen que ir todas juntas", afirmó Cecilia.
La hija de Villaflor reflexionó que la experiencia de su mamá como telefonista en la empresa Siam, donde participó de la movilización del 17 de octubre de 1945 a Plaza de Mayo, y "su adoración a Evita" colaboraron en "sacar una Azucena que nosotros no conocíamos, que es la que tiene la organización para afuera, no solo para dentro de la casa".
"Si mi mamá no hubiese dicho 'Vayamos a Plaza de Mayo', yo no sé si las Madres existirían, porque hay 14 mujeres que le dan bola y a partir de ahí empiezan a rondar", enfatizó.
Una de las nueve nietas de Azucena y actual secretaria de Educación del municipio de Avellaneda, María Laura De Vincenti -hija de Pedro, el primogénito de Azucena- resaltó en diálogo con esta agencia "la visión de avanzada" que tenía su abuela, según los relatos de familiares, vecinos y amigos que la ayudaron a reconstruir su figura.
La hija y la nieta de Azucena y un retrato de la dirigente de Madres. Foto: Florencia Downes. De Vincenti, nacida en 1983, contó que su abuela "todas las tardes de verano tenía la rutina de tomarse una cervecita. Desde ahí yo la pienso como una ama de casa pero con algunas particularidades".
Azucena no había estado el 8 de diciembre en la iglesia Santa Cruz porque se encontraba preparando una solicitada con los nombres de los detenidos-desaparecidos por la dictadura.
Los genocidas contaron con la información que brindó el represor Alfredo Astiz, quien se infiltró en ese grupo haciéndose pasar por Gustavo Niño, nombre con el cual hasta llegó a firmar aquel documento.
Del día viernes 9 de diciembre, Cecilia -que en ese momento tenía 16 años- recordó que su mamá "tenía los ojos raros", y al insistir varias veces, logró que le dijera: "'Lo que pasa es que se llevaron a un grupo de gente de la iglesia Santa Cruz y no sé cómo contárselo a tu papá'".
Según indicó Cecilia, su padre "muchas veces le había insistido en que no estuviese tan 'en la cabeza de las cosas'", lo que generaba discusiones en el matrimonio.
Azucena no llegó a conversar con su marido porque ese 10 de diciembre fue interceptada en las inmediaciones de su casa en la calle Cramer -renombrada hoy en día Azucena Villaflor-, del barrio de Sarandí en Avellaneda, cuando salía a comprar un ejemplar del diario La Nación que había publicado la solicitada.
Foto: Florencia Downes. "Hay cosas que nunca hablamos después", señaló Cecilia y relacionó los fallecimientos de su padre y de sus tres hermanos con que "no pudieran asumir totalmente la historia".
De su infancia, María Laura recordó que "en la rutina diaria nos costaba hablar", y señaló que aprovechaba los momentos en que su papá Pedro era contactado por periodistas.
"Era testigo de esas preguntas que le hacían y, una vez que terminaba esa entrevista, si me quedaba algo, se lo preguntaba ahí", agregó.
Los 12 secuestrados fueron trasladados al centro clandestino de detención que funcionó en la exESMA, donde fueron torturados para ser arrojados al mar.
Foto: Florencia Downes. En 1977, en las aguas de la costa atlántica aparecieron cinco cuerpos que luego fueron sepultados como NN en el cementerio de General Lavalle, hasta que en el 2005 esos restos fueron identificados y recuperados por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Mediante la realización de análisis genéticos, se supo que pertenecían a las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Careaga y María Bianco; y a las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.
María Laura consideró que la identificación del cuerpo de su abuela marcó "una reconciliación con la historia" para su familia, que pudo "cerrar un ciclo de incertidumbre y de dolor".
"Saber exactamente qué pasó, tener los restos... es como que dejó de ser un NN de los milicos para volver a ser mi mamá", analizó Cecilia.
Sin embargo, los restos de Néstor De Vincenti y de su novia, Raquel Mangin, continúan desaparecidos y la familia no sabe en qué centro clandestino estuvieron.
En tanto, María Laura confió que durante el homenaje a Hebe de Bonafini el pasado jueves 25 de noviembre sintió "la alegría de escuchar a las Madres, pero también el enojo inevitable de que mi abuela podría haber fallecido también la semana pasada".
Foto: Florencia Downes. Las cenizas de Hebe fueron colocadas en la Pirámide de Mayo y descansan junto con las de Villaflor, que se encontraban allí desde 2005 por decisión de sus familiares.
Por su parte, Cecilia consideró que el lugar de las Madres y de las Abuelas "va a quedar vacante", ya que, consideró, "no hay quien las reemplace".
"Estamos agradecidas al resto de las Madres por haber ido a la Plaza el jueves siguiente a la desaparición de mi mamá y haber seguido con la lucha", enfatizó Cecilia.
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