Arizona, mon amour
Cachito de Arizona es, finalmente, un libro. Culminando su tortuoso derrotero de décadas, acaba de llegar la edición, tan luego, desde España, bajo el sello Universo de Letras (una de las filiales de Editorial Planeta). Durante mucho tiempo este libro parecía más bien un animal mitológico, inasible, que nunca llegaba a concretarse. Algunos de sus capítulos se publicaron, unos treinta años atrás, en Caldenia, el suplemento cultural que acompaña esta edición dominical. Más recientemente, el autor leyó uno de los relatos en un reportaje televisivo, y juraba que la obra no se publicaría sino hasta después de su muerte. Afortunadamente la publicación llegó, sin necesidad de ese drástico disparador.
Nocetti.
Oscar Nocetti, conocido dirigente cooperativista, no es un novato en esto de publicar libros. Pero sus obras anteriores estaban más inclinadas a las ciencias humanas: su popular libro sobre las falacias, o sus investigaciones históricas en conjunto con Lucio Mir. Este es su primer libro de narrativa.
El que narra es un niño, Cachito, quien evoca, "sumergido en las brumas de su memoria" una infancia en el pueblo puntano de Arizona. Historias que -dice el autor- "me consta tienen asidero, aunque sospecho que algunas personas o circunstancias quizás pudieran ser ficciones". Desde luego, aquel crío es nuestro Oscar de hoy, pero él ha elegido disociarse del niño que fue, en un recurso literario que permite no sólo alivianar la carga afectiva, sino también, liberar el relato.
El campo de la memoria, y en particular, la memoria infantil, jamás podrá aspirar a la precisión documental. Esa percepción maravillada le da a todo aquel universo una perspectiva ensoñada, acaso psicodélica. Por eso es un enorme acierto que el texto haya sido intervenido por las potentes imágenes de Griselda Carassay, y tal vez ese maridaje sea una de las razones por las que este largo embarazo ha concluido, felizmente, de parto natural.
Mágico.
Dicho esto, y hecha la salvedad de que la mirada infantil amplifica la maravilla, no puede desconocerse que ese universo pueblerino de Arizona -en épocas de primer gobierno peronista, pero gloriosamente aislada por la distancia y el desierto- nos muestra personajes y sucesos extraños, por no decir bizarros.
Probablemente en Europa, donde fue publicado, este libro sea percibido como un episodio más del "realismo mágico" latinoamericano, y provoque comparaciones fáciles con "Pedro Páramo", aunque está claro que Juan Rulfo no se recurría con frecuencia al tono zumbón y picaresco de estos relatos.
Sin embargo, hay mucho en esta Arizona ensoñada que parece abrevar en la mitología europea. Una vieja india viviendo en una casucha apartada del pueblo (Pastora) y proveyendo servicios de comunicación con el más allá, recuerda fuertemente a las brujas medievales, a no dudarlo, pioneras en el difícil arte de la autonomía femenina.
Otro personaje central del libro, el perro Peradam, también remite a esa tradición: como el Can Cerbero de los griegos, o el Cwn Annwn de los galeses, "El Pera" estaba fuertemente asociado a la muerte. Y no sólo por sus hábitos excavadores. Este can era el heraldo de la parca -acaso era la muerte misma- y expresaba su profecía, estoico, echándose a ayunar por días frente a la casa del condenado a morir. Su dictamen era infalible. Su presencia, abominada.
Inaudito.
No por nada la editorial optó por colocar el título "Historias inauditas" para este conjunto de relatos que, confiesan ellos, "sorprende, conmueve y espanta". Tal vez lo de "Cachito de Arizona" les pareció demasiado costumbrista, o con demasiado color local.
En realidad, bien mirado, lo que espanta es el mundo de los adultos, tan cargado de hipocresías, de violencia y hasta de guerras, que una mente infantil debe hacer arduos esfuerzos para asimilar y comprenderlo.
Es cierto que en la actualidad existe otra conciencia sobre el cuidado a la niñez, y que unos padres de este milenio tenderán a ejercer un mayor control que evite a sus críos presenciar y vivenciar las cosas por las que pasó Cachito. Los escorpiones, el malevaje, las casas de tolerancia como se decía entonces.
O quizá esto sea un error, y lo realmente espantoso sea Cachito mismo, con su mirada inquisidora y su imaginación febril. Por algo Nocetti se esfuerza en poner distancia de aquel niño, y este libro sea, a su manera, una suerte de exorcismo. Nunca la prudencia es demasiada.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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