Testigo desmemoriado: detuvieron a un ex suboficial por incurrir en falso testimonio
“No sé”, “no recuerdo”, fueron casi las únicas respuestas que se le escucharon a Néstor Carlos Ravasi, citado en el marco del juicio que se sigue a 17 represores. El hombre vivió en la casa que luego se conoció como “La Escuelita”.
Sentado frente a los jueces, Néstor Carlos Ravasi dijo tener 73 años y ser músico militar. Fue clarinetista y saxofonista de la banda musical del batallón de Comunicaciones 181 y luego fue encargado de la división Bandas del Comando. Una vez retirado, fue director de la Banda Santa Cecilia.
El suboficial retirado, fue citado a declarar como testigo en el marco del juicio que se lleva adelante en la ciudad a 17 represores acusados de delitos de lesa humanidad, cometidos en la órbita del V Cuerpo durante la última dictadura.
Lejos de aportar datos que puedan ayudar, Ravisa respondió a la mayoría de las preguntas realizadas por la fiscalía con escuetos “no se”, “no me acuerdo” o “no podría precisarle”.
Atento a la falta de colaboración evidente, el testigo fue incluso advertido por los jueces respecto de que podía incurrir en falso testimonio, y que el mismo implica no sólo mentir, sino que además comprende el hecho de ocultar información.
Pese a la advertencia, el ex militar siguió con sus respuestas evasivas, lo que valió que el juez Jorge Ferro, presidente del Tribunal, interrumpiera el testimonio del suboficial retirado Néstor Carlos Ravasi y dispusiera su detención.
Ravasi quedó así a disposición del juez federal en turno, y se dispuso que sea alojado en dependencias de la Policía Federal hasta tanto se le tome declaración indagatoria.
Néstor Carlos Ravasi vivía en una vivienda ubicada en tierras que pertenecían al Comando V Cuerpo. De ese lugar el ex militar fue desalojado al momento del Golpe de Estado y todo indica que fue en ese mismo lugar donde luego funcionó el centro de detención y torturas conocido como “La Escuelita”.
Eduardo Hidalgo: "Me voy satisfecho por lo hecho, se ha ido la mitad de mi vida en esto"
El secretario de la Asociación Permanente por los Derechos Humanos (APDH) de Bahía Blanca, Eduardo Hidalgo, prestó declaración ayer en el marco del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en jurisdicción del Comando en V Cuerpo del Ejército.
Hidalgo, estuvo detenido en el centro clandestino de detención conocido como "La Escuelita" donde sufrió diversas torturas y luego fue trasladado a las unidades penales de Villa Floresta en Bahía Blanca y la Unidad 9 de La Plata.
Hidalgo relató esta noche ante el Tribunal Oral Federal sobre su hermano Daniel y su cuñada, quienes fueron asesinados tras un operativo militar el 14 de noviembre de 1976.
Daniel Hidalgo y su esposa Olga Souto, quien estaba embarazada de tres meses, eran militantes peronistas y al momento del hecho tenían 26 y 20 años respectivamente.
El secretario de APDH señaló en el juicio que "estoy orgulloso tanto de lo que él fue como de lo que fue mi cuñada como militantes políticos y de lo que he hecho yo para ayudarlos en su militancia".
"Mi hermano había sido estudiante de ingeniería eléctrica en la Universidad Nacional del Sur y luego en la Universidad Tecnológica Nacional", comentó. Hidalgo señaló que "como consecuencia de la toma de 1975 dejó (sus estudios) y empezó a trabajar en una empresa de grifería que tenía un depósito en Luiggi casi Brown".
"Militaban políticamente, eran peronistas, del peronismo que fue capaz de llevar a la presidencia a Héctor J. Cámpora y después al general Perón pensando en el socialismo nacional", agregó el testigo. Además expresó que su hermano "era un tipo muy querido, a mí siempre me enorgulleció que haya sido mi hermano y que yo haya intentado ayudarlo".
Por último Hidalgo expresó: "Me voy de este lugar satisfecho de lo que he hecho estos 35 años, se ha ido la mitad de mi vida en esto".
El abogado que sabe más de lo que dice
Antes de finalizar su testimonio, Hidalgo trajo a la memoria un hecho ocurrido en el año 2006 y que tiene por protagonista a Mauricio Gutiérrez, uno de los abogados defensores. Por ese fecha, el letrado, comentó en sede judicial de modo informal, que él sabía dónde estaba el bebé de Graciela Romero de Metz, una detenida desaparecida que tuvo a su hijo en cautiverio.
Tal actitud valió el pedido por parte de la fiscalía para que se cite a Gutiérrez para indagarlo, pedido que fue negado por el juez Álvarez Canale.
Hidalgo ayer insistió en tales dichos, indicando frente al Tribunal que “el abogado Gutiérrez dijo en el juzgado Federal Nº1 que sabía quién se había apropiado del hijo de Graciela Romero de Metz, esa declaración fue hecha en la mesa de entradas ante un funcionario judicial".
Tras escuchar esto, desde la fiscalía se solicitó la inmediata declaración del abogado Gutiérrez, lo que valió un nuevo cuarto intermedio para que los jueces deliberaran respecto de los pasos a seguir.
Finalmente, pasadas las 22.30 horas, los magistrados resolvieron remitir el testimonio de Hidalgo al juzgado Federal, para que el mismo sea incorporado a la causa ya existente respecto de las declaraciones de Gutiérrez.
FuentedeOrigen:http://www.labrujula24.com/
FuenteAgndh
Publicado el 20/10/2011
MARCHÓ PRESO
Héctor Carlos Ravasi tiene 73 años, está casado y es músico militar. Era el encargado del clarinete y el saxofón en la banda del Batallón de Comunicaciones y luego en el Comando. Ayer, en el juicio, prefirió la guitarra y terminó tocando el pianito de la federal.
De entrada dijo que por su función en el Ejército, entre los represores que estaban en la sala, conocía a Tejada, a Mansueto Swendsen y a Fantoni. Con Delmé “no tuve relación directa”. No recordó a Condal. Le sonaba el apellido de Taffarel. Creía que “en alguna oportunidad” había visto a Méndez. Se acordaba de Páez.
Hasta el año 1976 cumplió sus funciones en el Batallón y luego pasó al Comando en la División Bandas. Desde principios de la década del ’70 y hasta el golpe de estado vivió “en una casa precaria” en terrenos del V Cuerpo.
La vivienda estaba construida con “chorizo” -barro y paja- y revocada con cal. Tenía una entrada con un techito, un par de habitaciones, hall comedor, cocina y bañito. Los pisos eran de mosaico o cemento alisado. Era “una tapera (…) no muy habitable” que le asignó el jefe del Batallón y compartía con su señora y sus hijos. Afuera había un árbol y a unos treinta metros, un molino destruido y un tanque. A tres cuadras, otra casa donde vivían dos oficiales y un tambo abandonado.
La dejó en marzo del 76 porque se la pidió la jefatura, aunque no recordó si eran los jefes del Batallón o del Comando. No sabe qué destino se le dio luego a la construcción. “Se decía que había un lugar de detención pero no lo confirmé, no me consta. No fui nunca. Si hubiera ido no hubiera podido entrar porque era un lugar restringido para todo el personal ya sea militar o civil”, declaró.
-¿Cómo sabía que era restringido? -preguntó el dr. Abel Córdoba.
-Porque no se podía entrar… Había gente que había querido entrar y no había podido. No recuerdo… El otro día lo vi por internet, Mansueto Swendsen dijo que quiso entrar y no pudo.
Tampoco supo si había personas detenidas. Comentó que nunca vio civiles en el Batallón, contradiciendo a más de media decena de testigos secuestrados en la zona de Médanos que fueron alojados en el ex gimnasio donde funcionaba la banda musical, cuyos integrantes los custodiaban.
-¿Recuerda usted el día del golpe de estado? -generalizó el fiscal.
-Creo que recordamos todos el momento del golpe -respondió canchero Ravasi.
-¿Que recuerda?
-Recuerdo que se produjo el golpe pero nada en especial…
-¿Estuvo acuartelado?
-No recuerdo si estuve acuartelado…
Luego siguieron preguntas sobre la ubicación física de algunas dependencias dentro del Batallón; sobre su funcionamiento; sus autoridades; sobre el rol de algunos imputados en el juicio; la presencia o no de unidades foráneas luego del golpe o algún aumento del personal; si alguna vez, aunque sea por los medios o siquiera en una reunión de consorcio, supo algo de lo que pasaba a su alrededor, básicamente la mayor masacre del siglo en el país. Pero nada. Que no, que no recordaba, que no sabía, que no se enteraba. ¿Subversivos, terrorismo, tiros, alguna arenga, enfrentamientos? ¿Lo qué?
-¿A qué se dedicaba?
-¿Las unidades donde yo estuve?
-Señor juez, está haciendo preguntas que no aportan a la causa, está confundiendo el testigo, (…) un suboficial de banda no puede responder esas cosas, son preguntas reglamentarias… -salió al cruce el defensor Sinforiano San Emetério.
-Insisto en las preguntas porque eran de público conocimiento. No son reglamentarias y si fueran, como personal del Ejército, debería saberlo -lo frenó Córdoba.
El tribunal deliberó unos minutos tapando bocas con un cuaderno. Habló el juez Ferro: “El tribunal estima que el testigo no está respondiendo a las preguntas técnicas ni las que hacen al grado que tenía en ese momento. Entiendo que el fiscal no ha hecho ninguna pregunta improcedente, sin perjuicio que esté haciendo preguntas que exceden el juicio.
Continuó el ping pong desmemoriado hasta que le leyeron a Ravasi parte de sus declaraciones anteriores. Antes le habían hecho confirmar si era suya la firma en los papeles amarillos.
Llegó la interrupción del presidente del Tribunal para dar por terminada la declaración. Por las reiteradas reticencias y las cada vez más notables contradicciones, ordenó remitir copia al juez de turno. El fiscal, ante la flagrancia, solicitó su inmediata detención. El juez dispuso la permanencia del saxofonista con custodia de Gendarmería a un lado del Aula Magna universitaria hasta el fin de la jornada. Luego, el clarinetista se fue en un patrullero de la Federal con un falso testimonio en el estuche.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
Publicado el 21/10/2011
CAMBIARON EL RUMBO DE MI VIDA
Liliana Noemí Larrosa vino de Viedma para declarar en el juicio. La denuncia sobre su secuestro y los padecimientos sufridos en uno de los centros clandestinos de detención y torturas del V Cuerpo y las secuelas posteriores pudo elaborarla pocos meses atrás.
“Todo empezó en el año ’76, estaba en Médanos, en la casa de mi madrina que queda al lado de la casa de mis padres. Estábamos hablando, tocaron timbre, un señor pregunta por mí de malos modos. Entró directamente a la casa, mi madrina les dijo que pase, estaba vestido de militar, tendría unos 40, era rubio de ojos claros. Tenía uniforme camuflado, los militares más jóvenes tenían uniforme verde, más o menos de mi edad”, recordó.
A empujones la llevaron a casa de sus padres. La casa estaba rodeada, había muchos vehículos militares, represores en los techos, adentro, en el patio, por todos lados. “A mis padres les habían pegado, habían dado vuelta la casa, abrieron todos los colchones, con insultos, malos tratos, me tiraban nombres que no sabía de quienes se trataban”.
Solo identificó el apellido Dejter porque había salido un mes con el hijo de Simón que vivía en Algarrobo. “Preguntaban si lo conocía, qué trato tenía, si tenía su ideología, cuántas veces había estado en la casa de ellos… ‘Así que sos comunista igual que los Dejter y los otros’, me decían”.
La encapucharon y en un vehículo la trasladaron hasta un sitio que supone era la comisaría de Médanos donde había otros detenidos. Estaba muy asustada y no paraba de llorar.
“Estaba en una edad de muchos prejuicios, en un pueblo, imaginaba que todos veían lo que me estaba pasando y sentía mucha vergüenza. Con los que estaban en la comisaría nos abrazábamos y nos decíamos los nombres, una me dijo que era Esther Turner. Había hombres y mujeres, alcancé a escuchar que había un tal Najt”, manifestó.
Hacía el Batallón
Unas horas después comenzó otro traslado en un colectivo, por un camino más largo con amenazas constantes y “trabajos psicológicos”. Sus captores se preguntaban a quién matarían primero. “Me cargaban, se burlaban, me manoseaban, me tocaban… era como todo mezclado, uno venía y me decía al oído quedáte tranquila que no va a pasar nada y venía otro y me manoseaba”.
Los encerraron en un lugar encapuchados, sin posibilidad de higienizarse, tenían que hacer sus necesidades en una letrina a la que llegaban custodiados por un par de soldados. Estuvieron varios días sin comer.
“Cuando nos trajeron un poco de comida la comíamos salvajemente con las manos porque no nos trajeron ni un cubierto, con los ojos vendados. Nos habían puesto una cinta en los ojos más la capucha, cuando nos las sacan estuve no sé cuantas horas sin ver”, contó Liliana al Tribunal.
De ese sitio tan “desagradable” con piso “áspero como de cemento”, pasan a otro donde les sacan las capuchas, “era un lugar de aspecto muy feo, de ladrillos, sin mantenimiento”, y al rato separan a las mujeres en una habitación con dos o tres camas. “Pasaban por el pasillo a altas horas y se escuchaban los gritos de dolor”.
Frente a la pieza de puerta antigua y ventana al pasillo, había una celda con un muchacho -Juan Trisaldi- que la reconoció y mediante un soldado le envió un papelito pidiéndole que si era liberada le avise a la madre que estaba vivo.
“Estaba en otro mundo”
Una madrugada la sacaron y la arrastraron hasta donde había un escritorio, la desnudaron y picanearon por todo el cuerpo. “Decían que me iban a violar… les pedía por favor que no lo hagan que ya demasiado me sentía violada con todo lo que me habían hecho. Yo era virgen, pedía que me respetaran… uno se compadeció y dijo ‘Bueno paremos acá’. Me vestí mientras me decían barbaridades, me llevaron a la habitación, no pude dormir”.
El mayor Cerdá le prestó un baño y ella aprovechó para preguntarle por qué estaba ahí. “No sabía ni quién era el presidente de la Nación, estaba en otro mundo, un mundo puro, venía a Bahía Blanca a ver a mi hermana, le cuidaba a las nenas”. El militar no soltó información, solo la ayudaba porque tenía una hija de su edad.
Una chica de Salinas le contó lo que estaba pasando, que estaban desapareciendo gente: “Ahí pensé que nos iban a matar”.
“Un monstruo que llevo encima”
Todo sucedió cuando aún no había cumplido sus 19 años. Intentó terminar el secundario pero no pudo. Su hermana le sugirió abandonar Médanos y así llegó a Viedma.
Liliana aseguró que ocultó su historia porque “tenía mucho miedo que me vuelvan a llevar. Es una situación que me marcó mucho hasta hoy, tengo secuelas muy graves, estuve prácticamente diez años sin salir. Tenía pánico de llevar a mis hijas al parque, al río, cuando iba a llevar la bolsa de residuos al canasto miraba hacía las esquinas porque pensaba que iban a venir por mí, tengo pesadillas, depresión”.
“Me cambiaron el rumbo de mi vida, quería seguir una carrera. Se lo oculté a mis amigas, mi esposo y mis hijas hace poco que saben lo mío, es lo mismo que siente una persona cuando es violada, se siente culpable y trata de ocultar. Esto de denunciar había estado antes pero no me animé porque temía que vuelvan a matarme. Mi marido me dijo que tenía que ir porque me iba a hacer bien a mí y a los demás”, concluyó.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB
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