27 de diciembre de 2011

200 Argentinos - Joe y los Martínez de Hoz.

26.12.2011 
200 Argentinos - Joe y los Martínez de Hoz

Dos siglos de poder económico. Una dinastía que atraviesa la historia argentina como una fatalidad. Desde el pionero, traficante de esclavos, hasta el superministro orejudo de la última dictadura.

Por Rubén Furman
Ese apellido se remonta al origen de la Patria, y aun antes. Hubo un José Martínez de Hoz que hizo fortuna como traficante de esclavos y contrabandista y estuvo en el Cabildo Abierto de Buenos Aires el 22 de mayo de 1810, antesala de la Revolución. Un nieto que en 1866 fundó la organización más tradicional de los “dueños del país”, la Sociedad Rural Argentina. Y un bisnieto que abrazó la causa fascista en la restauración conservadora de 1930. Cuando José Alfredo –que todavía no se apodaba “Joe”– ya era un veinteañero, su padre homónimo, presidente de la Rural, le hizo guerra al peronismo, que le expropió 10 mil hectáreas de la estancia familiar de Chapadmalal para construir una residencia presidencial de verano sobre el parque diseñado por Carlos Thays. Imposible contar al que fue ministro de Economía de la dictadura de 1976 sin mencionar esta novela dinástica que atraviesa la historia argentina con la permanencia de una fatalidad.

José Alfredo III nació en ese campo en 1925 y pasó su infancia en un castillo réplica de otro escocés que la familia había hecho construir allí en 1906. Era entonces Josecito, el menor de una tribu numerosa y mimado por su abuelo Miguel Ángel, nombrado por un boulevard de Mar del Plata que recuerda al pionero y lo que fue esa ciudad antes de convertirse en balneario popular. En el haras Malal Hué, heredado por José Alfredo padre, Josecito comenzó a familiarizarse con la vida agropecuaria y a cumplir con el mandato familiar.

El linaje de los Martínez de Hoz se especializó en campos y finanzas. Los primeras miles de hectáreas al sur de Buenos Aires fueron del sobrino y heredero de aquel esclavista y contrabandista colonial, que también era accionista del Banco Nacional. Recién con un nieto, el primer José Alfredo de la saga, la familia fue por el brillo social: fundó la Sociedad Rural Argentina, el Jockey Club y el Club del Progreso, y fue director del Banco Nacional. Por el al apoyo de los ganaderos a la conquista de desierto, recibió de Julio Argentino Roca más tierras. A comienzos del siglo XX, el patrimonio familiar superaba los 2,5 millones de hectáreas, dedicadas principalmente a la cría de ganado para abastecer sus propios negocios de exportación de carnes.

Josecito no se durmió sobre los laureles de esa fortuna. Estudió derecho, se graduó con las máximas calificaciones, viajó a Cambridge y asistió a encuentros jurídicos vinculados a problemas agrarios en Florencia. La dinastía diversificó sus intereses en empresas eléctricas, de acero, ingenios azucareros, petróleo, seguros. En realidad, la justicia no era para él sino la puerta de entrada a la verdadera vocación: la economía y la política, entendida como el rumbo de sus negocios.

La patria le pidió servicios pronto. La Revolución Libertadora que derrocó a Juan Perón lo llevó como ministro de Economía de Salta, y en 1962-63 fue secretario de Agricultura y Ganadería y luego ministro de Economía en la presidencia “títere” de José María Guido, tras el golpe a Arturo Frondizi. Por esos años aparece vinculado como accionista y con cargos directivos en diferentes empresas: Petrosur, Acindar, La Buenos Aires Compañía de Seguros, Edificadora, Compañía Italo-Argentina de Electricidad, financiera Rosafin, The Western Telegraph Co., Pan American Argentina, Constructora Columbus Argentina y Paraná de Seguros. También llegó a ser presidente del Centro Azucarero Regional del Norte Argentino. A mediados de la década del setenta, era la cara visible de Consejo Empresario Argentino, que nucleaba a los grupos económicos más concentrados. Desde allí pidió formalmente al Ejército un año antes del golpe del ’76 que “preservara el orden en las circunstancias que impiden la libertad de trabajo, la producción y la productividad”.

Si el paso por cargos públicos y privados fueron aprontes para la gran performance como superministro de Economía, el ensayo general lo hizo en una empresa propia y con los métodos pactados en esos contactos. El sindicato de la acería Acindar, en la ciudad santafesina de Villa Constitución, quedó a principios del ’75 en manos del metalúrgico clasista Alberto Piccinini. Una conjunción de patotas sindicales, tropas del Ejército, policías y custodios de la propia empresa asoló el pueblo para desarticular lo que denominaron “guerrilla industrial”. Hubo razzias, detención y desaparición de activistas, asesinatos –incluido el director del diario zonal Norte– y un albergue de solteros de la planta convertido en centro de torturas.

Flaco, orejudo, desgarbado, de un hablar pausado que ocultaba su fiereza, José Alfredo vivía ya en el cuarto piso “G” del edificio Kavanagh, el tradicional rascacielos art déco que mira a la Plaza San Martín, cuando el 2 de abril de 1976 presentó su programa económico. Arrancó con el congelamiento de sueldos para detener la inflación y atraer las inversiones extranjeras. Se prohibieron las huelgas y la protesta social con terrorismo de Estado y el salario cayó 40 por ciento de inmediato y casi 10 por ciento del PBI en siete años.

Un día antes de asumir renunció al directorio de la Italo, la compañía de electricidad que alumbraba los hogares de la Nación pero estaba descapitalizada. Paladín de la gestión privada, en pocas semanas definió que el Estado la compraría en 300 millones de dólares. Un funcionario que se opuso fue secuestrado. Poco después derogó el impuesto a la herencia, una ley de 1923 sancionada por el radical Marcelo Torcuato de Alvear. Lo cubrió con manto piadoso: el “enriquecimiento patrimonial a título gratuito” y destinado al “tesoro escolar” sostenía la familia, espina dorsal del cuerpo social. Después vinieron otros gestos, como el secuestro de los empresarios textiles Gutheim para que cedieran un cupo de exportación a Hong Kong a la multinacional Dreyfus. Su compañero de caza mayor en Sudáfrica, el ministro de Interior Albano Harguindeguy, lo hizo con diligencia y por ello esperan juicio junto a Jorge Rafael Videla.

Abogado de las multinacionales Esso y Siemens, con el pretexto de hacer competitiva la industria nacional eliminó barreras arancelarias que descalabraron pymes y sectores no concentrados. Se ayudó de la “tablita cambiaria”, con un dólar barato y devaluación programada que permitía hacer fortunas con la “bicicleta” financiera” y las altas tasas. Comenzó a sembrar el campo minado de una deuda externa fraudulenta (según fallo judicial) e impagable, que condicionaría el regreso de la democracia en la década del ’80.

El magnate David Rockefeller, dueño del Chase Manhattan Bank, confesó ser su amigo y no paró de elogiar ese programa “sólido y con metas realistas” para desestatizar la economía. Se cerraba el ciclo de la sustitución de importaciones y se abría el de la especulación financiera y la concentración económica, que culminaría dos décadas después Carlos Menem. Martínez de Hoz, el “Joe”, estaba implementando –al decir de Aldo Ferrer– una “venganza histórica” para disciplinar pero también “achicar” a la clase obrera, la vía para erradicar las ideas peronistas, populistas y socializantes. Muerto el perro, imaginaba, iba morir la rabia.

A los 84 años, cumple prisión preventiva por crímenes de lesa humanidad.

Su hijo mayor se hizo cargo de las empresas familiares y representa a firmas multinacionales que litigan contra la Argentina ante el CIADI. También se llama José Alfredo Martínez de Hoz.

Un récord en la Sociedad Rural
Martínez de Hoz es el único apellido que se repite tres veces, incluido el fundador, en la nómina de presidentes de la Sociedad Rural Argentina. De esa organización patronal salieron cinco de los nueve presidentes argentinos desde comienzos de siglo XX hasta 1943. La proporción de ministros miembros cayó abruptamente con Hipólito Yrigoyen, abucheado en la inauguración de la exposición y derrocado cuando Federico Luis Martínez la presidía. En 1935, la entidad hizo un homenaje al rey inglés Jorge V mientras su ex presidente asumía rodeado de milicianos de la fascista Legión Cívica Argentina la gobernación bonaerense, obligando al conservador presidente Agustín P. Justo a intervenir la provincia.

José Alfredo padre se hizo cargo de la entidad el año que Perón asumió su primera presidencia y nacionalizó el comercio exterior a través del IAPI para redistribuir renta agraria. Dos años antes, el coronel ascendente había lanzado el Estatuto del Peón Rural que terminó con las relaciones feudales en el campo meses después y luego congeló los arrendamientos rurales. En la exposición del ’45 fue abucheado mientras los palcos vivaban al embajador norteamericano Spruille Braden. Pero en la feria del ’46 el gobierno retiró por primera vez en la historia la presencia de funcionarios. Poco después el predio de Palermo dado en comodato a la SRA por el Estado pasó a dominio de la Fundación Eva Perón, que puntualmente se la alquiló para no alterar el escenario de la muestra agropecuaria anual.
Fuente:ElArgentino                                                            

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