1 de agosto de 2016

ROSARIO: CASO ESCOBAR.

La Justicia indagó a los acusados por la muerte de Gerardo Escobar: tres patovicas y dos policías Patopolis
31/07/2016
Por Luciano Couso
Foto: Franco Trovato Fuoco.
Foto: Franco Trovato Fuoco.
Tres testigos sin conexión entre sí concuerdan en haber escuchado esa madrugada, la del viernes 14 de agosto de 2015, el grito de una chica: “No le pegués”. Otros vieron al receptor de la paliza agazapado entre unos autos estacionados, perseguido por patovicas y policías hasta una cuadra del lugar, donde se lo tragó la tierra. Ya nadie más lo vio. Un preso en la seccional tercera escuchó esa madrugada que entraban a un supuesto detenido, también oyó gritos y golpes. En el libro de guardia no quedó registro de ese ingreso, si es que se produjo. Los presos no tuvieron patio ese día. Había “quilombo” con un pibe desaparecido. Al chico que “se lo tragó la tierra”, una semana después, lo devolvió el agua del río Paraná. Su cuerpo apareció flotando a la altura del Puerto de Rosario, pero la autopsia determinó que no tenía líquido en los pulmones. Las pericias posteriores indicaron, con alto grado de probabilidad, que murió por asfixia seca. El cruel método, tal vez, de una bolsa envolviendo la cabeza de la víctima hasta dejarla sin oxígeno. El submarino seco. De los cuatro patrulleros asignados a la seccional tercera solo dos informaron sobre el itinerario guardado en su GPS, dos meses después de aquella madrugada. De los otros dos nada se sabe, aún. A una cámara de videovigilancia que captó al chico en el lugar donde “se lo tragó la tierra” se le borraron, al parecer, 20 minutos de grabación. Al que le gritaban “no le pegués” le encontraron en su teléfono celular trece contactos de policías. En su casa, allanada, dos chalecos tácticos que utilizan las fuerzas de seguridad. El registro de las antenas de telefonía móvil lo ubican, tres días después, en la zona del Puerto de Rosario.

La causa por la presunta privación ilegítima de la libertad de Gerardo Ezequiel Escobar, Pichón, se desperezó esta semana tras seis meses de siesta –por un conflicto de competencia– con las indagatorias de los cinco acusados, tomadas por el juez federal Marcelo Bailaque, que unos meses antes había desechado la competencia federal de la causa al entender que los hechos investigados no constituían un caso de secuestro seguido de muerte. Sino, un homicidio común cuya verdad histórica debía ser revelada y, en caso de hallar responsabilidades penales, sancionada con una condena en la Justicia ordinaria de la provincia de Santa Fe. La Cámara Federal no lo entendió así y el caso comenzó a moverse.

Los testigos
Al menos tres personas testimoniaron, mientras la causa estuvo en la Justicia provincial, haber oído lo mismo la madrugada del 14 de agosto. Una joven que gritaba “no le pegués”. Uno de los tres posee un recuerdo apenas más vago. En sede judicial dijo haber oído algo así como “no le pegués” o “no le pagués”. La escena, al parecer con antecedentes en el mismo sitio, transcurrió alrededor de las 5.45 en Tucumán y Sarmiento.

El que estaba en el piso era Gerardo Escobar, Pichón, un empleado municipal de Parques y Paseos de 23 años. El que lo miraba desde arriba, de pie, Cristian Vivas. Un custodio de 37 años perteneciente a la seguridad mixta entre policías adicionales y patovicas que tenía por entonces el after hour La Tienda, ubicado a media cuadra de la esquina por calle Tucumán.

Escobar había llegado al bar esa madrugada tras pasar por el Casino. Una cámara de seguridad del boliche lo muestra saliendo alrededor de las 5.45, aparentemente mareado por las bebidas alcohólicas que había tomado. Un presunto incidente con el automóvil de la encargada de La Tienda alertó a los tres patovicas del lugar y a los dos policías provinciales que prestaban servicios adicionales.

A Vivas lo acompañaban, esa noche, los patovicas José Luis Carlino –un ex barra de Newell’s–, y César Ampuero. El policía del Comando Radioeléctrico, Luis Noya, que mejoraba sus ingresos a través de adicionales, completaba el equipo mixto de seguridad de La Tienda junto a Maximiliano Anselmi, integrante también de la fuerza de seguridad pero con carpeta médica.

Lo siguieron por Tucumán hacia Sarmiento. Un chico que esa noche había ido al bar declaró que Escobar salió en el mismo momento que él y sus amigos.

“Este flaco (Escobar) se adelanta y se va para la calle (Sarmiento) y se para cerca de un auto oscuro Peugeot y pensé que se iba a subir pero siguió y ahí en la calle se da vuelta para frenar un taxi que no paró”, relató.

“Ahí vuelve al auto y se escucha un ruido –siguió–, no sé si algo roto. Nosotros cruzamos Sarmiento y ahí vemos que empieza a venir la gente de seguridad del bar que lo viene siguiendo, el flaco corre hasta mitad de cuadra por Tucumán, entre Sarmiento y San Martín”.

El testigo, cuya identidad se acredita en el expediente pero se mantendrá en reserva, es uno de los que indica que el patovica Vivas golpea a Escobar.

“Uno de los de seguridad llega caminando hasta donde está el pibe. Cuando vuelvo a mirar, el flaco estaba en el piso apoyado con los brazos hacia atrás mirando hacia arriba al de seguridad, que estaba junto a él. Siento un ruido como a golpe y se escucha una chica que grita «no le pegués»”, testimonió.

“En el mismo sentido declararon”, dijo la Cámara Federal, otros tres testigos, “respecto de la secuencia de los hechos y los supuestos golpes recibidos” por Escobar.
También Matías G., “quien se encontraba trabajando en calle Tucumán 1047, manifestó que escuchó gritos de una chica diciendo «no le pegués» y escuchó pasos fuertes y corridas”, señala el expediente.

Otro eventual testigo, independiente de los restantes, oyó lo mismo: “Edmundo B., vecino de la misma calle a la altura del 1060 dijo que vio que había diez o doce personas y que escuchó decir «pará, no pegués», o «no pagués»”.

De acuerdo a los testimonios, Escobar corrió por Sarmiento hacia Catamarca y se escondió, agazapado, entre vehículos estacionados. Finalmente, siguió con dirección a Catamarca, el último lugar donde se lo vio.

En la comisaría
Vecinos de la zona del bar declararon que existía una suerte de “acuerdo de seguridad ampliada” entre los dueños de La Tienda, que proporcionaban sus patovicas, y la seccional tercera, con jurisdicción en esa parte del centro de la ciudad. El entendimiento consistiría en que el boliche se hacía cargo, también y aunque no le correspondía, de garantizar la armoniosa convivencia en toda la cuadra, para evitar la queja de los vecinos.

Otros testimonios sumados a la causa señalan que era más o menos habitual que llevaran pibes desde el boliche a la comisaría. Un detenido en esa seccional declaró: “Siempre pasaba que se llevaban a los chicos que salían de los boliches y les pegaban, al rato los largaban y si estaban con causas los arreglaban con unos pesos”.

El paso de Escobar por la tercera es materia de discusión en el expediente. La teoría del caso elaborada por el abogado querellante de la familia de Pichón, Salvador Vera, expuesta a el eslabón, señala que “es levantado en Sarmiento y Catamarca y llevado a la comisaría tercera”.

“No se registró el ingreso, pensamos que Escobar muere en la tercera, luego es trasladado desde ahí, no sabemos si directamente hasta el río o a otro lugar y, de ser así, cuánto tiempo estuvo en ese otro lugar”, explicó.

Entre el 13 y el 16 de agosto, el libro de guardia de la comisaría no registra el ingreso del empleado municipal. Su presunto paso por la seccional de Dorrego al 100, en cambio, se sustenta en la declaración de un joven que en ese momento estaba detenido allí.

“Recuerdo que la noche del jueves entró un chico, pude ver el movimiento de gente pero no vi ninguna cara. Vi el personal de negro que llevan a este chico incomunicado a un lugar que no es el penal transitorio. Se escuchaban gritos, siempre le pegan a los que ingresan”, detalló. Y explicó, mediante un croquis, las barreras arquitectónicas que impiden ver al que llega: “Cuando ingresa un detenido al incomunicado lo ves entrar y escuchás los movimientos, pero no se pueden distinguir las caras”.

Cuando en la declaración testimonial le preguntaron cómo se entera de la desaparición de Escobar, respondió: “En la comisaría me entero escuchando una conversación entre los policías, quienes decían que había desaparecido este chico y que la familia lo estaba buscando. (…) Los policías decían que la familia estaba haciendo quilombo”.
Algo inhabitual ocurrió esa jornada para los detenidos en la tercera. Los “engomaron”. No hubo salida a ver el sol en el patio del penal. “Ese día cuando volví del (test) psicológico me dijo un policía que no iba a darme patio ese día porque había quilombo con un pibe desaparecido”, testimonió.

También le preguntaron al preso cómo eran los golpes que escuchaba. “Parecían de puños”. ¿Después de esa noche el trato del personal policial cambió? “Sí, cambió.

Quedamos engomados (encerrados). Se cortó la salida al patio”, se explayó el joven, que por esos días iba ser trasladado a la unidad penal de Coronda.

Las defensas de los acusados señalan que de los 18 detenidos que había en ese momento en el penal de la tercera, sólo uno refiere haber escuchado el ingreso de un Pichón, al que no pudo ver. De ese modo procura rechazar que Escobar haya pasado por la seccional.

El punto no es menor. Para que el caso sea considerado como privación ilegal de la libertad es necesario demostrar la participación estatal en el asunto. Dos policías, uno con carpeta médica, estaban esa noche en el boliche y corrieron a Escobar. La querella particular busca probar que, además, fue levantado por un patrullero de la comisaría tercera y que estuvo en sus dependencias.

Dos de cuatro
Una de las medidas solicitadas para determinar si, efectivamente, un móvil policial llevó a Escobar hasta la seccional de Dorrego al 100 aquella madrugada, es la información de los GPS de las patrullas asignadas a la tercera. Que, esa noche, eran cuatro.
Recién dos meses después del requerimiento de la información por parte de la Fiscalía provincial que intervino en un primer momento en la investigación, el gobierno de Santa Fe envió la data, de modo parcial.

De los cuatro móviles se informó sobre la georeferenciación de dos. Uno estuvo en Funes, otro parado toda la noche en la puerta de la comisaría. De los dos restantes, nada se sabe aún.

Según los defensores, en los patrulleros cuyo derrotero es una incógnita, los GPS no funcionaban. Razón por la cual no se puede conocer sus reportes de ubicación. Los querellantes, en cambio, señalan que eso no está acreditado y están convencidos que uno de ellos levantó a Escobar de Catamarca y Sarmiento.

En los próximos días, explicó a el eslabón el abogado de la familia Escobar, espera poder reunirse con el ministro de Seguridad, Maximiliano Pullaro, para tratar esa cuestión, crucial para la investigación.

Al apelar la decisión del juez Bailaque de rechazar la competencia federal de la causa –luego revocada por la Cámara– la querella se refirió a la ausencia de los reportes de ubicación de los móviles policiales como una reticencia estatal a resolver la causa.

Señaló que “la falta de reportes de datos de dos de los cuatro móviles policiales pertenecientes a la Comisaría 3º de Rosario, sin expresión de motivo o justificación de tales falencias, o fallas de funcionamiento que impidan su lectura, sumado a la incorporación de dicha información luego de dos meses de su requerimiento formal, constituye una reticencia del Estado a brindar información relevante sobre la investigación, constituye un elemento más que importante dentro de las múltiples evidencias que integran la presente causa”.

Contactos
Mientras el expediente del caso Escobar estuvo en la Justicia provincial, el patovica Vivas fue imputado como presunto autor del homicidio, mientras que a sus consortes de causa –los otros dos personal de seguridad y los dos policías adicionales– les achacaron el encubrimiento del asesinato.

Ahora, el fiscal federal Federico Reynares Solari los acusa, a todos, de privación ilegal de la libertad.

En la pericia del teléfono de Vivas los investigadores encontraron datos que refuerzan la hipótesis de la participación policial.

En el móvil del patovica se encontraron más de 13 contactos telefónicos policiales, entre los que figura la seccional tercera. La querella sostiene que el vínculo entre el personal de seguridad de La Tienda y la policía era fluido, tal vez como consecuencia del acuerdo de seguridad ampliada señalado por los vecinos del boliche.

Otro elemento llamativo del caso es que cuando la policía allanó el domicilio particular de Vivas, secuestró dos chalecos tácticos “sin revestir éste la calidad de agente policial”.
Tras la misteriosa desaparición de Pichón la madrugada del 14 de agosto, sus amigos activaron una aplicación para teléfonos móviles llamada Phone Tracker con el fin de tratar de ubicar su equipo.

El resultado del rastreo indicó que el teléfono de Escobar habría estado en inmediaciones de la vivienda de Vivas, lo que motivó su posterior allanamiento.

“Los dos teléfonos complican a Vivas. El de Escobar porque la búsqueda del Phone tracker lo plantea cerca de su casa”, dijo el abogado Vera. Y “la llamada que recibe él a las 20 o 21 (del domingo siguiente a la desaparición) y las dos que hace alrededor de la medianoche en la zona del Puerto”, donde cuatro días después apareció flotando el cuerpo del joven asesinado.

La defensa de Viva asegura que el patovica estaba demorado ese día, por lo tanto el rastreo de su teléfono no podría ubicarlo en el área portuaria. Vera contrapone, sin embargo, que “eso no está acreditado en la causa”.

Una de las medidas adoptadas por la investigación fue solicitar un informe al FBI sobre el derrotero del teléfono de Escobar. Y determinar si estuvo una semana en el agua junto a su cuerpo, o fue colocado cuando lo encontraron, como presume la querella.

Medidas pendientes
Entre las pruebas que debería comenzar a producir el juzgado federal de Bailaque, para avanzar en la dilucidación del caso, hay una pedida por la parte querellante. Se trata de la pericia de una cámara de videovigilancia ubicada en Catamarca y Sarmiento, el último lugar en que testigos vieron con vida a Escobar.

Las grabaciones fueron incorporadas al expediente judicial por solicitud de la fiscal provincial. Pero para la querella faltan 20 minutos, justo en el momento en que el joven está allí. Según Vera, “evidentemente hubo una manipulación, hay 20 minutos borrados. Por eso pedimos que se haga una pericia y se solicite el disco duro” de la cámara, a los efectos de determinar si efectivamente existen más imágenes que las hasta ahora aportadas.
Se trata de una cámara de videovigilancia privada, perteneciente a un estudio jurídico ubicado en la zona.

Otra pericia que aún resta producir en la causa por la muerte de Pichón es la relacionada con las presuntas lesiones que sufrió antes de morir por asfixia seca. “Quedan pericias por golpiza que sufrió, edema en los testículos, en el pene, desprendimiento de las partes blandas del tabique nasal”, enumeró Vera.

“Y la gran inflamación –continuó– que tenía en la masa encefálica”. Esos estudios se habían encargado al cuerpo forense de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, pero mientras la causa estuvo parada por el conflicto de competencia entre las Justicias provincial y federal los exámenes se detuvieron. A un año de la muerte de Pichón todavía no se pudo establecer, por medios científicos, si fue golpeado y, en tal caso, si quedaron huellas. Por ahora están los testimonios que ubican a Vivas en la esquina de La Tienda, pegándole.

Mientras se aguarda la producción de esas medidas de prueba, el juez Bailaque les tomó esta semana declaración indagatoria a los cinco implicados. El martes fue el turno del policía Noya; el miércoles declaró Vivas. El jueves el ex barra leproso Carlino y el custodio privado Ampuero. Mientras que el viernes ejerció su defensa Anselmi, el integrante de la fuerza de seguridad santafesino que, al momento de los hechos, estaba con carpeta médica. El juez tiene ahora diez días hábiles para resolver la situación procesal de los acusados.

Un barra como patovica
A los pocos días del asesinato de Gerardo Escobar el defensor general de Santa Fe, Gabriel Ganón, reveló que uno de los patovicas imputados por el caso integró la barra de Newell’s Old Boys. Se trata de José Luis Carlino, alias Tarta, quien en septiembre de 2010 fue incluido en una lista judicial conformada por un centenar de barras Leprosos con prohibición de ingresar al Coloso del Parque Independencia, en la que también aparece el nombre de Monchi Cantero, el hermano de crianza de Los Monos, cuyo nombre es Ramón Machuca.

Esa restricción fue el resultado de una denuncia efectuada por el líder de la barra, Diego Panadero Ochoa, luego de que un grupo de hinchas liderado por Maximiliano Quemadito Rodríguez y Matías Pera lo bajara a trompadas de un paravalancha el sábado 4 de septiembre de 2010, lo dejara en calzoncillos y lo obligara a abandonar el estadio.

El Tarta Carlino, referente del barrio Saladillo en la barra leprosa, quedó afuera del estadio por participar del grupo que intentó desplazar al Panadero Ochoa, quien en su denuncia dijo que sus rivales querían vender estupefacientes en la barra. “Lo que ellos quieren es agarrar a esos referentes para venderles droga… Hay más negocios, como tener relación con los policías”, denunció el humillado barrabrava.

De Yamper a La Tienda
El dueño del after hour La Tienda –rubro que no existe en la legislación de la actividad nocturna de Rosario– es el comerciante Bautista Yassogna, titular de Event Sur SRL, la firma que explotó la conocida bailanta Yamper de la zona sur de la ciudad.
En la puerta de ese boliche de Ovidio Lagos 4564 hubo varias balaceras y en junio de 2013 murió tiroteado un policía que, otra vez, realizaba servicios adicionales. Finalmente fue clausurado por el municipio.

El 25 de febrero de 2008, Bautista Yassogna, que tiene 80 años, constituyó la sociedad Event-Sur SRL junto a un socio con el que se repartió la mitad de las acciones. Esa sociedad que se inició con un capital de 40 mil pesos –y con el tiempo fue cambiando de accionista pero siempre mantuvo a Yassogna como socio– es la que explotó la bailanta Yamper y el fatídico after hour La Tienda.

En el boliche de calle Tucumán se recicló como personal de seguridad el ex barra de Newell’s, José Luis Tarta Carlino. A Yamper solían ir los cabecillas de Los Monos hasta la muerte de Claudio Cantero, el Pájaro, que la noche que fue asesinado a la entrada de un boliche de Villa Gobernador Gálvez había visitado, antes, la bailanta Yamper.




Entrevista a Luciana Escobar, hermana de Gerardo“Aprendimos a transformar el dolor en lucha”
31/07/2016
Por Juane Basso
Foto: Andrés Macera.
Foto: Andrés Macera.
Luciana es la hermana de Gerardo Pichón Escobar, el pibe de 23 años que tras ser visto por última vez en el boliche La Tienda, la madrugada del 14 de agosto pasado, estuvo desaparecido una semana hasta que su cadáver fue encontrado en el Paraná. Por su cercanía en el tiempo, y la mecánica del hecho, la historia remitió rápidamente a un caso ocurrido meses antes, el de Franco Casco, de quien para ese entonces ya se sabía que previo a ser hallado sin vida en el río, había estado en la comisaría séptima de Rosario con claros signos de golpes, tal cual permitió ver una fotografía tomada por el propio titular de la dependencia policial y revelada en este periódico. Esta semana, en que comenzaron las declaraciones indagatorias a los policías y patovicas acusados de la muerte y ocultamiento del cuerpo de Escobar, Luciana se encontró con el eslabón para hablar de los avances y obstáculos de la causa, de la lucha por el pase del expediente al fuero federal y de cómo le cambió la vida todo este proceso de marchas, reclamos frente a tribunales, construcción de multisectoriales y encuentros con familiares de jóvenes asesinados por la violencia institucional. “Si todo funcionara como debiera –dirá–, yo tendría que estar en mi casa, con mi vida, y esperando que me digan que se está haciendo tal cosa, que se va a hacer tal otra. Como aprendí que no funciona, sé que tengo que ir detrás de esa Justicia”.

Su testimonio se asemeja a las historias que todavía cuentan las Madres o los familiares de desaparecidos sobre los primeros tiempos de búsqueda de sus seres queridos, y de Memoria, Verdad y Justicia, después. “Tuvimos que aprender a plantarnos ante fiscales, policías y autoridades para que nos digan algo de Gerardo, al tiempo que lo buscábamos por los hospitales, las calles y entre las personas, pensando que lo podíamos encontrar en algún lugar”, contó en la entrevista.

“Fueron siete días de desaparición. Por eso también digo, aunque pueda sonarte raro, que el encontrarlo fue para mi, en cierta manera, un alivio”, explicó la hermana de Gerardo, y amplió la idea: “Esa semana se me aparecía en todos lados, en las calles, en las personas, como que lo encontraba, lo veía. Pero el día del velorio, yo sabía que después de eso comenzaba otra etapa, que era el pedido de justicia y de saber qué pasó con mi hermano”.

—¿Cómo te enteraste lo que pasó con tu hermano?
—Para mi todo comienza el 13 de agosto del año pasado, que fue la última vez que mi hermano sale de la casa donde vivíamos entonces, que es la de mi mamá. «Mantenete al tanto de la puerta por si golpeo, así me abrís», fueron las últimas palabras que me dijo. El entraba a las seis de la mañana a laburar. Al otro día me levanto, con los chicos, y como me había llamado la atención que no lo había oído llegar, voy a su pieza y golpeo la puerta. Estaba abierta. Entro y estaba todo como había quedado la noche anterior. No había rastro de que hubiera vuelto. Me pareció normal, porque era un pibe de 23 años que salía a bailar, quizás conoció una piba y se fue con ella. Llevé mis chicos a la escuela, arranqué mis actividades y al mediodía, cuando volví y no había aparecido, ni se sabía nada en casa, lo empecé a llamar. El celular de él sonaba pero no me atendía. Todo el día estuve llamando.

A la tarde comenzamos a preguntar a los amigos y nadie sabía nada. Ahí salimos con mi padrino a recorrer hospitales, inclusive fuimos a la morgue esa noche. Y nada. Ya nos resultaba muy sospechoso porque él no hacía eso. Me acuerdo que el celular sonó todo ese viernes. Sonaba pero me agarraba el contestador. Y a la noche ya no sonó más, como si estuviera apagado.

—¿Cuándo fueron a denunciar su desaparición?
—Ese mismo viernes, mi mamá fue a hacer la denuncia. Pero no se la tomaban porque no habían pasado 48 horas. Y el sábado iniciamos una búsqueda más general. Los amigos por un lado, nosotros por otro. Ahí nos llega la información de un conocido, que había salido esa noche con él, que nos tira la información de que vayamos a la casa de Cristian Vivas, el patovica del bar La Tienda, que vivía a siete cuadras de donde vivíamos nosotros, cosa que no sabíamos.

Después uno de los amigos de mi hermano hace esa búsqueda por el GPS del celular, que nos tira que el celular de mi hermano aparecía alrededor de la casa del patovica.
Vino la policía y ese mismo sábado se hizo una inspección en la casa de Vivas, donde se encontraron celulares. No el de mi hermano, pero ya teníamos un dato.

Fueron pasando los días. Salieron a declarar los tipos de seguridad de La Tienda y empezaron a hacer correr versiones.

Las primeras informaciones, surgidas de los patovicas y los que trabajaban en La Tienda, decían que mi hermano había hecho quilombo fuera del boliche, que quiso abrir la puerta al auto de la encargada y que se fue para el río. Los medios dieron versiones que decían que mi hermano había ganado un montón de plata en el casino, que podía ser un ajuste de cuenta, que era un loquito drogado que se podría haber tirado al río.

El 21 de agosto, a las tres de la tarde, me llaman de la fiscalía para decir que había aparecido un cuerpo en el río, que no había nada confirmado de que fuera mi hermano, que espere un próximo llamado. Yo le aviso a mi padrino y le digo «tenemos que ir allá. Vamos al puerto, no esperemos». Llegamos y ya estaban los amigos, que me decían: «Luciana, es él, tiene su ropa». Yo les dije que hasta que no lo vea no lo iba a creer. Después me tocó esa parte que nunca hubiese querido, que fue reconocerlo. Estaba muy afectado por la descomposición. Por eso, mi último recuerdo es de esa noche que nos despedimos.

—¿Cómo describís la etapa que arrancó luego de que encontraran a tu hermano?
—Fue de ir aprendiendo en el camino. Yo me veo un año atrás y no soy la misma persona. Crecí muchísimo como mujer. Vi otras cosas que antes no veía. Estoy desentrañando una parte de la Justicia, de la Policía, de cómo funciona la noche, del rol de los patovicas. El recuerdo de mi hermano me da la fuerza para seguir. Hoy tengo este trabajo en la municipalidad por él.

Ahora puedo enfrentarme a fiscales. Antes no te podía responder o plantarme, golpear puertas y exigir como hago ahora, para que me digan qué pasó con mi hermano. Siento que algo despertó en mí, que quizás sea algo que todos tenemos adentro, que es esa decisión de ponerse enfrente de algo, de pararse y luchar ante el sentimiento de que robaron una parte tuya. A veces pienso: «si yo estoy haciendo todo esto por mi hermano, no me quiero imaginar lo que haría por mis hijos». Hay días que no me siento bien, pero sé que si no me levanto y yo misma no lo hago, nadie lo va a hacer y esto va a quedar todo ahí, en la nada.

—¿Por qué pensás que tienen que hacer todo esto para que se mueva la Justicia?
—Si todo funcionara como debiera, yo tendría que estar en mi casa, con mi vida, y esperando que me digan que se está haciendo tal cosa, que se va a hacer tal otra. Como aprendí que no funciona, sé que tengo que ir detrás de esa Justicia. Estuvimos casi un año reclamando que el caso pase al fuero federal, hasta que nos dieron la razón, de que este era un caso de desaparición forzada. Hay dos policías involucrados. Tenemos testigos que dicen que mi hermano pudo estar en la Comisaría 3ª. Que el Estado es responsable y cómplice. Que lo que hicieron es un trabajo de policías. Tenemos el dato de que mi hermano fue torturado con el submarino seco, una práctica que se hacía en la dictadura y que se sigue haciendo.

A los cinco detenidos les encontraron los contactos con la 3ª. Sabemos que La Tienda se manejaba con esa comisaría. Siempre en la esquina de La Tienda había un patrullero. En esa dependencia policial no pueden explicar con claridad dónde estuvieron dos patrulleros esa noche. Los GPS de esos patrulleros misteriosamente desaparecieron, igual que las grabaciones de muchas de las cámaras. A pesar de eso hubo una filmación que nos permitió ver cómo le pegaban a mi hermano, gracias a la cual tenemos a estos cinco detenidos en la causa.

En medio de todo lo que fuimos averiguando, nos encontramos con relatos y testimonios que plantean que sería una práctica habitual que cuando alguien tenía algún problema en La Tienda, lo seguían, lo golpeaban, y terminaban detenidos en la 3ª. Nos hemos contactado con gente que no ha hecho denuncias por miedo, pero que les ha pasado esto que te cuento.

Nosotros, hoy, también somos amenazados. Yo sigo recibiendo amenazas por diferentes vías, como en las audiencias, de estos barra bravas que aparecieron.
Con mi hermano quizás pensaron que iban a poder hacer lo mismo. Que se iba a creer el cuento de que estaba drogado y se tiró al río. Tal vez pensaron que era un loquito que no tenía una familia.

—Ante el inicio de las indagatorias a los acusados, ¿qué cosas destacás que te parece que colaboraron para llegar a esta instancia?
—El acompañamiento de los compañeros de la municipalidad, del sindicato, los que estuvieron todos los miércoles en la fiscalía. Fue todo un conjunto, siempre doy gracias a todos ellos. También a los abogados que conocí, que ya son parte de mi vida. Y a todo el grupo que hemos armado con familiares de otros casos. Es que en este camino conocí esas historias que antes veía por televisión y decía: «pobre familia» y cambiaba el canal. Ahora me tocó estar de este lado. Y nos apoyamos con familiares que vivieron situaciones similares. Y cuando se cae uno, entre todos lo levantamos. Porque aprendimos a transformar el dolor en lucha.

La meta que tengo es la Justicia. Quiero de acá a un tiempo poder explicar a mis hijos que si alguna vez no pude estar en tal ocasión, fue por conseguir justicia por su tío, mi único hermano.

Flores para Gerardo
Luciana se ha convertido en la principal referente de la Multisectorial que reclama justicia por su hermano, y que por estos días se encuentra preparando una gran movida para el aniversario de su desaparición y asesinato. “Comenzaremos el próximo jueves 11, en la escuela donde iba mi hermano, donde se va a pintar un mural para que se recuerde su paso por ahí”, indicó la joven, y continuó: “El viernes 12 vamos a hacer algo en Parques y Paseos, donde trabajaba él, y desde ahí vamos a caminar hasta la rotonda (de Pellegrini y Oroño) que lleva su nombre. Vamos a marchar repartiendo flores, que era lo a lo que se dedicaba él”.

Por último, Luciana contó que el domingo 14 se va a hacer una jornada cultural en la plaza frente a los tribunales provinciales. “Desde el mediodía haremos un almuerzo popular, luego habrá varios paneles sobre violencia institucional de Rosario y Buenos Aires, otro con hijos y nietos de desaparecidos, y por último otro con las Multisectoriales que se formaron alrededor de estas luchas, para finalizar con bandas y murgas”, concluyó.
Fuente: El Eslabón
Fuente:RedaccionRosario                        

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