2 de febrero de 2022

OPINION.

 

Del genocidio militar al genocidio 

social: Hacia un país Falkland

Por Jorge Falcone, Resumen Latinoamericano, 1 de febrero de 2022.

Diplomacia hipócrita con barniz de Patria Grande 

A significativa distancia física del cierre del acuerdo con el Fondo – en el marco de la asunción de  la presidente electa de Honduras, Xiomara Castro, esposa del ex presidente Manuel Zelaya, destituido en 2009 -, Cristina Kirchner brindó  una charla en la Universidad Nacional Autónoma de Tegucigalpa, titulada “Los pueblos siempre vuelven”, en indisimulable y decidido apoyo a la primera mujer en llegar a la presidencia de aquel país centroamericano, que enfrenta no pocos desafíos internos desde antes de asumir el cargo.

En su “clase magistral”, y dirigiéndose en repetidas ocasiones a Héctor, el hijo del mandatario oportunamente depuesto, Cristina produjo una disertación de alrededor de 25’ que careció del brillo al que la oradora tiene acostumbrado a su público habitual. Comenzando por una pobrísima reseña de las guerras independentistas del Siglo XIX, derivó hacia los Terrorismos de Estado del Siglo XX y su posterior transformación en lawfare – siempre identificándose con la suerte corrida por varixs de  sus aliadxs regionales de otrora, que la siguieron atentamente desde la primera fila del auditorio académico -, cuidándose de mencionar al Fondo con todas las letras en medio de tan delicada negociación, y concluyendo con el argumento posibilista de atribuir a la falta de recursos económicos la imposibilidad de asumir una política más resuelta en materia de preservación del medio ambiente. 

La ceremonia de asunción posterior se produjo en el marco de una rebelión en el seno de la izquierda hondureña provocada por la competencia entre dos parlamentarixs que disputan la titularidad del poder legislativo. El grupo escindido del nuevo oficialismo está comandado por Beatriz Valle, ex vicecanciller de Zelaya y nueva secretaria de la junta directiva parlamentaria, quien se resiste a aceptar el Pacto de Oposición, previo a las elecciones, alcanzado entre su partido y el Partido Salvador (PSH), comandado por el vicepresidente electo, Salvador Nasralla. Esa pelea complica la gobernabilidad del país en los albores de la nueva gestión presidencial. 

Dada la presencia en dicho evento de figuras como el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, el canciller de México, Marcelo Ebrard (uno de los principales socios políticos del presidente Alberto Fernández) y ex presidentes como Dilma RousseffEvo Morales (Bolivia), y Fernando Lugo (Paraguay), la ocasión fue propicia para ofrecer a la prensa mundial – en sintonía con el título que escogió para su disertación Cristina – la imagen de que en Nuestra América va tomando forma un nuevo ciclo progresista, circunstancia cuyo margen de incidencia real no solo desmienten los indicadores macroeconómicos de la región, sino algunos gestos inequívocos del flamante primer mandatario chileno respecto de la Venezuela bolivariana o la Nicaragua sandinista, abiertamente acompañados por nuestra cancillería, que acaba de condenar de manera expresa la supuesta violación de Derechos Humanos por parte del gobierno de Nicolás Maduro, en el marco del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. 

En su exposición, el representante argentino, Christian Machuca, habló de desapariciones forzadas y pidió al “régimen” de Maduro cumplir con los pedidos de otra figurita repetida de la progresía continental, la Alta Comisionada Michele Bachelet

Aunque ya “no todo lo que brilla es oro” en la tierra del Comandante Chávez, la inclaudicable resistencia de las comunas socialistas fomentadas por el difunto líder hubiera merecido un gesto geopolítico más fraterno por parte de nuestro país.

Pero el voto en cuestión se produce luego de una serie de señales de acercamiento del Gobierno Nacional con Estados Unidos, como la perdidosa reunión del canciller Santiago Cafiero con su par Anthony Blinken y la entrega de credenciales de Alberto Fernández al embajador norteamericano en el país, Marc Stanley, en un acto protocolar que podría haber encarado cualquier  funcionario de segunda línea. 

En Cancillería vienen planteando que la presidencia de la Celac y los viajes de Alberto Fernández a Rusia y China no generarán tensión con Washington y confían en poder acordar «4 o 5 puntos» con el gobierno de Joe Biden para mejorar la relación con el FMI, ingenua expectativa que recuerda a la de Leopoldo Fortunato Galtieri, aquel general majestuoso que apostó por que el Gran País del Norte nos hiciera el aguante durante la Guerra del Atlántico Sur. 

Grieta en el Frente de Todxs:

Ganaron lxs Kulfas (“pagar es crecer”),

perdieron lxs Moreau (“yo no hubiera pagado”) 

Sabido es que, superadas las Sociedades del Disciplinamiento que tuvieron lugar durante el siglo pasado, estas Sociedades del Control que rigen durante el actual encuentran en la deuda de los países periféricos uno de los principales yugos establecidos por el Norte Global para prorrogar su sometimiento. 

Repasando el desarrollo de las tensas negociaciones con los acreedores internacionales que se vinieron produciendo durante el mes de enero, corresponde señalar que en el seno de la variopinta coalición gobernante confrontaron varios puntos de vista, desde el de quienes se avenían sin chistar a padecer la tutela trimestral de los veedores enviados por el Fondo para supervisar un ajuste leonino, al de quienes cada vez menos tímidamente fueron desdramatizando las implicancias de un  default

A prácticamente un mes de los vencimientos de marzo, para los cuales las reservas netas del Banco Central resultan insuficientes, en los tres sectores que componen el oficialismo perciben que las tratativas vienen siendo cada vez más difíciles, dada la intransigencia en los condicionamientos que exige Washington para refinanciar la deuda acumulada desde la dictadura, y salvajemente incrementada por Macri

Cabe recordar que la ilusión de un FMI fraterno acariciada por Kristalina Georgieva se hizo trizas contra el escándalo por favoritismo en un antiguo ranking del Banco Mundial que estuvo a punto de costarle la cabeza a mediados de 2021. En este momento el equipo a cargo, con Gita Gopinath y el halcón brasileño Ilan Goldfajn a la cabeza, y con el británico Ben Kelmanson encargado del caso argentino (a quien tendremos de “inquilino” por bastante tiempo a partir de las próximas horas), es mucho más hostil. Oportunamente, Fernández y Guzmán habían convencido al resto del FdT de firmar un acuerdo imposible de cumplir con el argumento de que las condiciones tampoco serían tan estrictas, al menos durante el período de gracia inicial de cuatro años. Pero al redactar la letra chica quedó claro que no sería un asiento contable sino un pasaporte al cogobierno con el Fondo hasta el final del mandato. 

Como si eso fuera poco, en el Tesoro, el encargado del caso argentino es David Lipton, el mismo halcón demócrata que secundaba a Christine Lagarde al frente  del Fondo en 2018 y que ejecutó la orden de Trump de blindar a Macri, aun contra su voluntad.

La entente del Fondo Monetario con el Tesoro norteamericano no es novedad para el peronismo ni para la familia Cafiero, ya que quien acaba de viajar a clamar por piedad al accionista mayoritario es el nieto del también joven agregado financiero en Washington durante 1949, Antonio Cafiero, quien le recomendó al mismísimo Juan Perón que no se asociara al Fondo en carta remitida el 25 de julio de ese año. 

Sin embargo, no fue el canciller quien trazó la estrategia de negociación con el FMI sobre el supuesto de la colaboración estadounidense que finalmente fracasó. Se trata de Gustavo Béliz, tan silencioso decisor en la intimidad de Olivos como pro-yanqui, que siempre descontó el apoyo de la Casa Blanca, incluso antes de que asumiera su ocupante actual, cuando Sergio Massa sumó su propio entusiasmo americanófilo. La tesis de que Washington evitaría a toda costa una crisis en medio del Cono Sur demostró carecer de asidero. 

El interrogante que campeó en el establishment fue si, ante el endurecimiento de las contrapartes, el Gobierno estaba recalculando su rumbo hacia una posición más defensiva, si solo tensaba la cuerda para negociar mejor o si se preparaba para afrontar las consecuencias económicas de un impago al FMI. El desconcierto que imperó hasta el anuncio oficial sobre el acuerdo se reflejó en la disparada de los dólares paralelos.

Inesperadamente, también sobre las Fiestas, Fernández decidió aceptar invitaciones que podría haber declinado sin mayores consecuencias, para volar  en las próximas horas a Moscú y a Beijing justo en el pico de tensión de ambas potencias emergentes con Estados Unidos. A Rusia llegará justo mientras se colma de tropas la frontera con Ucrania. En China planea concurrir a la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno, que Biden llamó abiertamente a boicotear. Ninguno de esos dos gobiernos ofreció dinero para cubrir el vencimiento impagable de marzo y sería infantil pretender que se puede improvisar una salida así en menos de un par de  meses, con la parsimonia que caracteriza especialmente a la diplomacia del Gigante Asiático. Pero el gesto apunta a mostrar que Argentina no solo tiene un aliado. Aunque parece tratarse de una maniobra tardía.

En los escarceos del Presidente gravita el hecho de que, a su entender, la política regional navega otras aguas que cuando asumió. Luis Arce, Gabriel Boric y Pedro Castillo no presidían Bolivia, Chile y Perú respectivamente. Gustavo Petro y Lula tampoco estaban a punto de ganar en Colombia y en Brasil, como ahora.

Aunque “soñar no cuesta nada”, la tensa vigilia de Nuestra América demuestra que ni Bolivia está en condiciones de radicalizar una política antinorteamericana, ni el nuevo mandatario chileno contempla dicha posibilidad, ni Perú está llevando a cabo nada que se le parezca.

Pero se acabaron las conjeturas. Muy a pesar de un mensaje presidencial que, cargado de optimismo impostado pretendió calmar a la opinión pública y ofrecer previsibilidad a los mercados, una vez más, contrariando el reclamo popular y el de lxs funcionarixs más sensatxs, la línea política que se impuso al interior de la coalición gobernante fue la de que Argentina continúe siendo un sumiso pagador serial de la deuda ilegal, ilegítima y odiosa, aunque nuestras reservas estén en rojo y cunda la miseria colectiva.

La contracara del edulcorado discurso oficial consistirá en un estricto control de la emisión monetaria (virtual intervención del Banco Central), un significativo recorte del gasto público con control trimestral de ejecución presupuestaria según cumplimiento de metas, aumentos de salarios y jubilaciones también solo según cumplimiento de metas fiscales, el achicamiento de la brecha cambiaria oficial y blue al 30% (devaluación), la instalación de una Misión de Control Permanente del FMI en Argentina, tasas de interés positivas para alimentar la timba financiera,  guardar reservas para pagar al FMI y girar ganancias a casas matrices, la continuidad de pago a los bancos de Leliqs y demás instrumentos a tasas por encima de la inflación, la legitimación formal del endeudamiento contraído por Macri y de la responsabilidad en ello del FMI. Vale decir, en términos reales, el cierre de la grieta con Juntos por el Cambio. 

Las reacciones de indignación no tardaron en manifestarse. La CTA – A, por ejemplo, expresó “rechazamos el camino de acuerdo con el FMI y reafirmamos que las deudas se pagan pero las estafas no. El préstamo más abultado de la historia del FMI fue otorgado de forma irregular. Hay responsables administrativos y políticos tanto en la anterior gestión como en el propio organismo internacional. Ese capital fugado nunca tuvo como propósito llegar a nuestro pueblo. La historia lo ha demostrado: ningún programa del FMI busca el desarrollo económico, sino que pretende generar excedente para pagar la deuda. Con el acuerdo Argentina opta por el camino de refinanciar un préstamo fraudulento, asumiendo un sendero de ajuste y resignando soberanía”. 

Poco después, también en tono crítico, se pronunció el Partido Comunista argentino, integrante de la coalición gobernante. 

Las organizaciones sociales rebeldes, por su parte, se declararon en Estado de Alerta, y preparan una respuesta contundente para el 8 de febrero.

Hay que decirlo con todas las letras: El agradecimiento del Primer Mandatario y el Ministro de Economía a la “prudencia” de la CGT y los movimientos sociales aliados – ¡qué país generoso, ¿no?! – debería avergonzar entre sus filas hasta a lxs más cara rotas. 

Considerando hasta dónde se polarizaron en seno del oficialismo las opiniones sobre el carácter del acuerdo, no sorprende que la decisión adoptada haya traído severas consecuencias al interior del Frente de Todxs. La renuncia de Máximo Kirchner a su Jefatura en el Bloque de Diputados oficialistas va en tal sentido. Aunque, al menos según la consultora de Roberto Bacman, la medida en cuestión cuenta con un 49% de aprobación de la sociedad, indicador sumamente elocuente de que lxs argentinxs no pasamos por nuestro mejor momento en materia de conciencia política. Frente a tal consenso, y hasta nuevo aviso, la competencia por el 2023 amaga disputarse entre Alberto y Larreta

Dado el silencio de “La Jefa” respecto al bochornoso entendimiento, es más que probable que a partir de ahora cierta gilada invente una nueva “Teoría del cerco” en torno a ella, pretendiendo que siempre fue ajena a la decisión adoptada. Pese a que en el cierre de campaña hacia las legislativas haya expresado a voz en cuello que debíamos “honrar nuestros compromisos”. 

Tierra y trabajo: El hervor en ascenso de la caldera social 

Si comenzamos abordando el primer tópico que encabeza este bloque, corresponde advertir que hoy la ciudad de La Plata es el punto geográfico de mayor ocupación de tierras: 250 hectáreas que involucran a más de 40 tomas activas. La mayor de ellas está ubicada en la localidad de Los Hornos, en el ex Club de Planeadores. Allí viven 2.600 personas. En ese distrito hay 260 asentamientos compuestos por unas 200.000 personas, el mayor registro de toda la provincia de Buenos Aires. 

Este dilema sin resolver en el municipio gobernado por Julio Garro (Juntos por el Cambio) eclosionó durante los últimos días en la vida cotidiana de lxs platenses, testigos del regreso de vecinxs que ya habían sido desalojados por la policía provincial.

Un relevamiento de las autoridades locales reveló la presencia de adultos, niños y mujeres embarazadas en las nuevas tomas, situación que pone en ventaja a lxs ocupantes a la hora del desalojo.

Según dicha fuente, las ocupaciones activas se despliegan a lo largo de toda la ciudad, desde el Camino Centenario y 450, frente al Parque Ecológico, hasta las vías del ferrocarril en 120 entre 42 y 50, a pocas cuadras del Casco Urbano, pasando por las decenas de tomas en el oeste y el sur platenses, desde Abasto hasta Villa Garibaldi. 

En relación a la de Los Hornos, donde unas mil casillas ocupan tierras fiscales que pertenecen a la Nación, la administración de Axel Kicillof elaboró un proyecto de urbanización con servicios, escuelas y centros barriales. 

Pese a ello, el jefe comunal solicitó públicamente el desalojo del lugar, afirmando  que la zona se volvió mucho más insegura, que los gendarmes enviados para custodiar el lugar no alcanzan y que al predio siguen arribando familias cuando se había asegurado que esto no iba a suceder.  

Organizaciones de izquierda como el Polo Obrero, el FOL y Teresa Vive, entre otras, protagonizaron gran parte de esa ocupación.

También se observaron pasacalles que identifican a organizaciones sociales cercanas al oficialismo como el MTE o La Dignidad, aunque sus dirigentes se apresuraron a tomar distancia de la iniciativa. 

Consecuentemente con su raigambre oligárquica, el intendente de La Plata mandó cavar una fosa para evitar que sigan intrusando predios, emulando así a la tristemente célebre Zanja de Alsina, sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones compuesto por fuertes y fortines construidos en el oeste de la Provincia de Buenos Aires entre 1876 y 1877,​ sobre la nueva línea de frontera de los territorios bajo el control del gobierno federal, a fin de evitar la irrupción de lxs principales excluidxs de entonces, que eran nuestros pueblos originarios. 

Como queda de manifiesto, muy a pesar del escarmiento que el polémico Ministro de Seguridad Sergio Berni pretendió brindar a lxs sin techo durante 2020 desalojando violentamente un extenso predio en la localidad de Guernica, las ocupaciones activas se despliegan por toda la ciudad, dado que, aunque las autoridades pretendan tapar el sol con la mano, la de tierra y vivienda es una necesidad impostergable y de primer orden. 

Más allá de las promesas, a la fecha la única respuesta ofrecida a lxs necesitadxs de un lugar en el mundo es la represión.

Sin ir más lejos, coincidentemente con la capitulación del gobierno nacional ante el FMI, la Bonaerense de Berni y Kicillof desalojó a 60 familias humildes que habían ocupado un terreno ocioso en Barrio Aeropuerto. Se trata de jóvenes trabajadoras y trabajadores, afectados por la falta de empleo y de vivienda, una realidad que se vive en todo el país con índices que llegaron, en agosto pasado, al 20% de desocupación en jóvenes de entre 18 y 30 años. 

Al afligente panorama descripto cabe sumar que hoy nuestro país ocupa el séptimo lugar entre sus pares de Nuestra América en relación al valor del salario mínimo, después de Perú y antes del Brasil de Bolsonaro, cuando apenas hace una década figuraba en primer lugar.

Tan es así que, en el mundo del trabajo informal, los movimientos sociales rebeldes, alejados del Gobierno nacional y nucleados en la Unidad Piquetera, denuncian que continúa la morosidad por parte del Ministerio de Desarrollo Social  en la entrega de alimentos, y reclaman una reunión con el líder de la cartera, Juan Zabaleta, ante quien pretenden renovar demandas como el avance del plan que presentaron el año pasado en procura de crear 1.000.000 de puestos de trabajo. 

El funcionario está al tanto de la propuesta pero no responde. 

Además, se le han planteado reiteradamente críticas a la calidad y variedad de los alimentos secos que se deberían entregar mensualmente. Sin contar con las demoras, que terminan siendo suspensiones.

La propuesta de crear esa cantidad de empleos es más que ambiciosa, de acuerdo a distintas consultoras económicas. Las más optimistas indican que la economía argentina necesitaría atravesar 5 años a un ritmo de crecimiento económico por encima del 3% anual para lograr recuperar los puestos de trabajo perdidos durante la emergencia sanitaria, etapa en la que 1,2 millones de trabajadores quedaron desocupados con una baja tres veces más acelerada entre los informales y cuentapropistas que entre los formales.

Las diferencias se profundizan en el tirante vínculo que sostiene el Gobierno con las organizaciones sociales no oficialistas. A principios de este año, el ministro de Desarrollo Social anunció que impulsará una iniciativa que considera clave: garantizar que aquellas personas inscriptas en el programa Potenciar Trabajo puedan optar por la unidad ejecutora en la que cumplir con las cuatro horas laborales diarias que, a cambio de $16.000 mensuales, se les exige como contraprestación. 

El anuncio inmediatamente encendió alarmas en los movimientos insumisos, dado  que mientras desde el ministerio se encargan de desvincular las tareas realizadas por los beneficiarios del programa de cualquier adscripción político-partidaria, los dirigentes piqueteros lo ven como una maniobra dirigida a dejar en un “limbo” a quienes cobren el Potenciar Trabajo (más de 1.000.000 de beneficiarios) y decidan irse del lugar en el que contraprestan. Evidente ardid que, lejos de buscar afianzar la autonomía de esas más de un millón de personas encuadradas en alguna actividad no registrada, los colocaría a disposición de lo que decidan los funcionarios de turno.

Por otra parte, preocupa al oficialismo el creciente “éxodo” de militantes de organizaciones como el Movimiento Evita o Somos-Barrios de Pie a las filas de estas organizaciones combativas.

La pulseada entre las mismas y el ministerio de Desarrollo Social es total. En el centro de todo el debate se encuentra la intermediación que ejercerían las primeras a la hora de repartir los programas sociales. Sin embargo, desde el histórico edificio de 9 de Julio y Belgrano aclaran enfáticamente que el Potenciar Trabajo no tiene relación alguna con el lugar en el que lxs beneficiarixs deciden  llevar adelante su militancia, y que cualquier trámite de traspaso de una unidad ejecutora a otra sólo puede iniciarse a partir del pedido individual de la persona titular del programa. 

Lo cierto es que, hoy por hoy, cada uno de lxs beneficiarixs del Potenciar Trabajo cuenta con su propia tarjeta y los movimientos sociales intervienen únicamente al momento de disponer de los cupos. La cantidad de esos lugares es negociada con  el líder del Movimiento Evita y secretario de Economía Social, quien se encarga de ejecutar las altas y bajas correspondientes.

En este tema la realidad ratifica que “los Reyes Magos son los padres”, y que el empoderamiento popular reivindicado por Cristina en su despedida como presidente, el 9 de diciembre de 2015, solo existe en la fantasía de quienes aún le piden “peras al olmo” del kirchnerismo. 

La suerte está echada. Ahora que la partidocracia claudicante que rige nuestros destinos está a punto de convertirnxs a todxs en kelpers, quedará a cargo del arco de organizaciones más consecuentes con un proyecto emancipatorio dilapidar un año más reeditando estrategias que el oficialismo ha demostrado absorber con creces, o trabar de una vez por todas las mandíbulas del cocodrilo que viene masticando al pueblo argentino.- 

JORGE FALCONE



Del “no se puede” a la acción 

transformadora

Por Santiago Liaudat, Resumen Latinoamericano, 1 de febrero de 2022.

Desde la teoría de la desconexión (ver al respecto), del egipcio Samir Amin, Santiago Liaudat reflexiona sobre el actual momento político de la Argentina. FacebookTwitterWhatsAppTelegramCompartir

La reproducción ampliada del pesimismo

En un reverso grotesco del lema de campaña macrista, la frase que se repite tristemente entre algunos funcionarios, periodistas y dirigentes del Frente de Todos es: “no se puede”, “no se puede”, “no se puede”.

¿Avanzamos en el control soberano del Río Paraná? No se puede. ¿Procuramos el pago de la multimillonaria deuda de Vicentín con el Banco Nación? No se puede. ¿Juzgamos a los responsables del brutal endeudamiento para la fuga de capitales? No se puede. ¿Aprobamos la ley de envases, la ley de tierras o la ley de humedales que promueven los movimientos sociales? No se puede. ¿Hacemos justicia con los procesados y presos políticos del macrismo? No se puede. ¿Fijamos una política exterior soberana basada en la autodeterminación de los pueblos y la integración latinoamericana? No se puede. ¿Tratamos de regular el mercado ilegal de divisas para evitar corridas cambiarias? No se puede. ¿Utilizamos los medios públicos para difundir un mensaje de concientización social y política? No se puede. ¿Reestablecemos la Ley de Medios? No se puede. ¿Modificamos la ley de entidades financieras y otras normativas de cuño neoliberal que nos impiden el control de los capitales? No se puede. ¿Decretamos mediante DNU los cambios urgentes que necesitamos? No se puede. ¿Realizamos una reforma del poder judicial o al menos una ampliación favorable de la Corte Suprema? No se puede. ¿Removemos de los organismos nacionales a todos los funcionarios políticos heredados del gobierno macrista? No se puede. ¿Concretamos una reforma tributaria progresiva? No se puede. ¿Avanzamos sobre el control de la inflación mediante regulaciones firmes en las cadenas de valor? No se puede. ¿Denunciamos el préstamo del FMI en los tribunales de La Haya por ser violatorio de sus estatutos? No se puede. ¿Construimos un sistema integral de salud y una educación con sentido nacional? No se puede. No se puede. No se puede…

Y así podríamos seguir con una larga serie de preguntas que han recibido y reciben las mismas respuestas negativas o evasivas similares. El resultado de dos años de gobierno con esta lógica fue una debacle electoral inédita para el peronismo. La crisis política forzada por la presentación de renuncia de medio gabinete no alumbró cambios significativos en ninguna de las orientaciones centrales. La mezcla de inacción y posibilismo ha reforzado, en un círculo vicioso, el pesimismo y la desesperanza de las bases militantes, una parte de las cuales asume que efectivamente “nada puede hacerse”.

Todo lo cual nos ha debilitado aún más en unas correlaciones de fuerza de por sí adversas. Ya que en lugar de proponernos la modificación de esas relaciones de fuerza, las aceptamos como un dato inmodificable de la realidad al cual debemos amoldarnos. En el colmo del gatopardismo escuchamos en la TV a un importante dirigente porteño decirnos que eso es tener “sentido del momento histórico”, parafraseando a un líder revolucionario que se descompondría de rabia si lo escuchara. La resultante de todo esto es que, pese a detentar el gobierno hace dos años, hoy somos más débiles que entonces. Maquiavelo, el gran teórico de la política, podría ponernos como ejemplo de lo que no hay que hacer.

Pero lo verdaderamente triste de esto es que esa debilidad responde más a las limitaciones propias que a los ataques de la oposición. Carecemos de estrategia, no tenemos liderazgo, no está claro cuál es el proyecto de país que presentamos a la sociedad. Si la principal herencia del macrismo en el plano objetivo es la deuda, en el plano subjetivo es la derrota ideológica y moral sintetizada en el “no se puede”. Ellos implantaron la semilla de la inviabilidad de las políticas soberanas… ¡pero muchos de los nuestros se dedicaron a regarla con esmero!

En el mejor de los casos, por justificar lo injustificable, por confusión ideológica o por temor a la derecha. En el peor de los casos, por convicción o incluso pura traición a principios elementales de dignidad nacional. Por supuesto, alguno con todo derecho dirá: “pero, ¿y la pandemia?”. La pandemia sirvió como muletilla para justificar la inacción cuando pudo hacer sido oportunidad de realizar grandes cambios (como decíamos en esta nota del 19 de mayo de 2020, a pocos meses de iniciada la pandemia).

La pregunta es cómo llegamos a este punto. Y sobre todo cómo salimos de la encerrona en que nos metimos. Si no aparece una respuesta integral, el frente nacional comenzará a desmembrarse (en cierto modo, ya está ocurriendo), perderá base social y electoral y enfrentaremos o bien una muy probable derrota en 2023 o bien presentaremos como propio un candidato de la derecha del peronismo, con las consecuencias de mediano plazo que cualquiera de estos dos escenarios tendría.

Pero… ¿cómo llegamos a este punto?

Todos los proyectos de este siglo en América Latina fracasaron. En los países que mantuvieron un esquema neoliberal —Chile, Perú, Colombia, México— se sucedieron rebeliones populares, crisis en partidos tradicionales y cambios hacia gobiernos que procuran con mayor o menor suerte revertir las consecuencias sociales de ese modelo. En los países que adhirieron al socialismo del ALBA —en particular, Bolivia y Venezuela— se produjeron crisis sociales, económicas y políticas fuertemente incentivadas desde el exterior, pero que se apoyaron sobre ciertas limitaciones propias. Finalmente, los países que impulsaron políticas neodesarrollistas —sobre todo, Brasil y Argentina— encontraron un techo en la inclusión social y enfrentaron un asedio político que terminó por derrotarlos.

Por supuesto, no pueden equipararse estos tres grupos de países. Ya que mientras los gobiernos neoliberales tuvieron todo el apoyo geopolítico y financiero internacional, los procesos socialistas y neodesarrollistas sufrieron el acoso permanente de las potencias imperiales y sus representantes locales. Pero ciertamente hay un punto en común a toda la región: los modelos de desarrollo hasta aquí probados están agotados. Vale aclarar que cuando decimos modelo de desarrollo nos referimos no solo a la dimensión económica sino también a la social y política. Hubo procesos como el kirchnerista que, a pesar de sus resultados económicos aceptables (muy buenos hasta 2012, luego experimentaron cierto estancamiento), encontraron la derrota en el terreno político y social.

No vamos a ahondar aquí en las causas de esto. Lo que nos interesa ahora es presentar la idea de que el “no se puede” se nutre de ese agotamiento de proyectos de país. Pero es un sentimiento que nutre exclusivamente las filas de los proyectos populares. La ortodoxia neoliberal, expresión directa de los sectores dominantes, repite descaradamente y sin vergüenza el recetario que nos condujo a sucesivas catástrofes. No les interesa revisar sus postulados, carecen de la menor empatía por los perjudicados y consideran que la culpa del fracaso es de una u otra manera del populismo. En cambio, entre los partidarios de los proyectos nacionales existe una conciencia mayor de la gravedad de la situación socioeconómica, de las dificultades encontradas y de las promesas incumplidas. Frente a la incapacidad de encontrar respuestas creativas la tendencia ha sido, en el reflujo posterior a la muerte de Hugo Chávez en 2013, la aceptación de las reglas de juego, del statu quo.

Este es el punto central. El agotamiento del ciclo expansivo de los proyectos nacionales abría dos caminos. O bien, la moderación buscando garantizar lo conquistado mediante transiciones negociadas y acuerdos con los sectores concentrados. Este es el sedimento del que abreva el “no se puede”. Y es que, efectivamente, no se puede… sin un planteamiento alternativo de proyecto de país y aceptando las reglas de juego vigentes, en todo contrarias a los intereses nacionales.

El otro camino era la radicalización nacional-popular que implicaba el rediseño de las reglas de juego y la exploración de modelos sociales y productivos alternativos. Por supuesto, esta vía implica mayores niveles de confrontación interna y externa. Y requiere mayor imaginación, audacia, movilización, claridad estratégica, organización.

Frecuentemente cuando hablamos de esto aparece el fantasma del “desastre venezolano” como el destino inexorable de este sendero. Es un cliché instalado por los grandes medios y repetido acríticamente por compañeros de nuestro espacio. De hecho, en una actitud deleznable, la Cancillería argentina se ha puesto al servicio de la estrategia norteamericana para desacreditar al proceso chavista. No se trata aquí de juzgar la situación venezolana. De hecho, como dejamos en claro más arriba, consideramos que las recetas que caracterizaron al socialismo bolivariano también se agotaron. La agresión externa, el bloqueo en particular, son una causa fundamental. Pero las limitaciones internas al proceso también requieren ser analizadas. No es motivo de este artículo y no puede ser abordado de modo simplista.

Hay un punto, sin embargo, que puede ser destacado, uno de los cuellos de botella comunes a todos los procesos de inclusión social: la reproducción de una sociedad de consumo. Es decir, la idea dominante de que acceder a los productos de la globalización es un derecho, sin poner en discusión los rasgos de ese consumo. La pregunta que debemos hacernos es en qué medida la adopción de pautas de consumo globalizadas genera una ideología y una cultura de corte neoliberal, individualista, descomprometida, antinacional. De ahí la gran paradoja de que aquellos que fueron “incluidos” mediante gobiernos populares luego votaron en su contra.

En el aspecto productivo podría señalarse algo parecido. Lejos de “desmercantilizar” la lógica productiva, buscando fortalecer una economía para la vida, orientada a la satisfacción de necesidades comunitarias, adoptamos el paradigma del lucro como único criterio válido. Cuando hubo reemplazo del control privado por la gestión estatal esa lógica empresarial se mantuvo. Solo que en ese juego, pierden los intereses nacionales y populares. Esa dinámica inalterada del lucro se asocia indefectiblemente con el espíritu del libre mercado y las canaletas que conducen esa riqueza productiva hacia arriba y hacia afuera (al respecto puede verse este artículo en relación con la visión del desarrollo que se propuso en el kirchnerismo).

Un salto que reabra las puertas del optimismo

La radicalización que proponemos tiene que ver, antes que todo, con animarnos a pensar en otros modelos sociales y productivos. A eso llamamos la desconexión. No es aislamiento del mundo, sino ruptura con el capitalismo globalizado que nos conduce a la encerrona en que nos encontramos. Todos nos admiramos del desafío ruso y chino al imperialismo occidental. Sin embargo, pocos parten de reconocer que esos desafíos soberanos son posibles porque ambos países tuvieron procesos de desconexión mediante guerras civiles y revoluciones nacionales y comunistas. Por supuesto, hay quién dirá que eso está fuera de moda, que el comunismo ya fue. Puede ser, no es motivo de este artículo. Lo que importa es que la desconexión en ambos países sobrevivió.

Si hablar de comunismo incomoda, podemos mencionar cómo grandes potencias capitalistas iniciaron sus procesos de desarrollo mediante desconexiones. Estados Unidos entre 1776 y 1865 enfrentó una guerra de independencia y una civil hasta lograr definitivamente las políticas de desconexión que le permitieron salir de la órbita imperial británica. O bien podemos aludir a cómo los estados germánicos, luego de la veloz derrota sufrida frente a Napoleón en 1806, comenzaron un proceso de afirmación nacional que culminaría con la unificación alemana en 1871 y la consolidación como gran potencia industrial y científica. Ambos pueden ser leídos como procesos de desconexión frente a la doctrina económica de libre cambio impulsada por el Imperio Británico como gran potencia dominante.

Ya en otro momento histórico podríamos mencionar la labor de desconexión que realizó el Ministerio de Comercio Internacional e Industria de Japón (MITI) desde 1949 y que le permitió al derrotado país nipón volver a ser una potencia industrial y tecnológica que puso en aprietos al mismísimo Estados Unidos en la década de 1980. Parte fundamental del estancamiento japonés desde los ‘90 hay que buscarlo en el desmantelamiento de los poderosos instrumentos de regulación del MITI, hasta su total desmantelamiento en 2001 bajo las presiones del nuevo orden internacional.

Alguien podría todavía objetar que nos referimos a culturas lejanas, a tiempos distantes. Sin embargo, a este refutador imaginario, debemos decirle que incluso las políticas argentinas que nos permitieron soñar con ser un país desarrollado, que nos permitieron estar en una semi-periferia, con ciertas capacidades científicas, tecnológicas e industriales, esas políticas fueron las de desconexión, llevadas adelante en lo fundamental por Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Y si el refutador imaginario dijera “bueno, sí, pero las condiciones eran otras, el contexto era más favorable”. Aquí llegamos al nudo central de la construcción del optimismo: el ejercicio de la voluntad. Las estructuras, los condicionantes, por supuesto que existen. Serio necio negarlos. El punto es qué hacemos frente a ellos. La mirada que tiende a sobredimensionar el peso de las dificultades conduce a las políticas del diálogo, la gestión, el consenso. En cambio, quienes confían en el poder de la acción transformadora entienden a la política como arena conflictiva en que se reconfiguran esos condicionantes. Por definición, estos últimos requieren ser menos atentos a los formalismos (justamente, formalismo es el respeto a las formas, a las reglas), una dosis de desprolijidad y juego sucio.

Un segundo contrapunto se encadena con el anterior: ¿la historia procede gradualmente o de a saltos? Los tiempos normales priman las políticas mediocres que tienden a preferir el conservadurismo de la gradualidad, entendido como que las cosas sigan su derrotero regular y previsible. Mientras que los liderazgos y los tiempos extraordinarios saben que los saltos son los únicos que permiten redibujar el escenario. Un salto es una decisión de desconexión que fuerza nuevas reglas de juego.

¿Mariano Moreno abrazó el “no se puede” o más bien empujó la historia adelante mediante el fusilamiento de Liniers? ¿José de San Martín se convenció cuando recibió el mando del Ejército del Norte que “no se podía” o creativamente lo resolvió abriendo una ruta inusitada para el Ejército Libertador? ¿Perón y Evita se consolaban lacrimosamente porque “no se podía” o forzaron transformaciones veloces que les ganaron el amor del pueblo y el odio de la oligarquía y el imperialismo? ¿Néstor, Lula y Chávez se convencían que “no se podía” quedar fuera del ALCA o lo mandaron al carajo inaugurando un ciclo histórico de autonomía en la región?

Naturalmente, hay momentos para la normalidad y el diálogo y momentos para forzar los acontecimientos y abrir nuevas perspectivas. En términos de Álvaro García Linera, momentos gramscianos y momentos leninistas. Hoy necesitamos desesperadamente estos últimos. Es hora de romper la inercia, los formalismos, la espera. La marcha del 1 de febrero contra la Corte Suprema puede ser una buena instancia para comenzar a recuperar las calles y la iniciativa. Sin embargo, seamos claros. El debate central es el acuerdo con el FMI. Cualquier persona con un mínimo de sentido nacional es consciente de que no hay “buen acuerdo” posible. La revisión trimestral de nuestra economía es la soga al cuello de nuestra soberanía. Desde ya, es mejor cualquier acuerdo que nos permita patear adelante lo máximo posible el cumplimiento de las obligaciones de deuda. Pero esa postergación debe enfocarse en mejorar las condiciones que nos permita una política más audaz de desconexión y soberanía.

Estamos inmersos en una catástrofe social y económica a la que tristemente nos habituamos. Cuando hace veinte años miles de cartoneros, con sus hijos a cuestas, irrumpieron en los centros urbanos, para escarbar en la basura por algo que les permitiera sobrevivir, aquello fue motivo de indignación, de escándalo, de compasión. Hoy esa misma escena ha vuelto a las grandes ciudades y no mueve un pelo a nadie. La miseria material es atroz, pero su naturalización es deshumanizante al extremo.

Lo más grave de la miopía de “los incluidos”, de quienes todavía gozamos de los beneficios de la sociedad del consumo, es la ignorancia de que —de no mediar políticas transformadoras— una parte de nosotros caerá también al limbo de la exclusión en las próximas décadas. Nuestro país tenía hace cincuenta años un 8% de pobreza. Hoy tiene un 40%. Nada indica que ese sea el techo. Por el contrario, todos los indicadores de extranjerización, concentración, desigualdad, endeudamiento, fragmentación, primarización, dependencia y precarización muestran tendencias preocupantes. La carrera tecnocientífica entre las grandes potencias por la supremacía tiende aumentar la brecha de productividad con las regiones atrasadas, haciendo sumamente difícil una inserción competitiva en el mercado mundial; inserción que no sea exclusivamente de la mano de recursos naturales con bajo valor agregado y escasa generación de empleo. Por supuesto, hay también en ese escenario geopolítico de transición una oportunidad formidable: en un mundo multipolar es más viable una desconexión.

A quien vea en este futuro posible para la Argentina una exageración le propongo un juego mental: si pudiéramos hacer un viaje en el tiempo y publicar en un periódico de hace cincuenta años que la Argentina, medio siglo después, tendría casi el 60% de los niños en la pobreza y que un tercio de quienes en ese momento eran trabajadores asalariados pasarían a estar excluidos. ¿Qué habría pensado probablemente un lector medio? Que era pura fantasía, que esas cosas no ocurren en la Argentina, que pese a nuestros problemas somos distintos a los países que nos rodean.

Ahora bien, emprendamos otro viaje en el tiempo, pero ahora hacia el futuro. ¿Cómo estará la Argentina en veinte, treinta, cincuenta años? ¿Cómo será el país de nuestros hijos y nuestros nietos?

La hipótesis más plausible es que, si no actuamos con contundencia, con claridad estratégica y vocación transformadora, si solamente seguimos el decurso de las tendencias vigentes, si aceptamos mansamente las reglas de juego, esa Argentina puede tener un porcentaje de pobreza mayor al actual en varias decenas (¿un 50%, un 60% de la población?). Una economía encorsetada en la ley global del valor, incapaz de ver más allá del lucro, una clase dirigente enfrascada en el cortoplacismo electoral, dirigentes sectoriales envueltos en el corporativismo, una creciente fragmentación social, una intelectualidad colonizada, todos ellos fenómenos acentuados por la descomposición nacional de las últimas décadas, son efectos que a su vez se vuelven causas generadoras potentes de ese escenario pesimista. Lo que enseñan las respuestas frente a las catástrofes es que, lejos de la distopía hollywoodense del “sálvese quien pueda”, lo que emerge es la solidaridad, la ayuda mutua, la colectividad. Es hora de ser francos de cara a la población frente a las perspectivas nacionales y tal vez eso actúe como incentivo a la acción colectiva transformadora.

¿Es esto exagerado? ¿Es catastrofismo de baja estofa? Sí y no: dependerá de nosotros y nosotras. Por un lado, retomando la expresión de Cicerón, “los hechos hablan por sí solos” (res ipsa loquitur). Pero por otro lado, esa inercia de las cosas puede ser contrarrestada con la voluntad organizada. A estas alturas, no es una posibilidad, es una necesidad. Seguimos creyendo que la esperanza del mundo está en Nuestra América. Tenemos reservas organizativas, acumulamos debates estratégicos, tenemos memoria histórica, fuimos protagonistas de grandes epopeyas hace muy poco tiempo. Y, además, no tenemos opción



Por qué el país «es adicto a la deuda y el 

FMI es su dealer», según el duro 

análisis del Washington Post

Resumen Latinoamericano, 1 de febrero de 2022.

La «adicción» de la Argentina a la deuda con el FMI y su compulsión a incumplir con los pagos o renegociar los acuerdos con el Fondo fue eje de un duro análisis de The Washington Post. Además, otro artículo explica a Estados Unidos cómo es el modelo argentino para «vivir con inflación»

«La Argentina es adicta a la deuda y el FMI es su dealer». Ese es el duro  diagnóstico de The Washington Post en un artículo de opinión firmado por el columnista Anthony Faiola, ex corresponsal en nuestro país durante 5 años.

En otro artículo de autor, el diario estadounidense explica cómo es vivir con inflación en un momento en que los Estados Unidos experimenta los efectos de una inédita suba de precios. «¿Preocupado por la inflación? En Argentina es una forma de vida» es el título de la nota que explica cómo la inflación tiene un impacto decisivo al «gastar, ahorrar y pensar» entre los argentinos.

«¿Comprar suficiente pasta de dientes para todo el año? ¿Guardar tantas latas como permita la alacena? ¿Mantener el freezer repleto de carne? Comprar productos básicos al por mayor puede parecer un ahorro de dinero. O mejor que ahorrar dinero, porque ahorrar dinero significa que se queda ahí mientras su valor cae», sintetiza esa crónica.

INFLACIÓN: QUÉ LE PUEDE ENSEÑAR LA ARGENTINA A LOS ESTADOS UNIDOS

The Washington Post alerta que en la Argentina «casi todo el mundo pierde con la inflación. Y la gente está en guardia todo el tiempo». Y destaca la fuerte costumbre del stockeo y los planes de financiamiento en cuotas, como el renovado Ahora 12 hasta mediados de 2022, entre otras medidas habituales para evitar el impacto de la suba de precios en el bolsillo.

The Washington Post señala que «el peso argentino pierde valor día a día, por eso compran dólares»

«Los estadounidenses están familiarizados con los pagos mensuales de viviendas, automóviles y electrodomésticos. En Argentina, las cuotas se aplican a casi todo», explica el medio.

Y detalla: «Con una inflación del 1% por ciento por semana, generalmente más que las tasas de interés de los depósitos, el dinero que se encuentra en el banco pierde valor día a día. Ese es un fuerte incentivo para gastar lo que tienes tan pronto como lo obtienes».

The Washington Post señala la costumbre argentina de comprar dólares para cubrirse de la pérdida de valor constante del peso. Y destaca lo que representan las paritarias para que el salario acompañe el incremento en los precios: «Es una lucha para muchos en un país con una gran economía informal».

«Los argentinos están en guardia todo el tiempo con la inflación», alerta el diario de Estados Unidos

QUÉ DICE THE WASHINGTON POST SOBRE LA ARGENTINA, LA INFLACIÓN, LA DEUDA Y EL FMI: EL ARTÍCULO COMPLETO DE ANTHONY FAIOLA

Argentina, la tierra del malbec y el bife con una inflación naturalizada, llegó a un acuerdo preliminar con el Fondo Monetario Internacional el viernes para evitar el incumplimiento del mayor rescate del prestamista en la historia

El resultado: pasarán más años antes de que el FMI recupere los muchos miles de millones que prestó a Argentina, aparentemente un agujero negro fiscal de un país del que no escapa ni un dólar.

El duro acuerdo entre el FMI y el gobierno peronista de tendencia izquierdista, que heredó el rescate de la administración derechista del ex presidente Mauricio Macri, se produjo después de más de un año de intensas conversaciones. A los analistas les preocupaba que los bolsillos argentinos aparecieran pelusas a medida que se avecinaban pagos masivos, empujando las negociaciones hacia un momento crítico. 

El acuerdo se produjo cuando poderosas facciones peronistas amenazaron con alejarse de los pagos si no se podían alcanzar términos generosos, lo que es efectivamente como decirle a su compañía de tarjetas de crédito que era mejor que jugara según sus reglas, o de lo contrario…

Sergio Massa fue el gran artífice «silencioso» del acuerdo con el Fondo, como reconoció el ministro Guzmán

«En las últimas dos semanas, el presidente, el vicepresidente y el presidente de la Cámara de Representantes en Argentina dieron discursos en los que hablaron en contra del pago de la deuda», me dijo Gabriel Torres, analista senior de Moody’s Investors Service. «Esto es algo que ya no se escucha en ningún otro lugar del mundo».

Funcionarios argentinos dijeron a La Nación el viernes que el FMI había cedido en un punto clave: no habrá recortes rápidos del gasto. Algunos detalles del acuerdo aún no se han resuelto, pero prevé una reducción gradual del déficit fiscal para 2024 sin medidas de austeridad, y se basa en parte en viejas promesas de combatir la evasión fiscal y destetar al país de los subsidios energéticos. 

La línea de tiempo relativamente larga da espacio para que los peronistas, conocidos por gastar atracones antes de las elecciones, mantengan abiertas las crujientes arcas del país antes de la crucial carrera presidencial de 2023. Mientras tanto, el FMI, del cual Estados Unidos es el mayor contribuyente, tendrá que esperar que las garantías argentinas esta vez sean mejores que las anteriores.

El historial de Argentina en cumplimiento de sus promesas no es exactamente estelar, y el acuerdo marca un buen momento para considerar quién tiene la culpa del largo tango del FMI con un país que pasa de una crisis financiera a otra, todo mientras gasta el dinero de otras personas.

Los expertos están dando golpes al FMI y a Argentina por igual. Una narrativa común es la culpa compartida: que Argentina es un adicto a la deuda y el FMI, su distribuidor.

Pero si Argentina es una víctima, es de heridas autoinfligidas. En su apogeo de principios del siglo XX, Argentina, bendecida con llanuras fértiles que la convirtieron en un granero mundial, era más rica que Japón y tenía más autos por persona que Francia. 

Sin embargo, de las cenizas de la Gran Depresión no surgió un renacimiento, sino un largo y lento declive impulsado por gobiernos militares destructivos y el populismo de la compleja maquinaria política lanzada en la década de 1940 por Juan y Evita Perón.

Especialmente en décadas más recientes, los gobiernos peronistas continuaron gastando, dejando una factura increíblemente alta para cubrir a los candidatos de la oposición lo suficientemente desafortunados como para seguir sus actos. 

El peor momento se produjo después de que el FMI cortara el crédito del país en la crisis de 2001, sumiendo a la nación cargada de deuda en un histórico incumplimiento soberano y devaluación de la moneda que devastó a la clase media y disparó la pobreza. 

Para un «moroso en serie» -Argentina ha roto sus promesas a los acreedores 9 veces desde la independencia en 1816- marcaría su peor enredo con el FMI, pero no el último.

En una autoevaluación sincera del rescate de 2018, el FMI reconoció en diciembre la locura del acuerdo de 57.000 millones de dólares. El prestamista admitió que no había logrado comprender cuán arraigados estaban los desafíos financieros en Argentina, un país que imprime dinero como papel y cuya gente tiene tan poca fe en el peso que esconden dólares estadounidenses en cualquier oportunidad que tienen.

El actual gobierno argentino y algunos críticos coinciden en una cosa: que el rescate de 2018 nunca debería haber sucedido. En Forbes, Agustino Fontevecchia describió ese acuerdo como resistido por los europeos en el FMI pero defendido por la Casa Blanca para ayudar a Macri, considerado amigo del presidente Donald Trump. Al impulsar a Macri, también estaba destinado a bloquear el regreso político de una infame crítica de Washington: la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

A pesar del rescate, los inversores nunca recuperaron la fe en Argentina, el peso se desplomó, la inflación se disparó y Macri cayó en una derrota fácil en 2019, allanando el camino para el regreso de Cristina como vicepresidenta que se cierne sobre el presidente Alberto Fernández.

Pero las maquinaciones del FMI, señala Fontevecchia, «no deberían excusar a la clase política argentina, que es la principal culpable aquí».

Amén.

Martín Guzmán y Kristalina Georgieva, dos figuras clave en el acuerdo entre el FMI y la Argentina

Todo esto lo escribo con amor por un país que conozco y adoro. Como periodista que cubrió Argentina de forma intermitente durante tres décadas, incluidos cinco años viviendo allí, lo he comparado durante mucho tiempo con mi primer y último Alfa Romeo. Al igual que ese Alfa, la superficie brillante de Argentina es una cosa de belleza clásica. Buenos Aires es una capital repleta de edificios Belle Époque, elegantes balcones de hierro forjado y pintorescos cafés. Pero también, como ese Alfa Romeo, Argentina sigue rompiéndose porque cuando levantas el capó, su motor simplemente no funciona.

El FMI ha sido criticado durante mucho tiempo por exigir austeridad a los países en crisis. Pero en el caso de Argentina, es precisamente el vicio del gasto excesivo lo que ha sido su mayor fuente de angustia. Su deuda agotadora es un legado de fondos mal gastados y corrupción oficial. 

Una peronista de alto rango, la socialité y ex ministra de Medio Ambiente María Julia Alsogaray, fue condenada en 2004 por delitos financieros contra el Estado que involucran transacciones por valor de cientos de millones de dólares.

Cristina Fernández de Kirchner, por su parte, ha sido acusada de aceptar pagos irregulares de Aerolíneas Argentinas, la aerolínea estatal, y de estar involucrada en una asociación ilícita con un amigo y empresario en lucrativos contratos de obras públicas, acusaciones que ha negado durante mucho tiempo.

Cristina Kirchner se reunió con el ministro Guzmán, pero todavía no habló sobre qué opina del acuerdo con el FMI

Los votantes parecen dispuestos a aceptar la corrupción como un costo de ser argentinos. «Sé que Cristina roba», me dijo uno de sus partidarios en un suburbio de bajos ingresos de Buenos Aires antes de las elecciones de 2019. «Pero al menos estábamos mejor con ella».

Como señaló el Proyecto de Informes sobre Crimen Organizado y Corrupción en 2020, cuando Argentina estaba renegociando $ 65 mil millones en deuda con acreedores extranjeros, se creía que 6 veces esa cantidad estaba en poder de sus ciudadanos y empresas en cuentas en el extranjero

El libro de Marcelo Bergman «La evasión fiscal y el Estado de Derecho en América Latina» comparó los niveles relativamente más altos de evasión fiscal en Argentina con su vecino más responsable fiscalmente, Chile. «Los contribuyentes en Chile se ajustan mejor a las leyes tributarias en parte porque perciben a sus propias autoridades tributarias como más efectivas y legítimas de lo que los argentinos perciben que son las suyas», escribió Bergman.

Argentina, por su parte, tiende a aceptar acuerdos con los prestamistas extranjeros y el FMI con los dedos cruzados a la espalda.

«Tienen esta idea de que pagás tu deuda solo si todo está perfectamente bien en la economía. Pero si estás en crisis, no lo harás», dijo Torres. «Lo que les está diciendo a los inversores es: ‘No confíen en nosotros'».

Envio:Rl

No hay comentarios: