El gran baile en el cielo
"Sos joven, la vida es larga, y tenés tiempo de sobra. Pero un día descubrís que pasaron diez años, y nadie te avisó que tenías que correr: te perdiste el disparo de salida". Esta declaración de ansiedad juvenil por el tiempo que pasa, el miedo a la muerte, la extrañeza ante el dinero y la economía, y el fantasma de la locura, son los temas que atraviesan "El lado oscuro de la luna", la obra cumbre de Pink Floyd, que acaba de cumplir cincuenta años. Cómo un álbum sesgado por una temática más bien deprimente logró capturar el imaginario colectivo, y transformarse no sólo en icónica, sino también en un notable éxito comercial, es un pequeño misterio que persiste, aún después de los ríos de tinta que se han escrito al respecto.
Seguro.
Las casualidades no existen. Este disco fue posible por todo lo que vino antes. Pink Floyd tenía unos seis años de carrera para ese entonces, y sus miembros habían logrado sobreponerse al colapso mental de su líder inicial Syd Barrett, pasando luego por un extenso período experimental hasta redondear su estilo compositivo.
Además, el álbum fue grabado en los estudios Abbey Road de Londres, los mismos que usaron Los Beatles en casi toda su carrera. De ellos también heredaron al productor Alan Parsons (quien luego fundaría su propio grupo, con singular éxito). Todos los trucos de estudio empleados ya venían siendo probados desde la década pasada: los efectos de sonido, las alteraciones en la velocidad de reproducción, los ruidos y voces "encontrados", los sintetizadores y el sincretismo estilístico (se dice poco, pero este disco tiene mucho de soul).
Sin embargo, "El lado oscuro..." acaso por su redondez, sigue teniendo fama de haber sido una gran innovación, una ruptura. Aún pese a incurrir en lugares comunes a veces infantiles, como ilustrar una canción llamada "Tiempo" con el sonido de relojes despertadores y de pared, o ponerle a la canción "Dinero" el sonido de cajas registradoras. Esas obviedades se terminan perdonando, aún hoy, por lo bien hecho que está todo.
Grupo.
Otra clave de esta obra es el singular estado de comunión en el que se encontraba el grupo en este momento, y que ya a partir del siguiente album ("Wish you were here") comenzaría a resquebrajarse. El buen gusto del baterista Nick Mason; los solos sublimes del guitarrista David Gilmour, que aquí logra encontrar su estilo de "blues espacial" -además de aportar su gloriosa voz ahumada-; el aporte fundamental del tecladista Rick Wright, tanto en la composición como en los arreglos, con acordes jazzísticos tomados de Miles Davis. Y, por supuesto, las letras y la estética britanico-deprimente del líder Roger Waters, responsable de la narrativa general y del "concepto" de la obra.
A eso deben sumarse otras colaboraciones cruciales, como los solos de saxo de Dick Parry, recurso que la banda no había empleado hasta entonces. Y, crucialmente, la voz de Clare Torry, a quien contrataron para que improvisara unas líneas "soul" sobre los acordes de piano de "El gran baile en el cielo", una pieza sin letra que evoca a la muerte, pero que ella se encarga de hacer parecer, también, un orgasmo. No es casual que esta pieza haya sido empleada frecuentemente en películas pornográficas, como se menciona a menudo (aunque este cronista no puede certificar esa afirmación con un trabajo de campo propio).
La contribución de Torry fue tan crucial, que en determinado momento, y como parte de un arreglo confidencial y extrajudicial, debieron reconocerle derechos autorales, y abonarle una jugosa suma de dinero, cuyo monto no se reveló.
Grieta.
Es por este carácter indudablemente colectivo de la obra, que da un poco de pena enterarse de que ahora Roger Waters pretenda grabarla de nuevo, prescindiendo de sus compañeros de banda, y aparentemente, agregando una narración en off sobre la música.
La cosa se explica por la muy mala relación actual entre Waters y Gilmour. Cuando el primero abandonó el grupo, diez años después de "El lado oscuro...", los restantes miembros retuvieron el nombre de Pink Floyd, cosa que hasta hoy le duele al ex bajista, pese a que sus intentos judiciales al respecto fracasaron. Hay también en Waters una cierta tendencia a apropiarse de ese legado colectivo, muchas veces para bastardearlo, como cuando hizo una versión nueva de "The Wall" junto al ex Muro de Berlín, condimento político que no estaba presente en absoluto en la obra original.
Resulta indudable que, de haber tenido éxito con su carrera solista, probablemente dejaría tranquilas estas obras que tuvieron su tiempo, y hay que agradecer que hayan trascendido hasta hoy.
Pero Waters, hombre del siglo XX, no puede consigo. Su necesidad de protagonismo lo lleva a exponerse constantemente, incluso adoptando el rol de portavoz generacional que nadie le ha adjudicado. Se puede coincidir con sus opiniones -sobre todo, sobre la situación de opresión de pueblo palestino, o sobre las complejidades de la guerra en Ucrania- pero siempre termina apareciendo, en él, ese niño huérfano y desolado, haciendo terapia en público y a nuestra costa.
"El lado oscuro de la luna" pertenece al año 1973, aún cuando por momentos parezca que suena mejor con cada aniversario que cumple. Pero el tiempo -como dice esa canción- ya ha pasado, y no hay vuelta atrás. ¡Si hasta los chinos han mandado una nave espacial para explorar ese costado oculto de nuestro satélite!
PETRONIO
Fuente:LaArena
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