9 de diciembre de 2018

El Campito, la tumba olvidada de 4.000 víctimas de la dictadura argentina,

09 de diciembre de 2018 
Recorrida en Campo de Mayo 
El Campito, tragado por el monte 
Familiares y sobrevivientes caminaron el centro clandestino en la enorme base militar. El lugar es una “reserva ambiental” y la vegetación se está tragando lo que queda del edificio.
Por Paula Sabatés
En el monte que crece, para que la memoria no desaparezca. 
Al mayor centro clandestino de detención de la última dictadura cívico militar se lo está tragando el monte. Ubicado entre los partidos de San Miguel y San Martín, el predio militar de Campo de Mayo –uno de los iconos del terrorismo de Estado– está repleto de una vegetación salvaje. Tanto, que es imposible mirar de un punto a otro del perímetro, porque la arboleda y los pastizales no lo permiten. En ese predio, en el que buscar rastros de detenidos-desaparecidos es difícil, Mauricio Macri ordenó hacer una Reserva Ambiental  para conservar “la diversidad biológica y el patrimonio cultural de la Nación”, según el decreto 1056/2018, publicado el último 16 de noviembre en el Boletín Oficial.
Al monte que brota de la tierra se lo puede domar. Así lo demostraron el viernes familiares y sobrevivientes del terrorismo de Estado en una visita a lo que queda de El Campito, uno  de los varios centros clandestinos de detención que funcionaron en Campo de Mayo. Pisaron el pasto seco, corrieron los helechos de metros, esquivaron cardos, para hacer una misa ecuménica que devino en homenaje, en lectura de repudios y en un acto más por  Memoria, Verdad y Justicia. Fue la cuarta vez que, por su condición de querellante, La Liga Argentina por los Derechos del Hombre consiguió el permiso de la jueza de instrucción de San Martín –la que lleva las causas abiertas de Campo de Mayo– para poder entrar y organizar una recorrida con invitados que “mantengan activo el lugar para que no se pueda usar para otra cosa”.
Pero al monte que surge de un decreto que esquiva el recorrido parlamentario, el consenso, la ley, es un poco más difícil enfrentarlo. Pese que al gobierno nacional le llovieron denuncias inmediatas tras su jugada, como la que efectuó Abuelas de Plaza de Mayo ante la ONU por violación del “deber de consulta” a los familiares y sobrevivientes, el pedido de “no innovar” que presentaron algunas integrantes de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora ante el Juzgado Federal 2 de San Martín, o el rechazo público unánime de los organismos, que pretenden que nada del predio se toque hasta rastrillar todo el perímetro y constatar si allí hubo o no fosas clandestinas, como suponen. Cuando Macri oficializó el proyecto que insinuó por primera vez en la apertura de sesiones legislativa de marzo, habló de “unir a los argentinos en temas en los que tenemos diferentes opiniones”, pero cuando todos creyeron que terminaría la frase hablando del genocidio remató: “En el tema de cuidar al medio ambiente siento que estamos todos.”
Además de los centros de detención y exterminio, en Campo de Mayo funcionó una maternidad clandestina y despegaron numerosos vuelos de la muerte. Se estima que por alli pasaron  entre 4 y 7 mil personas aunque podrían ser más, ya que como dijo José Schulman, secretario nacional de La Liga, “la imprecisión no es de los organismos sino de la impunidad”. Según registros y testimonios, allí estuvieron confinados cientos de militantes y parte de la cúpula del ERP, además de decenas de trabajadores y delegados de base. El viernes, una bandera grande recordó a estos últimos, con logos de Ford, Antarsa, Tensa y Mercedes Benz, entre otras empresas. De acuerdo a reconstrucciones, los detenidos estaban en galpones custodiados por perros, estructuras que hoy ya no existen pero que podrían estar enterradas en alguna parte del predio, que tiene casi 60 por ciento de su superficie sin explorar.
En el decreto “de amnesia” que firmaron Macri, Oscar Aguad y Marcos Peña el mes pasado dice explícitamente que las actividades del Parque Nacional deberán garantizar “la preservación de todos los sitios de memoria” y “la realización de las investigaciones judiciales pertinentes y la conservación de la memoria de lo allí acontecido durante el terrorismo de Estado”. Sin embargo, en una carta enviada por Abuelas a la jueza mencionada, nietos e hijos especifican que en Campo de Mayo “no existieron fosas comunes pero se hacen referencias a enterramientos cerca de arboledas, precisamente en áreas sobre las que el decreto no especifica qué se va a hacer y donde podrían estar los restos de nuestros familiares desaparecidos”. “Antes de promover cualquier espacio de reserva y/o esparcimiento, exigimos que la Justicia concluya con las investigaciones pendientes acerca de lo ocurrido con ellos”, leyeron el viernes, al tiempo que pidieron que el predio se convierta en Sitio de Memoria, como sucedió con la ex ESMA o La Perla, en Córdoba.
La recorrida estuvo plagada de emociones desde que los autos de los visitantes cruzaron la tranquera de entrada que da a la Ruta 8. Entre los presentes estuvieron víctimas de ese espacio del horror. Como Tatiana Sfiligoy Ruarte Britos, hija de la militante del ERP Mirta Britos, secuestrada en Villa Ballester y presuntamente detenida en El Campito, o Iris Pereyra de Avellaneda, copresidenta de La Liga y madre de Floreal Avellaneda, “El Negrito”, secuestrado también allí y arrojado al Río de la Plata en 1976 tras sufrir torturas horribles. La primera ya había estado en El Campito dos veces, aunque eso no impidió que la emoción le brotara de forma intensa, como crecen las plantas del lugar. “Todo lo que se respira acá es muy fuerte. No digo que es un cementerio, pero lo que pasa cuando entramos a este lugar es distinto”, dijo a PáginaI12 quien fuera, junto a su hermana Mara, la primera nieta restituida por Abuelas en 1980. “Tenemos que venir todos los meses, aunque sea una hora, y lograr que no haya un parque nacional como ellos quieren. “Seguiré pidiendo justicia en este sitio donde fuiste torturado hasta terminar con tu vida, Negrito”, leyó por su parte Iris Pereyra de Avellaneda.
El monte puede comerse  la memoria, pero sólo si quienes la construyen a diario se lo permiten. En la calle interna del destacamento militar -un sendero de tierra de un kilómetro y medio- el viernes pasó algo ejemplar. 
Algunos nietos e hijos, incluso una nacida allí, en el Hospital Militar, se permitieron una pequeña reparación histórica: llevarse una plantita del lugar. “Es como tener algo”, dijeron a este diario, quizás sin darse cuenta de que estaba ayudando a podar el monte. 
Fuente;Pagina12

El Campito, la tumba olvidada de 4.000 víctimas de la dictadura argentina 

Organismos de Derechos Humanos se oponen al proyecto de Macri para construir una reserva natural en el lugar
FEDERICO RIVAS MOLINA
8 DIC 2018

La caravana de coches acaba de cruzar un retén militar y levanta polvo detrás de un camión del Ejército. Como un tajo abierto en el bosque, el camino de tierra parece algún tipo de pasadizo secreto. A los lados, la pared de vegetación es tupida y los rayos del sol no tocan el suelo. Cuesta creer que la ciudad de Buenos Aires está a sólo 30 kilómetros. O que a unos cien metros más adelante habrá otro retén, y luego una casa de material abandonada y más bosque. Mucho más difícil es imaginar que hace 40 años, entre esas casuarinas, acacias y eucaliptos hubo galpones atestados de detenidos ilegales y salas de tortura. Estamos en El Campito, el centro de exterminio más letal de la dictadura argentina: de los más de 4.000 prisioneros que pasaron por allí entre 1976 y finales de 1978 sólo sobrevivieron una treintena. Representantes de organizaciones de Derechos Humanos visitaron este viernes el lugar. Están en alerta ante la decisión de Mauricio Macri de construir allí una reserva natural donde, según, “las familias podrán tomar mate y hacer deporte”.
El Campito estaba en el corazón de Campo de Mayo, el mayor predio militar de Argentina. En sus 5.000 hectáreas alberga hoy escuelas del Ejército, una pista de aterrizaje, un hospital y hasta una prisión militar. En los setenta, la dictadura montó allí tres centros de detención y una maternidad clandestina. Las estructuras de El Campito, destruidas en 1982 por el Ejército, lindaban con un pequeño aeropuerto. Desde allí despegaban los aviones desde donde los represores arrojaban a sus víctimas vivas al Río de la Plata. El 14 de mayo de 1976, uno de esos cuerpos apareció en las costas de Uruguay. Estaba atado de pies y manos con alambre y tenía una profunda herida abierta en una pierna. Era el cadáver de Floreal Avellaneda. Aquel día, Floreal hubiese cumplido 15 años. Fue el detenido más joven de El Campito. No estuvo sólo. Durante dos semanas lo acompañó Iris, su madre. Los militares se los llevaron juntos cuando su padre, un dirigente sindical afiliado al Partido Comunista, logró escapar por la azotea de su casa.


El árbol marcado que permitió ubicar los restos de El Campito.
El árbol marcado que permitió ubicar los restos de El Campito. F.R.M.


Iris Avellaneda tiene hoy casi 80 años y es de las pocas supervivientes de El Campito. Su testimonio fue clave para reconstruir cómo funcionaba el centro y para que en 2009 recibiese perpetua al general Omar Riveros, el responsable de la muerte de “el Negrito”, como Iris llama a su hijo. “Nuestro secuestro fue el 15 de abril del 76. Buscaban al papá, pero como no lo encontraron nos secuestraron al Negrito y a mí. Al Negrito lo mataron como represalia”, dice la mujer. “A mí me trajeron primero y después a él, pero yo nunca supe que él estaba acá. Lo supe después, cuando estaba en libertad. Recuerdo poco porque estaba encapuchada. En un momento pedimos para salir al baño y el baño tenía esas puertas abiertas arriba, y me corrí la venda y vi cuchas de perro”. Los perros. Los supervivientes recuerdan cómo los perros los atacaban a mordiscones cada vez que un carcelero lo ordenaba.
El Campito tuvo capacidad para 200 detenidos a un mismo tiempo. En lo que alguna vez fueron caballerías se amontonaban los detenidos, encapuchados y encadenados sobre pequeños colchones. En otra estructura de material se encontraba la oficina de los guardias, junto a las salas de tortura. Iris se puso este viernes al frente de la comitiva que visitó El Campito. Está alarmada por la posibilidad de que las pruebas contra los represores de Campo de Mayo se pierdan si finalmente se construye allí un gran parque, como pretende Macri. El decreto presidencial aclara que las actividades del parque “deberán garantizar la preservación de todos los sitios de memoria del terrorismo de Estado" y "la realización de las investigaciones judiciales pertinentes". Pero las ONG desconfían. Las Abuelas de Plaza de Mayo advirtieron que el proyecto oficial pone en riesgo “un espacio fundamental para la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia”.
En 1998, el presidente Carlos Menem firmó un decreto que ordenaba la demolición de la ESMA, el centro de detención a cargo de la Armada. Las organizaciones lograron pararla porque había abiertas causas por delitos de lesa humanidad relacionadas con el edificio. En 2001, la Corte Suprema puso punto final al asunto y abrió las puertas a la creación de un espacio de memoria histórica. “Queremos que aquí haya un espacio como en la ESMA”, dice José Schulman, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, una ONG que se ha puesto al frente de los reclamos por la preservación de los restos de El Campito.


José Schulman, de la Liga por los Derechos del Hombre, e iris Avellaneda (centro), superviviente de El Campito.
José Schulman, de la Liga por los Derechos del Hombre, e iris Avellaneda (centro), superviviente de El Campito. F.R.M


Ante una pequeña construcción de cemento, donde alguna vez hubo dos habitaciones y una cocina, están reunidas casi un centenar de personas. Tras una ceremonia religiosa, un sacerdote pide recordar a las víctimas. La letanía hiela la sangre. Los nombres se suceden, a veces de a cuatro con el mismo apellido, toda una familia desaparecida. A cada nombre, la gente grita “presente”. En el grupo está René Flores. Sus hermanos mayores fueron secuestrados entre 1976 y 1977 y están desaparecidos. Flores nunca tuvo noticias de ellos, pero supone que al menos uno, Jorge, murió en El Campito. “Jorge desapareció en Vicente López y el centro clandestino correspondiente a esa zona era Campo de Mayo. Yo no tengo testimonio que haya pasado por acá porque casi no hay sobrevivientes para atestiguarlo. Hoy es la primera vez que puedo venir a conocer el lugar donde creo que estuvo mi hermano”, revela Flores.
Si la ESMA está toda allí, sobre una de las principales avenidas de Buenos Aires, El Campito se oculta a la memoria. “Ahí estaban los galpones”, dice Schulman. Y señala hacia la maleza. “Este lugar pudo reconocerse gracias a que Cacho Scarpati [otro superviviente, fallecido en 2008) recordó unas marcas que había visto en un árbol”. El árbol aún está en su sitio. Tiene las cicatrices que le dejaron unos alambres que rodeaban el tronco. A unos pocos metros, están los restos de las excavaciones que en 2010 realizó el Equipo Argentino de Antropología Forense. Los militares hicieron bien su trabajo de borrado de huellas. Los peritos sólo encontraron los cimientos de algunas construcciones, hoy expuestos para que la justicia tenga pruebas de que allí funcionó El Campito, el mayor centro de exterminio de la dictadura. 
Fuente:ElPais                                            

No hay comentarios: